Capítulo 1

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Afortunado reencuentro I

Capítulo I

– Le dije al imbécil del camarero que no quería hielo en la Coca-Cola, porque después se pone aguado; si no fuera por que está tan bueno, me quejaría; pero más vale que no le diga nada.

Porque, no se sabe, yo aquí en esta maravillosa piscina del fantástico hotel Paraíso-Mar, en plena costa del sol, con una temperatura muy agradable, mientras mi marido se recorre las sucursales de todos los Bancos de la provincia para actualizar no se qué de los ordenadores, definitivamente, fue una buena idea venirme con él.

Echar un buen polvo en un hotel, siempre me trae buenos recuerdos.

Joder, no me había dado cuenta, pero el camarero imbécil no hace más que sonreírme.

Mola cantidad el tío, igual que los camareros de mi ciudad, esto sólo se ve aquí, cachas, guapo, tiene que ser modelo seguro seguro, porque vamos, lo menos el metro ochenta lo tiene, y esos ojos verdes, con ese pelo moreno, con su rallita en el centro; me recuerda su peinado a ese actor de telenovelas, ¿como se llamaba?. Carlos Alfredo, pero eso en la película, en realidad se llamaba, se llamaba …

Fernando Carrillo, eso es. ¡ Hostias, viene directo para acá! , ¿que hago? , ¿dónde miro?.

– Su cuenta, señorita.

– Pero si no la he pedido.

– Si pero es que ahora termino mi turno, y tengo que dejar mis ventas cobradas. Si fuera tan amable…

– De acuerdo, tome, y quédese con el cambio.(Y conmigo, si quieres).

– Perdón, decía …

– No, nada, pensaba en voz alta.

– Bien, gracias.

– De nada. (Desde luego Laura, eres tonta. Soy tonta. Lo sé. Todo me lo imagino, lo pienso, fantaseo, y después, nada. No soy capaz de empezar nada. Mi marido Alberto no vuelve hasta las cinco de la tarde. Tengo una habitación con aire acondicionado esperando y un tío macizo de caramelo). Además si Alberto volviera antes, seguro que se apuntaría, con lo que le gusta estas movidas.

Por cierto le he dado quinientas pesetas y no se ni cuanto era la Coca-Cola. ¿Qué es esto que está escrito a bolígrafo detrás de la cuenta?

Si quieres pasar un rato inolvidable conmigo, te espero en la habitación 969. Firmado: tu camarero particular, Jesús.

Madre mía, me lo ha propuesto. Me espera en su habitación, hasta el número de la habitación está bien. Y su nombre, no podía ser para menos, Jesús, ¡ tiene que hacer milagros !

Bueno, pues no me lo pienso más, allá voy.

Capítulo II

Habitación 967… 968…969 ¡ ésta es !.

Toc, toc, toc.

– ¡Pasa! ¡ Está abierto ! – respondió una voz desde dentro.

– Hola, yo … –

Pero no me dio tiempo de decir nada más.

Estaba detrás de la puerta esperándome, él estaba seguro de que iba a venir. Lo tenía todo bien preparado, la de veces que tiene que haber hecho esto antes, pero no me importa, ahora es mío y lo voy a aprovechar hasta dejarlo seco.

Me apretó contra él y comenzó a besarme.

De una forma sobrehumana, con toda la pasión del mundo. Sentía su lengua muy caliente entrando y saliendo, recorriendo todos los ángulos y curvas de mi boca.

Me llevó en peso hacia la cama, me depósito con seguridad y firmeza sobre las sábanas de satén negro que estaban frescas, con un agradable olor a colonia varonil que me sonaba.

Se acostó encima mía.

A pesar de su enorme altura y de su fornido musculosidad, no noté su peso fuera de lo normal, sabía como ponerse.

Llevaba una especie de bata de seda, también negra, abierta por el centro, pues no llevaba puesto el cinturón, dejándose ver bajo ella unos slips de color rojo apasionado en el que se marcaba la figura de su miembro viril, una hermosa y bien proporcionada polla.

En décimas de segundos se me ocurrieron infinidad de cosas para hacer con esa maravilla, a cual más pornográfica.

Al tirarse sobre mí, automáticamente abrí las piernas, como si hubiera hecho saltar ese resorte que tenemos las mujeres que se nos abren las piernas al momento, o nunca si no lo deseamos.

