Ana y yo nos reunimos para ir a la fiesta en un kiosco céntrico de la ciudad; el tiempo es muy bueno todavía, un aire saludable con aroma a eucalipto, con esta brisa y este sol se diría que la primavera no tiene final, y los adultos en la calle sin embargo no admiten la caricia de esta tarde; y se les ve medio temblorosos y fastidiados, son ajenos al día.

Al verla venir reparo en su cuerpo imponente, su rostro es hermoso de verdad. Somos los dos muy jóvenes todavía.

Su carita me regala una sonrisa juguetona, muy lasciva.

Qué buena estás, Ana, y cómo lo vamos a pasar. Sus pantalones, de algodón liviano y con motitas azules, graciosamente ajustados y genuinamente primaverales, le quedan realmente muy bien, cubren sus carnes sin apresarlas…estoy seguro de que no lleva bragas, casi puedo oler su coñito… y una camiseta roja realza sus tersos pechos y acoge en su flexibilidad la erección decidida de los pezones.

Yo llevo puestos esos pantalones vaqueros ajustados, de tela desgastada color azul oscuro, que a ella tanto le gustan.

Acerca sus labios y me besa, me mete la lengua y mi lengua va a su encuentro y la lame, es como un pez tembloroso que no se puede apresar. Me estás poniendo como una moto, Ana. Emprendemos así camino hacia nuestro destino y llegamos al caserón de Paula, que hoy celebra su dieciocho cumpleaños.

En la sala esperan ya un montón de tíos, la mayoría futbolistas que yo he invitado, dándole a la bebida. La casa está hoy disponible, sus dueños son unos ridículos numerarios del Opus que están ausentes hasta mañana. Voy adonde mis colegas y los encuentro muy alegres y dispuestos a gozar.

Ya somos más de treinta tíos, y aún falta mucha gente por llegar: Ana y yo hemos corrido la voz de que hay orgía y somos muchos los que queremos participar.

Paula desconoce nuestras intenciones, le hemos dicho que vendríamos muchos chicos guapos y que montaríamos una buena fiesta; se ha prestado.

Me junto con cuatro y les propongo ir a donde Paula, nos acercamos a ella, que se entretiene solitaria con sonrisa pícara y una copa de ron.

Lleva una minifalda roja ceñidita y elegante, una camiseta de estilo pop con dibujos coloristas y sus piernas, muslos y brazos lucen desnudos y lechosos. Me quito la camiseta.

– Hola, Paula. Feliz cumpleaños…oye, estás muy buena con esa minifalda –le digo agarrándola por detrás y rozando mis vaqueros con su culo- regalo de tu padre ¿no?…

Ella se estremece un momento y hace un amago de apartarse y desprenderse de mí, pero yo la cojo con más fuerza y presiono mi polla como si quisiera reventar su culo, dirijo mis labios a su cuello, que desprende un aroma extraño y dulce de jabón perfumado y tabaco. Su cabello completamente negro siempre me ha hipnotizado.

Ella se relaja. Noto la violencia con que fluye su sangre y el ritmo impetuoso que marcan sus latidos. Saco la lengua y la deslizó por esas carnes acogedoras, mi mano derecha se dirige bruscamente, como con urgencia, hacia su entrepierna, agarro las braguitas y tiro bruscamente hacia arriba. Ella debe de sentir sin duda un dolor agudo en su raja.

Tenso las bragas al máximo…»vamos nena», me aprieto más a ella. De mientras mis compañeros la besan y se quitan las camisetas y los pantalones precipitadamente. Ella está muy excitada, y es lógico.

Cinco cuerpos muy jóvenes y atléticos la rodeamos. Muchas veces nos había comido con la mirada en la playa, en una de esas tardes de verano, cuando nos bañábamos tras un partido de futbito: yo era seguramente el que ella prefería. Y cuando entre los tíos hablábamos de sexo yo la adivinaba a ella completamente húmeda.

Los slips de los cuatro chavales están que revientan y sonríen obscenamente mientras se acarician la polla. Yo le he metido el dedo índice en su rajita húmeda y lo muevo en violentos vaivenes. Su coño está húmedo y sedoso, aunque la abertura es estrecha todavía. Meto el dedo con toda la fuerza de que soy capaz y noto como si un resorte quebrara un poco y dejara libre el camino: ella emite un grito agudo y su coño se contrae.

Aprieto mis jeans con mucha fuerza a su preciosa minifalda roja. Saco el dedo un poco sanguinolento y le acaricio las espaldas. Es entonces cuando Paula rompe a reír, y nosotros la seguimos.

