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La elegancia de una madre

La elegancia de una madre

Me llamo David y tengo 24 años. La historia que a continuación voy a contar ocurrió hace apenas un mes, en una ciudad de mi Galicia natal.

Mi familia esta compuesta por cinco miembros. Mi padre es médico cardiólogo y tiene 55 años. Mi madre, siete años menor, trabaja como abogado en un bufette en nuestra ciudad. Mi hermana de 20 y mi hermano de 23 completan el “nido”.

Todo comenzó en el puente del Pilar, el doce de octubre, que este año coincidió en jueves. Mis dos hermanos se largaron de acampada, aprovechando los último días buenos antes de la época de lluvias. Mi padre llevaba toda la semana en un congreso en Lyon y no regresaría hasta el domingo a la tarde. Yo estaba indeciso entre irme unos días con unos amigos a una casa rural o quedarme con mi madre, ya que no me gustaba la idea de dejarla sola todos esos días, aunque ella me insistió en que no le importaba lo más mínimo, que quería descansar. En fin, al final decidí quedarme ya que lo de la casa rural se fue al traste. No me importó mucho, pues el puente no se presentaba tan aburrido, con dos fiestas en sendos pisos el miércoles y el viernes. Así de paso acompañaría a mi madre para que no estuviese tan sola.

El miércoles había quedado a once de la noche para la fiesta. Mi madre también se estaba preparando para salir a cenar con unos amigos. A las diez me dijo que se iba. Me vino a dar un beso de despedida

-Estás guapísima mamá -le dije-.

La verdad es que mi madre se conserva bastante bien para la edad que tiene. Pero lo que le hace más atractiva es que se cuida mucho. Viste muy elegante, con faldas rectas hasta la rodilla, y botas o zapatos de tacón a la última moda. Ella es morena, con el pelo liso peinado al estilo de Ana Rosa Quintana, delgada y más bien alta.

-Gracias cielo. Pásalo bien en la fiesta y no bebas mucho.

-Vale. Chao.

Al cabo de unos minutos me di cuenta de lo silenciosa que estaba la casa. Esto me excitó y decidí masturbarme con una de la múltiples películas porno que tengo grabadas del plus, antes de salir de marcha.

Puse la película y comencé con el meneo. La película era americana. En una de las escena una chica le acariciaba con el tacón de su zapato el coño de otro chica. Me puse a cien. Paré la película. Se me había ocurrido algo muy sucio. Me fui a la habitación de mis padres. Abrí el armario empotrado y busqué unos de los zapatos de mi madre que tanto me gustaban. Eran unas sandalias de charol rosa fucsia desnudas en el talón y con un tacón negro recto bastante alto. Me las llevé al salón. Me desnudé por completo, puse la película otra vez. Me puse los zapatos. La sola visión de mis pies con los zapatos me hizo recuperar la erección que había perdido al parar la película. Me imaginaba poder follarme a una chica únicamente vestida con esos zapatos. Me saqué uno y me metí el tacón en la boca. Lo chupé. Estaba a punto de estallar. El olor a cuero me excitaba mucho. Abrí las piernas y empecé a acariciarme la entrada del ano con el tacón. Al cabo de un minuto no pude más y eyaculé como un bestia, salpicándome todo el torso y uno de los zapatos con mi semen. Era la primera vez que lo hacía y me dejó totalmente extasiado.

Me duché y me vestí para la fiesta.

La mañana siguiente estaba totalmente cabezón. Bebí bastante y fumé como un carretero. Me desperté a eso de las doce y media. Mi madre no estaba. Me duché, desayuné algo, me tomé dos aspirinas y un Almax y me puse a ver la tele tirado en el sillón, dispuesto a no mover ni un músculo hasta la hora de la comida.

A las dos llegó mi madre de hacer footing con una amiga. Me dijo que no había hecho nada de comer y que me vistiera que nos íbamos a almorzar a un restaurante que está cerca de casa. Me puse rápidamente unos vaqueros y una camisa, ya que sabía que mi madre se iba a poner toda elegante y no quería destacar demasiado con mi chándal de los domingos cosecha del 92.

En efecto, mi madre estaba radiante. Vestía un jersey sin mangas y con cuello de cisne de color violeta, que hacían destacar sus aún aceptables y no muy grandes pechos. Por abajo llevaba y falda recta de color violeta con pequeñas florecitas blancas. La fina tela de la falda dejaba entrever que llevaba un tanga por debajo. Completaba la vestimenta unas medias negras y unas babuchas negras de tacón alto. Estaba elegantísima y muy sexy.

Cuando llegamos al restaurante el camarero nos dijo que teníamos que esperar un poco, ya que tenían que prepararnos la mesa, y nos sugirió que lo hiciésemos tomando un aperitivo. Mi madre me miró con cara de interrogante y yo asentí. Nos pusimos en la barra, yo de pie y ella sentada en una banqueta. Los hombres que pasaban se quedaban mirando pasmados en la dirección de las piernas que mi madre mantenía cruzadas haciendo verdaderos equilibrios. Aprovechando que mi madre miraba hacia la calle yo también clavé mis ojos en sus piernas y zapatos. Me di cuenta de que me estaba empalmando. Me quedé totalmente pasmado mirando sus muslos cruzados, sus delgados tobillos y sus zapatos. Mi madre se dio cuenta y me dio un cachete en la nuca.

¿Qué haces? -me dijo mi madre-.

Na, na na nada… mamá -le contesté yo, aún con el susto en el cuerpo-.

Nos pusimos a comer y al cabo de unos minutos ya me había olvidado de lo sucedido en la barra.

Continuará…

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