Capítulo 1
- Mi esposo me pervirtió I
- Mi esposo me pervirtió II
- Mi esposo me pervirtió III
Mi esposo me pervirtió
Soy mexicana, de Chilpancingo; tengo 22 años y quiero contarles o lo que me ha pasado en mis tres años de casada. Esta es la primera historia.
Néstor siempre había sido muy celoso conmigo.
Cuando éramos novios trataba de obligarme para que no me arreglara tanto, para que no usara minifaldas ni blusitas pegadas, ni pantalones.
Yo nunca permití que me impusiera nada y hasta terminamos varias veces, pero fue cediendo poco a poco hasta aceptarme como soy.
Sin embargo sus escenas de celos eran constantes: qué por qué me veían o por qué me piropeaban o me chiflaban.
Una vez estuvo a punto de pelearse con unos tipos que le dijeron que yo era mucha hembra para él.
Como buen machito le hacía guardia a mi virginidad, hasta que unos días antes de casarnos se la entregué completita en la sala de mi casa. Hasta la fecha queda una manchita de sangre en un cojín.
Después de casarnos me cogía a cada rato, a veces dejaba de ir a trabajar o dejábamos de ir a la escuela para quedarnos en la casa.
A mi comenzó a gustarme mucho y yo misma me le ofrecía y lo buscaba para que me lo hiciera.
Por mi propia iniciativa comencé a mamarle la verga, lo que al principio le sorprendió y hasta se enojó y me preguntó qué quién me había enseñado.
Durante todo el primer año de mi matrimonio el sexo se me hizo una necesidad constante y la verga de Néstor una obsesión.
Me encantaba que me cogiera y terminara en mi boca, además sentía que de esa manera corría menos riesgo de no embarazarme. Las miradas lascivas de los hombres en la calle, los chiflidos y piropos no faltaban, pero mi mundo era el sexo con mi esposo. Para entonces, tenía 19 años.
Todo fue muy bien hasta el primer aniversario de nuestra boda.
Fuimos a cenar y a bailar y pues para nada pasaba desapercibida.
En un momento, al regresar del baño, me dijo furioso que nos fuéramos.
Encabronado me contó en el taxi que unos tipos con cara de mafiosos se le habían acercado para preguntarle que era él para mí y claro que le contestó que era mi esposo, entonces le preguntaron que cuánto quería por dejar que me cogieran.
Yo los identifiqué porque me había estado guiñando el ojo y mandándome besos.
Su enojo fue mayor cuando el chofer del taxi, un viejito bonachón, le dijo que con una señora así, se exponía a eso y más…
No habíamos tomado mucho, pero el alcohol me había excitado lo suficiente para seguir la fiesta en la casa; destapé cervezas y puse música, quería bajarle el coraje pero estaba muy tenso, entonces se me ocurrió hacerle un strep-tease y claro que se calentó cuando me vio encuerada haciendo poses y dando vueltecitas frente a él. Me llevó a la recámara, lo desvestí como a él le gusta e hincada en la cama y él parado en el suelo, se la comencé a mamar. Sin querer, mis nalgas quedaron de frente al espejo del ropero de tal forma que podía verme la cara y de nalgas al mismo tiempo.
Sin saberlo, desde ese momento comenzaron a cambiar las cosas.
Néstor comenzó a ser un poco violento y a decirme cosas fuertes mientras lo hacíamos. Ese día me agarró de la nuca y me bombeó frenéticamente la verga en mi boca, al tiempo que me decía cosas como:
– ¡Vamos puta, trágate toda la verga!… Mueve ese culo perra, ábrelo para que lo vea mejor… -, y cosas por el estilo, como pinche puta, zorra, tragavergas, etc.
