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Julia, una chica dominante II

Julia, una chica dominante II

Hay unos días al mes en que las chicas no estamos disponibles para nada.

A Eva, el periodo le duraba mucho, al menos así pretendió hacérmelo creer.

Entre las pocas posibilidades que teníamos y el tema de su regla. Llevaba dos semanas sin tocarla.

Un día estábamos a solas y nos quedaríamos así mucho tiempo.

Me dirigí a ella y tras besarla en la boca le toqué el culo. Efectivamente, llevaba un compresa puesta. De todas maneras, ella me lo recordó.- Tengo la regla.-

Estaba desesperada y tras darle muchas vueltas al tema, cuando estaba a punto de acabar su trabajo me presenté en la cocina. Por mi mirada debía de adivinar a lo que iba.- Ya sabes que tengo la regla.-

Me acerqué a ella y la volví a besar.- ¿Sabes?.- Le dije mientras pasaba un dedo por el canal de su pecho, encima de su camisa.- A las mujeres se nos hinchan los pechos con la regla. Me preguntaba cómo serán tus pechos con la regla.-

Comencé a desabrocharle la camisa.

Ella me miraba seria pero complaciente. Le quité la camisa y tras desabrocharle el sujetador tiré de él para dejar sus pechos al aire.

Efectivamente, sus pechos parecían mayores y sus pezones estaban algo más grandes y un poco hinchados.

La senté sobre la mesa de la cocina y me puse a jugar con sus pezones. Ella me respondía con caricias en el cuello, el pelo y la cara.

Luego, comencé a comérmelos, como yo sabía que a ella le gustaba, o al menos le excitaba. Los cogía con la yema del pulgar, el índice y el corazón y tiraba de su punta ligeramente y volvía a realizar la misma operación, y luego lo hacía con sus labios, hasta advertir por su rugosidad y su excitación, el estado de Eva, hecha un caramelo.

En esas circunstancias, yo sabía que si hubiera querido masturbarla, me lo hubiera permitido a pesar de la regla, pero no era lo que buscaba.

He pensado que hoy, como tu coño no puede usarse, me vas a servir de otra forma.-

Me alcé la falda y me quité las bragas. Que las dejé sobre la mesa en la que estaba sentada Eva, y luego, de un tirón, la puse de pié. Eva estaba inquieta y dubitativa.

Me encantaba ponerla así, pero como pensaba que se podía negar y oponer, sin avisarla, le cogí un brazo y lo puse a la espalda y luego el otro, metí sus manos cruzadas por uno de los agujeros de mis bragas y lo saqué por el otro, de manera que tras dar algunas vueltas a la prenda, al tenía presa de nuevo. Le dí la vuelta para verla. Hacía gestos de soltarse. Estaba preciosa con el pelo revuelto invadiendo su cara, y debajo, sus pechos desnudos

– Bueno, lo único que tienes que hacer es pasar tu lenguita por aquí.- Le dije mientras me sentaba donde ella estaba y tras alzarme la falda, enseñarle mi sexo. La cogí del cuello con la mano que no controlaba sus inmovilizados brazos por mis bragas. Acerqué su boca a la mía y aunque al principio encontré cierta resistencia, no tardé en encontrarla dócil y sensual, entonces, obligué a Eva a doblar la espalda y comenzar a lamerme.

Eva lamía sin ton ni son, de manera desordenada y sin idea, pero ver su espalda desnuda, al final de la cual estaban sus manos amarradas, y sentirla postrada, eran suficientes para convertir sus lametones en un excitante estímulo.

La cogí del pelo y la obligué a restregarse toda la cara contra mi sexo. Luego puse la falda sobre su nuca, ahora ya no veía su cara. Por un momento imaginé que era mi propia hermana Paula la que estaba entre mis muslos

Me agaché un poco y comencé a acariciarle la espalda, y luego bajé por los extremos de la espalda y me encontré sus senos colgando.

Me abrí de piernas cuanto pude y le retorcí levemente los pezones. Su reacción fue unos lametones más profundos, con más sentimiento.

