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Julia, una chica dominante I

Julia, una chica dominante I

Si hace unos años hubiera tenido la oportunidad de leer una historia como la que os voy a narrar a continuación, simplemente hubiera dicho que era mentira, pero ahora, la escribo yo y os aseguro que es totalmente cierta.

Mi nombre es Julia, tengo diecinueve años, pero cuando ocurrió la historia que os voy a contar no había cumplido apenas dieciocho años.

Soy una chica de pelo castaño y ondulado y ojos marrones claros. Mido 1,67 y peso 60 kilos.

Estoy delgada. A pesar de eso, tengo un culo muy bonito y unos pechos que creo que están muy ricos. Mi vientre es plano.

Tengo las piernas largas y los tobillos, como las muñecas, muy finas.

Mis pies son largos como mis manos. Tengo muy poco pelo en el cuerpo, a decir verdad apenas si me hace falta depilarme.

Tengo una nariz recta y larga, como una griega.

Mis labios son largos y delgados, mis orejas son ligeramente alargadas y mi barbilla un poco triangular.

Visto de una manera bastante informal.

Me gustan los jeans desgastados y rotos y las camisetas ceñidas y descoloridos. Uso zapatos de deporte y calcetines blancos.

Mi ropa interior no tiene ningún atractivo. Siempre me ha desagradado, me ha hecho sentir mal el tener que vestir para gustarle a los tíos.

Hace casi dos años comencé a navegar en internet y buscando, buscando caí por una página de relatos eróticos.

No debía de haber entrado, pues no había cumplido aún dieciocho, pero como me quedaban unos días y no me veía nadie, me metí.

He de decir que después de leer unos cuantos que me parecieron algunos buenos y otros de mal gusto, me masturbé.

En mi mente se sucedían las imágenes que los relatos evocaban mezcladas con las mías propias y el tacto de mis dedos sobre mis zonas sensibles hicieron el resto.

Poco a poco me fui haciendo asidua e iba aprendiendo de todo, hasta que poco a poco, me dí cuenta por la predilección que sentía hacia determinado tipo de relatos. Los de dominación y los de lesbianismo. Recuerdo un relato de tres capítulos, llamado algo así como “mi secuestro” que me hizo masturbarme varias veces.

Un día cayó en mi poder un relato que se llamaba “Gerardo, un hermano dominante”. Lo leí detenidamente. Una chica era convertida en la esclava de su hermano. Una mañana se despertaba atada y desde ese día su vida cambió. Su hermano la convirtió poco a poco en su juguete sexual y a ella le excitaba aquello y cooperaba.

Aquella muchacha contaba como su hermano la intentaba chantajear y ella se dejaba. Gerardo la ataba y se masturbaba mientras la acariciaba o se comía sus pechos.

Pero poco a poco, aquellos juegos en los que la protagonista sentía como su hermano se autolimitaba, fue pasando a una situación de control cada vez más total y de uso más completo. Y luego al exhibicionismo en los cines, al fetichismo. Y se apoderó de su cuerpo, y la cedió a terceros y finalmente, se la poseyó sexualmente.

Me puse en contacto con esa chica, para saber si lo que contaba era cierto y para mi sorpresa, me escribió dando pormenores de la historia. Contándome episodios que me excitaron aún más. Gerardo y Marta, su hermana, se convirtieron en la inspiración de mis continuas pajas

De pronto, se convirtió en mi más ferviente deseo, el convertirme en una ama poseedora de alguien al que tener como esclavo, pero se me planteaban muchos problemas.

El primero es que no deseaba tener un esclavo. No. Lo que deseaba tener era una esclava. No me reconocía lesbiana, pero era esa sensación de sumisión de una mujer bajo mis órdenes lo que deseaba, y no la de un chico. Deseaba apoderarme de un pezón y no de un prepucio. Y de un clítoris y hacer que mi esclava se corriera muchas veces. Sinceramente, no creo que el cuerpo de un hombre esté capacitado para gozar y ser gozado como el de una mujer.

Otra cuestión era que deseaba poseer a una mujer, hermosa, por supuesto, pero quería a una mujer. No pensaba en una compañera de instituto, sino en una chica mayor que yo, de grandes pechos quizás, y muslos prominentes.

Fui pensando en cómo hacerlo y las candidatas se iban reduciendo mucho.

Quedaban algunas chicas de la clase que sí creía que podían tener cuerpo y mente de mujer, repetidoras todas ellas. Quedaban algunas primas y como no, quedaba mi propia hermana Paula, además de Eva, la chica de la limpieza de la casa.

