Capaces de cualquier cosa I: La excursión
Era un jueves por la tarde de finales de Septiembre, y en la estación de tren de Bath hacia calor.
Jean-Pierre y yo esperábamos dentro del coche, a la sombra y con el aire acondicionado puesto, a que llegara el tren procedente de Londres.
Llevaba ya diez minutos de retraso.
De repente, un grupo de gente empezó a salir por la puerta lateral desde el anden.
– Voilà nos salopes! – exclamo Jean-Pierre al ver a Sara y Aurelie caminando abrazadas.
Salimos del coche. Las chicas sonrieron al vernos. Iban dando tumbos, y Aurelie tenia una botella de vodka en la mano. Reían y gritaban sin parar.
En los metros que nos separaban de ellas, me fije en Sara.
Hasta borracha como una cuba tenia estilo.
Era una rubia con aspecto angelical que se movía -hiciera lo que hiciera- con un erotismo endiablado.
Hasta hacia bien poco, había sido la típica tía buena coitadilla que jamás salió de casa de sus papas.
Si ellos supieran… bajo su apariencia, se escondía hoy una verdadera bomba sexual: pelo corto, cara preciosa, sonrisa encantadora, pechos mas bien menudos, un culo pequeño, manejable y extraordinariamente duro, y unas piernas largas que le alzaban hasta 1’75 m.
Pero lo más importante -y lo mas oculto- era su mejor virtud: un apetito constante por gozar de las posibilidades que su cuerpo le ofrecía.
Sara no concebía el sexo como algo natural: para ella, era algo sencillamente extraordinario.
Lo había descubierto tardíamente (tuvo su primera experiencia a los 23 años) y, a sus 25, quería desesperadamente recuperar el tiempo perdido.
Fue como abrir los ojos hacia si misma.
Un buen día de verano, al oír los piropos de un grupo de chicos al salir de la playa, se dio cuenta de una realidad que hasta entonces había estado oculta ante ella misma: estaba buenísima.
Siempre se había encontrado «monilla», comparándose con otras chicas, pero le faltaba ese punto de atrevimiento, de confianza en si misma. Le faltaba algo.
Hasta aquella tarde. Al oír aquel «rubia, hay que ver como mueves ese culo!» lo supo.
Fue madurando la idea por el camino, y cuando llego a casa, se desnudo ante el espejo, y se gusto. Analizo su culo, sus tetas, se acaricio, y se excitó.
Descubrió entonces que lo que le faltaba era ese gusto por si misma.
Sin perder un segundo, se metió en la ducha y se masturbo como nunca antes lo había hecho: pensando no en fantasías, sino en sus posibilidades.
Pensando en que, si se lo proponía, podría destrozar a polvos a cada uno de los chicos de ese grupo. Tuvo hasta tres orgasmos utilizando sus dedos, la presión del agua, el jabón…
Lo que mas placer le daba era, sin duda, su clítoris. Era capaz de alcanzar orgasmos fácilmente solo frotándose la entrepierna.
Eso ya lo sabia (no era una santa, aunque tampoco se masturbaba con frecuencia), pero en la época de su vida que se abría ante ella, la extrema sensibilidad de su clítoris le convertiría en una fanática del cunnilingus.
Por la noche, decidió salir sin ropa interior.
El roce de sus finos pantalones de algodón sobre sus partes mas intimas le irrito ligeramente, pero a su vez le sugirió frescura, sensaciones nuevas.
Simultáneamente, empezó a observar a la gente con una nueva perspectiva.
Cada vez que entraba a un bar, miraba a los chicos, y pensaba «os gustaría joderme, a que si?». Esa noche se emborracho, y escandalizo a sus amigas con sus comentarios sexualmente agresivos sobre todo ser con polla que pasara a su lado.
«Sara, estas un poco salida, no?» le comentaban.
Acertaban de pleno.
En definitiva, desde aquella tarde, Sara se fue transformando en una persona nueva, y decidió aprovecharlo a tope.
Desde que empezó su «época de locura», como ella misma llamaba a los últimos meses, no pensaba en otra cosa mas que en gozar.
No, no era simplemente «follar». Se trataba de gozar de su cuerpo. Como fuera. Sola o, preferiblemente, con compañía. Cuanta mas compaña, mejor.
El verano termino, y como Madrid y el campus no le daban muchas oportunidades, se alegro de que el año anterior le hubieran concedido una beca en la Universidad para terminar sus estudios en Londres.
Era justo lo que ella quería: una ciudad lo suficientemente grande y lejana para dar rienda suelta, sin ningún tipo de complejos, a lo que en España había permanecido oculto hasta entonces.
No le preocupaban las notas. Era suficientemente inteligente para aprobar sin estudiar demasiado. quería salir de su ciudad de origen para vivir nuevas experiencias.
Mas que una ventaja, consideraba su enorme atractivo como un deber hacia si misma: debía gozar de mayor numero de placer que pudiera.
