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Educación real de una esclava I

Educación real de una esclava I

Me decido ha escribir este relato, porque echo en falta, en la mayoría de los que he leído en esta página, más realismo. Los sucesos que se relatan en ellos son mera fantasía, irrealizables.

Nadie, hombre o mujer, por muy masoquista que sean, podrían soportar muchos de los castigos que en ellos se relatan. Y no es que yo tenga nada contra la imaginación y la fantasía, muy al contrario creo firmemente que son imprescindibles para una completa y sana vida sexual, pero conozco algunos casos, de mujeres, que teniendo una clara y fuerte tendencia a la sumisión y para las que el sometimiento a la voluntad de un amo es su más secreta y profunda fantasía, se han retraído ante el temor a los duros castigos físicos, que creé que ello conllevaría obligatoriamente.

Tampoco estoy en contra del castigo físico.

Es imprescindible para la completa educación de una esclava, pero cada persona es distinta y por ello también es distinta su capacidad de soportar el dolor y un amo que se precie y sepa ejercer su labor, debe tener muy en cuenta este punto.

Saber donde está el umbral del dolor de cada esclava, es una de las primeras cosas que un amo experto debe conocer, para lograr, a lo largo del tiempo, que este umbral vaya aumentando, pero no de una forma ilimitada.

Al fin y al cabo el objetivo es el sometimiento total de la esclava, su sumisión a todos y cada uno de los deseos del amo, sin la más mínima objeción.

Y para ello hay que empezar por lograr que, la futura esclava, disfrute de su condición desde el primer momento.

Si una mujer desea ser sometida, las primeras enseñanzas tiene que pasar ineludiblemente por la humillación y el sometimiento a la voluntad del maestro.

Este tiene que enseñarla a gozar con el placer del que será su dueño, -si la esclava se hace merecedora de ese honor-, enseñarla que su voluntad debe desaparecer, que su meta, su fin, la única misión hacia la que debe encaminar su existencia es hacia la voluntad del amo, él decidirá por ella, le indicará que, como y cuando debe hacer las cosas, en que condiciones y como debe comportarse en cada momento.

Para al final de su aprendizaje satisfacer los más mínimos deseos de su señor, sin que este tenga que indicárselo siquiera y conocer el placer y el poder que una esclava puede llegar a tener cuando carece totalmente de voluntad y solo es un fiel reflejo de lo que su amo ha querido hacer de ella.

Por ello os voy a relatar como comenzó la educación real de una de mis esclavas.

Contactó conmigo a través de una página de Internet en la que había escrito un artículo sobre dominación y sadomasoquismo.

Recibí su primer e-mail y no le conteste, ni siquiera le presté atención. No me pareció digna de ser tenida en cuenta, pero siguió insistiendo, me rogó, me suplicó que le contestará, que me pusiera en contacto con ella.

Tanto insistió que al final admití su correo y comencé una larga correspondencia, en la que tras asegurarme que tenía claro lo que quería hacer y que estaba dispuesta a ello, accedí a verla.

La cité en una céntrica cafetería, con instrucciones claras y concisas de como debía ir vestida, a que hora debía presentarse, que debía hacer, etc.

Llegó puntualmente y cumpliendo todas y cada una de las indicaciones dadas de forma precisa.

– ¿Tú eres la aspirante a perra?.

– Si amo.

– Todavía no te he admitido como esclava, así que no me llames amo.

Ruborizada agacho la cabeza y casi en un susurro, dijo: – De acuerdo.

– Ven, vamos a sentarnos, sígueme.

Muy dispuesta se colocó a mi lado y comenzó a andar hacia donde le había indicado. Me paré en seco, ella también.

– Primera lección: Nunca, ¿está entendido?, nunca mas te coloques a mi altura cuando vayas a mi lado, las perras van siempre un paso por detrás de sus dueños.

Llegamos a la mesa que le había indicado se paró y esperó a que con un gesto la indicara donde debía sentarse.

– Veo que vas aprendiendo. Me gusta.

Una vez sentados, insistí: – Antes de continuar te vuelvo a preguntar si estas segura de lo que quieres hacer.

¿Sabes lo que significa para ti que te acepte como aprendiz de esclava?.

– Sí, creo que si, contesto.

– ¡No!. Creo, no vale, tienes que estar segura, una vez dado el paso no podrás volverte atrás. Me pertenecerás en cuerpo y alma.

– Estoy dispuesta. ¿Puedo preguntarte una cosa?.

– Si habla.

– ¿Me pegarás, mucho?