A mí me excitaba que me tratara así y hasta le echaba más ganas cuando me cogía. Pero también se le fue metiendo en la cabeza que yo hacía todo eso en la cama no porque lo quisiera y me gustara, sino porque era una puta caliente. Cuando salíamos me decía:
– ¡Mira como te ven! Te quieren coger… ¿Cuál te gusta?-, o: -Esos tipos te tienen ganas, muévete más-
Llegaba a subirme él mismo, la falda para enseñar un poco más las piernas y cuando me ponía pantalones, él me escogía los más entallados que me hacían ver más nalgona. Incluso ponía pretextos para que yo me adelantara y caminara detrás de mí o me dejaba largos ratos sola en los restaurantes o bares. Un día llegó con un gran espejo y lo colocó a un lado de la cama, de tal forma que siempre que cogíamos nos podíamos ver. Eso a mí me encantó, pero a él lo fue enfermando más. Me ponía a mamársela de espaldas al espejo y comenzaba a decirme qué cuántos no desearían mis nalgas en esa posición y me decía:
– ¿Te acuerdas del tipo aquel que estaba en tal lado y que te dijo tal cosa?-, y luego agregaba: -¿No te gustaría tenerlo ahí atrás metiéndote la verga?-
Me volteaba con violencia y me la metía, me levantaba la cara jalándome del pelo y me decía:
– ¿O preferirías que te metiera su verga en el hocico de mamadora que tienes?-. Comenzó a inventar historias con los hombres que conocíamos, hasta con los vecinos y nuestros amigos.
En esos días terminamos la escuela y cuando le enseñé el vestido que iba a llevar al baile de graduación, decidió que no iríamos. Le lloré, le rogué, le propuse vestirme como él quería y no quiso. Finalmente fui yo sola y él me alcanzó más tarde. Sus escenas de celos fueron terribles, al grado que mis amigas me llevaron a una mesa y me protegieron de sus insultos. Él se emborrachó y terminó en el micrófono gritándoles a todos mis intimidades y mis gustos sexuales. Salí corriendo de la fiesta y llegué a la casa decidida a no recibirlo.
Al día siguiente lo llevaron sus papás y por pena tuve que recibirlo. Nos dejamos de hablar varios días, hasta que una noche llegó borracho y me cogió a la fuerza. Esa noche me embaracé. En todo ese tiempo se la mamaba cuando él me lo pedía; luego tuve a mi hija y poco a poco mi cuerpo comenzó a tomar su forma. Todos me decían que el parto me había favorecido, que estaba más buenota; hasta él se sorprendió de que después de haber engordado tanto, hubiera regresado a mi talla normal; eso sí, más nalgoncita y chichoncita, y con mi cinturita de siempre y claro, mi apetito sexual regresó.
Me imaginé que esa nueva situación, nos iba a ayudar a superar los problemas de nuestra relación, pero no fue así. El primer cambio importante en él, fue que ya no me hacía escenas de celos en la calle y se la pasaba diciéndome quién me veía, cómo me veía y si me gustaba. Al principio lo tomaba en broma y recordaba que a él le excitaba mucho recordarme todo eso cuando teníamos sexo, y le seguía el juego. Pero llegó al extremo de buscar pretextos para presentarme con algunos hombres que me atraían o con los más insistentes en desnudarme con su mirada. Luego, en la cama, no dejaba de repetirme que todos me querían coger, que a fulano le gustaba mucho, que mengano no me quitaba la mirada del busto y de mis nalgas; en fin, era tanta su insistencia que al mismo tiempo que me excitaba durante el acto, se me fue creando una gran curiosidad y me volví muy morbosa.
Un día, durante la comida, me dijo que habían llegado unos franceses del Banco Mundial hacer unas supervisiones de obras que estaba haciendo la empresa donde trabajaba y que los quería invitar a cenar. Le dije que sí y me pidió unas fotos mías para enseñárselas, lo cual se me hizo de lo más normal. Le recordé que había unas donde estábamos los dos pero me dijo que no, que quería en donde estuviera yo sola y con minifalda.
La cena fue un viernes, en la mañana Néstor me pidió que llevara a la niña con su mamá, ya le había pedido que la cuidara y me ayudó a escoger el vestido para la noche. Me extrañó que escogiera uno un poco atrevido, color vino, escotado, cortito y entallado; además me pidió que no me pusiera medias ni nada abajo. Mi mamá me ayudó a preparar la cena, así que a las ocho de la noche, llegaron los dichosos franceses con mi marido. No eran esposos pero se veía que andaban juntos por las caricias y los besos que se daban.