No importaba cuantos hombres le hicieran falta: sabia que los tendría.
Y también mujeres. Desde que se mudó a Londres, tardo apenas unos días en tener su primera experiencia lésbica, y eso había desatado aun mas su locura sexual. Las mujeres daban placer.
Mas incluso que los hombres, en algunas ocasiones. Los objetos también le servían. Así que su norma se convirtió en ir a por todos, todas, y todo.
Yo le conocí en una fiesta. también estaba cursando mi ultimo año como Erasmus.
Ya le había «echado el ojo» nada mas entrar al piso en el que uno de mis amigos celebraba su cumpleaños, pero lo que me extraño es que fue ella quien me entro.
Por nada en especial (soy mas bien normalito, aunque tengo bastante palique). Hablamos, congeniamos, se rió un poco conmigo, hicimos algunas bromas, tomamos algunas bebidas, y no tardo en confesarme que noto como le mire en cuanto entre, y se dijo a si misma: «este parece que quiere guerra…a por el».
Así era ella: en cuanto conocía a alguien, enseguida se ponía a calibrar mentalmente sus posibilidades sexuales.
Guapo o feo, alto o bajo, gordo o flaco, hombre o mujer, daba igual: si esa persona le sugería algo sexualmente, se lanzaba a por el, o a por ella.
Tuvimos una experiencia interesante en la planta baja de la casa.
Apenas habíamos comenzado a besarnos, y Sara me llevo al cuarto de baño, que estaba ligeramente apartado del centro de la fiesta.
Cerro la puerta, se puso en cuclillas, y se lanzo sobre mi polla.
Se noto que le gusto nada mas verla. Estaba ya dura.
La beso, me desato los pantalones, rompió los botones de mis calzoncillos, y comenzó a chupar con entusiasmo. Recuerdo que pensé «Vaya, que tía mas lanzada!». No tenia ni idea de lo que se me venia encima.
Allí estaba ella, apenas media hora después de conocernos, «rompiendo el hielo», como quien dice, haciéndome temblar ante las embestidas de su boca, hambrienta como pocas.
De vez en cuando, se paraba y miraba el falo, duro y caliente ante sus ojos.
Era como si hablara con él: lo lamía, jugaba con la lengua, se lo metía en la boca, primero despacio, luego con furia, luego despacio otra vez.
Parecía como si le dijera a mi polla «que bonita eres; tu dueño me da igual, eres tu quien me interesa, porque me vas a dar placer».
Por eso la besaba y acariciaba sin parar.
Yo alucinaba en colores. Sara había entrado como un huracán, me estaba sorprendiendo, y mucho.
De pronto, oímos que alguien tocaba la puerta: eran dos chicas que esperaban fuera, y querían meter prisa a quien estuviera en el baño.
Sara se detuvo y me pregunto
Quieres que les demos una sorpresa?
Yo ya estaba dispuesto a lo que fuera. Pero Sara me paro los pies.
Esta noche solo te la chupare yo, cerdo -dijo sonriente, mirándome mientras se pasaba la punta de mi polla por los labios, de izquierda a derecha- No creas que les voy a abrir la puerta para que se unan a la fiesta…
Ahí me sorprendió de nuevo. Era justo lo que había pensado. «Esta capulla conoce a los tíos» pensé.
Conozco lo que pensáis los tíos -dijo, leyendo de nuevo mi pensamiento- sois todos unos salidos de mierda.
Lo se porque yo también lo soy. Y reconozco que la idea de hacerles entrar no me disgustaría. Pero estas inglesas ya sabes como son: mucha apariencia de guarras, pero luego se cortan enseguida….nos montarían un escándalo.
Tengo una idea mejor. Haré que me pongas «guapa».
Acto seguido, se metió mi polla en la boca de nuevo y comenzó a chupar muy rápidamente. No me hacia daño, era una verdadera experta. Rápida, pero delicada. De pronto, metió mi capullo en su garganta.
Cuando lo hizo, emitió un sonido de mezcla de placer y entusiasmo, «mmmhhhhh…». Su garganta y su boca vibraban, y eso me hacia enloquecer de placer. Ella, por supuesto, lo sabia, y repitió la operación varias veces.
Cuando me corrí, acababa de sacar mi polla de lo mas profundo de su boca, pero aun la tenia dentro.
Conservo el primer chorro de semen en su boca, después el segundo, y para el tercero, tenia reservada una función de «maquillaje».
Cerro los ojos, puso su cara ante mi polla, y dejo que me corriera en sus labios cerrados. Restregó la punta de mi satisfecho miembro contra toda su cara, y sonrió lamiendo los últimos restos.
Me hizo señas para que vaciara el vaso de cristal de su cubata, y escupió los restos de mi corrida en el. después, se miro al espejo, se limpio el semen de su pelo y cara, excepto la barbilla (dejándola completamente brillante, con un hilillo mas que evidente que le caía desde la comisura del labio), y me pregunto «Estoy guapa?»
