Capítulo 7

SIETE

LA GATITA VOLVIO POR MAS

GATACOLORADA & CHARLINES

La gatita había vuelto y me había sorprendido, no solo aceptó de buen grado la presencia de mi amigo. Si no que se atrevió a jugar con los dos y esto me dio una idea.

Había un jeque árabe que solía visitar la fábrica algunas veces y yo me encargaba de llevarlo y traerlo y atender sus necesidades del tipo que fueran. Esa semana estaba en nuestra ciudad y me había pedido algo insólito, deseaba ver cómo se corría frente a él una mujer. Ver su cara de gusto y de puta y ver, cómo sus ojos se tornaban en blanco. El no pretendía tocarla si ella no lo pedía, solamente quería ver y disfrutar las vistas.

Pensé en mi gatita, igual estaba interesada en el espectáculo, sabía que le gustaba ser observada y le gustaba el sexo. Una vez caliente, ¿quién sabe? Igual ella quería más, pedía más. Todo dependería de la calentura.

Esa tarde me la encontré en el pequeño supermercado del barrio.

  • Buenas tardes vecina, estas espectacular.

La vecina me miró y se echó a reír.

  • ¿Qué quieres cabrón? Muy zalamero estas tu.
  • Te invito a un café.
  • Venga vamos a pagar y tomamos ese café.

Salimos del super y yo no podía dejar de mirar su culazo, que movía con una perfecta cadencia. Mis ojos se comían ese culo que me tenía hipnotizado.

  • ¿Qué miras cabrón?
  • Tú que crees, ese culo que meneas para que te siga sin pestañear.
  • Jajja sos un boludo jajaja.

Nos sentamos en una mesa y pedimos dos cafés.

  • Tengo algo que contarte, ¿no sé lo que te parecerá?

Y le conté muy despacio la propuesta del árabe. Mi vecina me miraba con ojos de asombro, creo que no llegaba a creerse la propuesta.

  • ¿Me estás proponiendo que sea una puta?
  • Bueno… técnicamente no, te propongo una aventura diferente, algo excitante y donde esta vez, tu y solo tú, pones las reglas y marcas los tiempos. Sé que es algo difícil de asumir, pero creo te será sumamente placentero y excitante.

Tu callaste durante unos minutos, mientras analizabas la propuesta. Tu excitación se notaba en tus pezones que habían levantado la tela de tu camiseta y ahora, parecían tus pechos, dos tiendas de campaña, te mesaste los cabellos sonriendo ladinamente.

  • ¿Me prometes que solamente me tocarás tú?

Por supuesto, solamente yo, es más, igual ni te enteras de que él está ahí.

  • Joder cabrón estoy chorreando, tengo miedo y estoy muy excitada. Me parece algo muy morboso y que puede ser muy, muy excitante. Vale, el jueves por la tarde la tengo libre, pero, prefiero que sea en un hotel.
  • Perfecto, yo me encargo, te recojo en la esquina a las cuatro y media.

Ese día, la gatita maullaba cantando por la escalera camino de su casa. La alegría la invadía y la excitación le tenía la tanga totalmente húmeda. Estaba también asustada, la propuesta era extraña, muy extraña, pero eso sí, llena de morbo.

Los dos días que la separaban del jueves, la tendrían caliente como una gata en celo. Esos días no se masturbó y solamente hizo el amor el miércoles con su marido. Quería estar excitada, caliente, ansiosa.

Me acerqué a la esquina donde me esperaba y la vi radiante, con una blusa blanca y una faldita negra, subida en unos enormes tacones.

  • ¿no se si vengo preparada? – me dijo

Tranquila, seguro que lo estás, además, estas preciosa. Tu cara se tiñó de un color rosado por la vergüenza. Puse camino al hotel, donde el jeque nos esperaba. Tú te removías nerviosa en el asiento.

  • ¿Nerviosa?
  • Joder, no sabes cuanto
  • No te preocupes, es un buen tío y muy respetuoso.

Llegamos al hotel y subimos a la habitación, parecía desierta. En una mesa una botella de champán francés y una nota.