Paula ríe histéricamente, y casi hasta se pone a llorar. Llega Ana y me besa metiéndome la lengua casi hasta la campanilla, yo no puedo parar de reírme y al final acabamos los dos mordiendo sin querer ambas lenguas. «Luego estoy contigo, Ana…tu amiguita nos reclama.»

Sentamos a Paula en un elegante sofá de piel del salón. Ella va besuqueándonos los pechos y los brazos…se detiene conmigo, me acaricia el culo y me lame el pezón…qué su lengua inquieta. Le digo al oído «no sabes la de pajas que nos hemos todos pensando en ti, preciosa…no sabes las ganas de pringarte de leche que tenemos».

Ella pone una cara burlona e inexplicablemente sensual. ¡Qué viva seas Paulita, qué labios tienes, vaya labios…lo que sabrán hacer esos labios! Los cuatro compañeros sacan sus pollas erectas de los calzoncillos y se la empiezan a cascar. Yo me desabrocho y me la empiezo a pelar con suavidad…no creo que aguante mucho.

Mi piel morenita y mis ojos verdes contrastan con los rostros más rubios de mis compañeros y sus ojos negros y castaños. La mirada de Paula se ha vuelto muy traviesa, y sus ojos fluctúan entre el verde y el marrón, como en ráfagas de pinceladas; y me parecen azules por momentos y luego de nuevo verdes, hay tonalidades de mar y de tierra. «Cómo te vamos a poner, princesa.»

Fuera sopla el viento y oímos ruidos de orgía desenfrenada. Unos tíos al parecer están descolgando cuadros de la casa.

A Ana creo que la están dando por el culo: lo noto por una risa entrecortada que me llega, indiscutiblemente la suya cundo se la he solido clavar por detrás.

Cuelga encima del sofá un retrato muy serio y nada sensual de una vieja que me molesta mucho: lo bajo y me meo sobre él, lo colocó a los pies de la anfitriona suplicándole perdón con la mirada, por otro lado, ella se ha puesto a lamer las pollas apasionadamente.

Tiene suerte la verdad con todas esas pollas en la boca, que sus dientes blancos mordisquean cariñosamente, pero infligiendo si acaso mayor dolor que el calculado, uno de mis compañeros no puede reprimir un grito sordo, el tío es muy guapo, de bella melena rubia y ojos azules. Se le nota muy caliente, emite un jadeo y se saca la polla de su boca y su mano izquierda sujeta con fuerza el rostro de Paula.

La mira un momento y cierra los ojos. Su musculatura se tensa y sus labios se aprietan: «¡toma gatita!» y en un instante suelta sobre su cara chorros de lefa densa y blanquísima, ella abre la boca y recoge los últimos con avidez, saca la lengua y relame. Se retuerce de gusto y dirige su mano a la entrepierna.

«Venga, nena, pajéate a gusto tú también…sí, qué cara te vamos a dejar». Otros dos chicos penetran acompasadamente la boca de Paula de cuyos labios gotea el semen del primero. Sin duda les ha debido de excitar ver su cara manchada de leche, uno de ellos se la mete con fuerza y empuja la cabeza de Paula hasta el respaldo, entonces empiezan a meter y sacar las pollas más aprisa, ella aguanta a duras penas el tirón, los muchachos gimen, las meten casi completamente en la boquita en una última embestida apasionada.

Se corren dentro, uno de ellos le tapona la nariz, y pasan unos segundos antes de que saquen las pollas.

La leche se le desborda de la comisura de sus labios, tose un poco y escupe, se recupera y juega a hacer gárgaras: las descargas fueron muy copiosas y la lefa se resbala hasta el cuello y la camiseta de la chica.

El cuarto suelta su néctar sobre la frente blanquita de nuestra zorrita, llenando las oquedades de sus ojos que se tornan natados, ella parpadea instintivamente sus pestañas grumosas.

A mí me pone a mil el espectáculo y no puedo contenerme, me sitúo frente a ella y con un par de sacudidas eyaculo chorretazos de semen que chocan contra su cuello, su rostro ya rebosante de lefa y su camiseta. Unos goterones van a parar al rostro retratado. Ella toma mi mano derecha que está pringosa de leche y la acaricia.