Era muy difícil que tuviera contacto suficiente con las compañeras del instituto. Sinceramente, creía que no podría desarrollar un plan para seducir a ninguna de ellas aunque realmente intentara un acercamiento a alguna de las que más me gustaban. Pero, al igual que Gerardo, mi hermana Paula parecía ideal, lo mismo que Eva, que pasaba en la casa muchas horas en su jornada de limpieza.

Os describiré a una y otra. Paula era muy parecida a mí, solo que de pelo muy rubio y ojos verdosos. Tenía tres años más que yo, o sea, veintiún año, y era unos dedos más alta, un poco más gorda y un poco más ancha. En definitiva, más mujer. Hacía poco empezaba a salir con un chico.

Ni por asomo pensaría que era lesbiana, pero el ser tierna y delicada podía hacerla convertirse en una pieza fácil. No me importaba su novio. La verdad es que podía ser suya mientras no estuviera conmigo.

Paula era elegante en el vestir, en el moverse y en el hablar. Siempre había sentido admiración por ella y a veces, envidia.

Eva era una chica morena. Tenía veinte años y vivía en un barrio marginal. Era de piel fácilmente tostada por el sol y ojos muy oscuros. Medía cuatro dedos menos que yo, y de cara redonda y labios sensuales, no hubiera sido extraño encontrarla bailando flamenco, pues se veía que derramaba gracia y salero, además de pasión.

Tenía un tipo bonito de caderas anchas y cintura estrecha y un culo respingón. Su pecho era llamativo, más por lo bonito que por un tamaño excesivo. Tenía la nariz respingona y el pelo rizado, muy rizado y largo, y mi padre hacía lo posible por disimular sus miradas delante de nosotras.

Era un poco inculta y “echá palante”. A veces descarada, y aunque conmigo se llevaba bien, con mi madre y con Paula rozaban a menudo, aunque por ser muy trabajadora, se la perdonaba. Era pues, muy diferente a Paula en todo.

Decidí atacar a Paula, pues pensé que las noches serían un campo de batalla ideal y que si fallaba, no diría nada. Paula me gustaba mucho más que Eva, a pesar de ser mi hermana, o tal vez por eso. Pensé incluso que tal vez accediera a ser mi esclava por no decir que no a su única hermana. Además, su carácter tierno, dulce, sumiso… me animaba.

La realidad es que no sabía ni por donde empezar, así que, antes de hacer nada comencé a estudiar el comportamiento de Paula. Hacía poco que tenía novio. Parecía muy animada, pero a mi no me importaba. No creía que el tonto ese que se había echado por novio pudiera estropearme los planes.

Pero me quedaba otra cuestión. No tenía experiencia. En caso de que Paula se tendiera a mis pies, no sabría qué hacer con ella, y esto me inquieta más que el saber cómo Paula respondería en un momento dado a mis proposiciones.

Procuré instruirme. Leí relatos, ví fotos, agudicé la imaginación. A pesar de todo, no veía mi oportunidad. Empecé a buscar la compañía de Paula, a quedarme tarde a estudiar, como ella, estudiante de universidad, hacía. Miraba cada trocito de su piel.

No me parecía sentir nada especial cuando la veía. Verla pasear con aquellas minúsculas braguitas jamás me había llamado la atención, ni percibir sus pechos moverse libremente debajo de la camiseta. Al principio dudé, pero luego, lo ví tan difícil, que me lo propuse fervientemente. La dificultad me animaba.

No me perdía película prono y al final, conocía mucho del sexo lésbico, ahora sólo faltaba practicarlo. Ya sabía mucho de tías, casi más que de tíos y empecé a aprender de mí mismo, acariciándome con cuidado y aprendiéndome todas las zonas erógenas de mi cuerpo.

No servía de nada mis roces con Paula, ni mis continuos halagos. No servía mi fingido interés por ella, ni los excesos de confianza que me tomaba, con aquellas entradas sin motivos al baño, o al dormitorio mientras se secaba o se vestía. Lo prohibido, lo comprometido de la situación empezaron a producirme una excitación que pronto empezó a ser también sexual.

No servía de nada las caricias cada vez menos disimuladas y que en alguna ocasión la habían incomodado y me había afeado. Aquellas caricias en las rodillas iban cada vez más arriba, hacia su muslo. Aquellos masajes en los hombros cada vez estiraban más los dedos, intentando llegar a su pecho, a veces libres de sujetador.

