Parecía que iba a ser otro día normal y corriente pero iba a ser distinto
La tarde del domingo transcurría breve y silenciosa en el invierno.
Otro día más otro día que se iba en su vida, sola y frágil, paseándose por el ancho parque, sin amigos y sin nadie a quién amar, suspirando, y viendo a las parejas de enamorados susurrándose historias de amor y de deseo a los oídos.
Y aunque su trabajo como bibliotecaria le había hecho conocer a mucha gente, no había entablado mayor relación que el mero hecho de encontrar su libro determinado.
Aquel lunes por la tarde Celia pasaba sus horas de trabajo en pleno silencio al abrigo de un libro de poesía:
«Suave era el murmullo de aquel amanecer,
en el que recordaba tiempo pasados,
donde hacíamos el amor,
como hiedra, entrelazadas
y tal había sido nuestro querer,
que contigo quería otra vez volver.»
Solo el ruido de unas pisadas hizo que levantara la cabeza.
La vio a lo lejos del pasillo, alta, con larga melena que flotaba en el aire, acercándose hasta ella como si de un expreso se tratará.
Caminaba como no importándole el ruido, sin miedo, segura de si misma, e indiferente a la gente.
-Busco un libro- dijo ella.
Celia todavía estaba abstraída viéndole venir, así que ella volvió a repetir.
-Digo que busco un libro.
-¿Si?- titubeó – dígame su titulo.
-«El juego de los Dioses» de un tal Devilla.
– Espere.
Dio la vuelta hasta su ordenador, y empezó a buscar, no lo había oído nunca ,
ni como literatura clásica, ni moderna e incluso no le sonaba en las recientes adquisiciones de la biblioteca.
Pero allí apareció, a la primera, en la letra «D».
Le extrañó muchísimo, creía conocer todos los libros y autores y se jactaba de saber su situación en la biblioteca.
-Por favor – dijo ella – puede acompañarme.
Levantándose se dirigió hasta donde se situaba el libro.
Esta es un sexto estante, así que descubrió que con su estatura no lo alcanzaría.
-Permítame – susurró ella.
Se acerco hasta el estante y cogiendo el libro, se lo entregó a ella.
Sus manos apenas se rozaron, pero ella las notó frías como el hielo.
Sus miradas se cruzaron y ella sintió como un aguijón se clavara en lo más profundo de su ser y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
Aquella noche Celia tuvo miedo.
Era una sensación que no experimentaba hace mucho tiempo, tal vez por que el paso de los años acabas no creyendo en los cuentos para niños.
Así que se acomodó en su cama y se durmió, sólo que aquella medianoche se despertó.
Ese frío otra vez, ya no era sólo en sus manos, sino en todo su ser.
Estaba allí, la sentía, casi la podía oír respirar.
Fue cuando entre la penumbra de la noche la vio salir. Sintió como el corazón se le escapaba del pecho.
– Chsst, – dijo ella – no tengas miedo.
– ¿Quién es usted? – dijo Celia llena de miedo.
– Soy la respuesta a todas tus plegarias, a tus deseos más profundos. Como el vino da sabor a las comidas yo le voy a dar sabor a tu vida.
Se acercó hasta su cama.
Celia estaba sentada encima de ella.
Pasó suavemente el dorso de su mano por su mejilla.
Esta vez el frío se había convertido en calor, dulcemente la beso en la cara, luego en su boca.
Ese calor se volvía cada vez más intenso, siguió hasta su cuello, sus manos estaban ya en sus piernas y se deslizaron hasta sus pechos, sintió vergüenza y a la vez un deseo indescriptible que pedía que siguiera.
Sus manos desgarraron su pecho y saltaron a la vista de ella, los acarició, jugueteó con sus pezones, y luego bajo su boca hasta ellos.
La respiración de Celia se hacia cada vez más entrecortada. De repente ella paró.
Celia cogió su cabeza y la apretó contra su pecho, no quería que parara, quería que siguiera dándole aquel trozo de vida que tantas veces había deseado.
Jadeante sintió como mordisqueaba sus pechos, se sintió húmeda, muy húmeda.
La apartó y se liberó de su camisón, también se arranco su pequeña braga, e hizo lo mismo con su camisa.