Aquello hizo que se acelerara mi deseo de correrme y no tardé en empezar a sentir aquella fuerza interior que me hizo lanzar un gemido al aire de placer y me hacía moverme y tropezarme con la barbilla y la nariz de Eva rítmicamente.

El caso es que aunque la regla de Eva pasó, las oportunidades para hacerla mía nuevamente seguían siendo nulas. Así que un buen día me dirigí a ella. – ¿Sabes? Me muero por tu cuerpo.-

-¡Ay! ¡Pero qué podemos hacer! ¡No nos dejan solas!.-

– No me importaría comerte en un cine, como si fueras mi novia.-

– ¡Déjame! ¡Me pones a cien!.-

Al cabo del rato volví a la carga. Eva entonces me hizo una concesión. – El sábado estoy sola en casa.- Me dijo entre misteriosa y coqueta .-Si vienes a tomar café tal vez te deje…-

Aquello supuso para mi no solo un balón de oxígeno. Me sentía como un jovencito que va por primera vez a recoger a su novia.

Qué excitación hasta que llegó el sábado. Por la mañana estuve esperando una seña para recordarle que iría a verla. Al presentarse la ocasión, le recordé la promesa.

-¡Ay! ¡Toma mis señas y mi teléfono! Pero tengo un problema. Tal vez mi hermano esté en la casa…Espero que se vaya.-

Eva se fue un momento antes de comer. Yo, no tardé en comer y tras un tiempo prudente, me vestí con unos vaqueros y una camiseta y cogí un bolso.

Me dirigí entonces a la cocina. Buscaba una zanahoria que no encontré. Miré en la despensa. No había nada que pudiera sustituirla, excepto un grueso y largo pepino. Lo metí disimuladamente dentro del bolso y me fui despidiéndome de la familia, convenciéndola de que iba a tomar café con una amiga.

Cogí el autobús y en veinte minutos estaba en el barrio de Eva. Durante el trayecto, al pensar cual era mi destino, me excitaba. Un peso se hacía sentir en los labios de mi sexo.

Al pasar junto a una cabina la llamé. Me dio unas referencias para encontrar su calle. Le pregunté si había alguien.

Estaba su hermano. Me fastidiaba su presencia, pero luego, decidí que le daría una sorpresa, y tras desabrochar mi sujetador, hice unos hábiles movimientos para desembarazarme de él y meterlo en el bolso.

Llegué a su portal y llamé. Reconocí su voz. Me meaba de la excitación. Al salir del ascensor, tras pasar un recibidor lúgubre, largo y destartalado, la encontré en la puerta, dispuesta a recibirme. Su mirada se posaron en los pezones que se me marcaban debajo de la camiseta.

Al entrar la observé. Llevaba unos pantaloncitos cortos de deporte, de esos con los que se va a la playa, que dejaban ver unas piernas ricas, ricas. Llevaba unas zapatillas sin calcetines, que dejaba ver sus tobillos delgados, adornados por una pulserita.

Eran unas zapatillas viejas y raídas, que permitían ver por sus agujeros las uñas pintadas de rojo. Tenía una camiseta como la mía, solo que ella si llevaba sostén y el pelo se lo recogía en la nuca con una goma. Se había quitado los pendientes, seguramente antes de ducharse.

En seguida apareció por allí un joven de dieciséis años, que clavó su mirada en mis senos, con más entusiasmo que su hermana. Era un joven muy parecido en sus rasgos a Eva, moreno, `pero más delgado y claro, a pesar de su juventud, más masculino.

Me divertía pensar “sí, mírame, pero soy yo la que he venido a follar aquí… a tu hermana”. Eva casi lo tuvo que echar de nuestro lado, pues parecía un moscón alrededor de la miel, obsesionado con mis pechos. Luego, no tardó en irse de la casa, al no poder seguir admirando las protuberancias que, bajo la camiseta, coronaban mis senos.

Me senté en una mesa camilla mientras fue a prepararme el café de hospitalidad. La veía asomarse a la cocina y admiraba en la distancia sus piernas hermosas.