– En principio, eso es algo que solo yo decido, pero si temes al dolor físico te diré que nunca pego a mis esclavas más allá de lo que son capaces de soportar. Por otro lado comprobarás, -si te admito-, que poco a poco, cada vez te gustará más que te pegue e incluso llegarás a sentir placer con el dolor. Una de las primeras sensaciones que tendrás será la mezcla de placer y dolor, una sensación muy placentera. Incluso te diré que, tengo una esclava a la que no puedo pegar muy a menudo, pues cada vez que la castigo físicamente tiene un orgasmo, a pesar de que se lo tengo prohibido, no lo puede evitar. Imagínate hasta que punto disfruta con el dolor. Pero contestando a tu pregunta, sí, te castigaré físicamente, forma parte imprescindible de tu educación.

Casi con un hilo de voz, dijo: – Acepto.

– Ya sabes las consecuencias, creo que te deje todo muy claro en mis e-mails. Solo te recuerdo que te acepto en periodo de pruebas, si no te considero digna de ser mi esclava, se acabó. Desaparece y no me volverás a ver nunca más. Tu sabrás. Comencemos.

– Exteriormente veo que has cumplido con mis indicaciones, falda, blusa y una gabardina por debajo de las rodillas, ¿interiormente también?.

– Sí. ¿Puedo, ya, llamarte amo?

– Si, desde ahora, debes llamarme, amo, señor, maestro, o dueño, según las circunstancias, si veo que lo haces mal, ya te indicaré como hacerlo. No te preocupes eso lo aprenderás rápido, los gusanos como tú, tienen un instinto natural para esas cosas. Bien, pues vete al baño y quítate las bragas y el sujetador y me los traes.

Se levanto, sin decir nada, cogió su bolso y se dirigió hacia los lavabos.

– ¡Eh!, ¿quién te ha dicho que cojas el bolso?.

– Es para meterlo dentro cuando salga.

– No. Sales con ellos en la mano y me los entregas.

Vamos no me hagas esperar.

A los pocos minutos, volvía inquieta, con su ropa interior hecha un burruño en la mano.

– Aquí están Amo, dijo, mientras deslizaba la ropa literalmente por debajo de la mesa.

– ¡Por encima de la mesa!, ¿qué pasa?, ¿te da vergüenza cumplir las ordenes de tu amo?.

– No es que…

– ¿Te da vergüenza que alguien pueda ver tus bragas?.

Mi voz sin ser fuerte, fue lo suficientemente alta para que alguien situado en una mesa cercana pudiera haberlo oído. Literalmente se había hundido en su asiento.

– Ponte recta, la ordené, esta vez con una voz más alta de lo normal.

Obedeció, rápidamente, pero mantuvo la cabeza baja.

– Bonitas bragas, veo que has cumplido mis ordenes y te has puesto un conjunto muy erótico y sugerente.

Desdoble las bragas, a la altura de mis ojos, las deposite extendidas encima de la mesa y posteriormente el sujetador. Estuve un pequeño rato jugueteando con las dos prendas y cuando estaba empezando a recuperarse, di la vuelta a las bragas, las cogí por la zona que roza el sexo y me lo llevé a la nariz.

– ¿Te has mojado solo con hablarte?. -Se puso completamente roja-. No te azares, me gusta, eso es un buen síntoma. Puedes llegar a ser una buena puta.

– Bueno vámonos. Me puse de pie, ella también y me siguió a la distancia que la había indicado.

Entramos en un cercano aparcamiento y nos dirigimos hacia mi coche, que había dejado aparcado, a propósito en la zona más lejana de la entrada. Le indique que entrara entre dos coches y al ver que yo entraba detrás de ella se situó muy cerca de la pared, esperando mis instrucciones.

– ¡Quítate la blusa!.

Se quedó absolutamente sorprendida, dudó un poco, pero sin decir nada comenzó a desabrocharla y se la quitó

– ¡Dámela!.

Extendió una mano y me la entregó. No era guapa, pero tampoco fea. Era bastante normal, morena, media melena, 1,60 aproximadamente, unos 62 kilos, unos bonitos ojos marrones, en definitiva una persona que pasaría totalmente desapercibida si te la cruzaras por la calle. También sus pechos, -que veía por primera vez-, eran bastante normales, yo diría que una talla 70, areolas normales, unos pezones, totalmente tiesos, que prometían.

– ¡Quítate la falda y dámela!.

– No por favor, aquí no. Me suplico.

– Acabas de ganarte dos castigos, uno por desobedecer a tu amo y otro por hablar sin permiso, ¡vamos!. ¡Estoy esperando!.

Se revolvió inquieta, se retorcía las manos indecisa, pero al final se desabrochó la falda, se la quitó y me la entregó.

