Relación volcánica donde un joven marido tiene que atar corto a la potrilla de su esposa, a base de disciplina, como no podía ser de otra manera. Cada azotaina es mano de santo para ambos miembros del matrimonio.
La historia que relato a continuación es real como la vida misma, en algún pueblo del norte del Perú, creo que al contarla una parte de mi se desahogará y podré liberarme de la humillación constante en la que vivo, sometida por mi marido desde hace mucho tiempo.
Éste no se hacía de rogar y le dedicaba a mi esposa las caricias más desvergonzadas, especialmente concentraba éstas en la firme grupa, veía yo cómo se perdía el dedo medio de Lalo entre las rotundas redondeces de Linda y como ella presionaba su culito contra la mano husmeadora, levantando la colita para facilitarle el camino.
Yo me encontraba de pie junto a la cama totalmente desnuda, y la rubia pequeña empezó a tocarme las tetas desde atrás con sus dos manos, mientras la morena se arrodilló y empezó a pasar su lengua por mi ombligo, bajando, bajando hasta llegar al clítoris. Me puse como nunca. Todavía no habíamos empezado y ya estaba a punto de correrme.
Este fin de semana pasado pensaba descansar, salir de paseo con mis hijitos, llevarles al cine, al parque de atracciones, en fin, lo que debe hacer cualquier madre decente, no como yo, que los tengo demasiado abandonados por causa del trabajo. Estoy cansada debido a mi embarazo, en su octavo mes, de mi tercer bebé. No por eso mi jefe me tiene contemplaciones. Dice que ya descansaré tras el parto.
Los costados de mis senos aparecían claros y nítidos, la línea que separaba mis montículos, quedaba desnuda. Me sentía extraña... y excitada… Consulté el reloj, apenas faltaban quince minutos para la hora de la cena. Rápidamente pasé revista: Mis hijos con su abuela, el asado estaba en su punto, el vino perfectamente helado, el postre en su caja de la repostería... todo estaba a punto.
En un reconto de mi vida a fines de ese verano, junto con mis nuevas amigas, no pude dejar de recordar la metamorfosis producida en mi manera de ser hasta llegar, a hoy pasaron tres años, la fiesta donde conocí al autor (Esteban) de esta nueva persona, que mantiene su cuerpo sensual, bien armado, con senos bien manejados con caricias propias y extrañas, con esas ganas de sexo, ahora imparables, un hijo concebido en una orgía organizada por mi marido, disfrutando a pleno de las relaciones dignas de una puta como soy.
En los ojos de ese muchacho pude ver su agrado sobre mi figura, me sonreí esa noche cuando me desnude frente al espejo, algo en mí había despertado, mis medidas a los veintisiete años dicen que soy hermosa, 1,70 de altura, morocha, tez morena, senos normales.
Resulta que un día Elena, la mujer de José (nuestro amigo de "El lado positivo") buscando algo que se le había perdido, dió "vuelta la casa" y se topó con el vibrador que su marido guardaba celosamente.
Ambos me hicieron venirme de nuevo, y volví a gemir fuertemente; me mordí los labios y sentí que mi concha se abría y cerraba atrapando la macana de Carlos, lo mismo que mi culo apretaba y aflojaba no dejando escapar la verga de Luis.
En un principio mi intención era parar suavemente en el arcén y aclararles que no quería que hicieran eso, pero increíblemente me excité como una perra en celo y les dejé continuar a sus anchas sin oponer la más mínima resistencia.
El embarazo de su primer hijo, calmo sus ganas de sexo fuera del matrimonio, en verdad su marido le daba lo que quería y aprendió rápido esto de gozar, fallecido el padrino, no le extraño que le dejara el veinte por ciento de sus bienes.
En el carro no pude evitar abrirle la cremallera y empecé a chupársela con ansiedad mientras él con una mano me metía los dedos en mi chocha y logré venirme al instante. Ya estando en el motel empezó a desnudarme casi al y a besarme todita.
El atardecer nos encontró solos en la quinta, mi marido había llamado que se quedaría en el campo en Entre Ríos para terminar un tema de la hacienda al día siguiente, su mujer desde Buenos Aires para terminar las compras para las fiestas que se avecinaban.
Venerables señoras que cumplían la importantísima función de iniciar a los hombres en el sexo y luego solucionarles todos los problemas de insatisfacción que les producía el matrimonio.
Me llevo a una esquina y me saco la tira del tanga y me masturbo con sus dedos tanto en el coño como en el culo, me beso y morreo y me puse cachonda perdida, estaba deseando que me follara como a una puta.
La semana en que mi amante, fundándose en su apreciación de que mi biorritmo estaba bajo y había que excitarlo, me mantuvo sexualmente abstinente mediante un cinturón de castidad me obligó a utilizar la socorrida disculpa de la jaqueca con mi marido.
Como buen machito le hacía guardia a mi virginidad, hasta que unos días antes de casarnos se la entregué completita en la sala de mi casa. Hasta la fecha queda una manchita de sangre en un cojín.
Por circunstancias que no recuerdo tuve que ir sólo, transportar el equipo ya fue una complicación. Además no me gustaba trabajar sin compañero porque, si bien la mayoría de los clientes eran recomendados, uno nunca sabe con que loco se puede encontrar.
Fabio, por su lado, no era ningún santo, y lo sabía porque habíamos follado en algunas ocasiones pero como era cliente de la empresa que tenemos mi marido y yo tuvimos que dejar de vernos, lo cual me daba una bronca bárbara, ya que él estaba muy bueno y varios de los orgasmos que tenía con mi marido se los debía a él.
La historia que relato empezó así. Hace tres años me casé con un buen muchacho, es mayor que yo cinco años y de cuerpo atlético y bien parecido, además de bien dotado.
No tengo mal cuerpo, y desde hace poco comencé con una fantasía, estar con dos hombres. Viendo las historias cachondas de Internet, comencé a interesarme por esto.
Llevaba un tanga. En su piel estaba todo el mestizaje de aquella tierra. Vi que el pene de mi marido estaba en erección y el de ella también. Tenían el mismo tamaño aproximadamente.
Tengo una que me encanta y me masturbo mucho con ella, y es que voy con mi marido de noche dando un paseo nocturno, nos asalta un negro fornido, y nos pide la cartera y el bolso, mi marido se resiste ya que esta bastante fuerte, y golpea al negro, entonces salen 4 negros mas, que reducen a mi marido.
Mientas hacía esto, él insistía en besarme la boca y el cuello, en tanto que continuaba esforzándome por apartarme de él, cuando de pronto entre mi agitación y forcejeo, pude ver apenas por el rabillo del ojo