Estaba, después de varias semanas, desesperada. Ya estaba pensando en desistir cuando un día, se presentó Paula en casa con el gilipollas del novio.

Mis padres no estaban y toda la obsesión de su novio era besarse delante de mí. Paula rechazaba tanta carantoña y besuqueo. Yo pensaba que era… ¡No sé qué pensaba!. Paula vestida de manera informal, me miraba de reojo y rechazaba los muerdos y achuchones de su novio. Sólo cuando el chico abandonaba la casa, Paula estuvo dispuesta a besarle, y entonces, el chico la rechazó con evidente mal humor, y era lógico, pues Paula estaba muy hermosa

El caso es que llegaron casi a enfadarse. Paula se acostó un poco decepcionada y yo no tardé en seguirla, casi triunfante. Al ir a mi cama, que está junto a la suya y verla medio dormida, se me cruzaron los cables y el ritmo se me aceleró. El corazón se me salía por la garganta cuando me metí en su cama.

Paula se despertó.- ¿Qué haces?-

– Ya ves… me acuesto contigo.- Dije con la voz entrecortada

– Pero., ¿Por qué?.-

– Por que estás muy buena.-

Quise besarla en ese momento, y sólo lo conseguí a medias, pues reaccionó en un momento y me apartó de ella. En un principio tuve un pequeño forcejeo, pero ella se escabulló y se sentó en la cama. No podía seguir intentándome, pues me sentía tan claramente rechazada que sólo pensaba que podría hacerla mía a la fuerza, y entonces la perdería para los restos.

Paula se levantó y se puso a ver la tele. La ví salir del dormitorio en la penumbra de la habitación, excitada y alborotada. Me dio vergüenza y lloré. Estaba avergonzada. Me dormí tarde y decidí olvidarme de todo. A la mañana siguiente. Cuando Paula se levantó, comprendí que ella también estaba dispuesta a olvidarlo todo por esta vez.

Esa misma semana, mis objetivos cambiaron y empecé a fijarme en Eva. La asistenta de la casa se movía con desparpajo y tenía un tipo bonito. Veía dos problemas en la seducción de Eva.

El primero era que aunque la chica pasaba muchas horas en la casa, pasaba muy poco tiempo a solas conmigo en la casa. El segundo problema era que si intentaba algo parecido a lo de Paula, Eva seguramente no reaccionaría con la misma comprensión.

Pero me di cuenta que Eva pasaba demasiado tiempo haciendo las habitaciones. Me di cuenta un sábado. Mis padres habían marchado de viaje y Paula hacía un examen en la facultad. Oía abrir a Eva los cajones lentamente y volverlos a cerrar al rato.

Intenté sorprenderla pero me sintió llegar y cerró rápidamente los cajones, pero su cara encendida la delataba. Cuando se marchó inspeccioné los cajones. Todo parecía correcto, nada parecía faltar, pero a los pocos días, Paula echó en falta una de aquellas braguitas con las que seguía paseándome delante de mis narices. Aquello me puso en la pista. Mi propia madre se quejaba de que sus bragas desaparecían y aparecían al cabo de los días.

A los pocos días, un día que tuve libre, esperé a que mamá abandonara la casa. Eva se sentiría más libre y volví a sentir los cajones abrirse. Fui lentamente a la puerta de la habitación de mis padres. A través de un espejo ví como Eva se bajaba la falda. Recogió de la cama unas bragas baratas que se metió en un bolsillo de la falda. Entonces reconocí mentalmente que las bragas que llevaba eran de mi madre.

Entré. Al verme, Eva se asustó.

-¿Qué hacías aquí?-

-Nada. Mi trabajo.- Dijo con la cara colorada

– ¿Ah sí? ¿Y qué hacías en los cajones de la ropa? ¿Robar bragas?

