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La chica de blanco

Me atreví a levantar de nuevo la mirada y ahí seguía ella, mirándome con gula y quizá posando sus ojos en mi abultado paquete.

No sé por qué, pero me sentí aliviado, quizá emocionado, de que en aquella parada ella tampoco se hubiera bajado. “3 minutitos más de visión divina” pensé. También pensé en la pedazo de paja que me iba a cascar nada más llegar a casa, la mejor del año.

Volví a mirarla. Comencé por abajo: sus sandalias blancas de plataforma, con los deditos asomando tímidos, contrastando con el negro de sus uñas.

Un pequeño anillito en un dedo y la cadenita en el tobillo me indicaban lo coqueta que podía llegar a ser aquella chica.

Fui subiendo, mirando sus delicadas y hermosas piernas, sin dejar un solo detalle sin observar. Sus muslos rellenitos me alertaban de que llegaba a una zona candente y peligrosa.

Cuando iba más allá de la mitad de los mismos me topé con una muy reducida minifalda blanca.

Intenté atisbar el color de su ropa interior mientras mi polla daba verdaderos alaridos dentro de mí.

Levanté un poco más la vista y vi su vientre suave y reducido, sin un gramo de grasa sobrante, en cuyo centro destacaba un hermoso ombligo adornado con un piercing amarillo brillante.

Embriagado de toda ella, asciendo un poco más por su cuerpo y veo su top, blanco también naturalmente, al igual que toda su ropa, que destaca de esta forma sobre su cuerpo tostado por el sol de aquel caluroso verano.

Realmente no sabría decidir si era un top de vestir o simplemente parte de un escueto bikini.

Aquello prácticamente no podría llamarse escote, las casi 3/4 partes de su voluminoso pecho escapaba de aquella ridícula prenda, ascendiendo y descendiendo a ritmo acelerado debido a la agitada respiración de aquella diosa.

¿También ella estaba excitada? No tenía forma de saberlo, todo eran conjeturas, realizadas apresuradamente por una mente calentorra como la mía. ¿Y si lo estaba, sería por mí? Me hacía ilusión pensar que, en efecto, era así, que ella estaba tan cachonda como yo lo estaba en aquel momento.

Según iba pensando en esto, fijé finalmente mis ojos sobre su dulce cara. Una suave y estilizada media melena de color castaño con mechas rubias acariciaba su cuello y sus mejillas.

Una pequeña boquita de labios gordezuelos, húmedos de su saliva. La pequeña naricita respingona era antesala de los dos ojazos que poseía esa maravilla de mujer.

Mientras me perdía en aquellos ojos verde-azulados no advertía que ella también me miraba a mí y me examinaba, quizá no tan a fondo como yo a ella, pero sí me observaba con idéntica cara de excitación que la mía.

Tan sólo restaba ya una estación para llegar a mi destino. Luego 10 minutillos andando y me haría la mayor y más placentera paja del año. Me levanté de mi asiento y me fui acercando a la puerta.

De reojo pude ver que me seguía con la mirada. Cuando la veo humedecerse los labios con la lengua mi corazón da un vuelco y se pone a galopar.

Mi polla late frenética en su encierro. El tren se detiene y se abren las puertas. Me bajo en el andén y mientras me dirijo a la salida dirijo mi mirada al interior del vagón y observo que está completamente vacío. Atónito advierto que ella también se ha bajado. Mi nerviosismo aumenta.

Llego a las escaleras mecánicas y espero que estas me lleven hasta arriba.

Oigo el ruido de sus zapatos sobre la malla metálica. Se acerca inevitablemente hacia mí.

Noto una dulce fragancia cuando llega a mi altura y entonces sucede algo completamente inesperado por mí: posa su delicada en mi culo, me agarra durante un par de segundos que se me hacen infinitos y después me suelta y continúa su camino. La sorpresa me mantiene de piedra mientas ella sigue subiendo por la escalera moviendo un culo extraordinario de lado a lado. No creo recordar haber visto un culo como ese en mucho tiempo.

Cuando llega hasta arriba, se da la vuelta y empieza a bajar, aunque ahora detenido en las escaleras, dejándose llevar. No entiendo muy bien su juego, pero mi polla empieza a pensar por mí.

De modo que decido seguirla. Bajo corriendo hasta situarme detrás de ella, momento en el cual alargo mis dos manos temblorosas a su trasero. Casi puedo notar chispas cuando tengo mis manos a menos de un centímetro de la minifalda.

Finalmente, sacó fuerzas y las pongo allí. Con los ojos cerrados manoseo y toqueteo a mi antojo aquel culito duro y respingón, pero suave y dulce.

Cuando consigo abrir los ojos veo los suyos, directamente. Llegamos hasta abajo, hasta el andén y allí empezamos a besarnos de forma apasionada y desordenada.

No pienso malgastar una oportunidad así. La toco a placer por todas partes mientras nuestras lenguas están enfrascadas en una cruenta batalla.

Durante diez minutos, quizá más, no nos dimos tregua. En aquellos momentos no podía ni siquiera pensar en que no nos habíamos dirigido ni una palabra.

La pura pasión se había encargado de todo. Yo estaba salidísimo y mi polla… bueno. Intentaba bajar mi boca a sus tetazas, pero era imposible.

No me dejaba ni un respiro. Me besaba como si la vida le fuera en ello. Por fin conseguí que me dejara babearle un rato por el cuello y el canalillo mientras mis manos intentaban desatar aquel pequeño top para disfrutar más a gusto de la vista.

Cuando atino por fin con el nudo, me agarra la cabeza y de nuevo empieza a darme lengua. Se separa y me mira a los ojos al tiempo que noto su cuerpo pegando al mío.

