Capítulo 4

Julia, una chica dominante IV

Después de esto, mi hermana estaba preparada para recibir a Joaquín, así que le dije que a última hora de la tarde fuera a la azotea.

La azotea era una terraza que había sobre el último piso.

Era pequeña, pero tenía las siguientes ventajas. Estaba a cubierta y sólo tenía una entrada, fácilmente vigilable

Así que esa tarde, durante la siesta, volví a atar a Paula de pies y brazos. La tuve así hasta que llegó la hora señalada.

La tita Gloria no estaba.

Siempre iba a comprar a esa hora y tardaba una barbaridad. Así que puse un pañuelo tupido en los ojos de Paula. Luego la desaté de los piés.

La conduje descalza hacia las escaleras que subían a la azotea y luego por los escalones hacia la terraza. Joaquín me seguía visible pero en silencio.

En la terraza había unas arandelas que habían servido para sostener la antena de la televisión.

Ahora estaban vacías y sin utilidad. Me venían bien, pues permitían atar a Paula allí, lejos de miradas indiscretas.

Pasé el cabo de la cuerda con que tenía atada las manos por el agujero de la arandela y luego, envolviendo su cuerpo, de nuevo regresó la cuerda a las manos de Eva.

Tiré de la cuerda. Paula quedó atada y pegada a la pared.

Le subí la falda y le bajé las bragas y le ordené que separara las piernas.

Tenía un culo redondo. Joaquín había subido y la miraba discretamente, aunque los ojos se le salían de las órbitas.

Me puse de rodillas frente al culo de Paula, tiré de sus caderas hacia detrás, obligando a Paula a arquear la espalda lo que la cuerda permitía y puse mi boca entre las nalgas, el sexo y los muslos, dando unos besos muy tiernos que tenían que ponerla a cien.

Cuando supe que estaba muy caliente, le hice una seña a Joaquín.

Vino y se puso de rodillas como yo había hecho y comenzó a besar las nalgas donde yo lo había hecho. Pero Paula debió de darse cuenta.

-¿Julia?.-

-¿Qué?.- Le respondí mientras Joaquín la besaba.

-¿Quién está detrás?.-

-Joaquín.-

Paula comenzó a quejarse.

-¡Échalo! ¡Dile que se vaya!.-

-¡No!. He hecho un trato con él y él va a ser tu novio estas vacaciones.-

-¡Pero! ¿Cómo va a ser mi novio? ¡Mi novio es Luís!.-

-Luis está muy lejos. Tu coño está inactivo y puedo sacarle un rendimiento. Así que ¡Calla ya y aguanta.-

Joaquín no dejaba de lamerle a Paula las nalgas. Yo le animé a que diera un paso más.

-¡Anda chaval! ¡Cómele la raja!.-

-Es que…es que…-

-Es que ¿Qué?.-

-Es que me da no se qué el pelo.-

-¡Vaya! ¡No te preocupes! ¡La próxima vez te la daré sin pelo!.-

Joaquín me miró agradecido y se sinceró conmigo .- Hay otra cosa. Yo no lo he hecho nunca.-

Después de cavilar un rato le dije. -Bueno, eso se aprende practicando.-

Separé a Joaquín de Paula un poco bruscamente. -Mira.- Le dije. -A las hembras hay que tratarlas así.-

Agarré a Paula de los pelos y tiré de ellos hacia detrás. No podía consentir que hubiera rechistado de aquella forma.

Luego metí la mano por detrás, entre sus muslos y alcancé su sexo humedecido, y sin contemplaciones, y casi apretando los dientes, comencé a hincar mis dedos en su sexo, presionándolo con fuerza, agarrándolo más que cogiéndolo.

Sentí la humedad de su raja en la yema de los dedos y los hinqué hasta sentirla en toda su largura, luego comencé a agitarlos hasta conseguir que Paula se corriera.

Tenía una tarea por delante. Hablé con Joaquín y le exigí sólo doce euros por haber lamido a Paula.

No quería perder tiempo. Paula pasó el resto del día muy enfadado conmigo hasta la noche… Podía estar triste, mohina o enfadada, pero no consentía que me desobedeciera.

Además, el fornicar con hombres, sin previo aviso y sin su consentimiento, era una de las cosas que debía de aprender.

Me fastidiaba más porque ella lo había hecho con Luis, y no podía negarse a ser cedida por mí.