Eva comenzó a tartamudear..- Es..es que es..estaba colocando la ropa.-

-Y…- Saqué con rapidez aquellas bragas baratas del bolsillo de su falda.- ¿Estas bragas por qué no las colocas?. ¡A ver! ¡Súbete la falda y enséñame si llevas bragas!-

– Pero ¿Qué dices? ¡Estás loca!.-

Cogí sus bragas y me las pasé por la cara. – Se lo diré a mamá.-

Eva me miraba con odio.- No serás capaz.-

– Le enseñaré estas bragas y le diré que busque sus braguitas de brillo. Seguro que se enfada.¿Sabes? Son las preferidas de papá.-

Eva se desmoronó. – Por favor, señorita Julia, no se lo diga a su madre.-

– ¡Eso es lo que has debido hacer desde primera hora! ¡Tratarme como a tu señora!-

– Por favor…haré lo que Usted quiera.-

Cogí a Eva del pelo y le tiré de su caballera larga y morena hacia abajo. Un leve quejido se le escapó.- Pues enséñame las bragas:-

Eva se subió la falda. Las bragas de mamá le quedaban grandes, pero las transparencias de la prenda dejaban ver un sexo cubierto de vello negro, mucho vello negro. En cambio, este bello se concentraba en el sexo, no le cubrían por encima de cinco dedos bajo el ombligo, ni se le derramaba por las ingles. Sus muslos parecían suaves y depilados. Eva era muy morena de piel, aún en esta temporada del año.

-¡Date la vuelta!.- Eva me obedeció. La transparencia del culo era quizás mejor que la del sexo. Estaba deliciosa. Sus nalgas aparecían prominentes bajo el borde subido de la falda. Comencé a acariciarle las nalgas, primero por su parte exterior, luego, buscando el calor de sus partes bajas e interiores. Me excitaba aquel calor.

Entonces la tomé del pelo de nuevo y la obligué a que se diera la vuelta y me miraba. Me acerqué a ella y la besé con fuerza, y aunque encontré su boca cerrada, he de decir que no me importaba.

Eva separó sus piernas al sentir mi mano justo en su sexo, por encima de las bragas. La sentí con la respiración acelerada, y aunque no quería demostrar que el tacto de mi mano le producía placer, yo podía percibirlo. Mi mano la tocaba por encima de las bragas.

Yo no le decía nada. La miraba y quizás en mi cara había una expresión un poco dura, como de castigo, como de venganza. No sé. Lo cierto es que Eva no se atrevía a mirar mientras la cogía de un brazo y se lo ponía detrás de su espalda, inmovilizándola y metía mi otra mano por dentro de sus bragas, recorriendo la suavidad de su vientre y luego, aquella maraña de pelos.

Pronto encontré su clítoris, como la creta de un gallo, asomando entre los labios cubiertos de pelo. Estaba ligeramente mojado. Lo acaricié suavemente, casi sin rozarlo, con la yema de los dedos y luego proseguí hasta alcanzar la humedad de la boca de su sexo. No me hizo falta más que introducir el dedo levemente para que Eva comenzara a moverse en mi mano, a doblar ligeramente las rodillas y a gemir quejidos placenteros, mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

La abandoné sin decirle nada. Me dí la vuelta triunfante. Ella se ponía bien las bragas de mamá y la falda. Me hizo un gesto para que le devolviera sus bragas.- ¡Mañana!.- Le dije simplemente esto. Puso cara entre enfadada y preocupada.

Aquella noche, al meterme en mi cama, lo hice con las bragas de Eva en la mano. Las olí varias veces, comprobando la similitud de dicho olor con el que el rastro de su sexo había dejado en mi mano. Pensé en Eva, imaginé de nuevo como había sido mi primera experiencia lésbica y me masturbé mientras Paula dormía cerca de mí.

No sabía como Eva reaccionaría durante los siguientes días. La verdad es que al principio me daba vergüenza mirarla y pasar cerca de ella. La evitaba. Pero Eva parecía normal y poco a poco, al levantar la vista y ver su tipo de mujer menearse como si tal cosa por delante d mí, me animó a tener una segunda aventura.

Una tarde, después de comer, me acerqué a ella. Mi madre dormía la siesta y Paula estudiaba en su habitación, encerrada y concentrada. Eva lavaba algunos vasos que no merecía lavar en el lavavajillas. Me acerqué por detrás y comencé a subir la falda de su uniforme. Eva comenzó a advertirme – Julia… Julia… ¡Julia!.- Cuando mis manos tocaban la caliente piel de sus nalgas hizo un gesto brusco y dándose la vuelta me miró muy enfadada.- ¡Julia! ¡He dicho que no!.-

Me fui muy enfadada y defraudada. Esta vez no podía hacerle chantaje y por eso no me había dejado. O al vez era que había gente en la casa. No me debía engañar. Lo del otro día había sido por haberla pillado con las manos en la masa.