Su hermano se sentó a mi lado y no dejaba de mirarme los pechos. Aquello me hubiera puesto nerviosa si no era por que sabía que Eva se ponía más nerviosa que yo. Y esos nervios me ponían muy cachonda. Eva de vez en cuando daba la vuelta y la veía gesticular afeando la actitud de mirón de su hermano.

De todas maneras, ya antes de que el jovencito abandonara la casa, había empezado a acariciar a Eva metiendo la mano bajo las enaguas que cubrían la mesa.

Mi mano tocaba sus muslos que tan pronto se cerraban como se abrían al sentir que su hermano se acercaba o se alejaba. Eva no paraba de repetir que me estuviera quieta, por favor.

Sabía que si de primeras le plantaba a Eva el pepino encima de la mesa, me diría que no, así que decidí calentarla un poco. Le pedí un poco de leche fría. Cuando volvió de la cocina me encontró sin camiseta. Miró mis pechos fijamente. Casi se le cae la jarra al suelo.

-¿qué haces? ¿No ves que puede presentarse cualquiera?.-

-Vamos a tu cuarto.-

Nos sentamos en su cama y le ordené.- ¡Quítate tú la camiseta!.- Me obedeció aún más de lo que esperaba, despojándose también del sujetador. Estábamos sentadas las dos en una cama de hierro con un colchón blando. Su armario era grande pero destartalado. “Si viene alguien, me esconderé dentro” . Encima del armario, había un montón de maletas.

Una vieja mesilla y una silla de mimbre daban un aspecto pobretón a la habitación. Comenzamos a entregarnos a una sucesión de besos apasionados y de magreos de pechos. Aunque ella me los tocaba tímidamente, en lugar de cómo lo hacía yo, sobándole los pechos con decisión y casi sin delicadeza.

Le dí unas patadas a sus zapatillas y comencé a acariciar sus muslos. El armario tenía un espejo en su parte central que cogía la escena. Estaba preciosa con los pantaloncitos sólo. Tomé la iniciativa de bajarme el pantalón y enseñarle las bragas más sexis que había encontrado.

Después me quité las medias-calcetines. Me paseé delante de ella y tras dar un tirón de ella para ponerla de pié, la abracé, sintiendo sus senos en los míos y su boca en la mía. Nos mordimos la boca y después me senté.

Eva se puso frente a mí y puso sus pechos en mi boca. Yo los lamía mientras la tocaba las nalgas, apretándolas por encima del pantalón.

Su cuerpo me olía a jabón. Tiré de los pantalones hacia abajo. Eva llevaba unas bragas que reconocí como de Paula. Eran unas bragas de esas que por delante son un triangulito y por delante son una tirilla. -Ya ves que si quiero, las robo sin que te enteres.- Me dijo picaronamente.

Por el cristal del armario veía sus nalgas espléndidas, comencé a bajarle las bragas poco a poco. – Vaya. Tal vez deba de registrar la casa entera.- Le dije, bajando las bragas que se enrollaban en sus tobillos, dejando al desnudo su sexo ennegrecido por el bello que lo cubría. Deslicé mis labios, por su vientre, hasta topar con su clítoris, que ya quería destacar en mitad del inicio de sus labios.

– Antes de proseguir.- Le dije – Te quiero dar una oportunidad. Si tienes en tu despensa una zanahoria, te follaré con ella. Si no, en el bolso te tengo preparada una sorpresa. –

Eva se levantó y poniéndose el pantalón sobre su piel, fue a buscar a la despensa una zanahoria. Eva vino al ato con las manos vacías y haciendo una mueca de disculpas. -Está bien. Vuelve a quitarte el pantalón.-

Nos sentamos las dos y la tendí con mimos sobre la cama, mientras la besaba. Luego yo misma me quité las bragas. Estaba desnuda tendida en la cama.

Me recosté a su lado y comencé a recorrer su cuello, sus hombros y sus pechos con la lengua, mientras con la mano, la iba acariciando, primero el clítoris y luego, directamente el sexo, metiendo ligeramente los dedos en su raja que la sentía humedecer por momentos. En un momento se me fue las hoya y metí dos dedos profundamente en su sexo. Eva suspiró roncamente.