Simplemente me había quitado el pareo dejándome en bikini, y ahora sentía esa maravilla entre mis piernas, todavía interponiéndose entre nosotros mi prenda de baño y sus slips. Saqué fuerzas de dentro de mí, me revolví y lo tiré a la cama.

Allí estaba esa hermosura, me tiré encima de él y comencé a comerle el cuello, bajando por su rígido y terso pecho, pasando por el marcado abdomen, y terminando quitándole su prenda interior con la boca, mientras él solo alzaba un poco la cabeza para ver que ocurría en su parte baja.

Cuando le quité su prenda más íntima, quedó a la vista una polla como nunca había visto, (y eso que había visto más de una), era como las de las películas que veo con Alberto, grande, pero sobre todo muy bonita y muy muy apetitosa.

El capullo, estaba rojo brillante por el reflejo de la luz sobre el líquido transparente que le comenzaba a salir, presumiblemente desde hacía ya algún tiempo.

Sin pensármelo, me abalancé sobre ella con un deseo desmesurado queriéndola devorarla.

Tenía el tamaño justo para mi boca, ni grande ni pequeña, cuando mamo una polla, me justa que no sea ni tan pequeña como la del chico ese que desvirgué con diecisiete años, Toni, que me metí en la boca hasta los huevos, y que cuando se corrió casi pierde el sentido, ni tampoco tan gorda como la del novio de mi amiga Luci, que se me antojó comérsela mientras ella se duchaba y su novio y yo la esperábamos en el salón.

Era tan gorda que tenía que forzar la boca para que entrara, para cuando se corrió parecía la Fontana de Trevi, y tuve que tragármelo por no mancharle el sofá nuevo.

Después de todo estaba bueno, y era un alimento con pura energía. Total, Luci nunca llego a enterarse de nada.

Pero ésta está en su tamaño justo, y es preciosa para el sabor y el tacto. Mientras se la comía, me dio por mirarle a la cara, tenía los ojos cerrados, apretados con fuerza, mientras se mordía el labio inferior por el placer con tal fuerza como para sangrar.

No me había fijado, pero la cama no era como la del resto del hotel, era con la cabecera de barrotes, en un tono negro azabache brillante. Estaba asido con fuerza a dos de las barras, marcándoseles los músculos de los brazos, como si de un dibujo de anatomía se tratara, bíceps, tríceps, etc.

Pero el músculo que yo quería lo tenía entre mis manos, en mi boca, y lo hacía subir a bajar, abrirse y cerrarse dentro de mi boca. A cada movimiento que yo hacía, el respondía con una sacudida de placer que le inundaba todo el cuerpo, moviendo incluso la cama.

Cuando alcé la cabeza, para dejar de chupársela y cambiar a otra cosa, puso cada mano a cada lado de mi cabeza y empezó a desplazarla arriba y abajo, llegándome la punta hasta los confines de mi garganta. En un principio, quise resistirme, pero me gustaba, me gustaba mucho.

Sabía que él quería correrse así, en mi boca. Yo estaba muy caliente, sentía como estaba de lubricado mi coño. Estaba a punto de correrme y no me había hecho nada. Entonces, pasé mi mano hacia abajo, estaba en una postura muy buena, el acostado boca arriba, y yo a cuatro patas entre sus piernas abiertas comiéndosela, así que empecé a tocarme el clítoris, a rozarme.

El primer roce fue una auténtica oleada de placer, pues no me esperaba ni mi propia mano. Solo tenía que tocarme un poco, estaba muy caliente, apunto de correrme.

– Así, así,- decía Jesús entre jadeos, lo cual me ponía cada vez más caliente.

Hay que ver como aguanta este tío, llevo diez minutos comiéndosela y no se corre, me gusta, pero me voy a correr ya, ya no puedo más. ¡ Quería que se corriera ahora ! ¡Quería sentir su líquido caliente en mi boca ! ¡ Corrernos los dos a la vez !

– ¡¡ Me corro !! – grité.

Y parece que lo entendió. Empezó a jadear más fuerte, convirtiéndose tal jadeo en un grito ahogado por el placer.

Empezó a manar el líquido tan preciado mientras me corría y gritaba al unísono con él. Comencé a tragármelo, pero no daba a bastos con tal cantidad, tenía la boca llena, estaba tragando, y aún así me rebosaba por las comisuras de los labios.