Yo asentí poniendo cara de tonto.
No podía hacer otra cosa. Eso sobrepasaba mi imaginación calenturienta. Ella abrió la puerta del baño.
Las chicas que esperaban fuera, inglesas, tenían, efectivamente, pinta de guarras (vestidas a lo Spice Girls), y la verdad es que una de ellas no estaba nada mal.
Pero ante el espectáculo, se quedaron boquiabiertas.
Sara salió primero, me cogió de la mano, les dijo en ingles «no ha sido tan largo, verdad?», les sonrió con sus dientes, labios y barbilla manchados de semen, hizo un gesto de brindis con su vaso transparente lleno de mi corrida, y bebió un sorbo.
– Mmmmmhhhh… I loooooove the drinks of this party!… – añadió sonriente ante sus caras de aturdimiento.
Yo trate de no mirarles demasiado a la cara, porque eran amigas de mi amigo.
– Que vergonzosillo eres, chaval – me dijo Sara, mientras apuraba su «drink» – …habrá que curarte eso, ya me encargare yo. Ahora vamos a divertirnos por ahí, pero luego prepárate, porque me debes un orgasmo, y esta noche quiero ganar por goleada.
Se limpio la barbilla con una servilleta, y me llevo al salón, donde la fiesta continuaba.
Por supuesto, no hace falta decir que aquella noche Sara durmió en mi casa y que follamos como campeones, para no desentonar con como había empezado la fiesta.
Al despedirnos, a la mañana siguiente, Sara me dijo:
– Eres un tío majo. Me vas a durar. Pero no quiero llevarte yo, no creas que todo va a ser como esta noche. Tendrás que hacer un esfuerzo para empezar a «llevarme» tu. Así que ya sabes, si se te ocurre alguna idea original para un polvete, me llamas. Solo hace falta un poquito de imaginación, y creo que de eso tu tienes de sobra…
Desde entonces, habíamos establecido una relación de idas y venidas, siempre basada exclusivamente en el sexo, mezclado con amistad.
Al principio, solo nos veíamos una vez a la semana, pero pronto empezamos a quedar con mas asiduidad.
Nos caíamos bien, y disfrutábamos follando y poniendo en practica nuevas experiencias.
Tal y como Sara había sugerido, empecé a llevar la iniciativa al proponer nuevos «experimentos».
Le metía mano descaradamente en el metro y nos divertíamos viendo las reacciones de la gente, follábamos en los baños de todas las discotecas a las que íbamos… y también nos comimos algún marrón que otro, como cuando nos echaron de los grandes almacenes por intentar echar un polvo en los probadores.
Así, cuando le propuse una excursión de fin de semana a la campiña inglesa, acepto sin pensárselo. Turismo, viaje de fin de semana, y sexo, mucho sexo garantizado.
Nuestros compañeros de viaje eran Jean-Pïerre, un amigo francés -guaperas, muy musculoso, también estudiante- que mantenía mas o menos el mismo tipo de relación con Aurelie, una preciosa joven parisina.
Aurelie no era especialmente guapa, pero su cara y sus movimientos transmitían morbo por los cuatro costados.
A diferencia de Sara, ella no tenia aspecto angelical.
No había contradicción entre su apariencia y su personalidad: parecía una ninfomana, y efectivamente lo era.
Era una chica «de todos». Yo ya la había «probado» (mas bien ella a mi) varias veces, antes y después de conocer a Sara.
Físicamente, como digo, era puro morbo: tenia unas curvas pronunciadas, sus pechos eran bastante mas grandes, con la firmeza que le daban sus 23 años.
Su año en el extranjero no estaba suponiendo un gran cambio en su vida: ejercía de come-hombres también en Paris.
Lo que tampoco era nuevo para ella era su faceta de bisexual: fue ella la que introdujo a Sara en la materia.
Ellas eran también bastante amigas, y entre los cuatro formábamos una especie de «comunidad sexual» en la que nos compartíamos, con esporádicas entradas de mas gente (los cuatro teníamos amantes de una noche que tratábamos de compartir con los demás, no siempre con éxito).
Sin embargo: primaba la nacionalidad: Sara era mas amiga mía, y Aurelie lo era mas de Jean-Pierre. Por lo demás, libertad total.
formábamos un grupo bastante diverso, no solo físicamente, sino también en el plano mental: cada uno estábamos en una fase diferente en cuanto a nuestra visión del sexo.
Jean-Pierre estaba «bruto», en fase de desconsideración absoluta hacia las chicas: le daba igual que gozaran o no, solo quería divertirse.
Estaba en una época en la que la sodomía le atraía bastante. Si una chica no se dejaba dar por detrás, simplemente no le interesaba. Un «sobrao», vamos.
Aurelie estaba «genital»: gracias a Sara, había descubierto una nueva dimensión del arte de comer pollas.
Los coños tampoco le dejaban indiferente.