-Cariño, cógete a los barrotes del cabecero de la cama.- Eva me obedeció. Cogí del suelo los calcetines medias que llevaba puestos y le até la mano izquierda a uno de los barrotes

-¿Qué vas a hacer?.- Me dijo entre asustada y excitada

– Nada. Ya lo verás. Va a ser el polvo de tu vida.- Le dije mientras amarraba la muñeca derecha a otro de los barrotes.

Mis pechos caían sobre su cara. Ella apartaba la cara, en lugar de lamerlos, así que me divertí pasándole mis tetas por las mejillas. Luego me puse sobre ella, de tal forma que estando a cuatro patas, mis pechos se rozaban con los suyos. Le mordía la oreja mientras rozaba mis senos contra los suyos. Clavé una de mis rodillas entre sus piernas y puse mi pierna en su sexo, que humedecía mi piel.

Bajé la cara hasta sus pechos, lamiendo de nuevo sus pezones, excitándolos con la presión que ejercían sus labios sobre su punta. Mis manos la cogían de la cintura y recorrían la parte exterior de sus muslos hasta las caderas.

Mi boca lamía ahora su ombligo con círculos alrededor de aquel tierno agujerito, luego volví a bajar mi boca. Le separé bien las piernas con las manos y su sexo se abrió para ofrecerme íntimamente su interior, acompañado de un aroma que me embriagaba. No me demoré en saborearla, recorriendo cuidadosamente cada pliegue de su sexo.

En un momento en que Eva, que no paraba de animarme, me pidió.- ¡Méteme los dedos de una vez!.- Saqué de mi bolso el pepino que había traído de mi casa.

-¡Mira que regalo te traigo!.-

-¡Eso es muy grande!.-

-¡Nooo! ¡Ya verás como no!-

Eva se relajó, pensando que si aquella penetración era inevitable, lo mejor era aceptarla con placer. Yo, por mi parte, puse el pepino entre sus labios por la parte en que era más estrecho, apenas dos dedos. Eva me miraba y se miraba con resignación pero con expectación.

Presioné levemente. Las piernas de Eva tomaron una posición doblada en “Uve”, relajadas. El pepino fue entrado, primero como dos dedos de profundidad, luego cuatro. Después seis. Eva comenzaba a estar muy excitada de nuevo.

Metí otro dos dedos más hasta hacer ocho dedos, unos quince centímetros. Pensé que “ya estaba bien follada”. Aún quedaban fuera tres o cuatro dedos par a que yo cogiera la otra punta del pepino, de unos tres dedos de ancha y lo moviera dentro de Eva, como me suplicaba mi pequeña puta.

Comencé a mover el pepino. He de confesar que al principio lo hacía con un poco de temor, pero al ver el gran placer que le proporcionaba a Eva, comencé a moverlo sin miedo, cada vez más rápido hasta que Eva comenzó a arquear exageradamente la cintura y a pedir que no parara.- ¡No pares! ¡No pares! ¡Más! ¡Más! ¡AAAAhhhh! ¡AAAAhhhh!.-

Después de correrse, saqué el pepino de su sexo lubricado, no de golpe, sino haciéndolo retroceder poco a poco y dando como el que dice , un paso hacia delante y dos hacia detrás. Volví a meter el pepino en mi bolso, sin importarme que estuviera empapado de sus jugos y la besé apasionadamente de nuevo, mientras le acariciaba el sexo con ternura.

La verdad es que yo estaba a cien. Así que me puse entre sus piernas. Ella me pidió que la dejara ya en paz, pero no estaba dispuesta a esperar a la noche para correrme en mi cama.

Me puse recta entre sus piernas. Aquellos me daba la oportunidad de rozar mi clítoris contra su sexo abierto. Comencé a rozarme, moviéndome de arriba hacia abajo.

Pronto aquel contacto se me hizo insuficiente, y puse una de sus piernas entre las mías y ahora, era su suave muslo el que sentía en mi sexo, presionaba mi sexo contra ella, un poco más arriba o más abajo, hasta que conseguí correrme yo también, cayendo sobre ella y entregándome ya a una sucesión de besos apasionados, que no acabaron hasta muchos minutos después.