Yo sabía que ella se afeitaba los pelitos de vez en cuando…

No tardé en dar con su cuchilla. Tenía un barreñito y una pastilla de jabón de baño. Paula salió sola esa noche.

No quería estar conmigo.

Otra cosa que no le perdonaba. Me temía que Paula no quisiera ser ya mi sierva sumisa.

Si se lo pedía de buenas, si le daba una explicación, me rechazaría. Era mejor pasar a la ofensiva.

Cuando llegó de darse el paseo, me encontró enfadada. Su actitud, al verme, cambió. Parecía que ahora era ella la que temía perderme.

Seguí así hasta la noche. Me fui a acostar antes, aunque quería que pensara que era por mi mosqueo, la verdad es que fui a preparar agua caliente en el barreñito.

Paula vino al rato y comenzó a desnudarse. Cuando estab en bragas se acercó a mi cama. -¿Julia? ¿Te has enfadado?.-

No la miraba.- ¡Sí!.-

-¿Por qué?-

-¡De manera que no quieres hacerlo con tu primo y te vas a dar un paseo a hacerlo con cualquier cateto!.-

Paula se enderezó. -¡Yo no he hecho nada –

-¿Cómo que no? ¡Si tienes las bragas manchadas!.-

-¿Manchadas?.-

-¡Si! ¡Aquí!.-

Estiré la mano hacia su sexo. Paula me recibió de nuevo sumisa.

No se lo esperaba. Volví a acariciar su sexo como queriéndolo agarrar por entero.

Paula me permitía que la tocara, lo mismo que luego me permitió que la llevara a su cama y que le atara las manos al cabecero.

Puse la almohada entre su cabeza y los brazos, de forma que si la tita entraba no la vería atada.

Esperé a que todos en la casa durmieran y luego, le quité las bragas a Paula, que se despertó al sentirme sobre ella. – ¡A ver! ¡Abre la boca!.-

Hice una pelota con sus bragas y se las metí para que no pudiera hablar, ni quejarse.

Entonces, até las piernas de Paula a las patas de la cama, pero coloqué la silla donde poníamos la ropa entre ellas, a la altura de las rodillas. Paula me ofrecía su sexo.

Me puse sobre ella, deshaciéndome del camisón, en la posición del sesenta y nueve, sólo que estaba sentada sobre su torso.

Puse la bacinilla al lado de la coma y tras mojar el jabón, lo restregué en el sexo de Paula, llenándola de espuma.

Pasé la mano. Estaba resbaloso. La luz de la luna no era suficiente, así que encendí la luz de la lamparilla.

Comencé a pasar la cuchilla por su pubis.

Era el segundo coño que afeitaba en mi vida y lo hice lentamente pero a conciencia.

Quedaban unos restos blancos que limpié mojando una toalla en el barreñito. Le quité las bragas a Paula de la boca y se puso a susurrar emocionada.- ¡Que me has hecho! ¡Qué me has hecho!.-

No le respondí. Me puse a besarle las rodillas y los muslos. Alcancé con la boca hasta sus piés. Sentí en mis pezones la piel suave de su sexo, y puse a restregarme contra él. Mis pezones se tropezaban con su clítoris mientras mis mejillas se rozaban con la parte interior de sus rodillas.

Estuve así una rato. Aquello nos calentaba a las dos, así que puse mi boca sobre su sexo, que olía a jabón de baño. Hundí mi cara y comencé a saborear la sal de sus jugos.

Sentí la barbilla suya en mi sexo, y luego , de repente, su boca intentar atrapar mi sexo, que aún estaba cubierto por mis bragas.

Me hacía cosquillas y me excitaba. Vi la maquinilla a un lado de la cama. La cogí por la cabeza e introduje el mango dentro de su sexo un instante, para volverlo a hacer mío y de mis labios.

Decidí follar con Paula. Me puse de pié y me quité las bragas. La solté de uno de los pies y quité la silla de entre sus piernas y me metí yo. Metí una pierna entre las suyas y luego, mi cuerpo. Nuestros coños se aproximaron hasta entrar en contacto.

Nuestros jugos se mezclaron Puse un pié sobre mi pecho y lo acariciaba toscamente mientras yo misma probaba el sabor de sus diminutos dedos en mi boca. Comencé a golpear coño contra coño durante un tiempo. Mi excitación aumentaba.

