Capítulo 3
- Julia, una chica dominante I
- Julia, una chica dominante II
- Julia, una chica dominante III
- Julia, una chica dominante IV
- Julia, una chica dominante V
- Julia, una chica dominante VI
- Julia, una chica dominante VII
- Julia, una chica dominante VIII
- Julia, una chica dominante IX
- Julia, una chica dominante X
- Julia, una chica dominante XI – Final
Julia, una chica dominante III
Desde el primer momento de esas vacaciones presentí que Paula pasaría por el aro.
Nuestros padres nos acompañaron a la parada de autobús y después de una lista de interminables consejos, nos enviaron a casa de tita Gloria, en el pueblo de mi abuela.
Tuvimos que hacer transbordo en otra ciudad para coger un autobús, éste mucho más cochambroso, que nos llevara hasta el pueblo.
Mi hermana se durmió casi desde el momento en que salimos. Se había acostado tarde esa noche, zorreando con su novio, supongo.
Me fijé en su boca entreabierta, en sus párpados caídos, en sus pechos que se apreciaban en la camiseta y en la costura de la bragueta del vaquero, y sus muslos cubiertos por la tela desgastada.
Luego pensé en su diario. ¿Cómo iba a aguantar sin el morboso sexo que Luis le suministraba?.
No podía olvidar como al final, en el último momento casi había hecho las paces con Luis y había llegado tan tarde hoy. La última vez que leí su diario escribía que no había aceptado intervenir en un intercambio de parejas. ¿Habría intervenido ayer? Si nos hubiéramos quedado algunos días, lo habría descubierto en su diario.
Por fin llegamos al pueblo, discurriendo por unas carreteras cada vez más estrechas. Era un pueblo de sierra, de unos dos mil habitantes, de casas grandes pero destartaladas, feas. El entorno era bonito, aunque la gente siempre nos había parecido un poco bruta.
De hecho, apenas si teníamos amigas, pues las que teníamos, además, hacían lo posible por no venir. No me hubiera importado habérmelo hecho con alguna de ellas en particular.
Pasamos por las calles en las que la gente nos miraba, con curiosidad y no sin cierto descaro. Llegamos finalmente a la casa de la Tía Gloria, que la había heredado de nuestra abuela.
La tía Gloria era una viuda cuarentona, morena, jaquetona y bajita, viuda desde hacía varios años y con un hijo, el primo Joaquín, que tenía catorce años. Joaquín era como su madre.
Empezaba a convertirse en un mozalbete. Era moreno, con alguna espinilla en la cara, una cabeza más baja que yo, delgado, de ojos negros y vivos y por lo que pude apreciar en seguida, bien definido, pues no dejaba de mirarnos al pecho y al culo. No teníamos más tíos y primos en el pueblo, aunque sí que había un montón de tíos y primos segundos.
De cualquier forma, Joaquín me sorprendió por que en su timidez, parecía hosco y distante, y aunque por educación pretendíamos ser simpáticas, él parecía rehuirnos.
Así que no nos acompañaba, creíamos al principio, en nuestros paseos. El verde del monte le daban a Paula un aspecto, si cabe, más hermoso. Me empapaba de su ser mientras cogíamos flores o buscábamos piedrecitas por los caminitos del campo.
Espiaba a mi hermana, no obstante. Quería saber si era tan dependiente del sexo como decía en su diario, y efectivamente, era raro el día que no se masturbara, bien en la ducha, o tras las primeras horas de la noche. SI esto era cierto , quizás podría aprovecharme de lo que había escrito, que la mejor forma de tener una experiencia lésbica podría ser conmigo. Lo que quizás no había calculado es que si empezaba con migo, ya no pensaba soltarla.
Una noche escuché la puerta de la calle abrirse y luego, unos cuchicheos. Me puse alerta, tensa. Miré por el pasillo. El cuarto de la tía Gloria tenía la luz encendida, aunque la puerta estaba entreabierta. La puerta del cuarto del primo Joaquín estaba cerrada.
Esperé una reacción de la tita Gloria. No salía de su cuarto. AL final me dí cuenta que era ella la que cuchicheaba en la planta baja. Me asomé despacio. Pude distinguir junto a su femenina silueta, la de un hombre. Se dirigían al saloncito.
Bajé las escaleras descalza y en silencio. El saloncito era una habitación que tenía una ventana al patio, justo al otro lado de la cocina, así que fui a la cocina y crucé los dedos para que no hubieran tomado la precaución de cerrar la ventana.
No sólo esto, sino que encima encendieron la luz de una lámpara. El hombre era un chico de unos treinta años, diez más joven que mi tía.