Era la primera vez que la veía desnuda, las tetas ya las he descrito, las piernas estaban bien formadas, sin ser espectaculares, una pequeña curva en la barriga y el sexo cubierto de pelos.

La contemple durante unos segundos, que debieron parecerla eternos y mirando fijamente su sexo, la dije:

-Eso hay que solucionarlo hoy mismo-.

Agachó la cabeza, esperando mi siguiente orden. Debía estar absolutamente inquieta, vestida solamente con unas medias y unos zapatos de tacón, en medio de un aparcamiento público, en el que constantemente está entrando y saliendo gente. Y aunque en la zona en la que estábamos, era imposible que alguien llegara sin que yo lo viera, seguro que a ella le parecía que estaba en medio de un pasillo.

Abrí el coche, y me metí dentro, con las dos prendas que me acababa de dar. Cerré la puerta y puse el coche en marcha. Por el retrovisor del conductor la vi, hizo un intento de avanzar hasta mí, sus labios se movieron y aunque no llegó a pronunciar palabra, estaba clara la suplica de que no la dejara allí, sola y desnuda.

Baje la ventanilla, la volví a mirar por el retrovisor y con la mano le indique que avanzara, que pasara por delante del coche y entrara por la puerta del copiloto.

Nada más darse cuenta de que su angustia iba a finalizar se puso en marcha, pero al instante se paró, en cuanto comprendió que tendría que pasar por delante del coche y por tanto por el pasillo del aparcamiento. Volví a indicarle con la mano lo que tenía que hacer, esta vez con más energía.

Al final se decidió, y antes de que echara a correr, le dije: -¡Despacio!. Se paró justo antes de salir al pasillo y tensa, como una cuerda de violín, dio la vuela al coche y entró, la verdad es que bastante más despacio de lo que yo esperaba.

Nada más sentarse, arranque y me dirigí a la salida. Seguía tensa, las manos cruzadas sobre los muslos. Estaba aguantando más de lo que yo esperaba, pero cuando entramos en la rampa, que nos llevaba hacia el primer piso y hacia la salida, no lo pudo resistir y me dijo: -Dame la ropa, por favor.

– Sabes que acabas de ganarte otro castigo. Soy yo el que decido el qué, el cómo y el cuándo.

Agachó la cabeza, llegamos al galibo de salida, introduje el ticket y la barrera se levantó. Enfilamos la rampa de salida hacia la calle y en ese momento le entregue la blusa.

– Pontéela, pero sin abrochar los botones.

En menos de lo que se tarda en decirlo, se la puso, se la cruzó y se colocó el cinturón de seguridad para que la sujetara. Luego sus esfuerzos se centraron en ver como podía taparse las piernas con la blusa lo más posible sin estirarla mucho para que no se le abriera. La verdad es que era divertido ver sus inútiles esfuerzos, las piernas permanecían totalmente al aire, muy juntas y algunos pelos rebeldes, salían por debajo de la blusa.

– ¿Hacía donde vamos?. –Le pregunté-.

Antes de quedar con ella definitivamente, en la cafetería, habíamos quedado en que iríamos a su casa, pues vivía sola. No quise llevarla a ningún sitio donde luego me pudiera localizar, pues ya he tenido la experiencia de una potencial esclava, a la que luego no admití y me estuvo persiguiendo y dando la lata durante mucho tiempo, hasta que tuve que ponerme realmente serio.

Durante todo el trayecto ni siquiera levantó la cabeza, cuando llegamos a su casa, abrió la puerta del garaje con un mando a distancia y me indicó cual era su plaza de garaje.

– Quítate la blusa y sal.

Ya no dudaba, se la quitó, me la dio y salió del coche, completamente desnuda. Me extraño su tranquilidad, aquí si que era peligroso que alguien nos viera y además ese alguien sería un vecino suyo. Pero estaba totalmente convencida de lo que quería hacer y siguió mis instrucciones. Abrí el maletero y cogí mi maletín, cerré el coche y lo bordeé hasta llegar a la puerta del copiloto, donde me esperaba de pie. Le di la gabardina y le dije: – Pontéela y ve delante.

Se la puso y se dirigió hacia una puerta que abrió con llave, salimos a un pequeño hall y llamó al ascensor. Entramos y pulso un botón.

– Quítate la gabardina.

Se revolvió, como un gato. – No, aquí no.

– Acabas de ganarte otros dos castigos y por lo mismo, desobedecer y hablar sin permiso. ¡Quítatela!.

– No, por favor, aquí no. Me puede ver algún vecino, dentro de casa, haré todo lo que me pidas. ¡Por favor!. ¡Por favor!.