Vi el jabón sobre la mesita de noche. Lo alcancé. No se debe hacer, pero puse la pastilla de jabón entre nuestros sexo. Aquella dureza se me incrustaba en el sexo.

La pastilla no podía escaparse entre nuestros sexo y los cuatro muslos. El orgasmo era inminente.

Estábamos a punto cuando a causa de la excitación, la pastilla se escurrió. Entonces nuestros coños volvieron a entrar en un escurridizo contacto y comenzamos las dos a corrernos casi a la vez, conteniendo nuestros gemidos de placer.

Me eché sobre ella y la besé apasionadamente. Sentí abrirse una puerta. Pensé que podían descubrirnos. Mi corazón se aceleró. Pero al fín me dí cuenta que era Joaquín que se dirigía hacia el servicio.

Tapé a Paula y abrí nuestra puerta. Al verle volver le hice una seña. Joaquín acudió y desde la puerta pudo ver cómo destapaba a Paula, desnuda y atada. Le hice una seña y entró.

Paula parecía resignada. Le solté la otra pierna que quedaba por atar, pero no le solté de las manos. Joaquín se acercó e inspeccionó el sexo desnudo y sin pelo de Paula. Lo acarició entusiasmado.

.-¡Quítate los calzoncillos! ¡Hombre!.-

La picha de Joaquín apareció ya bastante excitada y entonces me dí cuenta de un detalle.- ¿Has traído preservatido?.-

-¿Preser?..No.-

-¡Joder! ¡Entonces no se la puedes meter…!- Vi la cara de decepción.- ¡Bueno, te va a hacer una macoca!.-

Acerqué al chico hasta la cara de Paula y la solté a ella de una mano. Cogió el pene del chico y besó la cabecita.

Luego, pesó la lengua por debajo de la cabeza una y otra vez, mientras acariciaba con su mano la picha y los testículos.

El chico comenzó a acariciarle el pecho. Su pene estaba ya totalmente excitado. Paula metió la cabeza entre los labios y podía adivinar su lengua bajo el prepucio, mientras agarraba el escroto del primo.

Después empezó a mover su cabeza y con ella la boca y el pene del chico aparecía y desaparecía dentro de su boca, hasta que por un gesto, adiviné que Joaquín empezaba a eyacular. Sacó la picha de su boca y empezó a menearle el pito con la mano.

Paula tuvo un reflejo y puso su cuerpo en la trayectoria del semen, evitando que manchara la sábana. Pero el semen cayó en sus pechos. Joaqui acarició la cabeza de Paula y a indicación mía se fue.

Paula extendió el semen por su pecho, como queriendo deshacerse de él. Me di cuenta y volví a atar su mano, para que el semen se le secara sobre la piel, y sólo la solté por la mañana, al despertarme.

Joaquín vino con una moneda de quinientas para pagarme. Le dije que se comprara preservativos con ella. Me lo agradeció, pero me dijo que le daba mucho corte.

Cogí la moneda y yo misma los compré. La chica de la farmacia me miró un poco perpleja. Yo tan joven no debía usar preservativos.

Yo la conocía. Seguro que cotillearía el asunto. Era una chica de veinte años, Había sido amiga de Paula. Era una chica morena de cara largada y estaba muy buena, la verdad. Se llamaba Beatriz, y de buena gana me hubiera acostado con ella.

Esa misma mañana me dirigía una cabina telefónica y llamé a casa de la tía Gloria. Mi respiración se aceleró al oírla descolgar el teléfono y sentirla preguntar -¿Diga?.- Enmudecí.- ¡Quién es?.- Colgué el teléfono. Me tranquilicé. Repasé de nuevo lo que desde hacía dos días tenía pensado y en seguida, respiré hondo y volví a llamar.

-¿Sí? ¿Doña Gloria?. Soy su admirador secreto.- Dije esforzando la voz, haciéndola más ronca de lo que era en realidad

-¡Ah! ¡Ya! ¡El del papelito!.-

-Si…me gustaría ir a su casa una noche. ¿Podría ser?.-

-¡Hombre! ¡Pagando…!

– ¿Cuánto?.-

– Pues diez eurillos.-

– Vale, muy bien.-

– ¿Cuándo vendría?.-

– Voy a estar fuera unos días..¿Le parece el martes de la semana de las fiestas?.-

– Si, me parece bien…venga Usted sobre las dos o las tres, que estará mi chiquillo y mis sobrinas en la feria.-

Cuando llegué a la casa, mi tía canturreaba. Me pregunté entonces si su dedicación a la prostitución no obedecía a la falta de sexo conyugal en lugar de a motivaciones económicas.