Le gustaban cada vez mas, y su obsesión era devorar semen y todo tipo de flujos. Un día incluso me llego a pedir que le meara encima, pero no accedí, porque me pareció una guarrada.
Se notaba que Aurelie había disfrutado mucho tiempo del sexo, y buscaba rarezas, nuevas vías que le excitaran de verdad otra vez. Solamente «follar» le parecía una vulgaridad, aunque no había dejado de gustarle.
En cuanto a Sara, estaba -como ya he dicho- en una fase de «locura» por gozar. Sus prioridades eran: clítoris, clítoris, clítoris.
El resto de actividades sexuales le gustaban, pero el que le comieran el coño le volvía loca.
Pagaría cualquier precio, se dejaría hacer cualquier cosa, se humillaría ente cualquiera, a condición de que se ocuparan de su entrepierna.
En este aspecto, se podía decir que Sara y Aurelie eran perfectamente complementarias.
Por mi parte, he de admitir que yo estaba extraordinariamente salido.
Me gustaban todas, todas, absolutamente todas las chicas. Jean-Pierre solía hacer bromas sobre la fealdad de las conquistas que traía últimamente a casa (vivíamos en el mismo apartamento), pero -aunque ese cabron de francés siempre fue muy exagerado- a mi me daba igual.
Entraba a saco a la que fuera, aun sabiendo que podría tener a Sara, Aurelie o alguna «amiga fija» mas cuando quisiera. La diversidad era lo que mas me atraía. Cada mujer besaba diferente, gemía diferente, tenia tetas diferentes… vamos, que iba a por todas (o casi).
Pero volvamos a la estación de Bath y al encuentro con las borrachuzas de nuestras chicas.
Sara soltó a Aurelie y se dirigió corriendo y gritando hacia mi, dejando a la francesa tambaleante, que tuvo que agarrarse -para no caer desplomada- a un joven hombre de negocios que pasaba por su lado.
Estaban mucho mas borrachas de lo que habíamos creído en un primer momento.
Mientras Sara me besaba apasionadamente, Jean-Pïerre recogía a Aurelie y se excusaba ante el sorprendido «ejecutivo», al que Aurelie ya miraba con ojos de deseo mientras abrazaba su pierna.
Cómo estas? – le pregunte a Sara tras el primer beso
Cachonda – respondió sonriente. Y muy, muy borracha – dijo al tiempo que se giraba hacia Aurelie
La francesa no se tenia en pie. pensé que, por muy borracha que estuviera, algo mas debía ocurrirle. Su falta de estabilidad estaba fuera de lo normal.
Que le has hecho? – le pregunte a Sara, que rompía a reír.
Pfff… nada. Ha perdido una apuesta… – dijo mientras, agarrandome de la mano, me llevaba hacia nuestros amigos
Aurelie tenia una constante cara de felicidad, emitía leves gemidos, y tenia las piernas en una posición muy rara.
Yo me preguntaba que coño habría pasado en el viaje en tren. Sara y Aurelie tenían un examen, y Jean-Pierre y yo nos adelantamos para ir a Bath -origen de nuestra excursión- unas horas antes, alquilar el coche y esperarles en la estación.
Bueno, es que… – comenzó a explicar Sara- el examen nos ha salido bien. Hemos decidido celebrarlo bebiendo algo por el camino, y… la bruta de Aurelie ha comprado una botella de vodka estonio. 50 grados de alcohol, y sin nada para mezclar. Antes de salir de Londres, ya estábamos cocidísimas, dando el cante en el anden. Por suerte, el tren estaba casi vacío, pero…
Aurelie asentía y reía. Yo tuve que agarrarle del otro bazo, ya que Jean Pierre solo no podía con ella. Seguía gimiendo, cada vez mas alto, y murmuraba, mirándonos:
Bais… MMMhhhhh… baisez-moi… mmmhhhhhh…
» Folladme , folladme «, repetía en francés, entre espasmos.
Alucinados, Jean-Pierre y yo hacíamos lo que podíamos.
El le tocaba el culo (nuestras manos se estorbaban en la concienzuda tarea de masajear su ojete, todo hay que decirlo) y le metía la lengua en la oreja.
Ella, mientras, trataba de besarme con la boca abierta, aunque lo máximo que conseguía era lamerme los labios con la punta de la lengua. Yo me ocupaba de sus tetas con mi mano libre.
estábamos los cuatro abrazados, Jean-Pierre, Aurelie y yo en línea, y Sara enfrente nuestro.
Sara continuaba su historia, pero se interrumpía continuamente para besar a Aurelie, la mas necesitada, tratando de calmarla, mientras le acariciaba la entrepierna por encima de sus ajustados vaqueros.
Le bajo la cremallera del pantalón y comenzó a masajear con disimulo las bragas de la francesa, mientras frotaba los puntiagudos pezones de sus pequeñas tetas contra los suyos.
