Esta historia ocurrió el verano pasado, cuando yo aún tenía 18 años. Era 15 de enero, o lo que es lo mismo, era el día en que mi madre y yo nos íbamos a la casa que tenemos en la costa.
Como sea fue que pasé el desconcertante momento de estar hablando con el hombre que apenas minutos antes había estado gozándose a mi mujer, y mientras explicaba sus planes de promoción, intentaba apartar mi vista de aquellas manos que había visto paseando por todo su cuerpo y despojándola de su prenda más íntima para ofrecerle la mejor tarde de sexo que ella hubiera jamás soñado siquiera tener.
Describiré brevemente en qué consistían algunos de muchos jueguitos que jugamos mi hermanita 2 años menor que yo en la infancia y ya en la Universidad también.
Historia real donde pude disfrutar del rico olor y sabor que tenían las baletas de Marianita y verla caminar en mi semen tantas veces sin que lo supiera.
Dos años de viaje continuo y nada de sexo. No es mi tipo ni busqué nunca directamente la manera de seducirlo. La situación se dio en plena carretera, solos, de noche y sin auxilio vial.
La infancia de mi hermanita menor que yo y la mía fue fantástica. Siempre unidos en todo, en juegos, en ser los más consentidos por ser los más chicos y jugamos a todo, incluyendo mi pene, desde esos años aun muy chico, ella hacía se me pusiera erecto y sentia mucho placer con ella.
Mis primeros recuerdos del placer sexual se hallan indisolublemente unidos al dolor. Comencé muy tarde, pasados los 18 años, a relacionarme con una señora, ya que durante mi adolescencia había demostrado un cierto retraso.
Lo veía a diario y jamás imaginé que pudiéramos coincidir en una cama. Gracias a que su esposa estaba embarazada logré saborear al guardia del edificio de oficinas.