“me gustaría un estriptis antes de empezar, ¿si puede ser?”

Tu asentiste con la cabeza. Abrí la botella de champán y serví dos copas. te tomaste una de un trago, y extendiste tu mano pidiendo otra. Yo te serví otra copa.

En la habitación había un butacón junto a una mesa de café y en el fondo un altillo de unos cuatro metros por dos, más o menos. te subiste a él y me miraste ya con los ojos abultados. Sacando mi teléfono móvil, lo conecté a los altavoces del televisor música y el espectáculo comenzó. Una música suave empezó a sonar. Intimidada dejaste que la música te envolviera y que tu cuerpo se identificara con el ritmo, moviéndote al compás. Con las piernas separadas, deslizaste las manos por tu cuerpo. No pensabas darte prisa. Aquel no iba a ser un rápido espectáculo amateur en el que giraras torpemente hasta acabar desnuda y expuesta bajo los focos, ibas a tomarte tu tiempo. Querías que quien fuera que estuviese mirando a escondidas, se calentara con tu baile.

Te quitarías la ropa a tu ritmo y mostrarías tu cuerpo cuando tú lo creyeras oportuno. Sabías cómo se sucedían los fragmentos en la grabación y cómo reaccionar a cada uno de ellos.

Te desabrochaste el vestido lentamente, guiándote por los acordes de The Stripper con movimientos pausados, sin apresurarte. Una vez que te despojaste de la primera prenda, te sentiste liberada. Te contoneabas con tu lencería de encaje. Dejaste caer las bragas, pero llevabas la tanga negra debajo, habías querido darme una sorpresa. Las tiras de la tanga dibujaban eróticas líneas alrededor de tus piernas y se perdían tentadoramente en la hendidura entre tus nalgas. Te acercaste a mí. Yo me había recostado en el respaldo del sillón y estirado las piernas, dejándolas algo separadas. Tú observaste la luz reflejada en la copa, cuando yo moví la mano. Estabas tan cerca como podías, sin llegar a abandonar el rectángulo de luz que formaban los focos. Te tomaste tu tiempo con el sujetador, aflojando los tirantes, bajándolos poco a poco como finas telarañas de encaje negro, para finalmente, cubrirte los pechos en un gesto de fingida modestia, separando los dedos para permitir que se entrevieran los pezones. Te recreaste todavía durante más tiempo con el liguero, dándome la espalda mientras lo soltabas. Luego te inclinaste y enrollaste las medias hasta las rodillas antes de volverte de nuevo hacia mí. Te diste cuenta de que tenía las piernas más separadas y que movía mis manos, pero ya no sostenía entre ellas la copa de champán. Abandonaste el círculo de luz y te acercaste al sillón. Pasaste una pierna por encima de las mías en una posición que te recordó nuestro último encuentro. La diferencia estribaba en que ahora eras tú la que tenía el mando. Pusiste un pie en el brazo del sillón, contoneando las caderas sinuosamente al ritmo de la música, al tiempo que deslizabas la mano a lo largo del muslo hasta juguetear con las tiras que mantenían el tanga en su lugar, pero sin llegar a soltarlas. Moviste un poco el triángulo de seda negra hasta que apenas cubrió tu moreno vello púbico, que ya había comenzado a crecer. Cuando quisiste retroceder, notaste que yo cerraba los dedos en torno a tu muñeca, deteniéndote.

  • Ya basta – te dije, severamente.

Tú tiraste de la mano.

La música no ha terminado todavía. ¿Has terminado de bailar?, te indique

Volviste la cabeza, cuando una voz fuerte y varonil dijo desde las sombras.

  • Que se ponga el antifaz y te chupe la polla, quiero ver cómo se corre después. Te pusiste el antifaz, algo asustada.
  • De rodillas.
  • No, aun no terminó la música
  • Hablas demasiado, de rodillas

Te solté la muñeca y estiré la mano hacia tus caderas, metiendo los dedos debajo de las tiras de seda para separar la tanga de tu cuerpo. Antes de empujarte de rodillas. La tanga cayó al suelo. Estabas desnuda, salvo por las medias y los zapatos de tacón de aguja, cuando te arrodillaste entre mis piernas, me bajé la cremallera de los pantalones y pudiste observar que ya estaba totalmente excitado. Alzaste la mirada hacia mí.

