El bedel

Capítulo I

Por motivos obvios no voy a deciros ni mi nombre ni mi edad, basta con que sepáis que soy menor de edad, y que aquel viernes fue un día horrible.

Pero horrible de verdad.

Primero encontré que el simpático de mi hermanito había estado usando sus lápices de colores en mis apuntes de ciencias, dejándolos casi por completo inservibles.

Luego el odioso profesor de matemáticas me hizo salir al encerado y, si bien me sabia el problema planteado, odio que todo el mundo se fije en mi.

No por nada, pues soy una jovencita mas bien anodina, mi cara es normalita, tengo el pelo castaño corto a la altura de los hombros, y unas grandes gafas que ocultan mis ojos pardos y caídos, que parecen estar siempre soñolientos; además soy bastante bajita, y muy delgada, por lo que uno no me miraría dos veces por la calle, y yo lo prefiero así, porque soy muy tímida, y por eso odio tener que destacar por culpa de un maestro.

Créanme, lo odio tanto que hasta lo mejor de mi cuerpo, mi delantera, la oculto siempre bajo ropas holgadas, a ver, no es que sea una de las vigilantes de la playa, pero la tengo muy firme, y aunque su tamaño no es nada despreciable, en un marco tan pequeño como el mío destaca demasiado; así que la tapo todo lo posible, evitando incluso ir a la playa o a la piscina con tal de que no se fijen en mi, pues me da muchisima vergüenza.

Pero lo peor de ese día fue que por culpa de la broma de mi hermanito tuve que volver a tomar notas de nuestra biblioteca, saliendo bastante mas tarde de lo habitual.

Eso no era un problema demasiado grande, dado que mis padres trabajan y no me echarían en falta hasta varias horas después, cuando regresaran de recoger a mi hermanito de la guardería.

El problema era que me estaba orinando… y tanto si esperaba a un nuevo autobús, como si trataba de ir hasta el bar mas cercano estaba segura de que no aguantaría las ganas.

Así que cometí el tremendo error de ir a usar los aseos que estaban al final del pasillo.

Y ahí comenzó mi pesadilla, porque el de las chicas estaba cerrado por obras y, dada la hora que era ya, estaba convencida de que el viejo bedel deberia estar cerrando con llave todas las puertas de las plantas superiores.

Como no había ni un alma por los pasillos decidí armarme de valor y, tras llamar con los nudillos a la puerta, me asome fugazmente al aseo de los chicos.

Estaba vacío, por supuesto, pues los paneles de separación entre los lavabos tenían mas de dos palmos de distancia hasta el suelo, y se veía perfectamente que no asomaban los pies de nadie por abajo.

Eso me animo lo suficiente como para hacer la tontería de entrar sigilosamente y tratar de hacer pipí a toda prisa antes de que me descubriera nadie.

En mi caso era la primera vez que entraba en un aseo de hombres, y lo cierto es que es una experiencia de la que podía haber prescindido, dejando a un lado lo que ocurrió, y que no recomiendo a ninguna chica.

Digo esto porque no había mas que suciedad por todas partes y frases obscenas en cada palmo de la pared.

Os aseguro que fue algo difícil escoger cual era el aseo menos asqueroso, y aun así me tuve que subir encima de la taza, ante la imposibilidad de limpiar aquella guarrería con mis clinex para poderme sentar.

La maniobra para ello quizás sorprenda a algún chico, pero seguro que cualquier chica que me lea sabrá enseguida a que me refiero pues, por desgracia, todas nosotras la hemos tenido que usar en alguna que otra ocasion.

Lo primero que hay que hacer es quitarse las braguitas del todo, salvo que quieras mancharlas, y guardarlas en un lugar limpio; que, en mi caso, tuvo que ser el bolso.

Luego se arremanga una la falda hasta la cintura, sujetándola con un brazo para evitar que roce alguna guarrería, planta los talones a ambos lados de la taza, con muchisimo cuidado de no resbalar, y usa la mano libre para apoyarse en una de la paredes.

Digno de un circo ¿verdad?, pues os aseguro que es la única forma de evitar salir de un antro de esos con porquería hasta en…. ya me entendéis.

Y allí estaba yo, dispuesta por fin a aliviarme… cuando se abrió la puerta del lavabo.