A mi izquierda otro compañero que no conozco llega con el torso desnudo y vestido con una pantaloneta, está ya empalmado,  se la saca y se pajea ansiosamente unos momentos, estrujando su polla contra la cara, ya casi irreconocible, y explota en una corrida que nos salpica…

Se la ve tendida sobre el sofá, que ahora parece con el contraste del gris de la piel y la blancura intensa de la lefa que hemos escupido café con leche, con su vestido rojo húmedo de blancura y repleto de gotas densas y pegajosas de semen, con sus cabellos aceitosos pegados al cuello y la camiseta por efecto el pringue. Una mascarilla blanca, de relieves irregulares, cubre su cara.

Una cola de otros seis tíos se apunta a completar el baño de esa chica que está como un tren y aún es virgen…y que tanto goza viendo cómo nos derramamos sobre ella. Mientras los colegas se la cascan yo le quito las braguitas a nuestra amiga.

Están un poco salpicadas de jugo de ambos sexos y bastante sanguinolentas, huelo detenidamente y parece que Paula ha dejado escapar también algo de orina. Qué bonitas bragas. Me detengo ante su barbilla chorreante, estoy muy cachondo y me sigo pajeando.

Saco la lengua y lamo su cuello arrastrando el líquido blanco. Estás inundada, tía. Ella me agarra la cabeza y me besa, insiste en pasarme semen que yo acepto cada vez más excitado. Finalmente dejo escapar la leche de mi boca, me moja la barbilla y cae sobre mi estómago y mis jeans. Sus manos acarician mi cabello.

«Con lo poco tiernos que hemos sido contigo, nena… Cada vez tengo más ganas de follarte». Le coloco las braguitas que son rosas –perfecto color para el contraste con el blanco- a modo de antifaz. Ella se retuerce mientras se da placer con las manos. Un compañero me aparta y mete su pollón, considerablemente más largo que las nuestras, entre las braguitas y los ojos de nuestra Virgen, juega unos momentos a penetrar el vacío y cuando se ve llegar se pajea cuidadosamente con las bragas.

Acaba y observamos la cantidad de semen que el muchacho ha soltado, que baja chorreando por su cara y su cuello…Entonces le abro las dos piernas, levantó el pie derecho y presionó con la bota negra su chochito: me gustaría metérselo hasta el fondo. Ella gime de placer y yo incrementó las sacudidas.

Dos tíos se ponen a mi lado, se la están pelando frenéticamente y apuntan sus pollas a la entrepierna de Paula: el de la derecha suelta chorretazos a raudales, rápidos y de semen líquido, que impactan contra los muslos y el vientre del cuerpo sentado y empapan mi bota y la parte baja de mis pantalones: yo la masturbo cada vez con más energía, otra riada de semen termina de manchar mi bota y algunas gotas dan de lleno en el chocho, yo estoy tan cachondo que temo desvanecerme, incrementó el ritmo, ella se retuerce y grita, grita que se corre, que se está corriendo,  se debe de estar corriendo porque de sus labios parecen salir chispas de luz blancas. Otros chavales se corren sobre su rostro y su cabello y su camiseta pop y sobre el puto sofá de piel. Afuera ha estallado un vendaval, debe de hacer frío.

Y Ana, de mientras, riéndose. No para de reír. Y parece que fuera a mearse encima…Me toma del brazo y me dice que pare un poco con Paula, que la voy a reventar si sigo así.

Me abalanzo sobre ella y la beso mientras mis deditos hacen de las suyas…Está desnuda de cintura para arriba y lleva puestos aún los pantalones que parecen un pijama. Le sobo las tetas y luego dirijo mis manos hacia su culo, la tela está húmeda y adherida a su piel; exploró con mis dedos su raja y noto grumos espesos de semen aún caliente. «¿quién te ha dado por el culo, preciosa?». Me pongo detrás suyo.

Me dice que han sido Javi y otros dos desconocidos. Bien, está muy bueno Javi y es buen amigo. «Estás pringado de semen, tío…cómo me estás poniendo», me dice.

Y es verdad, mis pantalones tienen charcos blancos y mis botas están mojadas, y aun no me he limpiado los morros. Le bajo atropelladamente los pantalones. «Vaya culo que tienes, Ana, ya lo sabes, siempre he flipado con tu culo. Lo tienes pegajoso y enrojecido, te han soltado buenas semillas aquí, ¿eh? Te la voy a meter hasta el fondo, nena. Ahí va.

