Capítulo 1
- Anita, la amiguita I
- Anita, la amiguita II
- Anita, la amiguita III
Anita, la amiguita I
Yo en aquel entonces tenía alrededor de 30 años.
Había conocido a Paula mediante su hermana, Alexandra, en la Escuela de Sociología, donde ambos asistíamos a clases.
Alexandra era una hembra de alto vuelo, le gustaba salir con gente de dinero, pero su hermana, la pequeña Paula, era de otro tipo.
Cuando la vi por primera vez en el «Son Candela», me encantó inmediatamente.
Era pequeña, de alrededor de 1.58, pero flaquita, con un cuerazo, excelente culo, unas tetitas juveniles (apenas tenía 19 añitos), firmes y pequeñas, duras, elásticas, dignas de ser lamidas o de incluso chuparlas enteras, lo que le volvía loca.
Eso lo supe después. La primera noche, bailamos hasta las 4 de la mañana, y quedamos en encontrarnos en el bar de la Católica para conversar el lunes siguiente.
Sin embargo, aquella primera noche, ella se había pegado a mi cuerpo de una manera inequívoca, frotando levemente su conchita en torno a mi pene erecto, aunque, por supuesto como buena quiteña, todo sucedió sin que nadie mencionara el sexo, y mientras Alexandra gesticulaba con su nueva conquista junto a nosotros.
El siguiente lunes, nos encontramos en el Bar. Ella estaba vestida con una mini negra deliciosa y medias igualmente negras, que destacaban sus hermosos muslos y piernas. Una blusa roja con un amplio escote mostraba sus senos hasta un punto poco antes de lo impúdico.
Su pelo ondulado, castaño, caía sobre los hombros, mientras chupaba un helado, sacando de vez en cuando su diminuta lengua para recorrer los límites del cono con fricción y mirándome de manera supuestamente soñadora e ingenua.
Por supuesto, todo ello me tenía la verga enhiesta, mi queridísimo hermanito menor, orgullosamente, trataba de romper los límites del pantalón, erecto y con voluntad de tirarse a esa conejita joven que se atrevía a intentar seducirnos.
Le dije si quisiera ir a mi departamento en Guápulo, donde podríamos oír música y tomar un vino, a lo que Paula accedió instantáneamente. Llegamos a mi sitio, e inmediatamente nos fumamos un pito, para luego abrir la botella de Casillero del Diablo, y los demonios quedaron sueltos.
Lentamente, luego de hablar apenas un rato, ya la tenía acostada en mi cama, besándome, y preguntándome si tenía mucha experiencia, porque ella quería polvear con alguien que le enseñara. Por supuesto le dije si, mi amor, y procedí a desnudarla lentamente.
Ella se sorprendía a cada paso, simultáneamente muy delicado y denso, que daba yo. Cuando su blusa fue retirada, sus pezones ya estaban erectos, y Paula jadeaba. La niña era en realidad una perrita muerta de ganas de culear.
Nos echamos uno y mil polvos de antología en aquel departamento, y pasó el tiempo. Luego de un año decidimos vivir juntos. Paula se embarazó casi enseguida, y nuestra vida sexual se volvió rutinaria, imprecisa, poco cierta para ambos.
Sin embargo, Paula pudo proporcionar un elemento nuevo que enriqueció nuestra relación de manera grande, y era Anita, su mejor amiga, desde los 12 años, con quien había compartido el colegio, y que estudiaba Educación en la Universidad Católica, aunque ella era evangelista.
Anita era pequeña, de la misma estatura de Paula. Era morena, con el pelo lacio y una mirada profunda e inteligente, rellenita, aunque no gorda, con unas tetas de antología, redondas, paradas y firmes, un culo erguido, amplio y orgulloso.
Yo tampoco es que fuera demasiado alto, pero mi 1.75 y la anchura de los hombros, el vello en pecho, la actitud irónica, así como el hecho de que era conocido en el ambiente como literato, sociólogo e intelectual, un hombre joven con mucha experiencia con las hembras, aportaba en mi favor.
Anita al principio ni siquiera quería oír hablar de sexo. Poco a poco, al calor de la amistad que le unía con Paula, empezó a abrirse y a revelar sus angustias. Cuando nació nuestro hijo, Sebastián, Anita empezó a estar en casa casi todo el día, y nos acostumbramos a su presencia cotidiana.
