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Julia, una chica dominante II

Había pasado quizás un cuarto de hora. Le tocaba fregar la salita. Debía estar por allí. La sentía por allí. En el frutero había un plátano de Canarias y otro, un largo plátano verde y amarillo, de esos de Costa Rica. A mí personalmente me gustan más los de Canarias, pero para lo que lo quería, prefería el caribeño.

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La cogí del cuello y la eché contra mis hombros. Sentí su boca en mi clavícula. La tenía agarrada del cogote. En ese momento introduje un par de dedos en su sexo, posando la palma de mi mano sobre su clítoris que asomaba entre los labios abiertos y comencé a sacar y meter mis dedos dentro de ella. La sentí vibrar contra mí, tiritar, frotar sus pechos contra los míos. Entonces la agarré de los pelos y le dí un beso fuerte, casi una penetración de beso.

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A mi me quedaba una deuda pendiente con la tía Gloria, a la que había visto recogerse hacía un rato. Quiero decir que durante la siesta, había cogido algún dinerillo de la cartera de mi padre, que unido a otro cogido del monedero de mamá y a mi asignación y al que había recibido de los chicos por follar con mi hermana

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El segundo fornicador acabó con su cometido, empujándola vigorosamente mientras eyaculaba. Se puso entre las piernas el tercer follador. El chico que se comía sus pies comenzó a restregar su pene por una de las tetas, que aún estaba limpia por su parte de abajo. El otro chico que era masturbado por Eva se vació acercándose al cuerpo de la esclava y recibiendo en sus costillas, vientre y caderas el elixir del placer.

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Paula cogió con su mano el pene postizo de la mujer que tenía detrás. Sentía en su vientre, entre sus muslos, medio caído,, el semiflácido miembro de goma de la mujer de delante, y ahora las mujeres, como si siguieran un plan cuidadosamente ensayado, se ponían en cuclillas y le lamían el vientre y los lumbares y luego, las ingles y la parte baja de las nalgas. Mi hermana aparecía como la cúspide de una pirámide.

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Lo hice grandecito, de unos ocho dedos de largo aunque un poco delgado. La capa de pintura le había quitado grosor. Le quité con una cuchilla las rebabas en las líneas de unión. No me pareció muy bien hecho entonces. Efectivamente, se despegaría si le daba mucha caña, así que lo envolví con esparadrapo, que coloqué estratégicamente. Lo envolví en un preservativo y lo escondí, tirando cualquier otra cosa que me pudiera delatar.