Yo estaba que me salía. Notaba mi polla dentro de la boca de un hombre. Era el máximo deseo, el morbo más grande, el momento más soñado de mi vida sexual. El chupaba y chupaba y yo me moría de gusto y entonces me acordé de cómo me acababa de contar las sensaciones tan maravillosas que vivió cuando tocó y chupó su primera polla.
Me detuve allí y sabiéndola desesperada por que continúe mi faena, lentamente me desvestí, quedando frente a ella, ofreciéndole mi cuerpo y sobre todo mi lanza en ristre, que ya la apuntaba con toda su magnificencia, erecta, roja, lista para el asalto final.
Debo confesar que recibí de esta mujer, el mejor sexo oral que mi persona haya experimentado jamás, con la experiencia de una profesional, Luciana recorrió con su lengua los más oscuros rincones de mi cuerpo sacando de mí, los placeres más intensos que un hombre puede recibir.
Cuando de momento sentí que sus labios junto a los míos, yo respondí inmediatamente, ya no dijimos nada no había necesidad de hacerlo, poco a poco nos empezamos a besar mas y mas cachondamente...
Sus pechos, la fruta más exquisita que se pudiera probar estaban al alcance de la mano y los tomé. Aquella actitud no me disgustaba. Era una sumisión, no a mí, sino a las circunstancias y yo me iba a aprovechar. Acaricié sus nalgas, lamí sus pechos y me la llevé al sillón.
Al rato apareció mi madre con cara de sorprendida, llevaba puesta una bata y se había duchado. Me pregunto que hacia en casa tan pronto y yo le explique el asunto de mi amigo y que me pasaría el resto del dia en casa. Más tarde apareció el abuelo y dijo que se iba a comer con unos amigos del imserso.
Era impresionante ver como solo cuatro hombres, pese a su evidente fortaleza, podían andar tan rápido y sin perder el equilibrio llevando tan singular carga a través de la playa. Al ver a las dos mujeres de pie frente a su comitiva, el anciano hizo una señal al hombre a su espalda.
Sus pechos redondos y blancos surgieron como pequeñas elevaciones, los bordee con el filo de la navaja suavemente, provocándole un casi imperceptible estremecimiento.
Lo hice grandecito, de unos ocho dedos de largo aunque un poco delgado. La capa de pintura le había quitado grosor. Le quité con una cuchilla las rebabas en las líneas de unión. No me pareció muy bien hecho entonces. Efectivamente, se despegaría si le daba mucha caña, así que lo envolví con esparadrapo, que coloqué estratégicamente. Lo envolví en un preservativo y lo escondí, tirando cualquier otra cosa que me pudiera delatar.
Nos besamos como si nos conociéramos de toda la vida y nos sentamos a comer. La velada fue muy divertida, pues parecía que fuésemos dos amigos que llevaban mucho tiempo juntos y salían a comer.