No podía separarme de él, pues me apretaba la boca contra su polla. Entonces me izó con la facilidad de una pluma, hasta que mi cara estuvo frente a la suya.

Todavía tenía la boca llena de polvo, como si se tratase de un bebé que no quiere potitos y lo mantuviera en la boca, para que al darse la vuelta la madre lo escupiera. Fue entonces cuando comenzó a besarme de nuevo, yo alucinaba, me succionaba la boca, aspirándome de ella cualquier resto de su polvo que quedara.

Separé la cara y se formó una especie de puente colgante hecho de semen de lo más puro y más apetitoso.

Tiró de mí de nuevo, y siguió absorbiéndome, mientras yo iniciaba un viaje al clímax, empezaba a perder las fuerzas, me adormilaba tras quedar exhausta por el increíble orgasmo que acababa de tener.

– A propósito, ya sabes mi nombre, Jesús, pero ¿ cual es el tuyo ? – Escuché entre sueños.

– Laura – , respondí medio adormilada.

– Encantado, Laura. –

Capítulo III

Un ruido ensordecedor me despertó. ¿Que coño era ese ruido?. Ah, ya, el maldito teléfono. – Sí, ¿dígame?.

– Buenos días, son las nueve de la mañana. El Hotel Paraíso- Mar les desea un feliz día. – Valiente voz de gilipollas ponen las recepcionistas cuando te despiertan en los hoteles. Y Alberto ni se entera, tiene un sueño, que ni un muerto.

Joder, tengo el coño chorreando, ¿de qué?. Anoche tras el fabuloso polvo con Alberto me lavé un poco, lo suficiente para no estar así.

Ahora pienso, siento como si me acabara de correr otra vez. Voy recordando un sueño que he tenido con el camarero de la piscina, el morenazo con los ojos verdes. Bueno dos polvos en una noche, a cual mejor, no está mal para el primer día de hotel.

– ¡ Alberto, levanta, que son las nueve y diez, y a las diez cierra el bufet para desayunar!.

– Voy – responde Alberto girándose sobre sí mismo.

– Te encanta dormir en pelotas, hijo, ¿no tienes frío? -. (¡Coño!). Buena empalmaera tienes, buen mozo, sino supiera que es por el despertar, pensaría que tienes ganas de marcha.

– Después de desayunar, ya te diré, Laurita -.

– Alberto, métemela ahora mismo -.

– ¡Coño!, ¿ y a que viene eso ahora ? ¿no quedaste satisfecha anoche?.-

– Quiero probarla así, acabada de despertar -.

– Bueno, de pie, agáchate, y apoya las manos en la silla -.

Alberto me abre un poco el boquetito con la mano, aunque está bastante abierto tras el «polvo fantasioso» de la noche.

Alberto me la mete de una vez, sin miramientos, como él sabe que me gusta. El capullo me lo siento en la garganta, joder, parece como si hubiera crecido diez centímetros desde la última vez.

Alberto se mueve adelante y atrás, con un ritmo despacito, pero que poco a poco va aumentando. Sin sacármela, me tira sobre él en la cama, y sin dejar de moverme arriba y abajo, empieza a masturbarme.

No me acordaba, pero este hotel es de lo mejor, y el que haya habitaciones con espejos en el techo, fue una de las razones que nos impulsó a venir.

Mirando hacia arriba, viendo mi figura reflejarse en el espejo, viendo como Alberto con una mano me aprieta los pechos, ahora con los pezones duros, mientras la otra me hace una paja, viendo con atención como su polla, dura, rígida, entra y sale de mi coño chorreante, en cuestión de cuatro o cinco minutos, ya estábamos corriéndonos ambos entre jadeos y gritos.

Capítulo IV

– Vamos Alberto, que ya está aquí el ascensor – rápido que nos quedamos sin desayunar.

– ¡ Ya voy ! Era la puta puerta, que no cierra bien. Dale al primero, al restaurante, haber que nos ponen hoy.

Ya en la primera planta, nada más salir del ascensor, me encuentro las espaldas inconfundibles del morenazo. Menos mal que Alberto está entretenido mirando a esa chavala rubia. ¿Como se llamará? Estaría bueno que fuera Jesús.

El camarero se gira, mira hacia donde está Laura y le sonríe. De pronto se dirige hacia donde está ella.

-(Pero ¿ éste tío no se da cuenta que está aquí mi marido?)-

-Como se de cuenta Alberto, la vamos a tener, se va a creer que tengo algo con él, y por desgracia sólo fue un sueño -.