Jean era un hombre enorme, como de 1:90, maduro, rollizo, de más de 50 años, con barbas y bigote. Ella se llama Collette, de menos de cuarenta años, muy bien conservada y con una cara muy bonita. Jean no cejaba en elogios para mí, que era una muñequita, que mis ojos eran muy bonitos, que tenía cuerpo de princesita y cuando le dije que tenía 21 años, se chupó los labios y dijo:
– ¡Mmm, pastelito de Chantilly!-
Tomamos champaña que ellos llevaron hasta que se acabó, entonces cenamos y Néstor puso a su disposición nuestra pequeña cava: ron cubano, tequila y una garrafa de 5 litros de mezcal. Para variar, ellos se pusieron a platicar de sus cosas, de las obras, del trabajo; luego nos contaron de su país, en fin todos hablaban menos yo, que me refugié en el mezcal que me encanta.
Me puse bastante alegre, puse música guerrerense y comencé a bailar, ellos me siguieron, luego sacaron unos discos compactos de música francesa y de Mireille Mathieu. Jean me sacó a bailar pegadito y cada vez que me apretaba de la cintura, sentía su pene erecto en mi estómago. Néstor bailaba con Collette, que también era más alta que él y vi como ponía su mejilla en uno de sus enormes senos. Collette apagó la luz y así terminamos de bailar todo el disco compacto. Jean no dejaba de frotarme con sus manotas la espalda, me acariciaba los oídos y las mejillas y me puso a mil. De reojo veía a Néstor fajándose a Collette, veía sus manos agarrándole las nalgas y su boca chupándole una chichi. Por fin la música acabó, yo me sentí mojada y le vi a Néstor una mancha oscura en el pantalón.
Jean y Collette se pusieron a fajar en el sillón. Mi esposo me levantó la falda y comenzó a darme dedito, mientras nos besamos. Collette ya estaba hincada en el suelo mamándole la verga a Jean y yo hice lo mismo con Néstor. De pronto Jean me llamó para que fuera con él. Yo me quedé helada, pensé que Néstor iba a hacer una escena, pero no, me hizo una seña afirmativa. Me levanté confundida, dentro de mi borrachera tenía sentimientos encontrados, Jean me había excitado pero no podía ser, ¡yo estaba casada y además mi marido estaba ahí! Collette me alcanzó y se puso a convencerme, me explicó que yo le gustaba mucho a Jean y que a ella le gustaba Néstor, que era sólo un cambio de parejas un rato, que le diera chance de comerse a mi marido y que Jean era un maestro del sexo, que por eso andaba con él. Me di valor, me tomé un vaso de mezcal y decidí romper la barrera de la moral tradicional.
Regresé con Collette a la sala con el garrafón de mezcal, le serví a todos y me senté. Jean tenía su enorme verga en la mano. Collette les dijo que yo estaba de acuerdo en hacer un intercambio de parejas, se levantó y me hizo la seña de que cambiáramos de lugar. Ya ni volteé a ver a Néstor, me dirigí directamente con Jean y comenzó a besarme y desvestirme. Mathieu no dejaba de cantar cachondamente. Me aflojé toda, me dejé llevar, mientras Jean no dejaba de decirme pastelito. Cada movimiento de él, cada caricia, cada toqueteo de sus manos en mi cuerpo me encendía más y más. Abrí los ojos y Collete le mamaba la verga a mi marido.
La boca de Jean llegó a mi conchita, sus barbas y sus bigotes se enredaban en mis vellos públicos, pero su lengua me penetraba enardecida; de pronto sentí su dedo en mi colita, en mi ano, nunca me lo habían tocado y cuando me metió uno, me vine en su boca como nunca, en realidad era mi primer orgasmo completo. El gritó:
– ¡Hey!, juguito de princesa, es una delicia tu mujer Néstor, sabe a miel-, pero Néstor no contestó nada.
Jean no dejaba de hablar, me decía que era un manjar, que mi puchita era de caramelo y flan, que mis muslos y mis senos eran baguettes con miel y se puso a lamerme el culo. Me volví a venir, mi lugar estaba mojadísimo y él casi me echaba porras: «así princesa, así, vente hasta que se te seque la panocha». Exhausta, le busqué con mis manos la verga, era grande, más grande que la de mi marido; me bajé del sillón y él me agarró de las orejas y me condujo la cara hacia su chile. Lo acaricié todo, lo recorrí ansiosa con mis manos desde los huevos hasta la cabeza que parecía un champiñón y comencé a mamársela.