Un poco de presión al principio, uhh, cómo me pone oírte gemir. Gime más, no pares de gemir. Qué caliente me pones, nena. Sí, eso es…contrae las paredes…ah, con qué quieres detenerla a esa altura, ¿no es eso? Pues no…te la meto hasta el fondo, preciosa. Como el Javi. Sí, vamos, cómo te gusta, ¿eh?, como gozas con las sacudidas, te llegan hasta el fondo, te penetran hasta el estómago, te sube por la espina dorsal… yo también quiero que me den por el culo, preciosa. Me voy a correr, Ana. Sí, sí…»Abandonó mi peso sobre ella. La penetró con languidez varias veces. Sobre sus muslos resbala el líquido trazando geografías nuevas. Acaricio ese prodigio de piel tan suave, oportunamente mancillada. Quizá esté anocheciendo, Ana. Pero tenemos luz aquí – unas lámparas que parecen antiguas iluminan el habitáculo.

Y sacó de mis pantalones un paquete de tabaco y un mechero, prendo un cigarrillo y entonces Ana me mira con sus ojazos negros como diciendo «ahora me toca a mí, te vas a enterar listillo» y se me viene encima con sus brazos y sus labios y me tumba.

Se me echa encima, mi espalda toca el suelo enmoquetado, me acaricia con ardor los brazos y el torso desnudo, liso y sin vellos, que está lleno de sudor y de esperma líquida, me besa a lengüetazos.

Luego desciende por mi barbilla y mi cuello siguiendo el rastro acuoso. Eso es, preciosa, límpiame un poco con tus labios. Sigue por los pechos y el vientre…uhh, de nuevo me empiezo a empalmar. Me saca la polla que había metido de nuevo en los slips y se la mete en la boca, luego acaricia mis huevos. Me quito las botas y los vaqueros, tengo ganas por fin de estar completamente desnudo.

Ella entonces hace un repaso rápido por mis piernas y mis muslos, las ensaliva un poco y me regala besitos cortos, incluso su nariz parece estar besándome, en la entrepierna juega a besar mis huevos y mi polla, sus labios se recrean en mi vientre mientras sus manos me masturban con suavidad. «Soy todo tuyo, Ana». Acaricio su culito, agarró la tela de los pantalones, están empapados y eso me resulta muy excitante. «Sin embargo será mejor que te desnudes.

Vamos a desnudarnos, nena.» Pero ella coge mis brazos, se sienta casi a la altura de mis pechos y apoya su chocho contra mi cara. Tiene unos preciosos pelitos negros, pero apenas si consigo distinguir nada: su coño es un planeta de oscuridades, la luz se ha quedado fuera, lejos. Hace más fuerza. Mi boca descubre cada curva de su apertura, los múltiples recovecos. Presiona más y siento dolor en la mandíbula. «Qué cachonda estás, nena.»

Noto una presencia detrás de mí: alguien acaricia mi cabeza. Unos dedos delicados desenredan mis mechas negras, pero de pronto la caricia cesa, me agarra con violencia y araña mi cuello con unas uñas afiladas que son navajas despiadadas, quiero deshacerme de ella, pero Ana que atenaza mi cuello me lo impide.

Sus sacudidas son muy violentas, su chochito está cada vez más mojado y saboreo el flujo muy abundante con una cierta desesperación, como queriendo respirar de su sexo, como accediendo a los últimos sorbos de una vida que se detiene.

Me duelen la nariz y el cuello, pero la inmensidad oceánica y la intensidad de los sabores salados y frescos en que ando sumergido hacen que desvaríe y olvide mi cuerpo; una extraña sensación de soledad me invade en cada embestida: presagio desastres que habrán de venir tras todo el aroma, tras todo este embrollo de piernas, tras todas las sacudidas y las descargas.

Trago fluido y mi lengua parece que vaya a quebrase en mil pedazos. Las sacudidas son ahora brutales. La oigo gemir. Un tipo se carcajea y según alcanzo a ver tras la constelación de negrura marina se sitúa detrás de Ana y apoya su culo sobre mi estómago. Ana tiembla y lanza un grito de placer desgarrador.

El tío marca el ritmo orgiástico con sus embestidas. Me duele el cuerpo, la puta esa además no cesa de arañar. Estoy muy excitado.

Mi polla tiesa se topa con los muslos del amigo, la piel es sedosa, femenina casi.

Reparo en sus jadeos y lo reconozco: es un compañero del equipo muy apuesto y apasionado. Buena compañía para el ocaso que se cierne sobre nuestras cabezas.

La chica de atrás se entretiene torturando con insidiosos lengüetazos mis orejas, las introduce en la boca, parece querer masticarlas.