Me quede helada, oyendo entrar a un grupo de chicos escandalosos, rezando porque no se les ocurriera empujar la puerta (que, como todas, tenia el pestillo roto) y porque acabaran cuanto antes y se marcharan de allí sin reparar en mi presencia.

Pero pronto me di cuenta de que no venían precisamente con ganas de orinar… cuando tras dar un rápido vistazo alrededor se creyeron solos, al no asomar mis pies por debajo, y se decidieron a fumarse un porro tranquilamente.

Mientras lo preparaban no dejaban de quejarse de que el director les hubiera vuelto a castigar, uno se lamentaba de que de seguir así lo mismo tendrían que volver a repetir curso, y otro metía prisa al chico que estaba preparando el «cigarro», porque querían fumárselo antes de que el bedel llegara a esa zona.

El «habilidoso» les calmaba a ambos, diciéndoles que este aun tardaría mas de media hora en pasar por donde estaban, y los calmo lo suficiente como para que los tres empezaran a hablar de chicas y de sexo.

Solo les diré que hubiera preferido tener los oídos llenos de cera antes que escuchar las burradas y tonterías que decían acerca de mis compañeras.

Pero no podía evitarlo, como tampoco pude evitar que al final la naturaleza se saliera con la suya y, después de sufrir lo indecible, mi vejiga terminara por aflojarse, lanzando un chorrito tan potente como escandaloso dentro de la taza.

Ya lo imaginan ¿no?, en cuanto oyeron el ruido se apresuraron a abrir la puerta, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, pues al ver sus rostros asombrados fijos en mi solo atine a ponerme roja y musitar «por favor, dejadme, por favor» con una vocecilla tan patética que no parecía ni que fuera mía.

Por supuesto que no me hicieron caso, y los tres gamberros se apelotonaron en la puerta para contemplar a sus anchas mi conejo indefenso y desprotegido.

Lo peor no eran sus ardientes miradas, eran los ofensivos comentarios que no paraban de proferir «vaya coño» «mira que felpudo» y «joder que mata de pelo» son solo algunos ejemplos de las lindezas que proferían frente a mi.

Cuando al fin acabe no me dejaron bajar de la taza y, sujetándome con firmeza de las rodillas, me obligaron a mantener la posición, a pesar de mis suplicas, quitándome el paquete de clinex que aferraba entre mis dedos temblorosos y diciéndome que ellos se encargarían de limpiarme «a fondo».

Era una simple excusa para meterme mano, y yo lo sabia, pero estaba muerta de miedo, pues se contaban auténticos horrores de esos matones que tenia a solo unos palmos de mi… y el pánico me bloqueaba, me hacia temblar, y decir frases incoherentes mientras se repartían los clinex entre los tres, intercambiando sonrisas cínicas y cómplices.

Nunca he tenido novio, y nadie había tocado jamas mi almejita virginal hasta que el primero de ellos adelanto su mano y empezó a restregar el clinex arriba y abajo con muy poca delicadeza, mas pendiente de abarcar todo lo posible con sus dedos que del daño que me estaba causando con su brusquedad.

El segundo fue aun mas rudo que el primero, tanto que note claramente como su dedo rasgaba el débil tejido de papel y se introducía en mi interior, moviéndolo a un lado y a otro con frenesí.

Encima, al acabar, se lo limpio en mi espesa mata de vello pubico.

El tercero no se molesto ni en usar el clinex, y se limito a pasar dos dedos arriba y abajo una y otra vez, disfrutando al ver las caras que yo ponía cuando golpeaba mi sensible clítoris con sus ásperas yemas.

Cuando este pícaro termino su odioso jueguecito pense que iban a volver a empezar de nuevo otra ronda, por lo que me sorprendió que el cabecilla me propusiera bajarme de allí a cambio de enseñarles mis pechos a los tres.

Estaba tan dolorida y humillada que accedí enseguida, aliviada de que por fin dejaran de tocarme el conejito.

Aunque si llego a saber lo que me esperaba me hubiera quedado allí encerrada hasta la mañana siguiente.

Nada mas salir del aseo me rodearon los tres bellacos, apabullándome enseguida con su estatura y corpulencia, pues yo no le llegaba ni al sobaco del mas pequeño.