– (Viene hacia aquí)-

– ¡¡ ALBERTO !!, – grita de pronto el morenazo.

– ¡ Jesús ! -, responde Alberto. Yo, simplemente perpleja.

Tras la típica charla de ¿cómo tú por aquí? y ¿tu que tal?, y tal y tal, me entero que son viejos amigos de nuestra ciudad natal que estuvieron juntos muchos años de críos.

– ¿ Y quién es ésta bella señorita ? – pregunta Jesús.

– Mi mujer, Laura, nos casamos hace tres meses y por problemas de trabajo hasta ahora no hemos podido irnos de luna de miel. –

– Encantado, Laura, estoy para servirte en lo que necesites- – (Ojalá pudieras servirme en todo lo que quisiera)- pensé.

– Bueno, pues ya nos veremos, nos vamos a desayunar que nos dejan en ayunas.

– Hasta luego -. dijo Jesús, con una mirada que yo reconocí claramente llena de deseo hacia mí.

Esto es cosa de brujas. ¿Cómo salió el nombre en el sueño si solamente le vi de lejos, y no llegué ni a hablar con él ?

– Bueno, vamos a desayunar, que estoy desfallecido, después del «ejercicio matutino» – dijo Alberto.

Capítulo V

– Oye Laura, ¿qué vas a hacer mientras estoy por los bancos?

– No sé, me tiraré al primero que me pase por delante. Ya sabes que en vacaciones siempre estoy caliente.

– Bueno, yo me voy, coge la VISA y vete de tiendas, anda, cómprate algo sexy para esta noche.

– ¿ Para esta noche ? , ¿ qué pasa esta noche ?.

– Quiero quedar con Jesús para que eche un polvo con nosotros esta noche.

– ¡¡¡ ¿Qué? !!!

– Es broma, eso es lo que tu quisieras, pendón.

– Me da igual,… bueno, hay que reconocer que está muy bien el amiguito tuyo.

– Bueno, pues me voy. Hasta luego.

– Yo me voy a echar un rato a ver la tele, y ahora voy de tiendas, a por algo sexy, ¡ no vaya a ser que se cuele «algún invitado» esta noche !.

Joder, entre el polvo de anoche, y el de esta mañana estoy hecha polvo. Alberto en los hoteles es otro, se vuelve un «potro salvaje», me deja cansadísima.

Capítulo VI

( Ese picardías negro, me tiene que quedar muy bien).

– Buenos días, el picardías negro del escaparate… ¿ de mi talla ?

– Enseguida-.

Enseguida me dice la piva. Claro, con lo que vale, dieciocho mil pelas, no corre, vuela. Y si le digo que me coma el coño por mil duros, me lo come. Por cierto, que no sería mala idea porque es una chica de bandera, y no parece muy mayor, no debe pasar de los dieciocho, y tiene unas tetitas redondas y duras.

Me recuerda la alegría que me dio Alberto en nuestro aniversario de novios, yo no hacía más que decirle que me gustaría verle follar con una piva que él eligiera, y, allí estaba yo, en ese hotelito coqueto de nuestra ciudad, creyendo que íbamos a celebrar los dos solitos nuestro aniversario cuando se cuela con esa pivita de 19, con las tetitas redonditas y un coñito perfecto.

Le había dado 10.000 pesetas por venir, y le daría diez más al terminar. Ella solo quería acostarse con Alberto, ( que está claro que no porque fuera mi novio, ni ahora mi marido pero es que no tiene desperdicio), pues éste le había comido el coco en ese pub, y ella vio el cielo abierto, que la follara un tío bueno de 28 años, muy bien vestido, con clase, un BMW en la puerta, y que para hacerlo le llevara a un hotel.

Pero la sorpresa que me llevé cuando llegó a nuestra habitación y nos encontramos cara a cara … Yo nunca creí que fuera capaz, pero, nunca se sabe.

Ella sabía que yo iba a estar allí, pero por veinte talegos que más le daba que mirara alguien. Alberto empezó a desnudarla mientras la besaba. Yo estaba en un cómodo sofá solo con mi batita de raso.

– ¿ Haz echo algo antes Marian? , le preguntó Alberto.

– Nunca. Nada.

– ¿ Ni te has hecho pajas ?.

– Bueno, eso sí, viendo una películas equis del video.