Sara llevaba puesta una camiseta de tirantes verde y una falda amplia y corta. No llevaba sujetador debido al calor (de todas formas, tampoco le hacia mucha falta, sus menudas tetas se sostenían solas), y sus pezones erectos se hacían notar claramente. Aurelie también iba vestida veraniegamente, con jeans cortados por encima de la rodilla, lo cual resaltaba su espléndido culo, y un short que dejaba ver su ombligo.
Tampoco llevaba sujetador (Sara nos contó que ella misma se lo quito en el tren), lo cual le daba un aspecto indecente. El short apenas resistía la presión de sus tetas, endurecidas por la excitación.
estábamos montando un numerito bastante evidente, ya que la estación aun no estaba precisamente vacía de gente.
Sin embargo, nadie parecía fijarse en nosotros, con una excepción: al levantar la vista del espectáculo de los pezones de Sara luchando con los de Aurelie al mismo tiempo que sus lenguas, note que una chica nos miraba con especial atención desde la cola para coger los taxis.
Bajo la vista al ver que me fijaba en ella.
Quién es esa? – le pregunte a Sara, mientras mi mano derecha empezaba a ocuparse de su trasero
Sara se dio la vuelta rápidamente
La de la cola de los taxis? – pregunto girándose de nuevo y besando, esta vez, mi boca –
Es una tía que ha venido en nuestro compartimiento. Ha sido el motivo de la apuesta que Aurelie ha perdido. Le hemos entrado a saco, pobrecita…
Continuo su relato durante cinco minutos. Nos arrinconamos y continuamos abrazados contra una pared, mas discretamente, pero aun a la vista de la chica desde la parada de taxis. Mientras Sara hablaba, nos besaba a los tres y atendía la hambrienta entrepierna de Aurelie, quien no dejaba de susurrar obscenidades cada vez que tenia la boca libre.
Sara nos contó que, en un principio, eligieron un compartimiento vacío para sentarse (cada compartimiento tenia seis butacas, distribuidas en dos filas de tres, una en frente de la otra).
Querían estar solas para poder beber y charlar y «divertirse» tranquilamente, sin que nadie les molestara. Cuando el tren estaba a punto de salir, la puerta del compartimiento se abrió. Sara y Aurelie maldijeron su mala suerte, y quitaron los pies de los asientos de enfrente.
Al ver entrar a la que iba a ser su compañera de viaje, Aurelie dio un codazo nada disimulado a su amiga.
Era una pelirroja bastante poco atractiva primera vista. Alta, cara pecosa y una nariz enorme y torcida.
Pero en lo que la francesita se estaba fijando era otra cosa. había gozado de demasiadas mujeres en su vida como para dejarse engañar por una cara fea.
Sara asintió, porque también vio su potencial: tetas bien formadas, camiseta escotada, y pantalón de licra apretado que dejaba clara la marca de las breves bragas, cubriendo un culito de primera. rápidamente, entablaron conversación y descubrieron que se llamaba Jassica.
Tenia 33 años y vivía en Bath, sola. Las chicas imaginaron que su vida seria una sucesión triste y aburrida de semanas trabajando en Londres, y fines de semana emborrachándose en aquel pequeño pueblo, lista para dejarse seducir por quien se prestara a pasar la noche con una fea. Decidieron darle una alegría.
Ciertamente, Jessica no tenia ni idea de lo que había hecho eligiendo precisamente ese compartimiento para sentarse.
No habría otro mas inseguro en todo el tren. Aurelie y Sara cuchicheaban constantemente entre sorbo y sorbo de vodka, tras volver a ponerse cómodas.
Estaban dispuestas a emprender una perversión en toda regla. Le ofrecieron bebida, pero ella la rechazo amablemente. después de unos minutos, Jessica se puso unos auriculares y se quedo mirando a la ventana y oyendo música, sin aparentemente hacer mucho caso a la conversación de las dos chicas que tenia por compañeras.
Creyendo que no eran escuchadas, Aurelie y Sara aumentaron el tono de sus cuchicheos. Se pusieron a discutir en torno a si Jessica se dejaría seducir por ellas.
Sara no estaba muy convencida, pero Aurelie, quizás mas borracha y entusiasta, creía que era posible. Se levanto, cerro las cortinas del compartimiento, puso su mochila delante de la puerta para que -en caso de que entrara el revisor- les diera tiempo al menos a reaccionar, y volvió a su sitio. Jessica observaba todos los movimientos de reojo, sin darse por aludida.
Que morbazo me da esta tía. Me pregunto de que color tendrá los pelos de los bajos- dijo Aurelie en voz alta. Sara y ella siempre hablaban en ingles entre ellas, por lo que, en caso de ser oídas, Jessica les entendería. Crees que esta preciosidad se dejara comer el coño? – añadió.
En ese momento, Jessica abrió mucho los ojos, dio un respingo, miro a ambas chicas, e inmediatamente devolvió la vista, nerviosa, al paisaje del otro lado de la ventana.