Por si eso no fuera bastante el cabecilla saco ante mi nariz una reluciente y afilada navaja, susurrándome al oído que era por si se me ocurría la «mala idea» de huir o de gritar.

Aunque hubiera querido hacerlo, dudo sinceramente que hubiera podido hacer ni lo uno ni lo otro, pues mis pies eran de mantequilla y mi voz estaba tan rota que solo atinaba a jadear, musitando vagas incoherencias.

Así que, muerta de miedo, me apresure a quitarme el jersey, y a desabrocharme luego la camisa, para acabar cuanto antes con esa pesadilla… que solo estaba empezando.

Los jadeos de sorpresa y admiración que profirieron cuando por fin quedo al aire mi sujetador hizo que mis suplicas cayeran en saco roto, pues no tuvieron paciencia ni para esperar a que me lo acabara de quitar, ya que el líder se apresuro a cortar mi sujetador por el centro para apartar las copas a ambos lados y dejar mi delantera a la vista.

No eran tres chicos, eran tres lobos hambrientos que se apresuraron a empujarme contra la pared mas cercana para empezar a devorar mis pechos en cuanto mi espalda topo con ella.

Y digo bien, devorar, porque se apiñaban a mi alrededor mordiendo y manoseando con una voracidad infinita, pellizcando y hasta mordiendo mis gruesos pezones como si me los quisieran arrancar, sin dejar en ningún momento de apretar y estrujar mis pechos como si los quisieran amasar u ordeñar.

A ninguno le importaba que las lagrimas corrieran por mis mejillas, ni que el dolor me estuviera volviendo loca, para ellos yo solo era un pedazo de carne del que disfrutar.

Si me quedaba alguna duda acerca de ello, esta se desvaneció cuando uno se sentó sobre un radiador roto a mi derecha y se desabrocho la bragueta, dejando al aire un tieso palo de gran tamaño (no se exactamente de cuanto, pero al ser el primero que veía en mi vida a mi me pareció enorme).

¿Qué que quería? Pues que se lo chupara. Así me lo dijo, «que se la mamara si quería salir de allí ilesa».

Me negué, pues no estaba dispuesta a seguirles el juego por mas tiempo… pero a la postre daba lo mismo, en sus manos yo solo era una muñequita, y enseguida me lo demostraron, sujetándome del cogote y de los pelos, y pinzando con sus dedos de acero mis mejillas para obligarme a abrir la boca para respirar.

Cuando quise darme cuenta ya tenia la mitad del chisme metido dentro, y no dejaba de oír las amenazas que el tipo vertía en mis oídos acerca de lo que me esperaba como se me ocurriera morderle (algo en lo que ni siquiera había pensado, pues bastante tenia con concentrarme en respirar y tratar de no asfixiarme con su chisme).

El tipo usaba ambas manos para subir y bajar mi cabecita como si fuera un yoyo, y les aseguro que llegue a olvidarme de que los otros dos seguían disfrutando de mis pechos, aunque algún que otro doloroso mordisco o pellizco me lo recordara cada poco.

El sabor, aunque asqueroso, lo podía soportar, pero cuando su duro glande golpeaba mi garganta las arcadas me invadían… y cuando al fin se corrió, anegando mi boca, fue una autentica proeza que no vomitara, aunque falto el canto de un duro.

Por suerte aflojo su presa en mi cuello, y pude escupir al suelo la mayor parte de su carga, teniendo que tragarme solo los amargos restos que tenia en mi boca, cuyo sabor jamas podré olvidar.

Aun no había recuperado mi agitada respiración cuando otro de los tunantes ocupo el lugar de su amigo, dejando al aire un trasto de similar tamaño para que yo le hiciera los honores.

Me resigne mucho antes de lo que yo habría imaginado, y antes de que quisiera darme cuenta ya estaba con la cabeza arriba y abajo tragándome su rígido falo.

Estaba tan enfrascada con mi odiosa «tarea» que lo cierto es que no se cuanto tiempo llevaba con la falda levantada, pero si se que cuando uno de los golfos empezó por fin a masturbarme (eso si, sin dejar de torturar mis sufridos pechos en ningún momento) note que la tenia enroscada en la cintura; dejándome, como supondrán, con todo al aire.

