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Liria III: y Eros

Liria III: y Eros

Lo que me contó de Jazmín no me alarmó y tampoco me pareció fuera de lugar.

Creo que hasta sentí cierta excitación con su anécdota.

Realmente ella era una persona muy especial, todos en el trabajo la apreciábamos y cuidábamos con gran celo.

Representaba muchas cosas, tales como: amiga, hermana, novia, esposa y hasta madre para ambos sexos.

Nos preocupábamos por su soledad aunque ella decía que sabía cómo afrontar todas las cosas y realmente le creíamos por su trato hacia nosotros.

La única visita que recibía era la mía.

Así poco a poco fui conociendo su departamento, lamentablemente ya no tenía a Jazmín; debió de darlo a unas personas, pues se convirtió en un perro demasiado grande para que le permitiera tenerlo en el edificio.

Me comentó que extrañaba las cogidas y mamadas que se daban mutuamente, además de la cantidad de leche que le daba por la boca y la concha.

Yo también le comenté que el último chico con el cual salí me dejó sin más, aunque no me importó, pues no era bueno en la cama y siempre me dejaba muy caliente, aunque estaba sintiendo la necesidad de una buena verga dentro de mi.

“Yo me cuido mucho en todas mis necesidades corporales” decía “desde la salud, que comenzó por lo que le pasó a Aarón, otros cuidados propios de la mujer y también necesidades como satisfacer mis instintos sexuales; me gusta ser sincera, no me preocupa la opinión ajena; hago lo que me hace sentir bien a mi. Además soy muy higiénica, me levanto y me baño, luego que vuelvo del trabajo antes de acostarme repito el rito del baño. Los días que no trabajo y hago quehaceres de la casa me baño hasta cuatro veces si es necesario y para el relajamiento del cuerpo me compré un yacuzi para darme largos hidromasajes, mientras, leo un buen libro, o sólo cierro los ojos, o hago ciertas cosillas”.

Esta última frase agudizó mis sentidos y dejó una incógnita en mi.

Como siempre que estaba en su casa conmigo, tenía puesta una bata corta que terminaba sobre sus rodillas.

Así preparó la cena, levantó los trastos para poner en el lava vajilla.

Antes de pasar a su estar para disfrutar de un buen café con su licor preferido me dijo que deseaba darse un buen hidromasaje.

Si yo deseaba podía ver televisión en su receptor gigante, escuchar música en su centro musical.

O si me parecía bien, podíamos charlar mientras estaba sumergida en el agua.

Se fue a preparar su baño, me quedé sentada pensando en eso de “las cosillas”

Su llamada me libró del pensamiento y fui a su encuentro.

Guiándome por la voz llegué hasta ella, era una parte del piso que no conocía.

Sólo conocía su sala, comedor, cocina, dormitorio de ella, de huéspedes (que yo utilizaba algunas veces a su invitación) y el baño pequeño.

Era antes un pequeño estudio, como ya no le daba utilidad, lo convirtió en su sala de relax.

Hacía algún ejercicio que se notaba, pues, a pesar de su baja estatura era incansable y ágil de movimientos, que demostraba bailando y amenizando las veladas del grupo.

El jacuzzi era elevado, sobresalía sobre un ángulo, de color rojo (su color favorito) dentro y fuera, con grifos dorados que tenían piedras amatistas incrustadas.

Ella estaba dentro, del agua salía un vapor tenue, también un suave aroma (le ponía sales) , el líquido burbujeaba al impulso de los chorros que salían por varios agujeros al efecto dentro de él.

No había espuma de jabón. Me recibió con una sonrisa, como preguntando mi opinión, mientras impulsaba el elemento con su manos y brazos como intentando apartarla.

El cuerpo sonrosado de ella sobresalía en el oscuro fondo, aunque se difundía en el fragor del movimiento del agua. La observé con curiosidad y ansiedad tratando de adivinar como era en todo su forma oculta.

Charlamos un rato hasta que la conversación se desvió a recuerdos sexuales de ambas.

Comenzamos un anecdotario lleno de adjetivos y ciertas onomatopeyas relacionados a los actos del sexo.

En el interín comentamos ambas, casi al unísono, que teníamos una excitación que nos mojaba, sentíamos la concha llena de flujos y jugos.

Ya comenzamos con palabras más directas sobre el particular, excitándonos más a cada frase.

Recordé sus “cosillas”, directamente le pregunté si se trataba del tema que platicábamos.

Me respondió que sí, pero más que nada como aplacar “sus necesidades corporales” que había mencionado a poco de yo llegar.

La miré con desconcierto. Replicó directamente. “Me masturbo cuando mi ansia es superlativa, como ahora”, entonces vi que su mano se movía dentro del agua con cierto ritmo.

No me asombré, pues de ella sólo se pueden esperar respuestas directas, no tiene rodeos.

Cierto fue que mi cerebro hizo un clic dentro que avivó mi curiosidad, con cierto aire de deseo de hacer lo mismo que ella.

Comentó. “Quiero tener una enorme verga dentro de mi, que me llene de placer”.

Le repliqué eso no me parecía posible, salvo que saliera así y se enganchara al primero que pase. Dijo: “Para coger con alguien, debo primero tener tiempo para conocerlo y sobre todo saber que no se acuesta con cualquiera. El proceso es de tiempo y yo tengo la urgencia ya”

Le hice una mueca cuestionando como lo hace.

“Simple, tengo juguetes sexuales. Una enorme verga muy suave que parece real, otra un poco mas fina y algo más larga, un vibrador y una serpiente.