La solté y nos vestimos. Tomamos el café que esperaba ya frío en la salita y me fui de su casa, orgullosa y triunfante.

Pero ese orgullo desaparecía cuando veía a Paula. Mi hermana parecía quererme provocar. Se paseaba por nuestro cuarto con unas bragas idénticas a las que Eva le había sustraído.

Me ponía muy caliente viendo sus nalgas desnudas, largas y elegantes, pero sensuales, al igual que las de Eva cuando se unían a las piernas en un postrer pliegue.

Me quedaba con la boca abierta cuando divisaba de alguna manera, en algún descuido, o sin tenerlo, me enseñaba sus pechos deliciosos. ¿Por qué iba Paula a sospechar nada de su hermana? ¿Por qué le iba a dar importancia alguna al incidente de hacía unas semanas?

Me embriagaba con los perfumes carso que le regalaba su novio ¡Ah! ¡Ese gilipollas tenía buen gusto! Me enteré de que aquellas provocativas bragas eran regalo suyo. Sin duda disfrutaría de ellas tanto o más como lo hacía Paula. Me la imaginé por un momento acoplada al macho, con las piernas largas y delgadas abiertas en la parte trasera del cochazo que su novio traía, propiedad de su padre, que se lo dejaba, pensando orgulloso que su hijo se comería a una mujer esa noche.

Mi hermana salió por la puerta una tarde. Mi obsesión era tal que me puse a registrar sus cosas, buscando algún indicio morboso de las relaciones sexuales con su novio. Pensaba que era inútil, pues si usaba pastillas o preservativos, no los iba a dejar en los cajones de la ropa. ¡Ah! ¡Un momento! ¡Un diario!

Siempre he pensado que los diarios eran cosa de niñas tontas y que eran más propias de la pubertad. Mi hermana escribía uno y estaba actualizado. La última anotación la había hecho un par de días antes. No debí de abrirlo, pero..

Comencé a leer. Las anotaciones de hacía unos años me hacían gracia. Pasaba las hojas rápidamente. En seguida llegó el momento de conocer a su novio. Luego, no tardaron mucho en comenzar a salir. Algunas anotaciones me ponían a cien. ” Luis es muy sensual, o tal vez morboso. Le gusta que nos besemos delante de mucha gente. Me avergüenza que me toque el culo delante de las personas que esperan e l autobús”

Los relatos de mi hermana proseguían en el mismo tono. “Estábamos en el cine y ha empezado a acariciarme los muslos. No entendía por qué se había empeñado en lo de la falda hasta que introdujo mi mano en la oscuridad de la sala. Luego puso su mano sobre mi sexo. Me masturbó. Lo peor es que me ha gustado mucho. Menos mal que no había nadie cerca”

“Luis es un cerdo, pero no puedo pasar sin su medicina. Ha insistido en que le gustaría que hiciera el amor con una amiga. Lo del chico de la discoteca no estuvo mal, pues pensé además que sólo lo haríamos una vez. Insiste en que ligue más y ahora, no sólo con chicos, también con chicas”

En mi lectura, un párrafo se me hizo familiar. “Hoy Julia se ha metido en mi cama de una manera sospechosa. No se como interpretarlo. Quizás esté pasando por una época rara. A la pobre se la ve tan sola”

Aquello me irritó profundamente. Cerré el diario malhumorada, pero proseguí leyéndolo, presa de la curiosidad. “Lo cierto es que por un momento se me pasó por la cabeza que tal vez fuera ella la persona indicada para iniciar el sexo con las mujeres que tanto me reclama Luis”

Evidentemente, si algún día volvía a proponerme acostarme con Paula, no sería para darle el gusto al mequetrefe ese. Pero me alegró saber que de esta forma podría obtener una predisposición positiva por parte de Paula. Seguí leyendo “Todas estas vivencias que Luis me hace pasar me están haciendo una adicta al sexo. No pasa un día sin que me masturbe” ¡Caramba! ¡Cómo se me había pasado por alto!