Eso, unido a mi forzada postura en ángulo recto, le facilitaba horrores la insidiosa tarea, dejándole un completo acceso desde atrás a mis zonas mas intimas.

Y eso hizo… y, para mi sorpresa, mi cuerpo empezó a reaccionar bajo sus manoseos.

Entiéndanme, para mi gusto lo hacia con excesiva rudeza, pero era lo bastante efectivo como para que poco a poco me fuera excitando.

Mis gemidos, a pesar de tener la boca llena, le debieron de animar aun mas, y pronto sus dedos chapoteaban en los abundantes líquidos de mi almejita… la cual se derritió de placer cuando la descarga del orgasmo me alcanzo de lleno, por sorpresa, arrancándome escalofríos de los pies a la cabeza.

He de reconocer, muy a mi pesar, que hacia tiempo que no disfrutaba tanto, pues aunque lo hago de vez en cuando no acostumbro a masturbarme… así que fui presa fácil.

Aun no había terminado de recuperar mi respiración cuando me di cuenta de que el tipo al que se la estaba mamando estaba a punto de eyacular.

Estaba tan floja, y me tenia tan bien sujeta el maldito que cuando al final estallo en mi boca no me quedo mas remedio que tragar y tragar, aunque estoy convencida de que la mayor parte de su amargo semen se deslizo directamente por mi garganta con sus continuas y abundantes descargas, sin que lo llegara a paladear, afortunadamente.

Todavía estaba tragándome los restos que tenia bajo la lengua cuando el tercero ya me tenia sujeta por el cogote, y me obligaba a tragar su chisme… el cual, por cierto, era algo mas pequeño que el de sus anteriores compinches… por lo que me resultaba mucho mas fácil acogerlo dentro de mi boca sin que me dieran arcadas.

Estaba ya tan enfrascada en lo que ya se estaba convirtiendo en una rutina que apenas si repare en que uno de los desalmados me tenia aferrada por las caderas, y estaba rozando algo muy duro por la entrada de mi cuevecita.

Les aseguro que hasta que no sentí la breve punzada de dolor de mi himen destrozado no me di cuenta de que me estaban desvirgando.

Estaba tan humedecida de mi orgasmo anterior que su tiesa herramienta se introducía en mis entrañas con la misma facilidad que un cuchillo se enterraría en la mantequilla.

No se crean que me quede quieta, pues intente rebelarme en las medidas de mis fuerzas, pero no solo mis meneos de caderas eran inútiles, sino que incluso parecía excitarle aun mas… haciendo que aumentara el ritmo de sus envestidas y logrando que su miembro se clavara por completo en mi interior.

Para mi ya nada era real, yo estaba inmersa en una pesadilla en la que mi cabeza subía y bajaba sin parar, tragándome algo duro y repulsivo hasta tal punto que mi naricilla se enterraba en sus rizados vellos pubicos al descender… mientras mi pobre almejita sufría con los continuos empujones que esa vara ardiente me prodigaba al clavarse dentro.

Parecía que cuanto mas gemía y me quejaba mas rápido salía y entraba su chisme dentro de mi, infringiendo un ritmo infernal que pense que me iba a partir en dos.

De repente soltó mis caderas, y estrujando de sopetón mis sufridos pechos me dio cuatro o cinco enculadas tan violentas que estoy convencida de que alzo mis pies del suelo.

Pues el sádico, rugiendo de placer, se estaba corriendo en mi interior, y para celebrarlo retorcía y tiraba de mis pobres pezones como si quisiera llevárselos de recuerdo.

No lo consiguió, pero cuando al fin me soltó me dejo tan débil y tan dolorida que casi acepte de buen agrado que su compañero ocupara practicamente de inmediato su lugar… pues este, al menos, no era tan rudo como su compinche.

Creo que nunca sabré que me sucedió, si fue por la suavidad con que este me estaba penetrando, el exceso de sensaciones, o que se yo… pero me odie a mi misma cuando al fin comprendí que era yo quien emitía los suaves gemidos de placer que estaba oyendo.

Ya no me importo que el chico que tenia delante se estuviera corriendo en mi boca, ni que alguien tirara de mis pezones endurecidos… solo contaba el rígido miembro que con sus empujones me estaba acercando a marchas forzadas al borde del orgasmo.

