Mientras mi lengua y mis dientes no dejaban sus pezones, sus dedos se taladraban el clítoris y con grandes espasmos se corría. Yo no sé si para ese entonces yo me corría o no, pero sentía unos ricos estremecimientos y luego me sentía muy bien.
Bueno, físicamente no me puedo quejar, pelo castaño claro, tez blanca, bonita figura, eso sin exagerar con senos tremendos, lo justo y necesario como para provocar una buena erección desde un chico que ya haya abierto los ojos hasta un vejete como el que tenía en frente.
Sin despertarte has empezado a mover las manos, suavemente deslizándose por tu cuerpo las has dirigido hacia tu vientre las has puesto sobre tu pubis y con dos dedos, suavemente has estirado un poco los pliegues de tus labios, como la obscena invitación, la explicita llamada para que yo me deje caer en ti y te penetre.
Tengo 21 años, y esto ocurrió hace tan solo un par de meses, me encontraba pasando unos días con mis padres y mi hermano en la costa, estábamos en un hotelito, nada del otro mundo, con la típica piscina y poco más... pues bien, no hace falta decir lo mucho que me aburría con mis padres, estaba cansada de ir con ellos a todos sitios, así que una mañana que ellos salían de excursión les dije que me quedaría en el hotel porque no me encontraba nada católica para ponerme a dar paseítos.
Cuando llego hasta la plaza a la que suelo ir a correr, alcanzo a divisar a la primer y única persona que parece habitar el mundo a parte de mi; casi no la veo, pues esta sentada en uno de los bancos del centro de la plaza, casi oculto por las plantas. Me acerco para ver bien quien es y que hace, sigilosamente, sin hacer ruido llego hasta las plantas.
Movía mis caderas atrás y adelante, tratando de que entrara hasta el nudillo. MMMMMM que calentón me estaba dando. Me saqué el dedo y tome la ducha.
Terminamos de comer y vamos a sentarnos a una banca del parque, me he dado cuenta que tanto a Luis como a Pepe no les queda claro de quien es la ropa porque me han estado observando toda la mañana, quiero decirle a Clara que hable con ellos y les diga que ella me regalo esta ropa y ahora es mía.
La mujer dio media vuelta, como la situación menos tensa del mundo y se dirigió a la ducha. Toda mi humedad se secó en un instante. Era el momento de parar aquel absurdo, la excusa perfecta, pero él se agachó para besarme y limpiarme con su lengua los rastros de su pene en mis labios.
Así pensé que sería. Una vez que llegué a Madrid, Florencia se mostró fría, desangelada. Me recibió con indiferencia y cuando quise relatarle los diferentes episodios que había vivido en el extranjero, ella se levantó y se fue a la cama. Pensé que era aconsejable tomar el toro por las astas.
Me levante enfundado en mi bata y fui a buscar algo de tomar, pase por el living, y observe al resto, estaban sentado en ronda en los sillones, fumado y observando a una de minas cogiendo con dos de los flacos, note que mi amigo me miraba con cara de orto, no me importo.