De vez en cuando Néstor y yo intercambiábamos miradas. En ese momento Collete se había montado en él y prácticamente se lo estaba cogiendo. Yo seguí con mi tarea, me metí la verga de Jean en la boca y no lo podía creer, con trabajos me cabía la cabezota, no era como la de Néstor que me cabía casi toda. Jean seguía hablando en voz alta:
– ¡Qué bonito miras cuando mamas muñequita!, chúpale, mamá-
Yo le buscaba la forma y no encontraba la manera de comerme bien esa vergota. Jean me decía cómo, me dirigía, pero me daba cuenta que no lo alcanzaba a satisfacer. Un poco molesto me ordenó que lo montara, me subí en él, me senté en su verga y comenzó a lamerme y chuparme los senos y a besarme en la boca. Su lengua era habilidosa, me la metía hasta la garganta y luego en los oídos, bajaba por mi cuello y me chupaba las chichis. Me vine otra vez ahora sobre su pene.
Al sentirme, me levantó de las nalgas, su verga saltó como con resorte y me acomodó para penetrarme. Fue delicioso, sentía que me llenaba toda y por primera vez sentí, mi clítoris presionado por una verga. Mientras, me nalgueaba y me decía que me moviera, que brincara y así lo hice. Me sintió un poco tensa y el mismo me levantaba de las nalgas y me dejaba caer sobre él, volví a venirme. Jean le gritaba a Néstor:
– ¡Oye, tu mujer se sigue vaciando!-
Me volteó de espaldas a él y pude acomodarme mejor para seguirlo cabalgando y así de frente podía ver muy bien a Néstor cogiéndose frenéticamente a Collette, que en cuatro, le pedía más y más. Un nuevo orgasmo me invadió y por primera vez en mi vida no pude contenerme y grité, aullé, gemí maullé, ladré, no sé, me sentí supersatisfecha. No lo pensé, me zafé de Jean y me arrodillé frente a él y volví a lamerle los huevos y manosearle la verga. Néstor gritó como siempre que se viene y Collette le reclamó que ella faltaba. Yo seguí en lo mío.
Mientras le mamaba la verga a Jean a mi manera y cómo podía, él le habló a Collette y de dijo que me ayudara. Ella se acercó, vi su cara muy cerca de la mía, yo tenía la cabeza de la verga de Jean en la boca y ella comenzó a lamerle el palo. Poco a poco nos fuimos coordinando, si yo soltaba el glande, ella se lo metía en la boca y yo lamía el palo y los huevos y al revés. Yo observaba como lo hacía ella y trataba de imitarla mientras Jean nos acariciaba los senos y la cara.
Me olvidé de todo, hasta de Néstor, esa verga estaba muy crecida, muy dura y sentía sus palpitaciones en mis labios y en mi lengua. Jean nos decía:
– Mamen, mamen, son muy buenas; enséñale bien a la princesa Collette-
Cuando llegábamos juntas a lamerle la cabezota, nuestras lenguas se tocaban y eso me excitaba mucho. Yo le daba gracias a la vida de vivir ese momento y todos mis sentidos estaban concentrados como nunca en esa mamada al tronco de Jean. De pronto sentí una mano acariciando mis nalgas y mis muslos, pensé que era Néstor pero no, era Collette; Néstor se la estaba cogiendo. Ella siguió acariciándome hasta que metió suavemente sus dedos en mi vagina y me la acarició como nadie, tuve otro orgasmo que ella dejó escurrir mientras hacía quejiditos de placer.
Me sorprendió la capacidad de Jean de aguantar tanto tiempo la eyaculación, nuestras mamadas a cualquier hombre lo hubieran hecho explotar hacia tiempo, pero su virilidad estaba en su máxima expresión. Collette le pidió a Néstor que se la metiera en el culo y supe que se la había metido ahí cuando ella comenzó a jadear y a moverse perdiendo el ritmo de la mamada. En eso explotó Jean en mi boca, me echó tal cantidad de semen que no lo pude contener y comenzó a escurrirme por la comisura de los labios. Collette me dijo que lo regresara sobre la verga de Jean, lo hice y ella se lo comenzó a comer y con la mirada me indicó que yo también lo hiciera. Nuestras lenguas fueron recogiendo el semen de Jean, se lo fuimos limpiando poco a poco, lo recogíamos de la cabeza, del palo, de los pelos, de los huevos, de sus piernas peludas, hasta que nuestras lenguas se juntaron y nos dimos un beso con los labios y la boca con el sabor de la verga de Jean.