Y en ese mismo intente se abrió la puerta del lavabo.

Capítulo II

No lo supe, ni me di cuenta, pero supongo que eso provoco la repentina e inesperada descarga del joven… dándome al mismo tiempo un ultimo y violento golpe que acelero mi propio orgasmo.

Allí estaba yo, medio apoyada en el radiador, casi desvanecida y jadeando todavía por el tremendo gozo, cuando me di cuenta de que pasaba algo raro.

Poniéndome bien las gafas, que aun se sostenían milagrosamente sobre la punta de mi naricilla, me erguí como pude, mordiéndome los labios para no gritar por el escozor que sentía en mi intimidad, y me gire… encontrándome cara a cara con el viejo bedel.

Los primeros en reaccionar fueron los chicos, que huyeron despavoridos por la ventana con las ropas a medio poner y los rostros lívidos y desencajados de terror.

El bedel, supongo que todavía anonadado por la increíble escena, no atino a retenerlos, limitándose a gritarles y a proferir amenazas a sus espaldas… las cuales ni recuerdo.

Por un momento me creí a salvo, y empece a colocar mis ropas como pude para tratar de ocultar mi cuerpo maltrecho… pero fue un espejismo.

Me basto ver su cara de condena y oír que «al menos una no se le había escapado» para saber que continuaba en problemas.

El bedel era un hombre muy mayor, de cuarenta y muchos (lo cierto es que nunca me he preocupado de saber ni su edad ni la de la mayoría de mis profesores), pero era muy fibroso y sus dedos tenían la fuera de unos alicates.

O al menos eso me pareció mientras me los clavaba en el brazo y me obligaba a acompañarlo a su oficina, con las ropas en las manos y aun a medio poner.

Una vez dentro cerro el pestillo «para que no huyera como mis compinches» y empezó a tomar nota de mis datos para poner al corriente al director al día siguiente.

Su postura era firme, no se creía ni una palabra de mi supuesta violación, pues me había visto disfrutar, y oído claramente mis gemidos de gozo, y mis lagrimas no lo conmovían lo mas mínimo.

Para el yo solo era una golfa con aspecto de santita que aprovechaba las horas libres para «refocilar con mis múltiples amantes» (aunque entonces no la entendía esa palabra me sonó horrible) y que su misión era poner sobre aviso tanto a mis padres como al director acerca de mis actos.

Yo estaba temblando como un flan, tenia muchisimo mas miedo de lo que pensarían mis padres y mis compañeros que a todo lo que me había pasado esta tarde.

Lo veía todo perdido, y mi futuro arruinado, cuando el viejo bedel se levanto de su silla y se acerco hasta donde yo permanecía de pie, llorando a lagrima viva.

Quedándose de pie frente a mi me alzo la barbilla con un solo dedo y, mirándome fijamente a los ojos, me dijo «que si de verdad era una putilla quizás la cosa tuviera arreglo».

No podía creerlo… es decir, si podía, pero no terminaba de creer todo lo que implicaban sus groseras palabras.

Aun así permití dócilmente que apartara mis brazos del torso, y que separara mi camiseta (aun abierta y desabrochada) de par en par, para contemplar embelesado mis maltrechos senos, comprendiendo y aceptando en cierto modo la odiosa e increíble situación… eso si, sin dejar de llorar en ningún momento, aunque a el bedel mis lagrimas le importaran un comino.

Reconozco que a pesar de sus rudas manazas me manoseo los pechos con gran cuidado y delicadeza, jugando embelesado con mis pobres pezones doloridos con muchisima mas sensibilidad que mis anteriores violadores.

También sus labios fueron mas tiernos cuando se apoderaron de ellos, y su succión fue casi como la que supongo que haría un bebe. Agradeciéndole (interiormente) que ni los mordiera ni masticara como los otros.

Cuando se canso de saborearlos se sentó en su mesa, frente a mi, y se bajo con rapidez los pantalones, hasta dejar al aire una cosa increíble.

Si yo pensaba que los de los chicos eran grandes este, en comparación, era gigantesco.

El bedel lo apretaba por la raíz con una de sus grandes manos y por encima de esta aun sobraba mas de la mitad del chisme.