Encontré a Paula tendida en su cama, de espaldas a mí, leyendo. Miraba al libro y yo miraba su culo y sus muslos que asomaban por debajo de la falda. Le subí la falda y metí las bragas entre sus muslos mientras le decía. -¿sabes? ¡he ido a la farmacia a comprar condones!.-

Mi hermana continuaba leyendo el libro. O por lo menos intentaba no apartar la vista de él. -Y he visto a Beatriz.- Comencé a pasar mi lengua por sus nalgas desnudas.

-Tendré que hacer algo para que todo el mundo sepa que los condones los he comprado para que los uses tú.- Dirigí mi lengua entre su muslos abiertos y comencé a devorarle su sexo hasta conseguir que abandonara la lectura del sexo y me ofreciera su sexo completo.

Después de masturbarla, Paula me preguntó que si lo de los preservativos era cierto. Le enseñé la caja aún cerrada -Recuerda que ahora tienes un novio con el que tienes que cumplir.- La besé en el vientre.- Verás, esta tarde jugaremos a un juego. Esconde las bragas en la caja de los hilos cuando te lo diga., así creo que lograré retrasar un día el que tu novio te «monte» –

La tía Gloria dormía la siesta. El primo Joaquín fue invitado a la habitación más desierta de la casa. Aquella que se veía desde la cocina.

Aquella donde un desconocido había hecho el amor a tía Gloria a cambio de dinero. Joaquín y Paula estaban inquietas esperando que dijera a qué jugaríamos.

-Verás, Joaquín.. No me parece bien que te acuestes con Paula sin darle una oportunidad . Jugaremos al «sin bragas».-

Paula callaba, pero Joaquín me miró y preguntó – ¿Y eso que es?.-

-Pues verás. Tú y yo nos quedamos aquí mientras Paula esconde sus bragas en el salón. Entonces la buscamos y quien la encuentre, se acuesta con ella…¡Bueno, es su novio esta noche y se acuesta con ella!.-

Cuando Paula salió, le indiqué a Joaquín que las bragas las iba a esconder en la caja de los hilos. Que él debía buscar allí, en el segundo cajón del mueble de la derecha la caja, pero que no lo hiciera directamente.

Paula salió y volvió a los cinco minutos. Deslicé mi mano por debajo de la falda y descubrí su piel desnuda. Había escondido sus bragas. Fuímos al salón y nos pusimos Joaquín y yo a buscar sus bragas.

Yo miraba en los sitios más inocentes, donde no podía estar. Joaquín empezó una búsqueda concienzuda, que acabó en el segundo cajón del mueble de la derecha. Paula se quedó de piedra, y Joaquín dio un chillidito de victoria y se puso a acariciar las bragas con la mejilla.

No me iba a perder lo que sucedería aquella noche. Joaquín había ordenado a Paula que se pusiera una minifalda supercorta y una camiseta superajustada.

La iba a pasear delante de sus amigos. Iba a presumir de ella. Yo iría con ellos para comprobar que Paula obedecía. Paula casi se tambaleaba con los taconazos que había traído al pueblo sin acordarse del irregular acerado del pueblo.

Los chicos se quedaron con la boca abierta. Joaquín dijo que era su novia y Paula se sonrojó. Como era un poco celoso, ese día, en lugar de ir a la plaza del pueblo, los amiguetes fueron a las afueras, un sitio más desierto.

Joaquín la abrazaba y le tocaba los muslos. No cabía en sí de gozo. De pronto le pidió que le diera un beso. Paula lo besó en el carrillo.

-¡No! ¡Dame un beso de novia!.- Paula me miró y yo asentí con la cabeza y lo besó en la boca.

Los chicos empezaron a hacer sonoras exclamaciones. Desde ese momento, los besos entre los dos se sucedieron. Los cinco amigos de Joaquín estaban empezándose a calentar y para colmo, Joaquín se separó de nosotros con Paula y comenzó a meterle mano de una forma vergonzosa.

Los chicos no se creían lo que veían. Paula mostraba, más que los muslos, los cachetes y se veía claramente como Joaquín, introducía sus manos bajo la camiseta.