Me subí al sillón y la boca del francés buscó la mía, y nos fundimos en un beso tremendo. Lo acaricié todo lo que pude, mis manos lo devoraron, sentí su espaldota, su pecho pachoncito de pelos, su barba, sus bigotes, todo. Collete seguía ensartada por atrás y Néstor me veía incrédulo. Por fin se vino en el ano de Collete y ella gritó de placer, Néstor se apartó y vi claramente su verga sucia, pero Collette se volteo y comenzó a limpiárselo con la boca. Jean me ordenó limpiarle el culo a Collette:
– Son mocos de tu esposo-, me dijo.
Me acerqué con un poco de asco, de su culo escurría semen, pero realmente me gustó, le chupe el ano a Collette hasta dejárselo limpiecito.
Me sentí cansada, exhausta, las piernas me temblaban, nunca había imaginado tener tantos orgasmos tan completos en una noche, mis orgasmos habían sido siempre a medias.
Repartí mezcal a todos y traté de descansar, pero Jean me tomó por atrás, me cargó, me acostó en la alfombra, se subió sobre mí, me abrió las piernas y me penetró. Yo cerré los ojos y me dejé manosear, besar y coger por esa verga formidable, hasta que me sentí inundada de semen calientito y rico.
Cuando terminamos vi que Collette le seguía mamando la verga a mi marido, me acerqué y me incorporé. La verga de Néstor que tanto me había obsesionado, la vi y la sentí pequeña. La boca de Collette la deglutía completa, hasta los huevos, así que prácticamente nos la turnábamos para mamarla.
En eso escuché que Jean pregunto por vaselina y Néstor le indicó que había en el baño, en el botiquín. Escuché el chorro de orín de Jean en el baño, el ruido de la tapa del botiquín y los pasos de regreso de Jean. Luego sentí su lengua en mi ano y sus manos devorando mi piel.
Me prendí otra vez. Mientras Néstor disfrutaba sintiendo su verga completa dentro de nuestras bocas, alternadamente, sentí la rica penetración de Jean en mi vagina y sus dedos en mi ano, luego sentí sus dedos untándome vaselina en mi culo y su cabeza rondando mi hoyito.
Me espanté, pero los dedos de Jean y sus besos en mi espalda y en mis nalgas, fueron dilatando mi agujerito hasta que sentí la embestida; pujé y lo cerré instintivamente, pero Jean, estaba lleno de paciencia. Volvió a intentarlo y nuevamente falló, en eso me tocó meterme la verga de mi esposo en la boca y Jean en su tercer intento por fin me enculó.
Me tragué la verga de Néstor más de lo que había logrado hacerlo, la embestida de Jean me abrió la boca; y al querer gritar, la verga se me metió hasta la campanilla, ahí la sentí perfectamente.
Néstor oprimió mi cabeza instintivamente para no dejarme mover y Jean la empujó hasta el fondo de mi culo.
Se me salieron las lágrimas del dolor, sentí que se me rompían los huesos de la cadera, pero resistí hasta que sentí bonito y lo disfruté.
Collette se apartó y comenzó a tomarnos fotografías. Yo respiraba con dificultad pero alcanzaba a jalar un poco de aire y así me mantuve hasta que Jean comenzó a bombear.
– Deliciosa tu hembra-, le decía a Néstor, tiene un culo formidable, es una muñequita deliciosa y una princesa digna del mejor sexo del mundo-
En ese momento, con esa gran satisfacción de sentirme penetrada, me di cuenta de toda la potencialidad que tenía como mujer. Jean me cargó en vilo sin sacarme la verga del culo y se sentó en el sillón de enfrente. Yo quedé bocarriba sobre de él. Collette se agacho a lamerle los huevos mientras me daba dedito, me vine otra vez. Néstor volvió a embestir a Collette y yo me volvía loca con esa vergota moviéndose en mis intestinos. Jean le dijo a Collette que se quitara y le dijo a Néstor que me cogiera. Mi vagina estaba totalmente abierta y a Néstor no le costó ningún trabajo penetrarme, sentía sus vergas casi tocarse dentro de mí. Néstor me disfrutó como nunca y yo le di el placer que quería: verme bien cogida por otro hombre.