“El otro día cogí el cepillo de dientes eléctrico. Nunca se me había ocurrido hacer nada igual. Lo encendí y al comprobar el cosquilleo, me lo puse en el clítoris” Mi hermanita no me sacaba de una sorpresa para meterme en otra. Al final mi hermana hacía una última confidencia que se refería al día de hoy. “Ignoro que sorpresa me tiene preparada Luis. Me ha dicho que vamos a salir con una pareja amiga suya. Espero que no se le ocurra nada raro”

Cuando acabé de leer el relato, el pulso me temblaba por la excitación y esperaba ansiosa la vuelta de Paula para poder atisbar en su cara la lujuria de su noche. Me acosté tarde y me masturbé pensando, recreándome en las escenas y vivencias leídas en el diario.

Al final me dormí pero a cosa de las cuatro de la mañana oí entrar a Paula, que lloraba. Me hubiera gustado preguntar por qué. Si por lo que había hecho o por lo que no se había atrevido a hacer, pero me hice la dormida. Tal vez la respuesta la encontrara al cabo de unos días en su diario.

Efectivamente, Luis le había propuesto a Paula un intercambio. La cosa no era muy agradable, pues la otra pareja eran una pareja cuarentona, entrada en carnes. Luis parece que había llegado al trato de ofrecer a Paula a la esposa primero, y luego al marido, mientras él se lo hacía con la esposa. Paula se negó. Luis montó en cólera, Pasaban los días y no se llamaban, y parecía que la cosa iba para rato. ¡Bien! ¡Las vacaciones estaban próximas y mi oportunidad era real y con posibilidades de éxito! ¿O tal vez mi hermana se normalizaría al estar lejos de Luis?

Mientras tanto. No me había olvidado de Eva, pero era difícil encontrar una oportunidad para hacerla mía de nuevo. Nos cruzábamos miradas furtivas que no agradaban a mi madre, que pensaba que no se debía intimar con el servicio. Apenas tenía oportunidad de magrearle el culo, lo hacía y le dejaba continuos mensajes en su abrigo que me contestaba al día siguiente, metiendo notas en mis libros.

Pensaba que no podría despedirme de Eva como era debido, pues se acercaban las vacaciones. Paula y yo iríamos a la casa de campo.

Mi madre estaría a caballo entre las dos casas y a Eva le darían vacaciones. Se me pasó por la imaginación invitar a Eva.

Mi madre me negó la idea categóricamente, primero, pro que esas no serían unas vacaciones realmente para Eva. Segundo, por que era darle una confianza que a su juicio, no merecía, pues no era interna. Si hubiera sido interna, sería otra cosa.

Se me hizo un pié agua, pues se me hacía la boca agua al pensar en lo disponible que estaría Eva para mí durante aquellos días y las orgías que me podría montar con ella.

El caso es que un día me quedé a solas inesperadamente con Eva. A mi me gusta planificar mucho las cosas, pero en esta ocasión no pude. No por eso la iba a desaprovechar.

Eva barría la cocina. Me acerqué por detrás y metí mi mano bajo su falda. -¿Qué haces?.- No le contesté. Entonces, Eva se dio la vuelta dejando caer la escoba y se abrazó a mío besándome en la boca, con un beso tierno y caliente.

Me apoderó de su boca y ella de la mía. Peor después de unos largos momentos decidí que era la hora de demostrarle quien era la que mandaba, así que le obligué a darse de nuevo media vuelta y volví a sentir sus nalgas en mi vientre.

-Tengo que hacer algo para que no me olvides.- Le dije mientras deslizaba mi mano por su vientre, bajo sus bragas, buscando el vello de su pubis. Luego, mi otra mano desabrochó uno de los botones de la camisa y se introdujo dentro, tocando su pecho sobre las copas del sostén.

-No te voy a olvidar, mi amor.- Me dijo mientras me tocaba la cara, extendiendo su mano hacia detrás.

-Seguro que no.- Le dije tiernamente en la oreja mientras mi mano se deslizaba entre los labios de su sexo, rozándole el clítoris, mientras la otra mano se había entre el sujetador y su pecho caliente.

