A lo largo de mi vida he tenido muchas enfermedades, pero ninguna me ha afectado tanto como una, el aburrimiento. Hay un día extremadamente aburrido, el 15 de agosto, pero el último le esperaba una grata sorpresa a nuestra protagonista. El calor era insoportable, llamaron a la puerta y aparecieron mis dos vecinos, con una propuesta muy indecente.
Es una mujer muy atractiva, de 35 años muy bien puestos. Su pelo lacio rubio y muy cuidado llega hasta la mitad de su espalda cayendo sobre sus hombros como un manantial dorado, haciendo una cascada peligrosa al momento de rodear sus pechos erectos.
Pensé en aquel momento que no era la primera vez que ambas se daban mutuamente placer, a pesar de los aparentes remilgos iniciales de Andrea.
La carnicería esta regentada por dos primas de unos 45 años, una es muy fea y muy habladora, Loli, pero Carmen es guapísima, de esas mujeres que te hacen girar en cuanto las ves, y también es muy extrovertida.
Durante el transcurso de la cena y el posterior descanso las muchachas de la nobleza local acosaron al apuesto príncipe con sus escotes desmesurados y sus sonrisas falsas, todas y cada una suspiraban por el. Pero los ojos de Phillipe estaban puestos tan solo en una persona.
Se puso de pie y sus senos comenzaron a encogerse con el viento; caminó despacio hacia la orilla, con toda la naturalidad de la que fue capaz, y se metió en el agua. No pudo hacerlo de golpe, estaba demasiado fría, aunque quería hacerlo lo antes posible dado que sabía tener clavados muchos ojos.
Sentir tus manos acariciar mi espalda y bajar hasta mis nalgas fue mayor mis fuerzas, y allí terminé de entregarme y saber que finalmente sería tuya por toda la eternidad. Mientras tus manos recorrían cm a cm mi piel sentía desfallecer, no podía creer que finalmente estuviera ocurriendo.
Me recreo tanto en ti, que casi me olvido de la firmeza y sensualidad con la que tus manos se deslizan por mis ingles, del calor de tu espalda mientras la restregas, borracha de placer, contra mi pecho, de tus labios chasqueando en el lóbulo de mi oreja...
Los gritos desgarradores de la Etelvina se podían escuchar en todo el castillo, y el olor a carne quemada era insoportable, el fierro que se veía salir de la caldera ya estaba todo amarillo y así se perdía dentro del cuerpo blanco, que comenzaba a transparentar una línea morada reflejando el lugar donde se alojaba el hierro.