Nuestro departamento era pequeño, así que ella dormía en la sala cuando se quedaba con nosotros. Poco a poco el grado de confianza se incrementó, hasta que un día, en mi cumpleaños, hicimos una fiesta loquísima, que acabó a las cuatro de la mañana del día subsiguiente, quedándose varios amigos a dormir en casa…así que Anita no tenía donde instalarse.
Entonces (no era la primera vez) ella durmió con nosotros en nuestra habitación.
A eso de las ocho de la mañana del domingo (la fiesta había comenzado el viernes) Paula se movió de manera insinuante (a los tiempos) sobre mi verga. Anita estaba junto a Paula, dormida.
A mí la situación me pareció de lo más caliente, así que comencé a tocarle lentamente las tetas y la concha a Paula. Ella jadeaba y me pedía más, pero con discreción. Así, haciendo silencio, comenzamos a echarnos un polvo de antología, dada las condiciones.
Paula se sacó la bata de dormir y se colocó sobre mí. Yo le lamía los senos y jadeaba silentemente, mientras ella me mordía despacito, como en el límite para no despertarle a Anita, quien se movía inquieta, asaltada talvez por alguna pesadilla.
Después de varios minutos de toqueteo y arrechera, Paula se trepó sobre mi verga y se la metió de una sola, sin decir nada, solo mirándome con sus ojos castaños enturbiados de promiscuidad. Trepada sobre mí, empezó a moverse circularmente y arriba-debajo de manera obsesiva, mientras Anita estaba a pocos centímetros de mi brazo y mano, agitada y murmurando cosas indistinguibles.
Su camisón de dormir se había corrido varios centímetros por encima de la mitad del muslo, y me daba una visión exquisita del nacimiento de sus hermosas nalgas morenas, así como atisbos de su calzón, de donde emergían unos pocos vellos ensortijados y negros.
Con más atención, pude observar su rajita pegada al pantaloncito transparente, momento en que Paula me preguntó si estaba con ella o con quién, pero en buena onda.
Entonces le dije si quería ella también ver lo clandestino y extraño de la situación, y después de bajarse de mi verga y chuparla con unción perversa, comenzó a lamerme los huevos, mientras una de sus manos se dirigía hacia la entrepierna de Anita de manera lenta, deliberada, delicada.
Apenas la rozó, pero Anita gimió entre sueños y comenzó a temblar entera. Entonces nos asustamos un poco, y nos replegamos al extremo de la cama, pero como la situación era ya totalmente incontenible, en silencio, yo me senté en el extremo superior de la cama, y Paula de espaldas sobre mi, puso su blanco y exquisito trasero sobre mi pene erecto a más no poder, y deslizó el mismo entre los labios vaginales, mientras gemía quedamente. Era todo un cerebro.
Así, comenzamos el va y viene, cuando de pronto Anita se levanta, nos mira y nos dice
-Con ustedes no se puede dormir, carajo¡
Paula, ensartada y casi llegando al clímax no podía decir sino inconsistencias, así que me tocó ripostrale;
-Bueno, si quieres, nos despertamos juntos….
Anita, indecisa, nos miraba con una mezcla de angustia y deseo. Entonces le dije
-Mira Anita, si no quieres, fresco, pero también puedes querer vernos bien, sin problema, y quien sabe…
Paula me cabalgaba furiosamente, jadeaba de manera abierta, incluso gemía, mientras yo trataba tan personales asuntos con su mejor amiga.
Anita me veía, mientras comenzaba a tocar por encima del camisón sus senos y abría lentamente las piernas, para luego cerrarlas convulsivamente y volver al ciclo.
A todo esto Paula me pedía más verga, y yo, por supuesto se la daba de mil amores; Anita me miraba de manera turbia, sus ojos se cruzaban con los de Paula, y el momento en que los dos acabábamos de manera brutal y demoníaca, Anita, no sin antes mostrarnos su chucha húmeda, se levantó y salió del cuarto.
A los tiempos habíamos tenido sexo de manera tan satisfactoria con Paula, pero ella no volvió a hablar del tema, yo tampoco, ya que cuando nos despertamos aún estábamos un tanto borrachos y fumados, así que quién sabía acerca de las consecuencias de lo sucedido.
Habrían de pasar algunos meses, pero eso es objeto de otra historia.