-¿De verdad son novios?.-

-¡Claro!.- le dije yo

-¿Y como lo ha conseguido?.-

-¡Pues muy fácil.. Se la ha ganado jugando al sin bragas.-

Joaquín permaneció quieto un momento, como asustado y después, observé que se deserremetía la camisa y se la estiraba hacia abajo. Adiviné que se había corrido y temí que no se pudiera correr por la noche.

-¿Y nosotros podríamos jugar a eso del «sin bragas»?

Nos recogimos temprano, pues Joaquín estaba incómodo por lo sucedido. Después de cenar nos acostamos.

Mantuve despierta a Paula y cuando parecía que la tita Gloria roncaba a pierna suelta, me acerqué al cuarto de Joaquín, que no dormía. Le hice una seña y cuando se levantó le dije susurrándole .-Vente al cuarto.- Y lo cogí de la mano, en calzoncillos, no sin pasar por alto su nueva empalmadura.

Había dado instrucciones a Paula y ésta esperaba desnuda tapada con la sábana. -Desnúdate.- Le dije a Joaquín y el chico se bajó los calzoncillos.

Le enseñé el preservativo. Lo cogió pero no sabía ni abrirlo. Se lo abrí y se lo puse. Le agarré su pene y comprobé que efectivamente, se había recuperado pronto.

-¡Hala! ¡Métete en la cama!.-

El chico se puso encima de Paula sin miramientos y empezó a besarle el cuello, los hombros, los pechos.

Debajo de la sábana se percibía las piernas abiertas de Paula, y las nalgas de Joaquín. Vi un gesto de dolor y desagrado en Paula, que identifiqué como el inicio de su penetración. EL chico comenzó a moverse lentamente.

Quité la sábana que cubría sus cuerpos. Joaquín se movía ahora con mayor brusquedad. Paula se intentaba evadir. -¡Más despacio, Joaqui, más despacio! –

Joaquín siguió mi consejo. Se movía lenta pero armoniosamente y con un movimiento más amplio. Paula entonces se entregó. Empezó a acariciar la espalda pueril de Joaquín y luego las nalgas blancas.

Deslicé mis manos por debajo de las nalgas de mi primo y le sobé los huevos en el escroto arrugado y luego comprobé cómo el chico había introducido el pene dentro de la grieta húmeda de Paula. Metí yo misma un dedo mientras busqué su boca caliente con mi boca y la encontré lanzando unos gemidos placenteros, unos sollozos de amor.

Joaqui se movía cada vez más violentamente y temí romper el preservativo, así que retiré el dedo pero lo puse levemente entre las nalgas. Lo hundí ligeramente hasta sentir que topaba contra su esfínter. Aquello ponía loca a Paula. Le lamí el pezón más cercano a mí. Paula volvió a correrse, La sentía vibrar, retorcerse.

Finalmente Joaquín sacó su pene, con la gabardina puesta y con un poco de semen dentro. Dijo al final: -Me ha costado pero lo he hecho.- Lo besé cariñosamente y él besó a su novia con pasión. Luego tuvo que marcharse a us cuarto. Pero al día siguiente, sin decirle yo nada, me dio las tres euros en que había fijado el precio del servicio de Paula.

Cuando Paula acabó con Joquín, me encontró sentada en mi cama con el camisón subido y mi sexo desnudo .Le hice un gesto y avanzó desnuda y como una perrita obediente hacia mí, para saciar mi ardor.

Quedaba un día para la feria.

El ambiente era bastante más vivo de lo que solía ser el resto del año. A nosotras nos recogerían el Jueves, último día de feria y que solía ser costumbre que los que vivían fuera vinieran de visita al día grande de la fiesta.

Me quedaban cuatro días. Paula estaba aprendiendo bien, pero todavía era reacia a obedecerme en algunas cosas. En concreto, soportaba muy mal que se cerrara con llave en el servicio o en el cuarto cuando se cambiaba. Me propuse darle un castigo ejemplar.

Bueno, la verdad es que me inventé una excusa para hacerla pasar por esta experiencia. Era mi derecho. Esa tarde le propuse a Joaquín el ir a la discoteca.

No solíamos ir, pero como casi eran las fiestas, la tía Gloria permitió a su hijo llegar un poco más tarde. A nosotros nos lo permitía, lo que ocurría es que nosotras pasábamos del ambiente ese. Pero la idea que tenía me excitaba tanto, que me masturbé mientras me duchaba aquella tarde.