Desde hacía días estaba pensando hacer algo para que me recordara cada día en mi ausencia. -Vas a acompañarme al cuarto de baño y vas a hacer lo que te diga sin rechistar.- Eva asintió con la cabeza y nos dirigimos al cuarto de baño. El suelo estaba limpio, pues hacía poco que Eva lo había arreglado.

-¡Venga! ¡Quítate las bragas y la falda y túmbate en el suelo!.- Eva me miró indecisa pero no tardó en obedecer. Estaba tirada sobre e frío suelo. Sus nalgas debían sentir el frío y la dureza. Yo cogí la maquinilla eléctrica de mi padre. La enchufé

-¿Qué me vas a hacer?.- ¡Calla!.- Eva me miraba expectante. Yo miraba los pelos de su sexo y me agaché. Los rizos del cable casi se deshicieron , pero aquellas cabeza mecánica llegó hasta su vientre, las cabecillas empezaron a hacer un ruidito cuando la encendí. Puse aquello sobre su vientre, cerca del ombligo, pero Eva se quejó de los tirones -¡Ay!- Además. La máquina parecía no funcionar bien ante los pelos duros y rizados. Entonces me acordé del mecanismo que sirve para cortar las patillas.

Al principio, en el vientre, cerca del ombligo, el aparato funcionó, pero al llegar a los labios, era muy poco efectivo. Eva se retorcía incómoda y sus labios se contraían como si se duchara con agua muy fría. Ví la espuma de afeitar que utilizaba mi padre en los días que necesitaba estar muy bien afeitado y la cuchilla desechable. Al momento, Eva tenía su sexo cubierto de espuma blanca, que yo me entretuve en extender por su sexo.

La cuchilla iba perfeccionado el afeitado recibido anteriormente. Eva estaba tensa, pasaba ahora por sus labios. -¡Ayúdame! ¡Estíralos!.- Le dije nerviosa yo también. Su ayuda sin duda me facilitó la tarea.. El jabón iba dejando rastros pero ya se adivinaba un sexo sin pelo, suave, delicioso. La afeité también unos pelos testimoniales que tenía debajo de las nalgas.

-¡Sostén esto!.- Le dije colocando el mango de la cuchilla ligeramente clavado en su sexo. Eva lo dejó allí, aunque sin duda pensaba que se lo podía haber dado en la mano. Cogí una toalla y un vasito de agua de los que sirven para contener el agua de aclararse la boca después de lavarse los dientes. Tiraba el agua sobre su sexo y la limpiaba con la toalla. No me importaba que el agua se derramara y se deslizara por el cuerpo de Eva hacia el suelo. Al fin y al cabo, era Eva la que lo iba a fregar.

Después de limpiar su sexo me paré a admirarlo. Me puse de pié y lo miré desde arriba, luego le mandé que me lo enseñara desde diversas posiciones, era precioso.- ¡Bueno! ¡Limpia esto!-

Eva se puso la falda, que no las bragas, que guardé en el bolsillo de mi falda La seguí a la cocina y la vi sumisa preparando el cubo de fregar . La esperé en la cocina. Tenía que devolver la fregona allí cuando acabara. No tardó en llegar.

– Tiéndete de nuevo en el suelo.- Me obedeció sin rechistar. Poniéndome de pié, entre sus piernas veía sus nalgas, la parte de abajo, desnudas. Dí un puntapié a la falda y apareció su sexo sin pelos, en medio del que aparecía su clítoris. Me dirigí con parsimonia a la nevera. Cogí el bote de la nata montada. Me senté sobre ella, pero poniendo mis piernas alrededor de su cintura. Mis pies estaban sobre sus brazos. Alcé la falda más y rocié su sexo con la nata. Le eché mucha nata.

Comencé a comer la nata de su sexo. Pasaba la lengua. Al principio sólo cogía nata, pero luego, el suave y dulce sabor de la nata se mezclaba con el no menos suave sabor de su sexo y el sabor salado de sus flujos. Mis lamidas se hacían cada vez más largas y conforme la nata desaparecía, ya sólo pasaba mi lengua por us sensible piel y atrapaba se sexo entre mis labios.