Urdí un plan bastante cruel. Empecé por hacer desaparecer unos pendientes de Paula. Naturalmente, las culpas iba a Eva. Mi madre le preguntaba si los había visto y ella aseguraba que no. Aquello hacía que Eva se pusiera nerviosa y tensa. Luego, al poco tiempo yo misma escondí mis pulseras y pendientes, y aunque yo defendí a Eva mi madre la culpaba. Habló con ella en un tono muy hostil. Eva casi se moría de miedo.

Esa tarde volví a quedarme a solas con Eva. Fregaba el pasillo. Desde atrás aparecía una imagen muy graciosa, pues movía el trasero al compás de la fregona.

-¿Quieres que desaparezcan tus problemas?.- Le dije, sin más preparativo. Eva dejó de fregar y se dio la vuelta.

– Me gustaría.-

– Lo único que tienes que hacer es dejar que sea su novia.-

– Ya sabes que no me gusta que me toques.-

– En ese caso…debes saber que se ha perdido una pulsera de mamá. Yo diré que te he visto entrar al cuarto.-

– ¿Cómo puedes ser capaz de hacerme esto?-

– Por que te deseo. O eres mía o te vas de casa.-

Una lágrima se deslizaba por la mejilla de Eva. Miraba hacia abajo pero cuando le ordené – ¡Desabróchate la camisa!.- Eva comenzó a desabotonar su camisa y dejar al descubierto su cuerpo, en el que apenas destacaba un vulgar sujetador de color crema.

Eva me seguía obedeciendo mientras me iba acercando poco a poco – Ahora desabróchate el sujetador.- Aparecieron aquellos pechos redondos con unos pezones oscuros y grandes que deseaba comerme. Seguía ordenándole .- Ahora desabróchate la falda y tírala lejos.-

Las lágrimas habían desaparecido del rostro de Eva, que me mantenía la mirada y me reprochaba con los ojos lo que estaba haciendo. Tenía un tipo, así, sólo con las bragas y unos calcetines entre sus pies y las zapatillas de trabajo, muy excitante. Me acerqué a ella y puse mi mano en su barbilla para besarla en la boca. Me encontré con la frialdad de una boca inerte. Al segundo beso que le dí atrapé su labio entre l os míos y tiré de ellos lentamente y luego metí mi lengua en su boca.

Metí sus brazos detrás de la espalda, cruzándolos e introduciendo sus manos en las bragas, y sacando cada mano por el otro extremo de las bragas, por donde se mete la otra pierna. Eva estaba así inmóvil y de pié.

Mi boca soltó su labio y se deslizó poco a poco, a lo largo de su cuello y sus hombros hacia sus pechos. Me tomé mi tiempo en lamerlos poco a poco, hasta que finalmente, mis labios se posaron sobre la guinda de sus pezones, intentando atrapar su punta que había crecido y se estaba hinchando al sentir mis labios.

En ese momento comencé a deslizar una mano por su vientre. La sentí erizarse al escurrir mis dedos por su sexo cubierto por sus bragas. Sus muslos se pusieron tensos y más aún cuando superando el clítoris y la apertura de su sexo, le parecían que se dirigían hacia su ojete, pero lo que hice fue atrapar sus dos manos, capturando un dedos de una y otra mano que mantuve aferrados con fuerza.

En ese momento solté sus pezones, que presionaba suavemente con mis labios y me fui agachando poco a poco, deslizando mi lengua por sus costillas, su vientre y tras superar su ombligo, empecé a sentir la textura de sus bragas y el olor de su sexo. Mis labios se abrieron a donde se apreciaba que estaba su clítoris y lo atraparon y comencé a moverlos, con lo que su botón recibía el estímulo a través de la cada vez más mojada tela de las bragas.

Estiré mi otra mano, la que no sostenía las manos de Eva, a través de su cuerpo hasta sentir la suave textura de us senos y luego, la exquisita rugosidad de sus pezones. Dejé que su punta se escurriera entre mis dedos y comencé a mover mi mano a un lado y otro, lentamente y en sentido circular. Sentía sus pechos endurecerse en mi mano , y su clítoris crecer entre mis labios.

Tiré de sus manos hacia abajo. Eva casi se desequilibra, pero al doblar algo su espalda hacia detrás, su clítoris apareció más entre mis labios. Mi lengua comenzó a rozarlo. El olor de su sexo me llenaba, me excitaba. Sentía su respiración cada vez más acelerada, hasta que de pronto, empezó a mover su sexo contra mi boca. Restregué su sexo con la muñeca de la mano que la tenía presa. Sentía a Eva moverse contra mí y lanzar ahogados susurros de placer.