Por la noche le indiqué a Paula que debía ponerse aquellas zapatillas que dejaban casi desnudos sus pies, los pantalones cortos, esos deshilachados que le llegaban muy cortos y una camiseta. Parecía una puta. Yo vestía casi igual, pero mis vaqueros eran muy decentes.

Además, al salir de la casa, cogí a Paula en una esquina y mientras la besaba, ella siguió mis indicaciones de quitarse el sujetador. Sus pezones oscuros se transparentarían con la luz intensa violeta de la discoteca.

Entramos. Los catetos alucinaban. Mi hermana se puso a bailar. Yo estaba con ella, pero un poco apartada. Los buitres aparecieron.

Paula parecía una moñiga rodeada de moscas. Ella no hablaba y aguantaba que le dijeran proposiciones de mal gusto y borderías de todos los colores. Luego, cuando no podían ligarsela a ella se dirigían a mí. Yo me hacía querer y dejaba que me entraran pero les devolvía la pelota políticamente.

Los amigos de Joaquín, y él mismo observaban la escena. De cachondeo le llamaban cornudo, pues se creían que lo de ser novios era para siempre.

Y cuando Joaquín no les oía, le oí decir a uno que la sobrina era tan puta como la tía. Pero no se acercaban. No me importaba, sólo quería pasarle por las narices a mi hermana. Que olieran la mercancía.

En un momento apareció Juanjo, el pastor. Lo conocíamos desde pequeñas. Era un joven cuando yo tenía diez años.

Ahora, era un hombre hecho y derecho, de treinta años, o sea, un macho potente que podría saciar completamente a mi hermana. También acudió a bailar junto a Paula.

La verdad es que cuando la reconoció se retrajo un poco, pero Paula era una tentación demasiado poderosa, así que se puso a bailar y a competir con los otros machos. Me aparté de ellos. Parecía que así Juanjo se atrevía mas.

Beatriz estaba en la barra. Sí, la chica de la farmacia. Miraba a Paula y se reía mientras comentaba algo a sus amigas. Seguro que les contaba lo de los «preser».

Creo que odiaba a esa chica. Tan pija. Vestida con una camisa de manga corta y aquella falda de vuelo y los tacones de aguja. Luego me dí cuenta que estaba bebiendo demasiado. Beatriz se emborrachaba. Es más, al salir a bailar, para intentar competir con Paula, se tambaleó.

Dejé que el pique durara, más porque sus amigas se cansaban y Beatriz seguía bebiendo. Los amigos de Joaquín se pusieron a entablar conversación conmigo, entre ellos estaba un hermano de Beatriz. Mientras él estuviera allí, ella podría quedarse en la discoteca.

Al final, las amigas de Beatriz se fueron. Entonces, después de un rato, la farmacéutica vino a hablar con su hermano, para decirle que si se iba, que le avisara. Beatriz estaba borracha.

Y además tenía ganas de hacer pís. -¿Te acompaño?- Le dije. Se lo pensó un poco.- ¡Vale!.-

Entramos en el servicio de señoras. Estaba vacío. Se metió en el retrete. No cerró la puerta, pues estaba cerrada la más exterior. Se subió la falda y se bajó las bragas y se puso a orinar. Como estaba muy bebida, casi perdió el equilibrio. La cogí del hombro y luego, cuando terminó, la ayudé a levantarse. -Gracias.-

Fue a subirse las bragas. Aproveché mi oportunidad. Aparté las manos de los extremos de sus bragas y las cogí yo y las subí lentamente. Luego, la cogí de las nalgas y la traje hacia mí. Nuestras bocas impactaron.

Mi lengua traspasó el umbral de sus labios. Beatriz no reaccionaba . Era buena señal. Comencé a magrearle el culo. Entonces habló -¿Qué haces?.- Me dijo con voz temblorosa.

Ni le contesté. Desabroché los botones de su camisa y la bajé de sus hombros, y luego los tirantes del sostén, acaricié sus senos y me puse a lamerlos. Beatriz echaba la cabeza hacia detrás y hacia delante lentamente, con lo que cada vez se marearía más, así que la apoyé contra la pared más limpia y seguí trabajando sus pechos.

Mis manos bajaron de nuevo sus bragas y pronto su sexo quedó desnudo ante mí. Subí la falda y tomé su clítoris entre mis labios.