  • Creo que esto quiere decir que lo consideras un buen espectáculo. – dijiste
  • No pierdas el tiempo admirándola -te dije.
  • Haz algo.

Tú rodeaste mi erección con los dedos, esperando tentarme un poco más antes de ofrecerme alivio. Yo aparté tu mano.

  • Usa la boca. -te ordené con voz ronca, Quiero sentirla y hazlo despacio.

Giraste la cabeza y mediste con los labios la longitud de mi polla, de abajo arriba, antes de lamer el redondeado glande con la lengua. Chupaste primero con suavidad y luego con más fuerza hasta que yo respondí, sujetando tu cabeza. Gemía mientras cambiaba de posición en el sillón, abriendo más las piernas y presionándote la cabeza con la mano, como si quisiera asegurarme, de que no te retirarías dejándome insatisfecho. Tú, ladina y segura de ti, te introdujiste un poco más mi polla en la boca. Mientras, al sacarla la acariciabas con el borde de los dientes, jugueteando, observando mi respuesta, esperando que te dejará utilizar también las manos. Volví a gemir otra vez y tú moviste la cabeza para acariciarme los huevos con los labios y la lengua. De repente, te puse las manos debajo de los brazos para alzarte y sentarte a horcajadas sobre mi regazo, dejándote mirando al frente. Quería follarte y estaba al límite. Pero antes debía esperar la orden. El árabe salió de su escondite, me miró y asintió con la cabeza.

  • Ya estás preparada, ¿verdad?

Mi voz era todavía más ronca por la excitación-. Realmente te excita que alguien te miré, ¿eh? Te mueres porque te fólle, ¿a que sí?

Tomaste mi polla con la mano y la sentiste dura y palpitante bajo los dedos.

  • ¿Cuánto tiempo crees que podrás contenerte? -me preguntaste.
  • Creo que lo suficiente- te dije.

De frente al voyeur acaricié tus pechos apretando tus pezones, mientras te mantenía sobre mi polla, pero sin penetrarte. Gemías casi desesperada pero no querías dar la orden. Tus pezones cada vez estaban más excitados y el placer de mi caricia cada vez era mayor.

Te solté y esperé a que tu respiración se estabilizara. Te puse las manos en el culo y te acerqué, guiándote sobre mi miembro al tiempo que arqueabas las caderas. No era la posición más cómoda, pero te moviste en contrapunto conmigo.

  • Qué bueno. Logré decir entre jadeos-. Me gusta mucho.
  • Cabrón me llenas entera

Tenías los ojos entrecerrados y tu cara reflejaba un profundo placer, el placer que tu misma te dabas. Seguro, te sentías como una stripper de verdad, complaciendo a un espectador. Para sugestionarte yo te decía.

  • Ahora todos te miran, te observan, todos desean estar en mi lugar.

Tu cabalgabas gimiendo sobre mí, asida a tus piernas, con los ojos tapados sentías aún con mayor énfasis mi penetración. Estabas caliente, muy caliente.

  • Despacio, té dije. Haz que dure.

Mientras, el jeque cada vez estaba más cerca y miraba tu rostro fijamente. Tu podías sentir su aliento y eso te excitó aún más.

Estabas dispuesta a intentar prolongar el placer, el placer de los dos, pero notaste que el orgasmo iba recorriendo tu cuerpo y empezaba a subir por tu columna hasta tu cerebro, abriste la boca, gemiste y te clavaste en mi parando todo movimiento.

  • Joder, gemiste, que rico, que rico ha sido.

El jeque también excitado dijo que había sido magnífico y me pidió que te quitara el antifaz. Tú lo miraste fijamente a los ojos hasta que él se quitó la chilaba que cubría su cuerpo.

  • Sin tocar dijiste tu.

El hombre lo entendió y se sentó frente a nosotros sobre una silla.

  • Mastúrbala para mí.