Marian, ya tirada en la cama, se abrió de piernas, a la orden de Alberto. Yo me acerqué, quería verlo de cerca. Alberto, empezó a chuparle el coño con fuerza, y debió ser la poca costumbre de ésta, porque al primer lametazo empezó a jadear. Alberto había tenido mucha suerte, era de ese tipo de piva que siempre había querido follar, las que siempre jadean a cada empujón, a cada chupada.

Enseguida empezó a humedecérsele los labios primero, y todo el coño después. Los dos disfrutaban de lo lindo, y lo mejor era que yo me estaba poniendo muy caliente.

Alberto me miró y me señaló el manjar que estaba degustando. Yo le entendí a la primera, quería que lo probara, y lo probé, más que probarlo, lo devoré. Yo sabía como chuparlo, como mujer que soy, y Marian notaría el cambio pues miró. Pero lo único que hizo fue apretarme mi boca contra su coño.

Alberto mientras tanto se alzó hasta su cara, le cogió la cara y se la llevó a su polla. Ella no se lo esperaba, y se encontró de pronto en la boca con algo que solo había visto en la tele. ¡ Me gusta ! , dijo Marian, deleitándose con tan suculento manjar. Y la verdad es que no lo hacía tan mal, o eso parecía, pero Alberto daba gritos de dolor porque al parecer le rozaba a veces con los dientes, pero claro, él, no la sacaba.

Marian ya estaba muy caliente, y yo quería aprovecharme de la situación. Me incorporé hasta la posición de Alberto y le relevé. Le puse mi coño en su boca. ¡Cómemelo Marian!, le dije.

Y me lo comía, me lo lamía, me lo chupaba, y yo me retorcía de gusto.

Mientras tanto, Alberto se disponía a metérsela. Ahora que no se lo esperaba, simplemente puso la puntita chorreante, y … hasta el fondo. Marian dio un saltito en la cama, sintió un profundo pinchazo en su interior, intentó safarse de nosotros, pero cuando Alberto empezó a moverse adelante y atrás, dejó de resistirse, el gusto pudo al dolor, aunque éste no remitía, y a cada metida de Alberto, Marian se mordía los labios.

– Me voy a correr -, dijo Alberto.

– En su boca – , dije yo.

Marian se levantó, quería probar esa leche que decían que estaba tan buena y que en las películas se tomaban las pivas.

Cuando le metió de nuevo la polla en la boca, me fijé que tenía rastros de sangre, de la rotura del virgo, pero Marian , o no dio cuenta o no le importó, porque empezó a chupar con vigorosidad.

Cuando cambió el jadeo de Alberto me di cuenta que iba a correrse, y no me equivoqué. De los alrededores de la polla que entraba y salía de la boca de Marian, empezó a salir polvo y más polvo, Marian daba arqueadas como para vomitar, se notaba que no estaba acostumbrada a esto. Para ayudarla, empecé a comerle la boca, y a tragarme todo el polvo de su boca, era mucho polvo, claro, de cuatro días que hacía que no … Se estaba reservando.

Alberto fue a darle las diez mil pesetas acordadas al terminar a Marian una vez que esta se lavó un poco, pero ésta no quiso cogerlas. Simplemente dijo: «Gracias por este rato tan guay que he pasado, llamadme cuando queráis», y no volvimos a saber de ella.

Bueno, pues sí, se parece la dependienta a Marian. En la chapita del pecho viene su nombre, señorita Loli, sería mucha coincidencia que fuese Marian, después de tanto tiempo.

– Aquí tiene, pase al probador , cuando lo tenga puesto, por favor, llámeme para ver como le queda por si acaso puedo ayudarle en algo -, me dijo la dependienta señalándome a una puerta un poco escondida para ser un probador.

– Gracias – respondí, pasando al interior.

Tal probador no tenía mucha pinta de probador, era una habitación grande, con muchas cajas de ropa interior. Enseguida descubrí que el probador era el almacén, y que allí debía de dormir un guarda nocturno o algo parecido, pues en el centro había una cama, muy bien hecha y arreglada con esmero. La iluminación era un tanto deficiente pues solo colgaba del centro del techo una barra fluorescente.

Empecé a quitarme la ropa, un tanto desconcertada por la situación, y me puse rápidamente el picardías negro, sin bragas, claro, como si estuviera en casa; pero ¿ cómo me quedaba ? …

Debe de haber un espejo por aquí. Pero, … no, no hay.