Mientras me bombeaba me preguntaba si me gustaba, si quería más, si estaba satisfecha, que si lo volveríamos hacer. Obviamente a todo le respondí que sí. La experiencia de Jean fue importantísima para mí, incluso dirigía a Néstor para que no perdieran el ritmo del bombeo sobre mi papaya y lo esperó hasta que los dos eyacularon dentro de mis hoyitos. Fue increíble, estaba loca, excitadísima tuve otro orgasmo mientras ellos se venían. Terminamos y Jean le pidió a Collette que nos limpiara a los tres con su boca, comenzó conmigo, siguió con Jean y termino con Néstor.
Francamente me olvidé de mi marido, abracé a Jean, lo besé, lo disfruté lo más que pude y me quedé dormida en su pecho. Collette y Néstor se fueron a la recámara.
Me desperté como a las 9 de la mañana, todos estaban dormidos, me sentí rara de ver a Néstor durmiendo desnudo con otra mujer en nuestra cama. La cuna de la niña hacia mal tercio ahí. Hice del baño, me dolía mucho y me costaba trabajo caminar, destapé una cerveza y quise sentarme pero no pude, me dolía mucho la cadera y el culo. Me acabé la cerveza y luego otra y otra, nunca lo había hecho y menos a esas horas; me temblaban las piernas, me serví un vaso de mezcal y me tomé la mitad, me sentí mejor y regresé con Jean. Vi su pene flácido pero grande y no pude contenerme, lo quería en mi boca.
Se la comencé a lamer despacito para que él no se despertara, me gustó que no roncara como Néstor. La verga se le fue parando poco a poco y me prendí de ella hasta que llegó a su máxima expresión; hice todo lo que aprendí de Collette. Jean se despertó y se acomodó para disfrutar mejor mis mamadas.
Collette salió de la recámara y se sentó junto a mí, me abrazó y me acariciaba el pelo maternalmente mientras mamaba sin decirme nada. Con su mano le sobaba los huevos a Jean y la apretaba el pedazo de palo que mi boca no alcanzaba a chupar.
Néstor salió mucho después, cuando Jean estaba a punto de venirse en mi boca. Cuando sentí el chorro, lo miré, y él vio como disfruté, saboreé y me comí esa descarga de hombre. Estaba contento, así me quería ver.
Collete me felicitó por mi rico desayuno. Todos nos bañamos, yo hubiera querido bañarme con Jean, pero Collette me lo ganó; sentí celos y me duché sola, Néstor fue el último.
Salimos a almorzar, yo quería estar todo el tiempo con Jean, pero Collette ya había tomado otra vez su lugar y además estaba mi marido.
Entonces supe que ellos salían de México al día siguiente, tenían que estar temprano en el aeropuerto del DF y prácticamente era el momento de despedirnos.
Collete me pidió hablar un momento y me explicó que Jean era casado, era un funcionario importantísimo, que ella era su amante y estaba enamoradísima de él y que también era casada. Me explicó que Néstor le mostró mis fotos a Jean y que prácticamente me había ofrecido con él, que le había gustado y que por eso accedió a ir a la cena. Qué a ella no le gustaba Néstor, pero que se había prestado a todo por satisfacer a Jean y que él me disfrutara a mí. Aún así la había pasado bien y me dio un beso de despedida.
Jean también se acercó. Me sentía bien pero a la vez me sentía mal. Me dio un beso en la boca y me prendí de él, no lo quería dejar ir. Me repitió todo lo que me había dicho, que era un pastelito, que era una muñequita linda, que era un culo delicioso y que me había disfrutado como mujer. Yo no pude decirle nada, sólo lo besé y lo besé. Nos despedimos, yo hubiera querido pedirle que me volviera a coger, pero ya no era posible. Se subieron al taxi, iban al aeropuerto. Yo lloré y Néstor sólo soltó un suspiro; fuimos por nuestra hija, hablamos lo indispensable y regresamos a la casa, pero ya nada sería igual, yo ya había probado las mieles de la lujuria y Néstor las de su perversión.