Sus bocas se sellaron y empecé a ver como el hombre desnudaba los hombros y el torso de mi tía apasionadamente. Mi tía le desabrochaba la camisa y el pantalón. Él puso a mi tía sobre la mesa y le abrió las piernas, y luego, la recostó ligeramente para atrás para quitarle las bragas.
Volvieron a abrazarse y mi tía le sacó la minga al hombre metiendo la mano en sus calzoncillos. El hombre se echó sobre ella y empezaron a copular. Me ponía caliente al verles. Estuvieron varios minutos hasta que finalmente, los dos empezaron a moverse desbocadamente. Se besaron, se abrazaron y empezaron a desandar el camino recorrido. Por un momento pensé que era el novio de mi tía, hasta que le ví sacar la cartera.
De manera que ese era el motivo por el que no teníamos amigos ¿No? Éramos las sobrinas de la puta. Seguramente tan putas como ella o más. Tengo que decir que estudié a mi tía varios días y no parecía que se dedicara a aquello a «full time», pero si que lo debía hacer de vez en cuando. De cualquier forma, el hombre era hermoso y mi tía, también. «Si hubiera tenido dinero, yo me la follaba también» Pensé.
Me dirigí a mi cuarto tras ver desaparecer al varón y ver a mi tía dirigirse a la escalera. Me metí en la cama, per veía a sólo un metro la cama de mi hermana. Dí un salto y me metí dentro.
-¡¿Qué haces?!.-
-¡chisss! He visto a la tía Gloria follando con un cliente.- Era una excusa para que amparándome en un cotilleo, me dejara introducirme en la cama.
-¿Con un cliente?.-
-¡Si! ¡La tita se ha prostituído! ¡Le he visto pagarle!.-
Le conté todo con todo tipo de detalles la escena erótica mientras la abrazaba sin malicia ni dobles intenciones al principio, pero yo sabía que aquello la pondría muy caliente. Después comencé a acariciarle la barriga, alrededor del ombligo. La tenía suave y caliente.
– ¿Qué te parece?-
– Increíble – Me dijo con la voz temblorosa.
– ¿Qué te pasa? ¿Te has puesto caliente?.- Paula cayó mientras bajaba mi mano y la introducía tímidamente por el borde de las bragas
-¿Qué haces? ¡Déjame!.-
No tenía intenciones de dejarla, al revés, de un golpe, metí la mano hasta su clítoris y le acaricié el pecho con la otra, por encima del fino sostén. Intentó escabullirse. Yo puse toda la carne en el asador.- ¿Sabes? He leído tu diario. He leído que te gustaría tener un rollo conmigo…-
-¿Has leído mi diario? ¡Que cerda!.- Intentó sacudirse mis manos y luego se intentó excusar. -¡Yo no pongo eso en mi…-
No la dejé acabar.- ¿Te enrollaste al final con los casados? Quiero decir.. ¿Con el hombre y con la mujer?
-¡Calla! ¡Por favor!.-
Su sexo estaba mojado. Su oposición parecía quebrarse y su sexo empezaba a permanecer quieto entre mis dedos que se empezaban a pringar de sus flujos. Sus pechos se endurecían bajo mi mano. Se dio media vuelta para mirarme.- Si te dejo esta noche…me dejarás en paz.-
– Desde luego…Quítate el camisón.-
Nos deshicimos del camisón rápidamente. La sábana cayó a los pés de la cama. Mi hermana se tendía a lo largo de la cama en la penumbra de la noche y mis labios la besaron en la boca con dulzura y luego con toda la pasión que pude encontrar. Después comencé a lamer sus senos y pezones en el silencio de la noche.
Sus pezones se endurecían en mis labios y mi mano se introdujo de nuevo en sus bragas y se deslizaron en su vientre hasta encontrar de nuevo su clítoris.
Comencé a acariciarlo, apartando sus labios con los dedos. Le imprimía a todo un ritmo lento, parsimonioso, y mi hermana vibrara bajo mi lengua y mis manos. Abría sus piernas y las volvía a cerrar para volverlas a abrir como si una mariposa batiera lentamente sus manos.
Dí un paso más e introduje mi dedo en su sexo, suavemente, hasta la mitad solamente. AL poco tiempo, mis dedos percibieron una humedad desproporcionada. Paula empezó a moverse, a cabalgar bajo mi dedo, tan lentamente como yo la estaba penetrando y la vi morderse un dedo mientras se corría.
La penetré entonces más profundamente y ella movió entonces todo su cuerpo, estremecida por el nuevo estímulo, a pesar de loq ue no conseguí arrancarle un gemido ni un susurro. ¿Tan distinta era a Eva?