Estas sales aromáticas en el agua, el chorro que se bate en mi coño y la temperatura, le dan mas excitación a mi cuerpo. Además de la plática que nos cruzamos. Abre la gaveta debajo del lavabo, allí están mis juguetes”

Hice lo que me pidió, me acerqué al lugar indicado, había un espejo con una forma peculiar, su marco era el de un dios romano (lo supuse pues estaba coronado por una cabeza humana con ramas de cómo de olivo).

“Ese es el dios Eros de los romanos del amor y el sexo, es decir de la lujuria” me comentó.

Abrí el cajón, vi sus enseres y sobre todo las pollas que eran como parte amputada del cuerpo de un hombre, mi sangre baño mis neuronas.

Cuando se las di, me dijo: “Miraste con lujuria mis instrumentos, me percaté que te dieron ganas de probar, es Eros el depositario del deseo sexual”.

Asentí con la cabeza, no podía apartar los ojos de ellos, mi cuerpo pedía sexo y mi mente me impulsaba a hacer la prueba, el Eros me había atrapado.

“Quítate la ropa con confianza, ambas somos mujeres, entra en el yacuzi y relájate”

Muy rápido me despojé de la vestimenta, ella me observaba, sobre todo cuando me fui quitando las bragas.

Tengo mi pubis prolijamente rasurado, a pesar que poseo muy poco bello, por lo que se ve muy bien su piel sin las sombras que se insinúa cuando se tiene mucho pelo y oscuro.

Los labios de mi vagina son delgados, apenas abultados, mi coño es muy rosado, aunque asoma bastante fuera y sobre todo cuando estoy excitada como en ese momento.

Ella miraba con sus ojos muy brillantes y pícaros todos mis movimientos denotando cierta ansiedad.

También me observaba el busto, de tetas grandes, firmes, con pezones rodeados por un halo oscuro, que al momento tenía erguidos por la calentura.

Ingresé al agua, a medida que me sumergía el vapor aromático penetraba todos mis sentidos exaltándome más, mis jugos comenzaron a hacer brillar mi clítoris y a abultar algo mas los labios que lo rodean.

Me senté, ella me masajeó con afán de distenderme más, aunque sólo logró calentarme más pues estaba demorándome en probar lo que ansiaba: tener uno de sus falos dentro de mi concha llena de placentero jugo.

Ambas quedamos en silencio sumidas en nuestras fantasías personales, Liria rompió el silencio al salirse del jacuzzi, con un ademán me insinuó que también lo hiciera.

Se acostó en una grande y mullida alfombra que había a un lado,. Sin secarse, con las piernas muy separadas, comenzó a frotar en los labios de su concha la punta de la enorme verga.

Yo estaba muy caliente observándola. Pasó algo viscoso, de aspecto graso por el falo, lo acarició como si fuera real, mientras lamía sus labios lo fue penetrando en su concha con suaves vaivenes, dentro, fuera, dentro fuera…

Empecé a sentir que me quería correr, pequeños estremecimientos me recorrían comenzando en mi concha hasta llegar a mi vientre.

No podía dejar de ver a Liria dándole cada vez más rápido a su auto penetración, acompañada de susurros y gemidos de placer.

Supe que tuvo un orgasmo cuando la mandó muy dentro de ella y por un instante apretó la verga con ambas piernas mientras su cuerpo se sacudía en pequeños y sucesivos espasmos.

Empecé yo con el juego, me olvidé de la barbie de la cual seguían emergiendo gemidos placenteros.

Durante muy largo rato me di de verga y orgasmos, hasta que me sentí cansada de brazos, aún quería más.

Me detuve, miré a mi pequeña amiga, amabas estábamos recuperando aliento, con la diferencia que ella metía sus dedos dentro de si sacando su propia leche y bebiéndola. Me inspiró e hice igual. El gusto de mis jugos me excitó, sentí deseos y le pedí me prestara probar su candela, quería sentir el tamaño en mi concha.

Intercambiamos, le dimos otro rato, luego observé que Liria se ponía en cuclillas.

Las vergas tenían en su nacimiento ventosas, puso ésta en el piso cerámico y quedó muy parada, enhiesta, como en el cuerpo del macho.

Mi mente obligaba a mis ojos a seguir el progreso de lo que vendría, mientras hacía calentar más mi sangre y bombear a mil mi corazón.

Volvió a pasar el lubricante en la polla, puso los labios de su vagina en ella y llenó su vulva; comenzó a menearse, a subir y bajar su cadera.

Cuando tuvo un orgasmo, que se insinuó por la manera de dejarse caer sobre el mástil parado, quedó un instante quietecita saboreando la magnífica acabada.

Mientras miraba yo ya hacía lo mismo, con la diferencia que mis lecheadas eran más rápidas por el hecho de que la veía a ella al mismo tiempo.

Volvió al ataque, otra vez el gel sobre el vergajo, también su culo recibió el tratamiento con dos dedos llenos del resbaloso producto. Presté mayor atención, aunque ya me imaginaba el desenlace.

Tomó sus glúteos con sus manos dejando muy abierto el agujero, lentamente descendió sobre la erguida estaca, cuando los bultos emblemáticos del macho tocaron sus nalgas, quitó las manos de ellas, cerró los ojos y otra vez el conocido vaivén rítmico de la relación sexual.

El movimiento fue cada vez más enérgico, suspirando a cada caída, gimiendo cada vez más fuertemente.

Al poco tiempo emitió un grito, su ansiedad fue colmada, estertores de placer llenaban el ambiente.

Los ruidosos gemidos de ella y míos, sonaban a coro, pues yo, para no variar había realizado el mismo rito de mi amiga Liria, viéndola acabar tuve tres orgasmos múltiples.

Nos miramos a los ojos, luego nuestros culos atravesados, un pequeño gemido por separado, nos desclavamos y nos tiramos sobre la alfombra a dormir el sueño de las amazonas.

Continúa la serie << Liria II: y Jazmín Liria IV: y Flor >>

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