Lentamente fui abriendo tus piernas, hasta dejar tus muslos colgando de cada una de las mías. Estabas expuesta ante el hombre y eso te excitaba. Tu sexo totalmente abierto, le dejaba ver tus labios y la humedad de tu excitación. Tú también podías apreciar como el miembro erecto del hombre te rendía armas.

El hombre tenía un miembro largo y grueso, su mano dejaba un buen trozo a la vista después de rodearlo. Tú lo mirabas atónita mientras él subía y bajaba su mano.

Yo empecé la caricia de tu sexo, primero recogía tus flujos, para llevarlos a tu clítoris, pero no me quedaba en él. Subía y bajaba por los labios de tu sexo en una lente caricia. Tu seguías impertérrita la mano de ese hombre sobre su miembro morado. Gemías y te estirabas encima de mis piernas.

  • Haz que se corra, quiero ver cómo se corre.

Mi polla totalmente dura, empujaba los pliegues de tu sexo y mis dedos fueron directos al clítoris. Lo acaricié lento muy lento en pequeños círculos, a la vez que, de vez en vez, palmeaba tu sexo. Volvía a la caricia mientras mi otra mano apretaba tu pezón, esos pezones que me volvían loco. Lentamente aceleraba mi fricción sobre tu clítoris, a la vez que apretaba y acariciaba tu pezón. Tu respiración empezó a acelerarse y bajé el ritmo.

Tus ojos seguían el movimiento de la mano sobre la polla y tu cuerpo saltaba sobre mí, pidiendo más movimiento, más fuerza, pidiéndome placer.

Viste como el hombre asentía y mi mano aceleraba su fricción, los círculos sobre tu clítoris ahora, se repetían con más frecuencia y la fricción te volvía loca. Moviste tus manos pidiendo que el hombre se acercara y cuando su boca tapó la tuya, le regalaste un orgasmo largo e intenso que recorrió tu cuerpo de arriba hacia abajo.

Te separaste de él, de su boca.

  • Quiero que me folléis, estoy muy caliente.

Lentamente acerqué tu cuerpo al final de mis rodillas, abrí tus piernas y te ofrecí a él. Atónito el hombre sujetó su gruesa polla y la fue pasando por el canal que le ofrecían tus labios. Una y otra vez, la deslizaba sobre ti, impregnándola cada vez más con tus jugos.

Yo había llevado dos de mis dedos a la boca y los había llenado de saliva. Los bajé hasta tu culo y lo penetré con ellos. Tu gemías como jamás te había escuchado y al rato pedías ser follada.

  • ¿A qué estáis esperando?, ¿queréis matarme cabrones?

Para hacerlo más fácil, fui yo quien primero penetró tu culo, ya en el borde del sillón, levanté tus piernas ofreciendo tu sexo al árabe. Este muy lentamente fue entrando en ti. Tú te sujetaste de su cuello y le dejaste hacer, él era el único que podía moverse con cierta facilidad. Así lo entendió él, que empezó un movimiento lento que fue avivando según follaba tu húmedo coño.

Tú, asida a su cuello te dejabas llevar por su movimiento y gemías ahora con fuerza, pues ya se movía con una cierta ligereza dentro de ti. Te estabas volviendo loca y loca terminaste cuando después de un intenso y fogoso momento, él te clavó la polla en tu interior y se corrió en abundancia dentro de ti. Lentamente se retiró dejándote empalada en mí. Echaste tu cuerpo hacia delante, colocaste tus piernas entre las mías y sujeta a mis rodillas, empezaste a sodomizarte a tu gusto.

Miras al hombre fijamente.

  • Ven, acércate, acércate más.

Te sujetaste a su cuello y aumentaste el ritmo, justo cuando bañaba tus intestinos, sujetaste con fuerza al hombre lo besaste con pasión y te corriste sobre mis piernas.

  • ¿Esto era lo que querías cabrón? – dijiste mirándolo fijamente a los ojos

El hombre alucinado te miró y sonrió asintiendo con la cabeza.

Te volví a dejar en el barrio y al salir me dijiste.

  • Eres un cabrón, pero me habías prometido morbo y diversión y vaya si lo he tenido.
Continúa la serie