Cuando acabó de correrse, la besé durante un rato. La acariciaba, ella estaba quieta devolviéndome los besos. No tardé mucho en volver a mi cama con ambos camisones en la mano. Quería, si me despertaba a la vez que ella, ver orgullosa el cuerpo que había poseído. Estaba ya en mi cama y antes de que se durmiera advertía a Paula.
– Quiero decirte algo, Paula. No te tocaré más si no te masturbas.-
-¿Qué?.-
– Lo que has oído, Paula. Si tú no te masturbas, yo te dejaré en paz, pero como te masturbes…te haré mía para siempre.-
Desde aquel día estuve espiando constantemente a mi hermana. Ponía las orejas tras las puertas, le dejaba a solas para luego entrar sin avisar y así intentaba descubrirla masturbándose, pero no la cogía. No comprendía cómo podía estar controlándose de esa manera ¿O tal vez se masturbaba en silencio? Sospechaba de que se masturbaba en la ducha. El ruido del agua mitigaría cualquier suspiro que se le escapara, así que un día, mientras paseábamos le dije:
– He pensado, Paula, que te duches con la puerta del baño abierta. Lo harás mientras Joaquín está fuera. De esa forma podré vigilarte dentro.- Mi hermana me obedeció sin rechistar. Yo pensaba que amparándome en su resistencia a ducharse con el baño abierto, podría acusarla de masturbarse en silencio en el baño, pero ella obedeció. Abría la puerta del baño. Ella no se asustaba, pues sabía que yo la visitaría. Me asomaba y la descubría tan tranquila.
Pero parecía que en su carácter empezaba a hacer mella la abstinencia, pues estaba nerviosa y malhumorada. Si al menos el chantaje no la haría mía, si estaba contribuyendo a que deseara sexo, y yo podía dárselo. Sería mía aunque no cumpliera mi palabra. Un día llovió hasta el medio día. Salimos las dos de paseo. Paula me trataba un poco con rencor. Al separarnos un poco del pueblo apareció un caracol. Al verlo, baboso, se me ocurrió el tacto que debía tener al pasear por la piel. Lo cogí.
Se lo enseñé a Paula. -¡Vamos!.- Le dije.- ¡Vamos a coger caracoles!.-
Eran unos caracoles de color pardo, enormes.
Cogimos al menos veinte. Entonces comenzó a llover más. Fuimos a casa corriendo, con nuestra bolsita de caracoles y llegamos empapadas, así que subimos a la habitación, no sin recibir una reprimenda de la tía Gloria Mientras nos sacaba los colores me decía a mi misma «Me tengo que follar a esta puta».
Ya en la habitación comenzamos a desnudarnos. Paula se quedó en braguitas. ¡Espera Paula!.- Le dije.- Tiéndete en la cama.-
Paula se tendió, pero de espaldas a mí y me preguntó.- ¿Qué vas a hacer?.- Su pelo mojado le caía bajo la espalda. Sus nalgas aparecían con la piel de gallina.
– No es nada…sólo quiero que sientas esto.- Puse un caracol en su espalda. Se comenzó a deslizar por la piel de Paula. Luego otro y otro. Luego otro en las nalgas, y otro en los muslos, y en la planta de los pies, y en el cuello.
Los caracoles parecían decenas de bocas que lentamente lamían su piel. Ella permanecía quieta, pues no quería aplastar a los animalitos.
Ello me daba libertad. Le bajé las bragas. ¡Qué dócil que era Paula! No me extrañaba que Luis la estuviera pervirtiendo de aquella forma. La cogí de las piernas y se las separé, y coloqué más caracoles entre sus piernas y cada vez más cerca de su sexo. De vez en cuando ella lanzaba un -¿Ya está?.- a nadie, pues yo no le hacía caso.
Era evidente que aquello le ponía caliente, y a mí también. Le quité los caracoles cuando me di cuenta de que el rastro baboso de las animalitos estaban ya poniéndola a cien.
Entonces se puso su toalla alrededor del cuerpo y fue al baño. Puse la oreja pegada a la puerta. Parecía que hoy sí. Entré y la encontré con la mano entre las piernas, sin esponja y los pezones erizados.
Intentó disimular. Ella decía que había sido el frío, yo que había sido la mano. No quise discutir más, pero por la noche. Mientras ella parecía que estaba a punto de dormir me metí de nuevo en su cama.
-¿Qué haces?.-
-Jugar a los caracoles. Lo que ocurre es que los caracoles se han escapado…pero tengo uno mejor.- Pasé mi lengua por su cuello y la sentí estremecerse.