No despegué mis labios hasta que me dí cuenta que tras algunos largos segundos había pasado la tempestad que había hecho zozobrar la obstinada resistencia de Eva. Me levanté sin mirarla y sin besarla y le ordené. – Vístete.-

Me acerqué a la puerta para ver partir a Eva al acabar su jornada. Estaba abatida, mancillada, no me miraba siquiera. Le dije para tranquilizarla.- He puesta la pulsera de mi madre en su sitio. ¡Ah! ¡Han aparecido mis pendientes y mis pulseras! ¡Qué tonta! ¿No me acordaba que las puse en un joyero que tengo dentro del armario!.-

Los pendientes de Paula los escondí, no obstante, para que no desaparecieran del todo las sospechas que caían sobre Eva y pudiera seguir chantajeándola. Mi madre aceptó a duras penas que se había equivocado con Eva.

Después de aquello, Eva comenzó a aceptar de mala gana mis continuos abusos de confianza. Aprovechaba cualquier momento en que en casa estaban despistadas mi madre y Paula, para sobarla, meter mi mano bajo su falda y acercarme todo lo más que podía a su sexo, percibiendo en mi mano el calor de sus muslos. También metía la mano por algún botón desabrochado por orden mía, de su camisa, y acariciaba su pecho caliente y tierno.

Un día, le ordené al oído que se quitara las bragas. Eva fue al baño. Cuando volvió sus ojos oscuros brillaban. Me fui a la cocina. Mi madre veía la tele en el salón y Paula estudiaba, como siempre. Metí la mano bajo su falda mientras la besaba y mi mano se llenó de la humedad de su sexo excitado. Me costó mucho separarme de ella, pero era una locura seguir con aquello en ese momento.

Antes de que Eva saliera aquel día, me inventé una excusa para salir, tenía que hacer unas fotocopias a un libro. La esperé en el descansillo de las escaleras, oculta. Mi corazón latía acelerado y casi estalla cuando vi la puerta de casa abrirse y despedirse de mi madre. La puerta se cerró antes de que llegara el ascensor. Cuando Eva iba a meterse, me colé con ella. La verdad es que se llevó un buen susto.

Eva llevaba una minifalda estrecha. Al verme exclamó.- ¡Ay !¡Leche! ¡Qué susto me has dado!.- Yo mandé al ascensor a la última planta. Era uno de esos ascensores que no para entre medias. La última planta daba, tras unas escaleritas a la puerta de la azotea del bloque, en un descansillo escondido y nada de concurrido.

-¡Quítate las bragas. ¡Rápido!.- Eva me obedeció sin titubear. Se alzó la estrecha falda y salieron las braguitas blancas. Eran de Paula. A los poco segundos se abrió la puerta del ascensor.

-¡Te voy a enseñar yo! ¡Otra vez con esto!.- Le dije, enseñándole las bragas, gesticulando mucho pero sin alzar la voz., y la llevé a empujones por las escaleras, hasta llegar al descansillo. La puse contra la pared y la besé con fuerza, mientras le subía la falda y colocaba mi rodilla entre sus muslos. La falda dejaba al descubierto mis muslos y sentía aquella mezcla de calor y humedad, de fina piel de sus muslos y de maraña de pelos, en mi muslo. Le desabroché la camisa y le bajé el tirante del sostén y comencé a besar la parte de sus pechos que asomaban.

Volví a besarle la boca, que se le abría para recibir mi lengua. Eva estaba ardiente. Deslicé mi mano bajo sus bragas remangadas en la cintura y me apoderé de sus sexo, estrujándolo entre mis dedos, con fuerza. Sentía su calor en la palma de mi mano, y la humedad en la yema de mis dedos. Eva suspiró hondamente y susurró un quejido de placer, al estirar de su clítoris que estaba entre mis dedos, levemente.

Luego, comencé a mover en sentido circular la palma de mi mano mientras comencé a colocar un dedo en su agujero. Eva se abrazó a mí y puso su cabeza en mi hombro, sentía sus beso por encima de la tela de la camiseta. Introduje el dedo en su sexo, sintiendo por primera vez la piel interior de la vagina de una mujer. Su espalda se arqueó y echó su cabeza hacia detrás. Intenté agarrale un pecho con los labios, pero era imposible llegar. Le agarré de una nalga con fuerza, para evitar que se escabullera y comencé a mover mi dedo dentro de su vagina, cada vez con más rapidez, hasta que finalmente, Eva se corrió.

