Sigue las andanzas de nuestro protagonista en un mundo donde manda la mujer, y las azotainas, la Dominación, y la Disciplina doméstica están a la orden del día.
Cuando tenía aproximadamente 18 años la empleada doméstica de mi casa pidió repentinamente su renuncia, pero debido a que nuestra familia siempre la trató muy bien, ella se puso en la tarea de encontrar una sustituta para evitarnos la molestia de buscar y encontrarnos con una desconocida en casa.
Para mí es algo totalmente nuevo.Nunca me he colocado zapatos de mujer. Nunca he tenido un delantal puesto. Y nunca había sentido un objeto extraño entre mis nalgas. Y por añadidura, muy poco he aseado cuartos, ni siquiera el mío.
Entonces saqué fuerzas de donde no creí tener y le conté todo lo que sentía con lujo de detalles, sin retroceder un solo paso para mantener con su cuerpo una distancia de impacto.
En ocasiones, me premia cogiendo parte de su comida y ofreciéndomela. La coge con su mano y me la da a la boca. Yo, arrodillado, aprovecho para chupar los dedos de la mano de mi Ama. No sé cómo agradecerle todo el tiempo en el que me siento feliz y contento.
Detrás de mi cabeza está sentada mi Ama, de modo que me da a chupar sólo sus puntiagudos tacones. Disfruta haciéndome sufrir, ya que retira sus tacones en ocasiones, o bien me los acerca a la boca con la suficiente distancia para que no llegue a ellos mi lengua extendida, creciendo así mi ansiedad.
Las esclavas esposaron mis extremidades a una cruz en forma de aspas que se encontraba plantada en el centro de la habitación sobre una tarima; pasaron una soga por mi cintura de forma que mis caderas quedaran inmovilizadas sobre el madero y mis genitales sobresalieran generosamente expuestos a una altura de metro y medio del suelo.
El tiempo pasaba y estos fantasmas fueron aventándose, pero al mismo tiempo mi esclavitud se acentuaba no solo por la forma en que me trataban sino porque yo demostraba cada vez una mayor sumisión y aceptación de mi lugar en la casa. Me fui convenciendo de que no tenía ningún tipo de derechos y que era lógico que así fuera ya que ellas eran distintas y superiores a mí y les debía estar agradecido sirviéndolas lo mejor posible.
Ana, apoyada en el marco de la puerta, aparecía en ropa interior. No se había desprendido de los zapatos de aguja y a Quique le dio la impresión de estar observando una página muy real de una revista erótica. Como erótica era la postura que adoptaba.
Una chica encuentra sus fetiches en la ropa interior y sus zapatos, disfrutando a tope con los de su tía, que al final termina siendo su amante y desvirgando su ano con un consolador.
Una fiel sumisa obedece ciegamente las órdenes de su amo. Exhibiéndose primero delante de hombres y mujeres y luego alcanzando la autosatisfacción a partir del fetichismo de un zapato.