-Bueno…pero sólo esta noche.-
La babosa de mi boca no tuvo nada que envidiar a los caracoles. Lamí sus pezones y su vientre, sus nalgas y los deditos de sus pies, lamí sus ingles y luego su clítoris y su rajita, y un sitio indeterminado que no sabría decir si está debajo del ano o del sexo.
La cierto es que Paula se volvió a correr mientras mi lengua intentaba cambiar de casa. saliendo de mi boca para introducirse en su sexo todo lo que pude.
Se movía en silencio mientras se pellizcaba los pezones y me tocaba el pelo. Ha sido, creo, la primera vez que mi hermana ha tenido un gesto de cariño hacia mí. Me refiero a una caricia.
Al día siguiente busqué su mano mientras paseábamos, pero me rechazó. Me exasperó y la insulté. -¡Eres una estúpida, Paula! ¡Prefieres sacrificarte a darte placer y dármelo a mí! ¡Si fueras una monja lo comprendería!… ¡Si fueras normal lo comprendería!…¡Pero coño! ¡Según tu diario eres una puta pervertida!.-
Paula se dio media vuelta y me abofeteó y se alejó de mi lado corriendo y sollozando, hacia la casa. No nos hablamos en lo que quedó de día, peor por la noche, se acostó tarde. La sentí desnudarse y para mi sorpresa se metió en mi cama. Sentí su piel desnuda en mi espalda y me besó al oído y me dijo en voz muy baja.- Fóllame…soy tuya.-
Me tendí en la cama y ella se puso sobre mí. Sus pechos caían a la altura de mi boca. Me los comí. Comprobé que no llevaba bragas. Mi mano acarició su sexo.
Era mía. No había prisas. Hundí mi dedo en sus sexo mientras me comía sus pechos. Sentí como su interior se iba humedeciendo. Paula se me entregaba sin remilgos. Cabalgaba sobre mi dedo, sin dejar de frotar sus pechos sobre mi cara. Un fugaz orgasmo pareció sacudirle el cuerpo. Entonces buscó mi boca con sus labios y nos besamos. Quiso tenderse al lado, peor se lo impedí.
La cogí de la cintura y coloqué su sexo a la altura de mi cara. Su vientre alía agradable. Era un olor distinto al de Eva, pero me resultaba delicioso. Besé su clítoris entre sus pelitos rubios, muy suaves, tan distintos a los de Eva. ¡Ah Eva! ¿Qué estaría haciendo? ¿Habrían empezado a crecerle los pelitos de su sexo?
Lamí y mordisqueé sus crestita y luego puse mis labios directamente sobre la raja de su sexo, impactando de lleno contra ella, buscando un contacto pleno. Sentí su calor en mis labios, su humedad, la suavidad de su fruta abierta. Separé sus nalgas para que su sexo se abriera más y recibiera mi lengua lo más profundamente que pudiera. Entonces vi su torso desde abajo, con sus tetas bailando al ritmo que movía la cintura y la cadera.
Comenzó a moverse contra mi cara, ahora sin control desbocada, buscando su placer. Hoy no se mordía el dedo queriendo acallar sus susurros amorosos. Suspiraba, gemía levemente y lanzaba en la noche suaves quejidos de amor, hasta quedar saciada íntimamente.
Quedamos las dos tendidas, en silencio AL fin me dijo .- Te amo. Quiero que seas mi dueña durante estas vacaciones.-
-Soy una ama muy exigente.-
-Te lo daré todo.-
-¿Más que a Luis?.-
– Si eres capaz de pedirme más…te lo daré.-
– ¿Sabes? Eres una puta muy bonita.- La besé en la boca y continué diciéndole. – No dudes que te pediré más que Luis…y serás por eso más mía que de él.-
Unas de las pocas distracciones que teníamos en el pueblo era la de bañarnos en el río. Era un pequeño río de agua fría y cristalina. De niñas siempre íbamos allí, pero ese verano, no habíamos ido aún. Así que a la tarde siguiente, convencí, o mejor dicho, indiqué a Paula que iríamos a bañarnos.
Paula y yo nos colocamos el bañador debajo de unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta. Nos dirigimos hacia el río. En un momento dado, cuando ya estábamos lejos del pueblo pero aún no habíamos llegado a un sitio donde estar lejos de miradas indiscretas, me paré para atarme los cordones y entonces creí advertir l a presencia de alguien que nos seguía.
No me puse nerviosa, pues creí identificar al primo Joaquín, y en seguida identifiqué la causa de su actitud: Habíamos comentado en la mesa que iríamos a bañarnos al río. Sin duda la timidez le impedía aceptar la invitación que le habíamos hecho.