– No conoces ningún sitio más tranquilo para que pueda sacarle rendimiento a esto? – Su mano me apretó el paquete.

Asentí con la boca abierta, babeando. Su voz era aún mejor que su cuerpo.

Me hipnotizó por completo. Todo aquello tenía un halo de irrealidad que lo hacía difícilmente creíble, pero estaba sucediendo.

Se arregló un poco la falda y el top, pues con mis manos enloquecidas había puesto su culo al descubierto y parte de su teta izquierda asomaba también. Durante todo el camino hasta mi casa, los toqueteos y los besos no faltaron.

Entramos como locos en el portal y seguimos morreándonos mientras bajaba el ascensor. Al entrar a este, nuestra lujuria se disparó aún más.

Logré desatar el top y, aunque se mantenía colgando de su cuello, pude por fin disfrutar de aquel increíble par de tetas. Dos pezones duros y enrojecidos, una difícil elección, no sé cuál de los dos empezar a chupar y morder. Ante mi indecisión, ella me vuelve a meter la lengua en la boca.

Sus manos reptan por mi pecho, sacándome la camiseta. Yo levanto su falda y veo un delicioso tanga blanco, mojado en su parte delantera.

Llegamos a mi piso, abro a tientas y cierro dando un portazo. La ropa empieza a caer.

La dulce fragancia que emana todo su cuerpo me excita aún más mientras me deshago de los pantalones y me quedo en pelotas delante de ella, con una ostensible erección apuntando directamente a ella. Sonríe con malicia y picardía mientras me empuja al sofá y me tira en él.

Agarrándome con la mano derecha empieza a brindarme una espectacular mamada.

Estoy a punto de correrme, de hecho, prácticamente noto cómo la leche empieza a subir. Mi polla se convulsiona entre sus labios, pero consigue evitar que me corra apretando fuertemente con dos dedos la base de mi polla.

Se echa encima mío, colocando sus pechos a mi disposición. Ofertas así no deben rechazarse, de modo que empiezo a chupar a conciencia. Mis dos manos están agarradas firmemente a su culo, abriendo y cerrando sus cachetes. El tanga se introduce juguetón entre las nalgas.

Tiró ligeramente de él y resbala por su coño, pringándose aún más de sus flujos. La cojo en vilo y la llevo hasta una mesa amplia.

La siento allí e intento separarme para poder agacharme, pero sus piernas cruzadas a mi espalda me lo impiden y empieza a mordisquearme las tetillas mientras sus manos acarician y arañan ligeramente mi espalda. Por fin consigo ponerme de rodillas y separo a un lado el mojado tanga.

Le brindó un chupetón largo de arriba abajo al mejor y más sabroso coño que haya probado nunca. Sus jugos eran deliciosa miel que yo engullía sin parar, cual oso hambriento.

Extrañas fuerzas sobrenaturales impiden que me corra. Alucino con esto, pues lo normal es que en una situación hubiera acabado ya hace tiempo, incluso puede que dos veces.

Pero aun manteniendo la excitación durante tanto tiempo, no soy capaz.

Deshecho rápido estos pensamientos inútiles de mi cabeza y me dedico a proporcionarle el mayor placer de su vida. Me cuesta separarme de aquella fuente tan dulce y agradable, pero sus pies sobre mis hombros me obligan a separarme.

Empiezo a lamérselos con avaricia. Mi lengua juguetea entre sus pequeños deditos.

Le doy un lametón a toda la planta del pie y ella se estremece y echa la cabeza hacia atrás. Me da un pequeño empujón y me echa hacia atrás. Sube las piernas a la mesa y empieza a masturbarse golosamente completamente despatarrada.

Corro a mi cuarto como un poseso, abro un cajón, rebusco nerviosamente y por fin doy con mi tesoro.

Cuando me dieron aquel condón nunca pensé que lo usaría antes de que caducara, pero para mi alegría me equivocaba. Regresé corriendo al salón y me lo puse en un momento. Me acerqué entonces a la mesa y retiré su manita.

Le quité apresuradamente la pequeña braguita y la lancé a algún lugar del salón.

Coloqué entonces mi gruesa polla a la entrada de su vagina y presioné con fuerza y convicción. Ambos nos deshicimos en gemidos y jadeos en las primeras penetraciones como un terrón de azúcar de deshacer en un vaso de agua.

Ella empieza a gritar de placer con cada culeada hasta soltar un gran grito final. Sin embargo, yo sigo en pie de guerra y continuo con mi trabajo.

Pero ya era demasiado lo que estaba aguantando, no podía más, y finalmente exploté en un inmenso orgasmo rellenando por completo el preservativo. Si no lo hubiera tenido a buen seguro le habría rellenado toda su cavidad de leche.

Agotado me dejo caer sobre ella. Nuestros cuerpos resbalan a causa del sudor mientras la respiración de ambos se va relajando. Sus fantásticas tetas se clavan en mi pecho. Su respiración se hace poco a poco más larga.

Veo sus lindos ojos cerrados y comprendo que está dormida. Yo también cierro los ojos y me quedo dormido.

Despierto una media hora después cuando alguien llama a la puerta. Estoy tumbado sobre la mesa del salón. Varios objetos están por el suelo. “Mi madre me mata” pienso alarmado. Me acerco a la puerta y veo que es un colega.

– Ya va! Espera…

Me visto apresuradamente y entonces veo una nota en la mesilla del teléfono:

“Has estado genial, espero que volvamos a vernos. Susana”. Su tanga estaba enrollado debajo de la nota. Todavía despedía aquella estupenda fragancia. Me lo guardé en el bolsillo y le abrí a mi amigo.

– Tío, no te vas a creer lo que me ha pasado.

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