Yo sabia que jamas podría albergar semejante monstruosidad, pero aun así tuve que hacer de tripas corazón y agacharme sobre su regazo.

¿Que les puedo decir?, ¿que era tan grueso que apenas me cabida en la boquita su glande descomunal y enrojecido?, ¿que mis pobres mejillas se tensaban una y otra vez con el descomunal esfuerzo?, ¿que pensaba que se me terminaría por descoyuntar la mandíbula?.

Solo se que cuando el bedel por fin permitió que me sacara esa enormidad de la boca y me ordeno que lo lamiera de arriba abajo como si fuera un helado me sentí renacer.

Quizás por eso use mi lengua con afán, con la esperanza de que se corriera cuanto antes y acabara mi pesadilla de una vez.

Vana esperanza. Después de unos minutos de intensos lameteos el degenerado bedel se aparto de mi y, sujetándome por los hombros, me obligo a tumbarme boca abajo sobre su mesa, dejando mi culito en pompa. Si me quedaba alguna duda acerca de sus intenciones estas se desvanecieron en el mismo instante en que alzo mi falda y la arremango totalmente sobre mi cintura.

Estaba tan abatida y desmoralizada que acepte este nuevo sacrificio con una sumision y resignación desconocida hasta ahora para mi.

Una parte de mi mente no dejaba de gritarme que esa monstruosidad me atravesaría de lado a lado, y otra estaba deseando que dejara de jugar con mis nalgas de una vez y que me penetrara cuanto antes para acabar ya la agonía.

Ambas enmudecieron de golpe cuando note que su grueso cipote se apoyaba firmemente en un sitio erróneo.

Me quede en verdad helada cuando comprendí que la intención del bedel era la de desflorarme el trasero, pero a esas alturas estaba ya tan sumamente derrotada que no me quedaban fuerzas, ni ánimos, para resistirme a este nuevo desvirgamiento.

Eso si, no pude evitar ni que se me escapara un pequeño y agudo grito cuando venció la inútil resistencia de mi estrecho agujerito, ni las continuas quejas y gemidos de dolor que manaban de mis labios mientras esa enormidad se enterraba en mis entrañas.

El viejo bedel sabia muy bien lo que hacia, empleaba su tiempo, y por cada centímetro que avanzaba retrocedía dos o tres antes de volver a avanzar.

Así me fue llenando poco a poco, hasta que en un momento dado note como sus gordos y peludos testículos rozaban la cara interna de mis muslos, señal de que todo su gigantesco chisme estaba metido dentro de mi.

En ese momento se quedo quieto, saboreando su triunfo, y agachándose sobre mi oído me musito quedamente «todo, lo tienes todo»… y yo, estúpida de mi, por un instante me sentí orgullosa de tal proeza.

Luego empezó el meteysaca, despacio al principio, pero progresivamente mas violento, hasta convertirse en una cabalgada endiablada.

Me sujetaba férreamente por los muslos, dejando mis pies en el aire, y cada empujón hacia que mis pezones se arrastraran sobre la pulida superficie de madera, arrancándome sensaciones contradictorias.

Me negaba a reconocer que los gemidos de placer que escuchaba junto a su respiración jadeante fueran los míos, pero cuando el tercer orgasmo de la tarde, el mas fuerte y el mejor que había tenido en mi vida, me colmo por completo, no pude ocultarlo.

Me encontré chillando como una loca, y pidiéndole mas y mas, mientras el también se corría en mi interior, con cálidos e interminables ríos de semen, sujentandome por los hombros en esas ultimas y gloriosas enculadas que parecían atravesarme de lado a lado.

No recuerdo haberme levantado de la mesa, ni haber adecentado mi ropa (aunque si de que me olvide de ponerme las bragas, pues a mitad de camino tuve que esconderme detrás de unos arbustos para limpiar los grumos que bajaban por mis muslos), tampoco me acuerdo de haber llegado a mi casa, ni de haberme duchado antes de irme a la cama sin cenar, presa de un agotamiento total, tanto físico como nervioso.

Lo que si recuerdo es que el bedel, mientras me acompañaba a la salida, me susurro al oído que esperaba verme de nuevo el lunes, y que al salir a la calle estaba segura de que desde ese día iría muy a menudo a su oficina.