Llegamos pronto al sitio donde solíamos bañarnos. Era un sitio apartado, secreto, de difícil acceso y pronto nos zambullimos en el agua, que apenas nos llegaba a la cintura. Nos echábamos agua y nadábamos. Sentía el cuerpo de Paula deslizarse a menudo junto al mío con la suavidad y la armonía de un delfín. Después Paula salió a orinar.
La ví en cuclillas, con la parte de abajo del bikini en la mano. Me acerqué mientras orinaba. Pensé en que si Joaquín se había colocado bien tendría una buena imagen del sexo de Paula. Le cogí las bragas de la mano y salí corriendo.
-¡Ay! ¡Idiota! ¡Devuélvemelas!.- A Paula no pareció cortársele las ganas de hacer pipí.
-¡Ven a por ellas!.- Le gritaba desde el agua
Paula se dirigió hacia mí semidesnuda. Se tiró hacia mí y comenzamos a jugar de nuevo. Tenía las bragas en mis manos y no estaba dispuesta a soltarlas. Paula tiraba de ellas. Al fín, con su cara muy cerca de la mía le dije.
– ¿Sabes? Anoche me dejaste muy caliente. Te devolveré las bragas si cumples.-
– ¿Si cumplo?.-
– Verás. Voy a sentarme en esa piedra de ahí y voy a quitarme las braguitas…y tú me vas a lamer mi coñito limpio de agua pura.-
Paula me besó y yo salí del agua con la parte de debajo de mi bikini y el suyo en la mano. Me senté y le hice una seña para que viniera.
Ella obedeció riendo pícaramente. Se puso de rodillas y metió su cabeza entre mis piernas. Me imaginé la cara del primo Joaquín mientras me veía, cuando empecé a sentir un cosquilleo en mi clítoris casi insensibilizado por las frías aguas.
Mi primo debía de estar mirando el culo de Paula, abierto por estar de rodillas. Separé mis piernas y le acaricié las nalgas. Luego, desabroché el sostén de su espalda y acaricié sus senos, aún mojados, con aquel pezón arrugado por el frío.
Paula movía su lengua a lo largo de mi sexo. Comencé a sentir el placer y el frío dio paso a una hola de calor. Me estrujaba mis pechos cuando no estrujaba los suyos. Arqueé la espalda, suspiré profundamente y comencé a moverme cada vez más violentamente en la cara de Paula.
Me apoyaba con los brazos extendidos y las manos abiertas en la piedra, para empujar mi sexo contra la cara de Paula, hasta que al final salió de mi interior un orgasmo acompañado de una serie de gemidos armoniosamente acompasados con el movimiento de mis caderas. -¡Ohhh Oohhhh Oohhhh.-
Durante la cena, Joaquín ni abrió la boca. No era muy hablador, pero ese día parecía conmocionado. Saber que nos había visto me excitaba mucho más que imaginarlo.
Aquella noche me pasé a la cama de Paula y fue muy agradable sentir que habían desaparecido todos sus prejuicios. Mi mano y mi lengua se apoderaron de su sexo de manera apasionada, casi violenta, sin pedir permiso, sin preocuparme en saber lo que pensaba, lo que sentía. Se corrió casi tan ferozmente como yo la había poseído y luego nos besamos con pasión.
Aquella noche cogí, después de que Paula durmiera y escribí una nota que dejé cerca de la puerta de la entrada, para que la tía Gloria pensara que la dejaría alguien que pasó de noche. Decía así:
«Amada mía. Soy un chico joven. Desde que soy un niño te deseo. Primero como a una madre, ahora como a una mujer. Desearía saber cuál es el precio de tu amor. Te llamaré el jueves a las doce de la mañana.»
Era un mensaje breve. Pero a la mañana siguiente, la tita Gloria no lo mencionó. Lo busqué en la basura. No había rastro de papel. ¿Habría picado? Lo sabría el jueves, cuando la llamara. ¿Por qué el jueves a las doce?. Era fácil de comprender. Era la hora a la que siempre nos llamaba nuestro padre. El jueves fue el único día de las vacaciones que, por indicaciones de mi tía llamamos nosotras, a las once. Ya veréis por qué.
Bueno, siguiendo con mi tema. Esa mañana tropecé con Joaquín en el patio trasero de la casa. El corral. Mi tía tiene en el corral de la casona un montón de gallinas que ponen huevos. Cómo sabía que era responsabilidad de Joaquín su cuidado, pues fui a buscarlo.