Movía las caderas de forma que ella misma se metía dentro mi dedo, incluso, al final, puso su mano sobre la mía y presionaba contra sí rítmicamente mientras gemía cada vez más fuerte. La besé para evitar que sus gemidos pudieran delatarnos. Encontré en su boca todo el calor del mundo. Saqué el dedo de su sexo saciado mientras seguíamos besándonos. Luego le dí sus bragas y tras dejar que se vistiera, bajamos silenciosamente las escaleras y nos dirigimos a la última planta.

.¡Adiós amor!.- Eva me sorprendió con esa despedida en el zaguán del edificio. Era la señal de mi victoria. Desde ese día, todas las puertas con Eva las encontré abiertas o se me abrían con facilidad. Naturalmente, por la noche me masturbaba pensando en esas cosas. Buscaba mi sexo en la oscuridad de la noche y me recreaba reviviendo las sensaciones de mis experiencias con Eva.

Una de esas tardes en las que me quedé a solas con Eva en el piso, la siguiente a la que os acabo de relatar, me propuse ir un poco más allá en mi particular conquista de Eva. Mientras ella acababa de lavar los platos, me dirigí a la despensa y descubrí allí una zanahoria de esas grandes que venden en los supermercados. Medía como dos veces la mano y dos dedos de gorda por lo menos. La metí en mi bolsillo y me dirigí a ella. Como hacía otras veces, le levanté la falda y tras magrearle las nalgas, le toqué el toto, por encima de las bragas, que encontré caliente y húmedo .

-Qué caliente estás.- Le dije, mientras me pegaba a su espalda y ponía mi barbilla sobre su hombro, de manera que mi boca estaba a sólo unos centímetros del lóbulo de su oreja. – Creo que esta tarde vamos a tener otra aventura juntas.-

Empezaba a comprender que el punto débil de Eva era su ardor. Era una chica que una vez estuviera caliente, sería capaz de pasar por cualquier cosa. Me fui a la salita donde ella dejaba el bolso y se cambiaba y metí la zanahoria en su bolso. Cuando ella se dispuso, después de finalizar sus labores, a salir por la puerta, aparecí yo con un gesto autoritario y un poco chula le dije:

– ¿Dónde vas tan deprisa? ¡A ver! ¡Enséñame lo que llevas en el bolso!.-

– ¿Por qué?- Eva me miraba indignada. Le quise arrebatar el bolso, pero ella lo retuvo con fuerza

– ¡Abre el bolso! ¡Estoy harta de que te lleves las cosas!.-

Eva abrió el bolso y al ver la zanahoria soltó una exclamación.- ¡Ohhh!.-

-¡Lo ves! ¡Te llevas la zanahoria!

-¡¿Y yo para que quiero una zanahoria?!.-

Me acerqué a Eva lentamente y cogí la zanahoria de su bolso -¿Qué para que quieres una zanahoria?.- La cogí de la mano. La salita estaba cerca. La llevé allí y cerré la puerta.

– Ya te voy a decir yo para qué te sirve una zanahoria.-. La puse contra la pared y la besé en la boca, penetrándola con mi lengua. Por la forma en que me respondió, abriendo sus labios e intercambiando el tacto de su lengua, ya sabía yo que Eva estaba lo suficientemente caliente.

– Venga, bájate los pantalones.- Eva se desabrochó los vaqueros y los bajó a la altura de sus tobillos. Metí la zanahoria en la cintura y me puse a tocarle el sexo, rascándolo, queriendo arrancarle la tela de las bragas con el frote de mis dedos. Ella solita tomó la iniciativa de desabrocharse la camisa y cuando se iba a desembarazar de ella, se lo impedí, de manera que la camisa quedó en sus brazos. De esta manera, Eva no podía mover los brazos.

– Me divertí entonces bajándole las tiras del sujetador, primero un tirante, hasta un poco más arriba de sus pezones. Besé su pecho repetida y lentamente. Luego bajé el otro tirante.

Después bajé el otro tirante, dejando desnudo uno de sus pezones. Lo bajé lentamente para que el roce de la tela pusieran su pezón excitado. Entonces lo lamí con mi lengua, moviendo la lengua de manera que sentía moverse la punta de su pezón. Luego bajé el otro tirante.