Después de comerme el sexo de Beatriz,, la chica comenzó a vomitar. La ayudé colocando mi mano en su frente. Había bebido demasiado.

Cuando salimos, su hermano la buscaba. Le hice una seña y le dije que beatriz estaba mala, que era mejor que se la llevara a casa dando un paseo. La chica no decía nada. Estaba blanca y todavía le duraba el «pedo».

Así que se fueron. Supongo que a la mañana siguiente, poco a poco se iría acordando de lo que sucedió aquella noche y de lo que sucedió en el servicio.

Pero mi felicidad duró poco. Paula estaba siendo seriamente acosada por los machitos del pueblo.

Se me ocurría que sólo podríamos librarnos de esa si elegía a uno de ellos. Me puse a bailar y le dije que si ponían lenta, bailara con Juanjo el pastor.

Luego, fui al disc jockey y me hizo caso. Paula se abrazó a Juanjo y este puso sus manazas en las nalgas de Paula. Se puso tierno de tocarle el culo a Paula. Yo además, veía que a Paula le excitaba ese hombre, tan rudo.

Hice una seña a Paula al final de la canción. Vino con Juanjo y una nube de catetos detrás. -Nos vamos.- Luego me dirigí a Juanjo.- ¿Nos llevas en coche?.- EL pastor, con sus vaqueros ajustados y sus camisa de cuadros no se lo pensó dos veces.

No fue difícil convencer a Juanjo, aunque la verdad es que no le pedí parecer a Paula. No lo necesitaba.- ¿Por qué no vamos a la granja abandonada? Allí podemos dejar el coche y podemos echar un rato. ¿No te gusta como viene Paula.-

-Pues ahora que lo dices…Viene muy guapa.-

-¡Hala! Pues venga.-

-Pero…¿Y ella que dice?.-

-Pues que va a decir. ¡Que sí! ¿Qué quieres que diga? ¡Vamos a que me folles?.-

Juanjo cambió de camino y fuimos a la granja abandonada. Paula se había sentado en el asiento delantero, por eso yo lo primero que ví fue la tosca mano del pastor dirigirse hacia sus muslos. Luego se besaron y se abrazaron.

Estuvieron dándose un morreo un buen rato. Luego, Juanjo invitó a Paula a salir del coche y la sentó en el capot.

La cosa se ponía interesante. Juanjo le quitó la camiseta a Paula y luego el se quitó su camisa. Me mudé al asiento de adelante, por dentro del coche. Luego, le desabrochó los pantalones y se los quitó. Los zapatos casi volaron al sacarlos las manos fuertes de aquel Sansón. Sus bragas salieron de igual manera que los pantalones. Juanjo se bajó sus pantalones y entonces abrió de piernas a Paula y se la comenzó a follar.

La penetraba sin remilgos, sin contemplaciones. La agarraba por la cintura y se incrustaba contra ella. Veía, en la espalda de Paula el movimiento rítmico de sus caderas. Luego la cogió del pelo y la obligó a darse la vuelta.

Paula estaba de rodillas sobre el capot. El pastor la obligó a ponerse a cuatro patas, y luego la volvió a coger del pelo y tiró de su cabellera hasta que el sexo de Paula se toparon con el pubis del hombre.

Miré entre sus piernas y vi como el hombre manipulaba su pene y lo enderezaba por el camino que llevaba al interior de la vagina de Paula. La metió de un tirón. Desde mi posición privilegiada lo veía muy bien.

Juanjo no se estaba follando a mi hermana con más contemplaciones con las que se follaba a sus ovejas en las largas mañanas del estío. La empujaba con fuerza.

Veía las tetas de Paula agitarse cuando no estaban aprisionadas entre sus dedos, que la sobaban como si estuviera ordeñando a una cabra.

Los testículos del pastor aparecían detrás de las piernas de Paula, que arqueaba su espalda, que erizaba su grupa como una gata en celo.

Al final, el hombre descargó y Paula se corrió, chillando sin miedo a ser escuchada, loca de placer. Había merecido la pena.

Juanjo intentó quedar con nosotras para el día siguiente. Le dije simplemente que se conformara con lo que se había llevado hoy.

El muy cerdo me ordenó que me bajara del coche y Paula se bajó también.

Estábamos a cinco kilómetros del pueblo. Nos quedaba una larga caminata , peor la luna iluminaba nuestro camino.

Continúa la serie