Llamaré a la tal Loli, haber que me dice y haber donde puedo mirarme. – ¡ Señorita ! -grité.

En menos de dos segundos se abrió la puerta por donde entré, apareciendo por ella la señorita dependienta. Parecía que esperaba mi llamada detrás de la puerta.

– ¿ Cómo ves que me queda ? – le pregunté.

– Perfecto -, argumento la chica.

La verdad es que yo mirándomelo, me lo veía muy bien. No es que fuera una TOP-MODEL, pero con veinticinco años, me conservaba perfectamente. Tenía un busto bonito, con un talla 85, tenía las piernas largas, esbeltas, con las inglés siempre bien depiladas a la cera para que el coño se viera perfectamente recortado, como a mí me gusta tenerlo.

No me había fijado hasta entonces en la mirada un tanto lasciva de la chica, me miraba los pechos, mi trasero, la cintura, y sobre todo el coño, estaba tan bien recortado, delimitándose perfectamente los bordes de la maraña de pelo negro azabache rizado.

– Por favor, ¿ un espejo ? – , le pregunté.

– ¿ Uno ?, ¡ todos los que quiera ! -, dijo a la vez que pulsaba un botón en algo que me parecía un mando a distancia que llevaba en la mano, y que antes no me había dado cuenta que lo portara.

De momento se oyeron unos chirridos suaves, y todo empezó a girar. Trozos de paredes y del techo giraron, dejando paso en cada plancha que giró a una luna de espejo, incluso las cajas de cartón, giraron con el trozo de pared en el que estaban apoyadas para dejar el almacén convertido en una sala ahora perfectamente iluminada por multitud de foquitos que aparecieron en el techo con los espejos, una sala brillante, una sala sumergida en una gran incógnita. La cama del centro, no se había inmutado para nada, seguía igual; y fue entonces, cuando descubrí que era idéntica a la de mi sueño con Jesús, con barrotes brillantes.

– Si quiere ver lo bien que le queda, con un juego de sábanas que tenemos de raso, en un color rojo brillante, puede destapar la cama y tirarse en ella, podrá verse en los espejos de las cuatro paredes y en el techo – dijo Loli.

Así lo hice. No sé si fue lo peor que hice en mi vida. Entrar en esa tienda, en ese supuesto almacén, tirarme en la cama … O quizás fue lo mejor que me pasó hasta el momento en mi vida.

Una vez tirada en la cama, como por arte de magia se abrió la puerta por la que entramos ambas, y por ella comenzaron a desfilar una serie de personas… ¿ seguro qué eran personas humanas ?. Hasta seis hombres conté que habían entrado en la habitación, todos desnudos, y no parecían humanos, parecían máquinas creadas con la máxima precisión posible. Estaban perfectos.

Ninguno bajaba del metro setenta y cinco, y uno de ellos, el último, mediría un metro ochenta y cinco.

Todos llevaban el miembro viril en erección, cada polla indicaba en una especie de señal su dirección hacia el cielo. Todos menos el último, el más alto, que llevaba un tangita, un bañador tipo de nadador, pero que dejaba entremarcado claramente la postura de su polla con un tamaño majestuoso.

– ¿ Qué ocurre aquí ? -, pregunté sorprendida.

– Invitación de un buen rato por cuenta de la casa – respondió el primero, un rubito de cara aniñada que parecía de origen nórdico, sueco, danés o algo así.

Entonces, al momento rodearon la cama.

En un juego de manos, los dos más cercanos a la cabecera de la cama sacaron de quién sabe donde unas esposas cada uno, y sin darme cuenta me encontré esposada por las muñecas a las barras de la cabecera. Igual táctica siguieron los dos de los pies de la cama, dejándome totalmente inmovilizadas las cuatro extremidades.

La chica, Loli, solo miraba desde un lugar un poco apartado para no molestar.

Todos seguían desnudos, menos el primero que entró, el más alto y fuerte. Entonces me di cuenta de que cada uno tenía tatuado en el lado izquierdo del trasero un número de unos diez centímetros de alto; los tatuajes eran muy llamativos, con unos colores muy brillantes, resaltando sobre todos el rojo y el azul, colores bases de los tatuajes.

– Si quieres dirigirte a cualquiera de ellos, llámalos por el número que ya habrás visto -, dijo Loli.

¿ Qué me iba a pasar allí dentro ?

Continúa la serie