Luego bajé los tirante y el sujetador hasta la altura de su cintura. Eva estaba doblemente presa por su propia camisa y el sostén. Puse la zanahoria en su cintura, entre sus bragas y su ombligo. Eva comenzó a respirar con más fuerza aún cuando sintió la punta de la zanahoria próxima a su clítoris.

La miraba a los ojos mientras le tomaba los pezones entre mis dedos y comenzaba a moverlos lenta, suave pero con un movimiento amplio, que provocaba el movimiento de todo su pecho. Sentía su excitación mientras me apartaba la mirada, y sus pezones crecían entre mis dedos. Me dí cuenta entonces que Eva había pasado una mano por detrás, entre sus nalgas y se estaba acariciando su sexo.

– Voy a hacer algo para que te puedas masturbar mejor.- De un tirón le bajé las bragas hasta la altura de las rodillas.

La zanahoria cayó entre sus ropas. La cogí, lamiendo fugazmente su sexo.

-¡Venga! ¡Lame esta zanahoria!.-

– No tengo hambre.-

-¿Ah no? ¡Veremos si al final te la comes o no.- Le dije mientras comencé a deslizar la zanahoria entre sus pechos. Jugaba con la zanahoria como si fuera un pene, que se frotaba contra sus pechos y sus pezones en particular. Luego, deslicé la zanahoria por su vientre.

-¡¿Qué vas a hacer?!.- me decía Eva una y otra vez, presintiendo cual era el destino de la zanahoria. -¡Qué vas hacer?.- Volvía a repetirme cada vez más excitada, cuando sintió la zanahoria entre los labios de su sexo, rozándose con el clítoris, que asomaba entre los pelos que cubrían su sexo.

-¡No!¡No hagas eso!.- Dijo mientras sentía la cabeza dura de la zanahoria presionar contra la boca de su sexo. -¡No, por favor!.-

-Tú lo que tienes que hacer es separarte las nalgas para que la zanahoria entre bien.- Le dije de manera autoritaria.

La zanahoria empezó a subir, lo que quería decir que se iba metiendo dentro de Eva, que repetía una y otra vez. -¡Julia, Julia! ¿Qué me estás haciendo?- Aquello me animaba, por que sabía que obedecía más a su excitación y a un poco de miedo que a que le estuviera haciendo algún daño.

Me fijé en los pezones de sus pechos, rugosos, contraídos y desafiantes. Me rocé el cuerpo contra el suyo, más bien contra sus pechos. Sentía su sexo en la mano que sostenía la zanahoria, totalmente inserta en Eva. Comencé entonces a moverla lentamente, provocando dulces gemidos de placer que parecían que salían de las mismas entrañas de Eva. -Ohhh Ohhh Ahhh Ahhh.-

Sentí los dedos de la mano de Eva sobre los míos. Parecía que me animaba a mover la zanahoria más deprisa, como así hice, provocando que además, la zanahoria entrara y saliera no sólo más rápido, sino en mayor longitud. Los gemidos de Eva se iban transformando en unos ruidosos quejidos, que me asustaban un poco, pero enseguida los interpretaba como de placer, pues se alternaban con unos besos en la boca que intercambiábamos por su propia iniciativa y luego otra vez.- Aaahhh Aahhh Aahhh.-

Eva comenzó a moverse como una loca. Yo ya tenía bastante con sostener la zanahoria. Mis manos se llenaban de sus jugos, mientras ella misma, con el enloquecido movimiento de sus caderas se insertaba y se sacaba sola la zanahoria, buscando la mayor intensidad de su roce, hasta que de repente empezó a gritar.- AAAhhh …AAAhhh… AAAhhhh… AAAAAaaaaahhhhh.-

Eva dobló las rodillas. La sentí caer contra mi mano e insertarse, al final de su orgasmo la zanahoria más de lo que se le había insertado hasta entonces. Le aparté poco a poco la zanahoria y ella se quedó apoyada en la pared. Me guardé la zanahoria y le ayudé a subirse las bragas y ponerse bien el sostén. El resto lo hizo ella. Se sacó un pañuelo de papel del bolso y se limpió un poco el sexo. Luego, después de besarla de nuevo, le permití que se marchara.

Al día siguiente, mientras Eva preparaba el desayuno., yo pelaba la zanahoria y me la comía. En mi cara había una sonrisa irónica, mientras a ella le subían los colores. Yo callaba, pero me comía la zanahoria que ella había rechazado comer el día anterior. .- Es para ponerme morena. ¿Sabes?.- Le dije.

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