Mi señora de la limpieza

Este hecho sucedió una tarde de verano en que tuve que ir a la oficina por la tarde, siendo el horario normal por la mañana, así que al entrar me encontré a la Sra. de la limpieza de las tardes, a la cual conocía tan sólo de vista, ignorando siquiera el nombre y a la que veía en raras ocasiones.

Es una mujer madurita, no llegando a los cincuenta pero delgada.

Su bata de trabajo dejaba traslucir tan sólo una braga blanca normal y corriente y el sujetador.

Nada que erotizase a primera vista.

Tras encender un cigarrillo, dejó los bártulos y se puso a entablar conversación conmigo:

– ¿Y que tal tú por aquí… mucho trabajo no?

– Pues si… hay mucha faena, la verdad.

Calzaba unos zuecos blancos de los que usan en los hospitales y físicamente era más bien normalita, sin nada que destacar, pero su simpatía, familiaridad y sobre todo su sonrisa estaban empezando a ponerme nervioso.

Entonces me acordé que meses atrás me dijo que me tenía que comentar algo, pero sin llegar a decírmelo, así que le pregunté:

– ¿Por cierto, qué era lo que me tenía que decir hace ya tiempo?

– Nada -contestó bajando la mirada- ya nada…

Intuí una consulta de tipo jurídico o un asunto de tipo legal y arriesgué un poco mas:

– ¿Es algún tema de separación o divorcio?

Al decir esto, sus ojos se iluminaron y asombrada me respondió:

– ¿Cómo lo sabes?

Ya me enrollé con la respuesta y le dije que se notaba, que parecía que le faltaba algo y que yo también estaba divorciado, desde hacía varios años.

La conversación discurrió por varios derroteros hasta que le comenté que estaba hasta los cojones de entregar mi corazón para que después me pisoteen, que desde hacía tiempo me entregaba por «hasta finalización de obra» y punto.

Le comenté que me resultaba muy agradable, que me gustaban bastante las mujeres mayores que yo y que ella era una de ellas.

– Pues tú también estás muy bien… -me dijo-

Al decir esto, la picha se despertó, empezando a notarse mi erección.

Por ese acierto o error de la naturaleza, consistente en que los hombre tenemos dos órganos que necesitan mucho aporte de sangre como son el pene y el cerebro, estaba consiguiendo que éste último viese reducida su ración de sangre, comenzando a funcionar únicamente el cerebro más primitivo y mis únicas intenciones eran de follármela como fuera, así que directamente le solté:

– Gracias, tengo que decirte que además de simpática me gustas, y tienes un físico que ya quisieran muchas de veinte años…

– No es para tanto…

Así que entonces me arrimé a ella y acerqué mis labios a los suyos hasta darle un beso, (mas bien un roce de mis labios con los suyos) a la vez que muy suavemente le deslicé la lengua por los mismos y brevemente, poniéndole al tiempo las dos manos en ambas caderas.

Lejos de molestarse, se quedó sonriendo y mirándome: ¡Le había gustado!

Al instante le pregunté:

-¿Quieres otro?

– Si

Y ya no pude contenerme. Así como estaba apoyada en la mesa de oficina le abracé y empezamos a morrearnos mientras mis manos se iban deslizando ya por entre la bata y acariciando poco a poco lo que podían.

Aguanté el tipo como pude sin soltarla y me puse a acariciar sus senos, que tenían los pezones erectos, cogiéndoselos de vez en cuando haciendo pinza con los dedos y retorciéndoselos un poquito.

Cuando intuí que lo de abajo comenzaba a alcanzar temperatura, le metí la mano por la braga para acariciarle el coñito.

Había una pequeñísima pero perceptible lubricación, así que antes de que empezara a destilar flujo por la pata abajo, le bajé las bragas con las dos manos y le susurré al oído:

– Estáte quieta ahora y déjame hacerte…

Me arrodillé y le empecé a comerle el coño, notando cómo todo su cuerpo se estremecía en una mezcla de morbo y placer.

En cuanto noté que comenzaba a chorrear más de la cuenta, me la saqué y con los pantalones en los tobillos se la metí de un viaje, comenzando un suave mete-saca.

Ya me la estaba follando, así que le quité el sujetador y la bata, comenzándole a chuparle las tetas y magreárselas descaradamente, mientras que ella todavía no se reponía del gusto que le estaba dando.

Fui un poco más allá susurrándole al oído:

– Ya que estamos, permíteme decirte lo que quiera. No te ofendas ni te emociones cariño, pero quiero disfrutar al máximo contigo.

Después de unos cinco minutos en esta postura le dije:

– Ahora ponte sobre la mesa.

Y de pie, con las piernas abiertas y el tronco apoyado en la mesa boca abajo, le pasé la mano por el coño para aprovechar todo el líquido y pasárselo por el culo, lubricándoselo con eso y metiéndosela de nuevo mientras le introducía el índice por el culo.

Cuando comprobé que aquello se dilataba bien por la excitación que tenía, se la saqué y le puse la puntita a la entrada del ano, haciendo una presión constante hasta que poco a poco iba entrando, con un ligero movimiento de vaivén, hasta que la tuvo bien dentro y le comenté:

– Muévete cielo, mueve tu culito mi amor como una putita, muévete como te gustaría hacerlo anda.

Mientras se movía lo que permitía la incomodidad de la situación, no paraba de gimotear porque entre la excitación y el dolor de estar siendo penetrada por el culo, seguramente prefería ser penetrada más tradicionalmente, así que me retiré y me fui a los lavabos a lavármela.

Al volver directamente le pedí que me la chupara, estando sentado en la silla giratoria y ella de rodillas.

– Chúpamela, pajéamela y acaríciame los huevos mi amor. Quiero que me metas tú también un dedo por el culo.

Al rato de estar así, entre las mamadas que me pegaba, los meneos que le metía a mi polla y sintiendo su dedo en mi culo, me corrí en su boca y le dije que se lo tragara todo.

– ¡Trágate todo cariño, chúpamela bien que no quede ni gota!

Con la flacidez del después de, nos fumamos un cigarrillo los dos mientras entre sonrisas de complicidad, nos imaginábamos más tardes como aquella.

Después del cigarrillo, tenía ganas de correrme en su coño, pero no otro día sino el mismo, así que sin más preámbulos, sentada como estaba en el borde de la mesa, le arrimé la cebolleta y le metí el dedo en la vagina.

Como no había tenido bastante, se dejó meter mano hasta que de nuevo empezó el chorreo.

Cuando la tuve más o menos bien (los años no perdonan), se la metí y empecé a moverme despacio, disfrutando cada centímetro de su acogedora vagina, agarrándola por las cachas y chupando teta como una bebé.

Mirando como entraba y salía me movía más y más rápido diciéndole:

– ¡Me voy a correr como un burro, te tengo muchas ganas, voy a llenarte de leche, mamona! Y agarrándome a sus tetas fuertemente, me descargué por completo entre gritos de placer míos y de ella, acometiéndole con fuerza mientras mis huevos recuperaban su posición normal golpeando con el borde de la mesa.

Después de esta sesión, le dije lo mucho que me había gustado y que esperaba nos viéramos más a menudo.