Evidentemente, la ultima pregunta de Aurelie había venido en un lapso entre canción y canción, y ella lo había entendido perfectamente. habría esperado eso de algún borrachuzo, pero no de dos niñatas en un tren. De dos preciosas niñatas.
Sara rompió a reír, acompañada por su amiga, y la risa se transformo en excitación creciente cuando vieron que Jessica bajaba disimuladamente el volumen de su walk-man.
Buena señal. Al menos, quería oír lo que decían. Ambas chicas se besaban ya sin ningún tipo de pudor entre risa y risa.
Aurelie propuso entonces una apuesta al oído de Sara. Si Jessica caía derrotada y dejaba que Aurelie deslizara su pantaloncillo para beber de sus fluidos, Sara debería pagar una apuesta. Si Jessica resistía, seria Aurelie la que debiera pagar la prenda. Como castigo, Sara propuso que la perdedora debía llevar puesto durante una hora su «regalito».
El «regalito» en cuestión no era otro que un pequeño vibrador que yo le había comprado hacia una semana por su cumpleaños.
Era un aparato metálico, suave, de unos diez centímetros de largo por tres de ancho, que funcionaba con una minúscula pila.
Su tamaño lo hacia ideal para «entretenerse» en cualquier lugar, y Sara lo llevaba siempre consigo.
La vibración era regulable, y si bien en la regulación mas baja era capaz de generar un cosquilleo suficiente para poner en onda a una usuaria calenturienta, a máxima potencia derrumbaba a orgasmos a la mas mojigata de las mujeres.
Cuando Sara nos contó en que consistía la apuesta, comprendimos por fin lo que le pasaba a la pobre Aurelie.
El vibrador solo estaba regulado a nivel dos (de cinco), pero era evidente que nuestra francesita se lo estaba pasando demasiado bien como para mantenerse en pie sola.
Entre lo caliente que era normalmente y la pequeña ayudita del invento que llevaba entre las piernas, no era extraña la palpable humedad que Jean-Pierre y yo notábamos al explorar sus bajos, contra la pared.
Cuantos orgasmos has tenido, ma petite pute? – le pregunto Jean-Pierre al oído
No… no se… cinco, seis… este aparato me pone a mil…. -respondió entre jadeos con los ojos cerrados- …luego me vais a dar…mi merecido… mmmmhhhh… verdad?…
Yo te voy a dejar que me lo comas todo, bonita -intervino Sara, también gimiendo mientras mordisqueaba los labios de su amiga- …para compensar las ganas con que te has quedado, ok?…
Si… -gimió de nuevo Aurelie-… pero los tres…mmmhhhh… los tres a por mi, ok?… los tres…
Y mas, ma petite, mas de tres, si quieres -insistió Jean-Pierre, agachándose ligeramente para presionar desde abajo el aparato, bien mantenido por los prietos vaqueros, hacia el interior del húmedo agujero de la chica, que soltó un aullido que hizo girarse a algún transeúnte
Si… -añadió Sara, cada vez mas ansiosa por el efecto que mis juguetones dedos estaban causando, disimuladamente, en su clítoris- si quieres alguno mas que a nosotros, no tienes mas que decirlo, que yo te lo consigo…
Sara continuo su relato. El resto del viaje había sido un constante acoso por parte de Aurelie a Jessica, con ella observando divertida los devaneos de su amiga.
Jessica no se dejo convencer -continuo explicando Sara- pero tampoco se iba del vagón, lo que le extrañaba muchísimo.
La inglesa tampoco se movió cuando Aurelie admitió su derrota y se bajo los pantalones para que se le aplicara el dulce tormento.
Cuando el espectacular cuerpo de la francesa, tendido sobre el sillón, se retorcía de placer al introducirle lentamente el vibrador, ya en marcha, Sara sorprendió dos veces a Jessica, nerviosa, que no quería perderse detalle de la operación.
Pero sin duda, lo que mas le choco fue que, al salir del vagón, Jessica paso su mano por su trasero, robándolo descaradamente, mientras se despedía con un breve «good bye».
No se -me dijo mi amiga cuando termino su historia- crees que en el fondo quería algo?
Creo que si -respondí yo entre beso y beso- mírala, hay tres taxis libres y ella aun esta allí, mirándonos…
Que se joda -dijo Sara, volviéndose- ya ha tenido su oportunidad…
Al terminar Sara su relato, decidimos volver al coche. Aunque estábamos abrazados y cada movimiento era muy disimulado, cuatro personas metiéndose mano no es el mejor espectáculo para una estación de un país tan «tradicional».
Entramos al coche -para mi desgracia, conducía yo-, y mis tres acompañantes montaron en la parte de atrás. Aurelie preguntaba sin cesar cuanto tiempo de «castigo» le quedaba -aun media hora-, y Sara exigía a Jean-Pierre que saciara inmediatamente su apetito con alguno de los orgasmos que su amiga le llevaba de ventaja.