Pulse el botón y paré el ascensor y le di para abajo otra vez.

– Muy bien, vamos al garaje, ábreme la puerta de salida, por favor.

– ¡No!, no te vayas, por favor, haré todo lo que me pidas, pero no te vayas. Lo siento, te obedeceré. Siguió pidiendo perdón y diciendo lo siento, en voz baja, mientras se quitaba la gabardina y me la daba. Miró el panel de botones y sin mediar palabra me pidió permiso para volver a pulsar el de subida. La miré de arriba abajo durante un momento y asentí.

Cuando llegamos al piso, abrí la puerta, salí y mire a los dos lados.

– ¿Hacia donde?.

Con la cabeza me indicó a la derecha. Retrocedí y la deje salir, cuando pasó por delante de mí le coloqué la gabardina sobre los hombros, cerré el ascensor y la seguí.

Ni siguiera intentó cerrarse la gabardina, la llevaba sobre los hombros pero abierta. Si alguien viniera de frente la vería completamente desnuda.

Se paró ante una puerta sacó las llaves, abrió. Se echó a un lado y me dejó pasar.

Una vez dentro me pare y le indique que pasara sin quitarme del quicio de la puerta. Cuando pasó le quite la gabardina y la pare. Se dio la vuelta y quedó frente a mí.

Mirándola a los ojos me baje la cremallera me saque la polla y le dije: – Chúpamela.

Se quedó petrificada, tardó unos segundos en reaccionar, comenzó a agacharse al tiempo que intentaba cerrar la puerta con una mano.

– Yo no te he dicho que cierres la puerta, que yo recuerde, solo te he dicho que me la chupes.

– ¡Déjame cerrar la puerta, por favor!.

– Te acabas de ganar otros dos castigos, por las mismas causas, empiezo ya a cansarme y estos dos castigos van a ser realmente serios. Ya está bien de desobedecer y siempre las mismas faltas. La agarre del pelo y tiré de ella hacia abajo, firmemente, pero sin violencia.

Los ojos se le llenaron de lagrimas y un amago de sollozo salió de su garganta. Tuvo unos segundos de duda y al final sin decir nada se agacho, cogió mi polla y se la metió directamente en la boca, comenzando a chuparla.

– En cuclillas, no. De rodillas y con las piernas abiertas.

Obedeció sin dejar de chupar.

– Más dentro, métetela entera en la boca.

Lo intentó, pero no fue capaz, le dieron arcadas.

– Ni chupar una polla, sabes. Le dije, al tiempo que la agarraba por la nuca y la empujaba contra mí.

– Te he dicho entera.

– Chupaba y a cada envite intentaba meterla más dentro, mientras sus ojos, no paraban de mirar de reojo hacia el descansillo a través de la puerta abierta.

– ¡Eres una inútil!, -le dije-, al tiempo que sacaba la polla de su boca y cerraba la puerta.

Se quedó allí de rodillas, esperando a que la dijera algo y a punto de echarse a llorar.

– Bueno, ya te iré enseñando como lo debes hacer y espero que aprendas rápido por tu propio bien.

– Lo primero, que quiero es que me enseñes la casa, para conocer el terreno en el que nos vamos a mover y calcular las posibilidades que tiene cada habitación para las distintas fases de tu aprendizaje.

Comenzó a incorporarse y antes de que levantara las dos rodillas del suelo le dije: -¡No!. ¡A cuatro patas, las perritas, siempre van a cuatro patas al lado de su dueño. Y cuando el dueño se paré, la perrita tratará de agradarle haciendo cucamonas. Y en esta ocasión, las gracias que la perrita debe hacer, es pararse sobre sus patitas traseras, con las delanteras encogidas y chupar la polla de su amo. Cuando el amo le indique se volverá a poner a cuatro patas y continuar el paseo.

– Como todavía no tienes, collar, usaremos tu pelo como correa. -Me agache la recogí el pelo el mi mano derecha y comencé a andar, lo que le hacía ir con la cabeza levantada, mientras caminaba a cuatro patas.

– Vete diciéndome que es cada habitación.

– Esta primera puerta de la derecha, es una habitación para invitados.

Entré en la habitación y me paré. Inmediatamente se puso de rodillas, encogió los brazos imitando la postura que pondría un perro y comenzó a chupar.

Así, una por una, fui revisando todas las habitaciones de la casa. Una llamó especialmente mi atención. Era cuadrada, la más alejada de la entrada y sin ninguna pared colindante con vecinos. Era un sitio espléndido para crear un pequeño gabinete de torturas, si la putita merecía la pena.

Continúa la serie Educación real de una esclava II >>

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