Me ascendieron, pero yo deseaba a aquella chica y estaba dispuesto a hacer lo que fuese por conseguirla. Entonces todavía no estaba casado y tenía 32 años, diez más que ella, una jovencita de 22.
La típica muchacha treintañera a la que cualquier hombre caballeroso lo ofrece un libro para que lo lea, por pura amistad, y ella enseguida se da cuenta de que lo que quiere es acostarse con ella.
Comencé por frotar mi pene en el clítoris de Jane que estaba tumbada en la cama. Luego me follé a la rubia directamente, apoyando mis fuertes brazos a ambos lados. Lo hacía sin condón. Siempre me arriesgo y creo que las mujeres con las que me acuesto ya han tomado las debidas precauciones.
Un sábado por la mañana entre en una tienda de ropa. Me quería comprar unos pantalones. La chica que me atendía era rubia, alta, estilizada, muy bonita. Me di cuenta enseguida de que me miraba con ojos seductores.
En realidad iba a ir mi marido también pero al final le convencí para que no fuese. Así que Richard, mi hermano estaba engañado porque creía que no íbamos a estar los dos solos allí perdidos en el campo.
Hubo otro fogonazo de luz y la bestia se convirtió en una joven pelirroja (teñida) bastante guapa, de unos 24 años y sobre todo con un cuerpo espectacular.
Las secuelas de la actitud de mi padre fue mi timidez y mi soledad y también la de mi madre. Ella sabía que a mí me costaba salir con chicas. Y yo sabía que mi madre no disfrutaba con mi padre.
Les voy a contar una historia verdadera. Me llamo Ramón. Tengo 33 años. Tengo dos compañera de trabajo. Ambas creo que tienen unos 24 años. Las dos son muy atractivas. Miriam es rubia, de ojos verdes y con un cuerpo parecido al de Britney Spears.
Es curioso como puedes pasar conviviendo con compañeros de trabajo durante años y de pronto descubrir un buen día que te sientes atraída por ellos, o que te han sabido seducir.
El chico abre los ojos como platos. Entra una despampanante mujer vestida con una espectacular cazadora negra, que tapa una camiseta roja; y debajo unos ceñidos pantalones que comprimen unas poderosas piernas y unas nalgas de ensueño.
Así que mis masturbaciones son constantes. A veces y sobre todo cuando era adolescente tenía que hacerme una paja cada hora. Además luego está la gente y sus comentarios. A veces voy por la calle y me reconocen y dicen:: "No es aquel que va por allí el hombre ninfómano". Y eso me traumatiza.
Vimos una película erótica en televisión y creo que fue Elena, que es la peor de los tres la que propuso que hiciésemos una sesión de porno duro, con la condición de que que no lo fuésemos a hacer nunca más. Elena me confesó que se derretía por mí.
Por cierto que bien que la chupaba y que hombría la de mi marido que aguantaba sin correrse. Yo tengo una teoría de que los verdaderos hombres son los que aguantan en la cama, y además saben imponerse a los demás aunque tenga que dar una buena hostia.
Como tenía que estar pasándoselo el viejo con esa ternura que tenía debajo. Pues bien parecía más bien al revés. Los movimientos del viejo enloquecían a la chica que no dejaba de aullar. Ya estaba atrapada. Intenté ayudarla metiéndole al viejo dos dedos en su culo. Entonces me señaló encima de una repisa donde había una prótesis, un consolador.
Esa delicia carnosa y juvenil. Eufórico levanté a Tania de mí y me puse a lamerle el coño a la rusa. Y Mónica se puso a hacer lo mismo. Que gozo me produjo ver a la puta sonriendo por el placer que le estábamos dando con nuestras lenguas al mismo tiempo.
Parece que la discusión se terminó y Paula se fue al servicio. La madre, Sandra puso un disco. Puso a Dionne Warwick . Se abalanzó sobre mí y nos echamos un bailecito. Me cogió de la mano y se la llevó debajo de su falda. Yo metí mano por debajo de las bragas y acaricié su sexo empapado.
Quería impedir que viese que el pene de mi hijo, estaba en erección. No se me ocurrió otra cosa que tumbarme cuan larga era sobre él. ¡Que tonta!, luego pensé. ¡Qué bobada acababa de hacer!. Encima ahora pensarían que nos estábamos dando el lote.
Me la lleve hasta la base de un árbol. Me la volví a poner encima y pretendía sujetarla con los brazos y así subirla y bajarla pero no aguantaba el peso. La chica me echaba su oloroso aliento. Otra vez me levanté, miré por si acaso., y vi como una cuesta de hierba.
Yo instintiva y silenciosamente le metí el pulgar en su boca. Recuerdo que llegaba a tocar su campañilla. Luego me beso, me metió la lengua. Yo sobé sus tetas apretándolas. Si mi pene medía 20 ahora medía 21.
Me senté en un borde, llegándome el agua hasta la cintura, mi novia en medio y Sandra en el otro lado. Lo de que se trataba realmente era de lavarnos mutuamente la cabeza; así mi novia enjabonó mi pelo y empezó a restregar.
Cuando vio que me lo iba a trincar volvió su cara a un lado en un signo evidente de rechazo y asco. Pero yo me senté encima de él. Me introduje su pene en mi vagina. Lo estaba violentando. Me movía hacia delante y hacia atrás y él hacia fuerza para soltarse pero estaba bien atado. Se le oía también gemir pero era por que intentaba decir algo.