-¡Hola Joaqui!.-
– Hola-
Empecé ni conversación hablando de temas sin importancia, de las gallinas, de los estudios, y finalmente… de las chicas. -Y…¿Cómo andas de novia?.-
Joaquín se sonrojó y atinó a decir – No tengo.-
– Pero ¿Te gustará alguna? ¿No?.-
– Si , pero no me hacen caso.-
– Eso es por que eres muy tímido.- Joaquín no contestó
– ¿Sabes? Esa timidez se te cortaría si salieras con alguna chica.-
– ¡Ya! ¿Con cuál?- Fingí no escucharle
– Y mejor sería si esa chica fuera mucho mayor que tú.-
-¡Claro! ¡Y si fuera una modelo y si fuera rica, mejor!.-
– El caso es que creo que tengo la solución para ti…- Joaquín me miraba con expectación. -¡Joaqui! ¿Te gusta Paula?.- Joaqui miraba al suelo colorado y comenzó a tartamudear.
-Yo…yo… no se… no se que decir…La verdad es que…-
-¡Venga! ¿No has visto que culito tiene y que pechos?.- Joaquín callaba. -¿No le viste el coño en el río.? ¿Está buena? ¿Sí o no?-
-¡Coño! ¡Pues claro que está buena!.-
– Bueno, pues yo puedo dejar que te la folles.-
– ¡Anda ya!.-
Hice ademanes de irme pero seguí hablando con desinterés -¿Es que no viste lo que sucedió en el río?.-
-Pues por eso…Si sois lesbianas no os gustan los hombres.-
-Bueno, si somos hermanas, tampoco nos teníamos que follar.- Joaqui ahora me seguía como un perrillo. Finalmente le dije .- Paula no es lesbiana. Es lesbiana por que yo se lo ordenó, lo mismo que sería tu novia si tú quisieras ¿La quieres?.-
-¡Coño! ¡Claro!.-
-¡Pero sólo un ratito cada día!.-
– ¡Bueno!.-
Estaba contenta. Ya me imaginaba a Paula penetrada por mi jovencito primo, pero quería darle más morbo aún a la situación.- Lo que ocurre es que jugar con Paula cuesta dinero ¿Sabes?.-
-¿Cuánto?.-
– Por ser para ti tres.-
Joaquín estuvo pensando y al final dijo – Tengo casi mil ahorradas, pero pronto cobraré lo de la semana y dentro de nada son las fiestas.-
-Bueno…no seremos peseteras. Lo que si te recomiendo es que te aproveches bien. ¡No todos los muchachos de quince recién cumplidos pueden follarse a una chica de veintiún años.-
Miré a las gallinas, cubiertas pe plumas, tan suaves.- ¡Ah! Joaquín. Si ves que vengo con Paula esta mañana pro aquí, no dudes en espiarnos…-
Me costó arrastrar a Paula hacia el gallinero. Le había indicado que se pusiera una falda ancha, de vuelo. Yo tenía unos pantalones cortos. No divertíamos mirando las gallinas. Cogí una de as blancas. Al principio estaba un poco revoltosa, pero finalmente se tranquilizó en mis manos. Le acaricié el cuello, como yo recordaba, suave. Comencé una conversación con Paula.
-¿Sabes? Seguro que Freud pensaría que si toco el cuello de esta gallina es por que veo en él un símbolo fálico.- Paula rió – ¡No te rías! La verdad es que es realmente agradable. Ven tócalo.-
Paula se acercó. Extendió su mano y lo tocó varias veces .- Reconoce que es agradable.- Calló pero siguió acariciándolo.
Puse el culo de la gallina en mi vientre, justo entre las piernas. Aquello parecía un extraño pene, a pesar de lo que Paula siguió acariciándolo inocentemente. Entonces le ordené a Paula.- Súbete la falda.-
Lo que más me gustaba de Paula es que obedecía sin rechistar. Con ambas manos se subía la falda y permaneció así, enseñando sus piernas que acababan en sus braguitas blancas. Metí la cabeza de la gallina entre las dos piernas, entre los muslos, rozando el sexo de mi hermana. La gallina protestaba, la que no decía nada era Paula.
-Ahora..Quítate las bragas y métetelas en un bolsillo. Las plumas del cuello del animal no tardaron en mezclarse con los pelos rubios del sexo de Paula. La cresta de la gallina se confundía con el clítoris de Paula.
-¡Anda! Sube por las escaleras hasta el pajar.- Subí con la gallina en los brazos detrás de ella. Había un montón de paja en un rincón.- ¡Échate ahí!.- Paula obedeció y luego se subió la falda. Su sexo estaba húmedo. Era una nueva Leda aunque el cisne se había convertido en gallina.
