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La dama de negro

Llegó el momento que tuve a mi vista todo lo que su vestido había ocultado y ahora dejaba libre. Una espalda lisa, tersa, de una piel dulce, como esculpida en pulido jade. Tan solo un sujetador, por la apariencia casi nuevo, blanco, de fino encaje, con pequeñas puntillas, quebrantaba este bello paisaje que sólo yo, podía contemplar.

Dos a un tiempo

De pronto empecé a sentirme inundada por una riada de caliente semen que con la fuerza de un grifo empezó a golpearme en lo más profundo de mí, lo que disparó en mi interior el más brutal orgasmo que jamás había sentido y que seguro nunca sentiré.

Placer desconocido

No había duda que los dos lo habíamos disfrutado, pero quedaba la cuestión de haber dado el paso temido: haber sido ella de otro, que para hacernos sentir peor moralmente, era un total desconocido y además, lo había hecho ante mucha gente.