Capítulo 1

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Mi relación con Tatiana inició de una manera muy particular. Vivimos nuestro primer momento de intimidad en la oscuridad de un cine. Y esa misma tarde, tuvimos nuestro primer encuentro sexual en su apartamento. En la oscuridad de la sala de cine, fue ella la que tuvo la iniciativa. Hundió su mano a través de mi blue jean y comenzó a acariciarme.

Estuvo acariciando mi vagina, estimulándome a mi gusto. Las dos permanecíamos indiferentes a lo que ocurría en la pantalla gigante. Nos mirábamos a los ojos, dejándonos llevar por la emoción. Para mí, aquello era algo inesperado y atrevido. El modo en que yo cedía a sus caricias en mi vagina me hicieron sentir vulnerable.

Era un poco extraño para mí. Me estaba dejando tocar por una mujer que apenas había conocido un día antes. Tuve la sensación de haberme vendido a un precio muy bajo. Me entregué a la suavidad de sus manos con facilidad. Así que en cierto sentido me sentía rebajada. Pero… ¿Qué importancia tenía? Lo estaba disfrutando.

—Si quieres, en cuanto acabé esta película, vamos a mi casa—me susurró al oído—. ¡Allá tengo un montón de juguetitos!

—Por ahora estoy más que contenta con esto—le susurré a su oído—. Esto es lo más atrevido que he hecho en mi vida.

—Es bastante evidente.

Tatiana me dio un beso en mis labios. Las dos continuamos susurrándonos a lo largo de toda la película. Ella me manoseaba mis tetas, metía sus manos bajo mi camisa. A menudo jalaba mi sostén, con la esperanza de quitármelo. Pero yo la retenía. Le hacía entender con amabilidad que no quería que se sobrepasara más.

Pero al mismo tiempo no quería perderla. Así que en otras ocasiones sí la dejaba continuar. Sus dedos realizaban contacto con mis pezones. Yo cerraba mis ojos, olvidándome de que estábamos en un cine. Tatiana me besaba, se aproximaba a mí. Las dos sillas en la zona preferencial del cine nos ofrecían la comodidad que necesitábamos.

Yo también aprovechaba el momento. Buscaba sus labios, los besaba, me entregaba a su humedad. Siempre la besaba con mis ojos cerrados, deleitándome de placer. Cuando abría mis ojos, me sorprendía al ver que los de ella estaban abiertos. Entonces pensaba por un segundo si Tatiana me besaba sin cerrar sus ojos.

—Eres una linda jovencita, Katherine—susurró ella en mi oído—. Conmigo aprenderás mucho. Te enseñaré a reconocer a una lesbiana con solo verla.

—Eres muy linda Tatiana. Sabes muy bien cómo acariciar a una mujer.

—Tengo más experiencia que tú. Tú pareces una lesbiana que está perdiendo su virginidad conmigo.

—Solo sígueme dando placer.

Los dedos de la mano de Tatiana se hundían en mi vagina. Estaba recibiendo unas caricias únicas y deliciosas. Había deseado algo así en mi vida sexual durante mucho tiempo. Y ahora la oportunidad estaba frente a mí: a esa mujer de labios rojos con la que tanto me había mojado la noche anterior, en la soledad de mi habitación. Me acariciaba con ternura, deslizando con gusto sus dedos en mi clítoris.

Unas dos horas más tarde, me encontraba en la cama del apartamento de Tatiana. Desde el momento en que ingresamos a su habitación, la química se había vuelto a encender. Ella encendió el aire acondicionado y muy pronto nos sentimos frescas. El ambiente era muy amable con nosotras.

Yo me senté en la cama, a la espera de que la acción comenzara. Me sentía un poco ansiosa. Tatiana se estaba comportando como si yo fuese su presa. Es decir, como si ella fuese una depredadora y yo el banquete. Pero antes de cualquier tipo de juego, ella se fue al baño. Regresó unos segundos después, con un labial.

Entonces se sentó a mi lado y usando la cámara de su smartphone, usó el labial. Sus labios quedaron bellos, irradiando un color rojo muy provocador. Luego me tomó por el mentón y empezó a usar el labial en mí. Yo dejé que hiciera lo que deseaba, tal como lo venía haciendo desde que estábamos en el cine. Tatiana seguía ejerciendo su poderosa fuerza sexual en mí.

—Ya está, preciosa. Ahora si podemos gozar.

—¿Qué piensas hacerme?—le pregunté con timidez—. Estoy un poco…

—¡Ansiosa! Lo sé muy bien. Pero en un rato se te pasará.

Tatiana aproximó sus labios a los míos y comenzamos a besarnos. Fue un beso muy intenso, despiadado, sin limitaciones. Tanto así que mis mejillas quedaron embadurnadas de labial. Sentía el maquillaje rojo en mi piel como si hubiese caído en líquido azucarado.

Nuestras prendas fueron cayendo al suelo, una a una. En mi cuerpo sentí que vibraba un mar de sensaciones nuevas. Estaba perdiendo mi virginidad con esa mujer a quien apenas acababa de conocer en persona. Una vez desnuda por completo, me empujó para que me acostara en la cama.

Yo me moví libremente, ubicándome justo en el centro. Tatiana se ubicó sobre mí, pero unos segundos más tarde era yo la que estaba sobre ella. Fue algo rápido, muy brusco. Yo sentí que acababa de ser víctima de una técnica de artes marciales. Ahora era yo la que la besaba desde arriba, mientras ella acariciaba mis nalgas. A veces suspendíamos el beso y entonces ella besaba mis tetas.

—Te sigo sintiendo tensa, cariño. Suéltate, déjate llevar. Estabas mucho más cómoda en el cine.

—Es mi primera vez en esto, ya sabes.