Al verme solo conduciendo, decidí dar una ultima oportunidad a la compañera de viaje de nuestras amigas. Pasamos junto a la parada de taxis, y ofrecimos a Jessica un viaje gratis hasta su casa. Acepto.
Fue un viaje curioso. Jessica y yo tratábamos de entendernos mientras Sara, sentada encima de Jean-Pierre, gemía a causa del masaje intimo que este le estaba dando, sin piedad.
Aprovechando la falda y el pequeño tamaño que mi amiga tenia, el francés le estaba metiendo a ritmo infernal, al menos dos dedos en el coño y otro en el culo.
Este ultimo no le hacia demasiada gracia a la buena de Sara, porque Jean-Pierre no sabia hacer esas cosas con delicadeza, pero era tal su necesidad, que al final el placer venció.
Ella se abrazaba al reposacabezas de mi asiento. De vez en cuando, metía sus dedos en mi boca y mordisqueaba mi oreja, lo que hacia que mi intento de conversación con Jessica mientras conducía fuera aun mas surrealista.
En cuanto a la Aurelie, tampoco perdía el tiempo, aunque ya se encontraba mejor: sus piernas ya no tenían que hacer esfuerzo alguno, ya que estaba por fin sentada. también abrazada al asiento delantero -que ocupara Jessica- y dedicaba sus energías a gemir.
Como buena francesan Aurelie era ruidosa en lo que a sexo se refiere. Disfrutaba mas gimiendo en voz alta, haciendo publicidad de su placer.
Las ventanillas del coche estaban subidas. Entre gemido y gemido, la rubia parisina intentaba de vez en cuando sobar los pechos de la joven co-piloto.
Viajáis siempre así? – me pregunto Jessica sonriendo mientras retiraba una mano de su teta derecha
No pude impedir echarme a reír. Hasta que, de repente, me di cuenta de que la inglesa se había dado por vencida.
Cuando vi que seguía mirando el paisaje tranquilamente mientras Aurelie metía sus manos por su escote, me quede mudo. Ella me dijo «gira a la derecha, vivo en esa calle».
Busco en su bolso, nerviosamente, un mando a distancia que abría la puerta de un garaje vacío, en el que aparque.
Al parar el coche, Jessica -sin perder un segundo- se soltó su melena pelirroja, miro hacia atrás y dijo a Aurelie «Has ganado. Ahora, actúa!». abrió la puerta, se puso a cuatro patas sobre el asiento de copiloto -con los pies hacia fuera y la cabeza hacia mi- dejando espacio suficiente para que Aurelie metiera su cabeza entre sus piernas.
Antes de ponerse a hurgar en mi bragueta, se bajo ligeramente los pantalones, tratando de dejar su culo al aire. Lo ultimo que dijo antes de meterse mi polla en la boca fue «tus amigas me han calentado demasiado».
Aurelie se bajo del coche dando tumbos, abrió la puerta delantera, y sonrió abiertamente al empezar a bajar aquellos pantaloncitos de licra. Jessica se detuvo, se quito la camiseta rápidamente descubriendo sus blanquísimas tetas, ayudo a Aurelie a quitarle las bragas, abriendo las piernas al máximo, y antes de volver a mi polla dijo «vamos, hacedme gozar!».
Yo permanecía sentado mientras la inglesa tragaba carne. Desde el asiento de atrás, Sara me hablaba y metía sus dedos en mi boca.
Se movía rápido. Jean-Pierre se la estaba follando. Sara gritaba de placer. Jessica también lo hizo, dejando caer un hilillo de saliva sobre mi pantalón, al alcanzar con extraordinaria rapidez su primer orgasmo.
Aurelie, aunque en una posición incomoda, hacia su trabajo con evidente placer, y su sonrisa brillaba. Seguimos así varios minutos, hasta que la inglesa se incorporo, saco un preservativo de su bolso, me lo dio, y -concisa en sus instrucciones, como siempre- dijo «follame!», cosa que empecé a hacer con gusto.
La facilidad con la que mi polla entro en su cueva me dio una idea de lo hambrienta que estaba la pobre chica, seguramente poco acostumbrada a tener sexo tan fácilmente.
Que entrañable momento aquel: cinco personas gritando a viva voz dentro del coche. Jean-Pierre, Sara, Jessica y yo, por evidentes razones.
Aurelie, en cambio, gritaba de desesperación, al ser desposeída del conejo ingles, su único medio de entretenimiento. Gritaba «hijos de puta, que alguien se ocupe de mi!!», y cosas por el estilo. Trate de ayudarle con mi mano derecha mientras Jassica subía y bajaba frenéticamente sobre mi polla, de frente a mi y a Sara, cuya boca besaba de vez en cuando.
Pero la inglesa estaba hambrienta de verdad: al ver que yo intentaba saciar a Aurelie con mi mano libre, me la cogió e introdujo dos dedos en su culo. Lo quería todo para ella. Jean-Pierre tuvo entonces piedad y aviso a Aurelie de que estaba a punto de correrse.