Volví a colocar el cuello de la gallina entre los muslos de Paula, que abría y cerraba sus piernas buscando amortiguar las caricias del cuello del animal unas veces, y otras la suavidad que le proporcionaba tanta excitación. Yo pasaba el cuello por el sexo de Paula y la veía cada vez más excitada, cada vez más próxima al orgasmo, hasta que finalmente, ella misma cogió al animal y puso el cuello en las zonas donde más placer le proporcionaba.
Paula se corrió volviendo la cara hacia otro lado, con los ojos cerrados, tal vez fantaseando con la suavidad de las plumas de la gallina. Que finalmente se sintió liberada por fín. Pensaba que Joaquín nos vería desde algún sitio, quizás remoto. – ¿Sabes?.- Le dije a Paula- He pensado que tal vez eches de menos una buena polla.-
Le introduje levemente el dedo en el sexo. – Conozco un chico que te puede hacer el favor. Tengo sólo que convencerlo y…-
Paula se mantenía en silencio. Si había aceptado hacer el amor con una gallina, no podía rechazar casi nada. Esa tarde llamó Luis. Se llevó una alegría muy grande. Yo, por mi parte, me llevé un disgusto. Me puse celosa y temí perderla. Fueron unos minutos interminables.
Ella callaba y sólo decía. «mi amor » de vez en cuando. Apostaría el culo a que le estaba diciendo guarrerías. Pero luego pensé que así la encontraría, tal vez, más caliente de noche. Hay chica que pueden prometerle amor eterno a su novio por teléfono y acostarse al rato con un tío que acaba de conocer en la discoteca.
No se me puede pasar decir que llamé por teléfono a la tita Gloria desde la cabina de la plaza.
-¿ Eres tú? ¿Gloria?.-
– Sí. Yo soy. Dime lo que quieres. Ve al grano.-
– Soy un admirador tuyo desde hace años. Quiero hacerte el amor.-
– Bien. ¡Cuando quieres venir?.-
– El martes de la feria. ¿Cuánto me va a costar?.-
.- Quince mil.-
– ¡Muy caro! ¿no?.-
– ¿Es caro el precio de tu sueño?
Después de pensarlo mucho decidí que quizás no podría reunir el dinero.- Bueno. Cómo queda tiempo te volveré a llamar.- Me costó disimular la voz y el acento, pero creo que conseguí despistar a la tía Gloria.
Había conseguido hacer de Paula una lesbiana incestuosa, pero ahora la tenía que hacer sumisa. Ya de pro sí, la naturaleza de Paula era muy dócil.
Para ello, se me ocurrió que debía empezar esa misma siesta. Paula estaba tendida en la cama, aún despierta. Yo entré y vi sus tobillos desnudos, sobre la sábana. Sus piernas relajadas salir de los pantalones cortos y los pechos marcando los pezones bajo la camiseta.
-¿A ver? Un momento , Paula.- Tenía una cuerda en el bolsillo que saqué. Me senté junto a sus piés y tras sobárselos disimuladamente, le até los pulgares. Mi hermana miraba expectante. Luego paseé la cuerda por las plantas de los piés y terminé atándole los tobillos.
– ¿Por qué me atas? –
-¡Caya!.-
Le cogí las manos y se las até, procediendo de la misma forma. Le até los pulgares y luego pasé la cuerda por cada dedo, para finalizar atándole las muñecas. Volvió a preguntarme por qué le ataba. Le expliqué que permanecería así atada unos tres cuartos de hora. -Ha empezado tu adiestramiento.-
-¿Mi adiestramiento? ¿Para qué?-
– Para putita sumisa.- Cerré la puerta y me eché en mi cama, recreándome viéndola atada.
La desaté al fin, pasó la tarde como si tal cosa. Pero dentro me hervía un sentimiento de posesión. La veía tan hermosa, tan elegante. Por la noche me adelanté a ella en ir al dormitorio.
Cuando ella entró yo estaba preparada. La dejé que se desnudara y cuando estaba en bragas, lista para ponerse el camisón, me puse frente a ella y la besé. Tomé sus manos y las puse en su espalda.
Mientras la besaba, Paula me permitió que le atara las manos a la espalda. Paula no dijo ni pío. Es más, adivinaba su turbación y su excitación. Le abrí la cama y la tapé.
Esperé a que la tía y mi primo durmieran. Entonces fui a su cama. Ella todavía estaba despierta. Sin contemplaciones le arranqué las bragas y le ordené que se pusiera de rodillas sobre la cama, pero con las piernas bien abiertas. Me pareció que sus bragas estaban húmedas. Efectivamente, lo estaban ligeramente.