—Tranquila, entrégate a mí, amor. Aprovecha lo que te estoy ofreciendo. ¿O quieres que nos tomemos una copa de vino?

—No, todavía no. Te acepto la copa de vino, pero en un rato.

Decidí vencer el miedo y disfrutar del momento. Con una pasión alocada, empecé a disfrutar sus besos. Durante mucho tiempo la estuve besando, sintiendo su saliva y su lengua. Nuestras lenguas se buscaban, se abrazaban, se conectaban como si fuesen una sola. La respiración de ella me informó que yo estaba correspondiendo al gesto de entregarme.

Al cabo de un largo rato de manoseos y besos, me sentí libre. Ahora me sentía como un pez en el agua. El clima fresco que nos proporcionaba el aire acondicionado influía en eso. Estaba viviendo sensaciones fantásticas. Yo, una adolescente de veinte años, que me había decidido salir del closet. Hacía solo un día me había contactado con ella por medio de una aplicación de citas.

Habíamos tenido la oportunidad de tener una sola videollamada, antes de acordar nuestro primer encuentro. Fue Tatiana la que decidió que nos reuniéramos en el cine. Ese miércoles en la tarde, subimos las dos a la zona de sillas preferenciales.

En el resto de la sala solo existían unas diez personas como máximo. Cómo Tatiana había elegido los asientos más elevados, nadie fue testigo de nuestros besos, de nuestras caricias. Nadie pudo juzgar lo que ella decidió hacerme ahí, en medio de la oscuridad. Ni siquiera yo me atreví a contenerla. Cedí cómo una mujer indefensa.

—Eso es solo el inicio, cariño—me susurraba Tatiana al oído—. ¡Conmigo tendrás un despertar sexual extraordinario!

—Se nota que tienes mucha experiencia. En parte te elegí por tu edad.

—Supongo que me estarás viendo como una MILF.

—Algo así.

—Y eso que apenas tengo 32 años.

Los susurros en el cine continuaron así de discretos. Ella continuó manoseándome y yo en ocasiones me fijaba en el resto de la sala. Tenía el frecuente deseo de comprobar que nadie nos estaba mirando. Pero cada vez que giraba mi rostro, Tatiana lo tomaba entre sus manos. Lo empujaba para obligarme a que continuara besándola.

Ahora, dos horas más tarde, las dos nos dábamos placer como si fuésemos una pareja. Es decir, una de esas parejas que tiene semanas (o meses) de relación. Yo cedía más y más a las caricias de Tatiana. La manera cómo me manoseaba era muy excitante. Apretaba mis nalgas para que nuestras vaginas hicieran contacto.

A veces usaba sus manos para masajear mis hombros y mi cuello. Eran caricias que me relajaban, que me obligaban a cerrar mis ojos y deleitarme. Unos minutos después, ella me pidió que me acostara bocarriba. Se asomó en mi campo de visión y me sonrió. Luego se retiró antes de que su boca realizara contacto con mi vagina.

—Qué sabor tan delicioso, Katherine—dijo—. Esta vagina está fresca, deliciosa.

—Lo está desde siempre—le respondí—. Eres la primera mujer que besa mi vagina.

—Y no seré la última, cariño. Que honor tengo de ser la que te está iniciando en tu vida sexual.

Para Tatiana fue fácil adivinar que yo era una mujer virgen. Cuando vivimos la videollamada ella me perforó con su mirada profunda. Me estuvo mirando durante varios segundos hasta que apareció en su rostro un asombro discreto. Abrió un poco su boca como si hubiese acabado de descubrir un tesoro.

De hecho, yo alcancé a percibir que su respiración se tornó más profunda. Pero muy pronto esa actitud quedó enmascarada. Tatiana siguió conversando conmigo, hablándome de su profesión. Yo le preguntaba mucho sobre su estilo de vida, sobre su actividad como escritora. Incluso me atreví a preguntarle si ganaba mucho dinero.

Me respondió que lo suficiente para tener el estilo de vida que siempre había soñado. En ese momento levantó su smartphone y comenzó a enseñarme su estudio de escritora. Fue algo fascinante reconocer su escritorio, la iluminación solar que se filtraba por la ventana y algunos cuadros en la pared.

—Qué estudio más hermoso—dije, felicitándola.

—¿Te gustaría conocerlo? ¿Te gustaría venir a mi casa?

—Puede ser… claro…

—¿Qué tal si nos vemos mañana? Hay una película que quiero ver.

Y sí, al día siguiente nos reunimos en el centro comercial. Me dijo que la esperara junto al McDonalds del quinto piso. Ahí me encontró, con mi mirada inocente, viendo hacia las tiendas de ropa del frente. Yo estaba sentada en un cómodo sofá. Cuando me reconoció, se detuvo frente a mí a una distancia de dos metros.

Yo giré mi rostro y me asombré al verla. Lo que ocurrió es que me impresioné porque por un instante tuve la sensación de que llevaba minutos ahí, estudiándome. Pero entonces yo me fijé en sus labios de color rojo, su piel un tanto morena y su cabello negro. Llevaba puesta una chaqueta de jean azul, bajo la cual tenía un top sin mangas color blanco.

—Hola Katherine, muy buenas tardes—me saludó jovialmente—. ¿Llevas mucho esperándome?

—No. Llegué hace unos diez minutos.

Entonces ella se aproximó a mí y se sentó a mi lado. Me saludó dándome un beso a la mejilla y muy pronto entró en confianza conmigo. Tanto así que ella descargó su brazo por encima del espaldar del sofá. Lo único que nos dividía era el bolso de cuero que ella tenía. Pero, aun así, en cuanto tuvo la oportunidad, ubicó su mano sobre mi rodilla izquierda.