Estaba muy excitada. Me incorporé para desembarazarme de mis propias bragas. Volví a ponerme a cuatro patas sobre Eva y entonces puse mi sexo en su cara. Ella apartó mi falda y pronto sentí su lengua. Pensé en darle una alegría y rocié mi propio sexo con la nata, y de paso, volví a rociar al suyo, aunque con menos nata.

Su lengua me lamía el sexo con descaro. Me proporcionaba una gran excitación y placer. Hundí mi dedo dentro de su sexo y aquello fue como encender el interruptor de la maquinilla de afeitar. Su cuerpo empezó a funcionar casi automáticamente.

Sus caderas se contorneaban debajo de mí. Su sexo se humedecía, se mojaba, su garganta lanzaba susurros y gemidos de amor y cada vez parecía controlar menos las reacciones de su cuerpo, hasta a que me parecía que yo misma estaba encima de uno de esos toros mecánicos, pero todo aquello me ayudaba a menear mis dedos dentro de ella sin contemplaciones y decididamente.

Cuando ella acababa su orgasmo, sentí la proximidad del mío. Me senté sobre su cara. Comencé a moverme rítmicamente y me corrí yo también

– Bueno, pro el momento puedes vestirte. Sigue fregando pero no te vayas muy lejos.-

-¿Me das miss bragas?.- Me preguntó dócilmente

-Aún no.-

Había pasado quizás un cuarto de hora. Le tocaba fregar la salita. Debía estar por allí. La sentía por allí. En el frutero había un plátano de Canarias y otro, un largo plátano verde y amarillo, de esos de Costa Rica. A mí personalmente me gustan más los de Canarias, pero para lo que lo quería, prefería el caribeño. Me acerqué despacio a la salita -¿Eva?.-

Eva se puso, pro mis indicaciones, de rodillas, da cara al sillón y luego, apoyó el tronco de su cuerpo sobre los cojines del sillón. -Súbete la falda.- Eva obedeció. Allí aparecían sus nalgas redondas y entre ellas, el sexo, depilado y desprotegido.

-Separa las piernas y cógete las nalgas con las manos.- Eva era obediente y su diligencia me permitió ver mejor su sexo, casi abierto para mí. Saqué la banana de mi bolsillo y coloqué la punta entre las piernas de Eva, que pegó un respingo al sentir la punta. -¿Qué haces?.- Me dijo asustada.

– Te voy a follar con un plátano.- Le dije con naturalidad. Sentí como se aceleraba su respiración. Lo puse en forma que entrara en su sexo de manera horizontal, y sólo después de meterle un trozo grande, se curvara hacia debajo. Le fui hundiendo el plátano dentro de su sexo, Parecía que al engullir la fruta, su trasero crecía. Cada vez entraba una sección más ancha y un trozo más grande. Podía oler sus flujos que aparecían entre sus labios y el plátano.

Eva dejó de separarse las nalgas y comenzó a tocarse el clítoris. Se tocaba la punta con la yema de los dedos, aunque también se hincaba el dedo ella misma, acompañando a la banana. Me pareció que la parte más gorda del plátano estaba dentro de sobra y comencé a mover el plátano dentro de Eva. Eva gemía y empezó pidiéndome que lo sacara, pero conforme su sexo iba recibiendo los estímulos, su discurso cambiaba.- ¡Más más más!.- Y luego -¡Ahhh, sigue siiigueee!.

Pronto empezó de nuevo a moverse como una zorra caliente y mi puño, cerrado sobre el plátano se mojaba de sus flujos, cada vez que nos embestíamos mutuamente y pronto Eva se corrió de nuevo, estimulada por el plátano y las propias caricias que ella se dispensaba.

Esa tarde Eva se fue a casa bien saciada, y aunque los días siguientes la encontré un poco estirada, yo sabía que le había gustado y que la encontraría en cuanto la buscara. El último día, antes de irnos de vacaciones, nos besamos furtivamente y nos despedimos.

Continúa la serie << Julia, una chica dominante I Julia, una chica dominante III >>

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