Ana se detiene unos momentos a escasos centímetros de mi cara, veo chispas goteando de sus vellosidades. Acerco la boca y lamo. Introduzco toda mi lengua en la cueva deliciosa, muy lubricada y de altas temperaturas; las embestidas se reanudan brutalmente. Noto la polla de mi compañero más atrás, abriéndose camino en sacudidas cada vez más rápidas y profundas.

Ana se pone a gemir como loca y mi lengua recoge su licor; trago como planetas de viscosidad resbaladiza, parece haber un millón de peces en esa vagina habitada de temblores líquidos.

Quisiera hacer algo con mi polla, pero estoy inmovilizado. Sigo absorbiendo licor. Mi boca es un lío de pelos y humedades. El chico jadea y saca la polla.

Grita que se corre y presiona de nuevo. Ana recibe la savia del joven que posa su cuerpo y cierra los ojos. Besa las espaladas de la chica con los ojos brillantes. Nos da la espalda y se aleja. Ana gira el rostro para contemplarlo y yo reposo un poco la cabeza.

Pasan sólo unos segundos antes de que dos tíos se pongan de pie sobre mí y dirijan sus vergas a la boca de Ana. Las meten hasta el fondo de la cavidad bucal.

Ana reanuda su vaivén sobre mi cara, yo muerdo su clítoris a conciencia. Los tíos sacan sus pollas y se corren simultáneamente sobre su cara, ella abre la boca para recoger libaciones y se sigue frotando contra mí. Varios goterones de leche caen a mi cuello.

Ella, de nuevo, se está viniendo, insiste en sacar todo lo posible de las pollas de los dos chicos y sigue lamiendo, uno de ellos sigue muy excitado y se pajea, ella le acaricia los huevos y le mete un dedo por el ojete, él se retuerce y le regala una segunda descarga tan generosa como la primera, su polla golpea la cara de Ana y esparce el flujo y salpica.

Los dos se van y nos quedamos Ana, yo y la chica desconocida que ahora está sentada, acariciando sus pechos. Ana se limpia un poco y se desnude completamente. Se tumba sobre mí y me besa.

Nos enredamos en abrazos y caricias, damos vueltas sobre la alfombra. La otra chica nos observa y se masturba despaciosamente.

Su coño es grande y apenas tiene pelo. Ana me agarra del culo y me mete un dedo, me resulta muy excitante y noto mi polla muy dura, se la meto por fin en el coño.

Nos besamos enredando nuestras lenguas, con gran profusión de saliva. Me pongo encima suyo y se la meto hasta el fondo. Ella gime y suelta risitas. Qué bien entra. Le meto los dedos en los labios y ella los mordisquea. «¿Te gusta mi polla, eh…?»

De pronto nos rodean cinco tíos que no conozco. Llevan pantalones de cuero y la cabeza rapada, parecen mayores que nosotros, como de veintidós o veintitrés años. La chica que se masturbaba habla con ellos y ríen. Entonces nos toman por la fuerza a Ana y a mí. Uno agarra mi cabeza y la lleva a su paquete.

Yo estoy muy cachondo. «Date la vuelta, chaval». Me doy la vuelta y dejo mi trasero al aire. El tío entonces me mete los dedos y me chupa el ojete, apoya su bota en mi espalda. «Sigue tirándotela», me ordena.

Se la meto de nuevo a Ana, la bota me empuja en cada embestida, cada vez con mayor fuerza. Ana está muy excitada y creo que se está corriendo. Yo me precipito y me vengo. Creo que voy a desmayarme. El tío de atrás se ha retirado. Toman a Ana y la besan.

Miro a mi alrededor: todo está desordenado. Quiero levantarme a ver cómo van las cosas, pero me faltan las fuerzas. Ana está jadeando. Ellos la penetran por todos lados. La luz está desapareciendo. A mi lado un cuerpo masculino tiembla.

No sé ya dónde estoy: veo muslos y pechos de mujer, traseros femeninos rosados y hermosos, unos tíos que se acarician el vientre, mil labios que lamen vergas, musculaturas que se tensan, ríos de fluidos blancos, transparencias, cuevas que emanan leche, bocas repletas de grumos, dientes blancos, lenguas que se anudan, sudores que una mano atraviesa, risas y palabras entrecortadas, cabellos pegajosos, cabellos lisos aún milagrosamente intactos, manos exploradoras que abren rutas en carnes sonrosadas, braguitas blancas, bragas ajustadas, bragas que ceden, bragas empapadas.

Una luz de pronto ilumina mi rostro, el viento entra en la estancia. Yo no puedo articular palabra y, elevando la mano derecha, con un ademán que sin embargo no es triste, me despido de todos ellos.