Volvía a acostarme. Me regocijaba viendo su figura en la penumbra, El brillo de la luna reflejado en sus pechos, en su espalda. A los veinte minutos me levanté y me coloqué de rodillas justo frente a ella. Metí mi mano entre sus piernas. Acaricié su sexo indefenso Lo acaricié hasta sentir en la penumbra que mis dedos la empezaban a excitar. La ponían al límite del deseo.
La cogí del cuello y la eché contra mis hombros. Sentí su boca en mi clavícula. La tenía agarrada del cogote. En ese momento introduje un par de dedos en su sexo, posando la palma de mi mano sobre su clítoris que asomaba entre los labios abiertos y comencé a sacar y meter mis dedos dentro de ella. La sentí vibrar contra mí, tiritar, frotar sus pechos contra los míos. Entonces la agarré de los pelos y le dí un beso fuerte, casi una penetración de beso.
Tiré de los pelos hacia detrás. A duras penas pudo tenderse y entonces, extendida bajo mí, empezó a sentir el paso de mi lengua por sus pechos y finalmente, sobre su sexo, compartiendo la rica fruta con mis dedos, que volvían a penetrarla. Mis labios contenían su clítoris, lo presionaban mientras mis dedos salían y se metían de su sexo. Yo misma me intentaba masturbar deslizando una mano por debajo de mí hasta mi sexo.
Paula entonces comenzó a correrse. La hice mía mientras su orgasmo se prolongaba.- Como no podía morderse el dedo, intentaba relajarse para evitar emitir un suspiro que despertara a mi tía.
Después la obligué a darse la vuelta. Le besé las nalgas y el sexo, por detrás, separándole las nalgas. Yo estaba muy excitada. Vi sus deditos, trabados entre sí en la espalda y comencé a chupetearlos. Luego todo mi cuerpo se extendió sobre ella, pero abría mis piernas para que mi clítoris rozara con sus nalgas y mis pechos tropezaban con su espalda. Sentía sus manos en mi vientre.
Me restregué contra ella hasta que el roce consiguió arrancarme un orgasmo, que festejé restregándome con más fuerza aún sobre Paula.
La dejé así atada sobre el colchón un rato más. De vez en cuando me acercaba y le sobaba las nalgas para calentarla. Hasta que la solté para que pasara el resto de la noche.
Mis sesiones de bondage continuaron a la mañana siguiente. Paseábamos por el camino que conducía al bosque. Los árboles espesaban a un lado del camino. Empujé a Paula hacia allí. Paula llevaba falda, por orden mía. Yo se lo había pedido así para que ese camino hasta una de los árboles se le hiciera duro.
La falda se enganchaba y casi se desprendía de su cuerpo. Los arbustos a veces le pinchaban y le arañaban, Al llegar a un pino, la cogí de las manos y la até, de cara al pino. Tiré de su cintura hacia detrás y le bajé las bragas. Le ordené que abriera las piernas todo lo podía, que no era gran cosa, pues tenía las bragas en las rodillas. Entonces metí mi mano por detrás de ella hacia su clítoris.
Mi mano tenía todo su sexo. Tiré de su pelo hacia detrás. Ella gritó.- ¡Grita todo lo que quieras, Puta!.- Hinqué mi dedo en su raja.- ¡Aquí no creo que te oigan!.
Comencé a menear mi dedo dentro de su sexo y me acerqué a su oreja para decirle con suavidad.- Aunque creo que Joaquín nos espía desde hace tiempo.-
Paula suspiró y pareció muy excitada al saberse observada. Yo seguí diciéndole cosas.- ¿Sabes? Me ha dicho si puede follarte. ¿Qué te parece?.- Paula callaba pero comenzaba a moverse contra mi mano, buscando el máximo contacto, la máxima penetración.
– Yo le he dicho que sí.- Paula se restregaba contra mí con fuerza, impregnándome de sus flujos. Yo hablaba a rachas, concentrándome en proporcionarle el máximo placer. – Pero qué tiene que pagar por ti… No será mucho… 3 euros el polvo… Una digna sobrina de la tita Gloria.-
En ese momento, Paula comenzó a correrse, moviendo las caderas y flexionando las piernas. Para apoyar mi mano, coloqué mi rodilla bajo ella y al presionarla, conseguía que los dedos se hincaran en Paula profundamente.
Me quedé con las bragas de Paula, que hizo el camino de vuelta con el sexo al descubierto. La sentía suspirar excitada cada vez que, al tropezar con alguien del pueblo nos saludaba amablemente.