Sara se levanto hábilmente y su agujero fue sustituido por la boca hambrienta de la parisina, que ya había pasado al asiento de atrás.
En cuanto lo trago todo y pudo hablar, se tendió a cuatro patas ante la polla que acababa de exprimir y, al grito de «por el culo!» incito al francés, que -al principio con dos y hasta tres dedos, después con su polla, de nuevo en forma- accedió gustoso a la idea de hacer lo que mas le excitaba.
Jessica y yo seguíamos dale que te pego, y Sara paso a la parte de delante. Su imaginación le llevo, tras besarnos a ambos y limpiar el sudor de la frente de la inglesa con su lengua, al único instrumento falico que quedaba libre en el coche: la palanca de cambios.
Era bastante grande y ancha, pero uniforme.
Dado su gran tamaño, Sara tuvo que introducírsela poco a poco, aunque la lubricación de su coño facilitaba mucho las cosas. Cómo no se habría dado cuenta Aurelie? La situación no podía ser mas bestial. Me corrí al grito de «mete la quinta!». Jessica se detuvo exhausta.
Ella había hecho todo el esfuerzo de moverse, y ahora era un ser sudoroso, pero tres orgasmos mas feliz.
Cuando la inglesa bajo del coche, dejo mas espacio a Sara para meter a su amigo de plástico en su intimidad.
Yo le mire retorcerse de placer, me quite el preservativo y se lo ofrecí -aun lleno de semen- diciendo «si masticas esto, luego te como el coño». Ella sonrió. Yo sabia que Sara haría eso con tal de que la volviera loca de placer con mi lengua, como a ella le gustaba, pero -fiel a su tradición- me sorprendió de nuevo.
Si me lo come ella también, te limpio la mano
Jessica, que había subido al coche de nuevo y -sentada en el asiento del copiloto- empezaba a explorar la entrepierna de Sara, asintió. Mi amiga chupo mis dedos con detenimiento.
Que tal sabe la mierda inglesa? -pregunto Jessica, riendo
No tan bien como tu sudor – respondió Sara antes de aceptar mi «chicle»
Tras empalarse a fondo en la palanca, Sara comenzó a temblar y tendió su brazo hacia nuestra nueva amiga.
Ella creyó que simplemente necesitaba ayuda, pero -siempre imaginativa, siempre activa- lo que Sara quería hacer era acercar su cara a la de ella, para besarle y compartir su jugoso caramelo.
Lo hizo justo cuando un pequeño chorro de semen y saliva salía por su comisura.
Jessica se resistió al principio pero luego se dejo llevar, llegando incluso a lamer los restos de corrida de la barbilla de Sara. Aurelie, a la que el vibrador y las embestidas de Jean-Pierre mantenían mas que ocupada, interrumpió la escena desde el asiento trasero, pidiendo a gritos a su amigo que elevara la potencia del juguete vaginal al máximo.
Jean-Pierre – dije, mirando hacia atrás – estas tías son lo mas cerdo que he visto nunca
No lo has visto todo, chiquitín – me susurro Sara entre jadeos y mascando el chorreante plástico con la boca abierta, mientras Jessica le ayudaba subir y bajar el culo-. Tu no sabes realmente a lo que podemos llegar con tal de que nos hagan gozar…
De pronto, se detuvo, arqueando la espalda hacia atrás y golpeando la cabeza contra el cristal del coche varias veces, en un violento orgasmo asistido por los masajes de Jessica en su clítoris. La palanca brillaba en su parte baja.
En cuanto recupero el aliento, continuo hablando, aun con los ojos cerrados, acariciándose los pezones.
Con tal de disfrutar de cosas como esta – dijo entre susurros- somos capaces de cualquier cosa… de cualquier cosa…
Aurelie -como confirmando lo dicho por su amiga- anuncio su enésimo orgasmo con un nuevo grito.
Sara se recupero y beso de nuevo a Jessica, mientras salía lentamente de la brillante barra en la que estaba ensartada. Un ligero masaje en su entrepierna le ayudo a sobreponerse.
– No os habréis olvidado de vuestra promesa, no? -dijo sonriente- Pero ahora necesito estar mas cómoda. Podemos subir a tu piso? -pregunto a la inglesa
Jessica nos hizo subir al apartamento. Desde el garaje, unas escaleras llevaban al salón, y, un piso mas arriba, estaba su habitación. Allí, ambos cumplimos con Sara, que se retorcía cómodamente en la cama ante el estimulo de nuestras lenguas, mientras los franceses terminaban su tarea en el coche.
Cuando terminamos, exhaustos, Jessica nos propuso que nos quedáramos a dormir. Aceptamos, por supuesto.
Era mucho mas barato que un Bed & B…, con mucha mas libertad para divertirnos a nuestro aire, y nuestra huésped estaba mas que encantada de que nos quedáramos.
El viaje no empezaba mal.