Quería sentir en su espalda, el roce de su cuerpo contra el suyo.
Su boca le beso a la vez
que sus manos temblaban de impaciencia desabrochando sus pantalones.
Y desnudas las dos, ella siguió besándola; estaba encima de ella.
La desconocida no hacia nada por acariciar su entrepierna, ella quería que Celia se lo pidiera, por eso siguió con el juego de sus manos y de su boca.
Acarició sus muslos, besó sus pechos y bajo hasta su vientre, la miró y vio en su mirada lo que ella quería.
Su clítoris estaba muy hinchado así que separó sus labios y empezó a acariciarlo con su lengua.
Las manos de Celia se agarraron a los barrotes de su cama, su espalda se arqueó, sus jadeos ya no eran entrecortados, sino seguidos.
Estaba lista y quería llegar, no quería parar, ni siquiera quería pensar ya quién era ella, ni le importaba.
Un gran gemido le hizo saber que había llegado al orgasmo, su respiración descendió, pero ella seguía con el juego, y ella no tenía bastante.
Cada beso, cada acaricia hacia de Celia desearla cada vez más.
Su mente se nublaba, para ella era imposible tanto placer, ella le metió un dedo en la boca y ella cerró los ojos e imaginó que era ella, que le estaba dando placer a aquella mujer desconocida, y esa desconocida no tenia la cara y el cuerpo de mujer todavía, tendría una edad de 18 o 19 años, unos pechos grandes y sonrosados, unas piernas largas y torneadas, lo que hacia que a Celia le ponía todavía más.
Celia noto como esa chica volvía a acariciarla y a besarla por donde su espalda y vientre pierden su nombre, sus movimientos se fueron acelerando cada vez más hasta que por fin Celia estalló en un grito de placer.
Estaba rota, se recostó sobre ella y se durmió.
A la mañana siguiente Celia se despertó feliz.
Su camisón y sus bragas estaban intactas. Sonrió y pensó – ¡ todas las noches un sueño como este!
Se vistió, desayuno, y salió al trabajo. A media mañana apareció su misteriosa mujer.
– ¿Ya lo ha leído? – preguntó ella.
– Si – respondió la chica.
-Debe ser uno de los pocos libros que yo no haya leído. -dijo Celia. – ¿Está bien?
¿De qué trata?
– Más bien es soporífero, pero como habla de mí me he visto en la obligación de leerlo. se lo aconsejo si tiene insomnio o sueños extraños por las noches.
Ella le guiñó el ojo y le entregó el libro.
Otra vez ese extraño escalofrío, y ella parecía que lo sabía todo.
Al coger el libro notó que su tacto era diferente, ayer no la había percibido pero esa piel de encuadernación era diferente, abrió el libro y empezó a leer la introducción:
«No me busquéis, por que os aseguro que no me encontraréis. Sólo os digo que puedo ser tu amigo, tu padre, tu mujer e incluso tu propio hijo. Estoy condenado por mi mejor amigo / a, a jugar el resto de la eternidad a un juego donde no hay reglas, y vosotros, los pobres humanos hacéis de peones y donde al final sólo se cuentan las piezas capturadas. ¿O igual pensabais que había algo al final?. Pobres ilusos. Yo fui quién corrompí a los Césares, a los Papas de vuestras Iglesias, desaté el odio entre hermanos. ¿Ya sabéis quien soy?». La chica se giro hacía la puerta de la biblioteca y salió de ella.
Fuera el Diablo se abrigaba maldiciendo el invierno. Se colocó un sombrero, y esbozó una tímida sonrisa.
Y en ese instante el Diablo vestido de mujer pensó; Celia fue una de las pocas mujeres por las cuales me he interesado durante un breve instante.
En ese instante Celia vio en su cuerpo una diminuta marca, a ella le recordaba a algo, se levantó de la silla y fue a por un libro, «Marcas y Tribales», buscó en el libro su marca y al fin la encontró.
Lo que ponía en el libro a cualquier persona le hubiera asustado, pero a Celia le doy una gran sorpresa, comenzó a leerlo y decía así:»
Cualquier persona que tenga esta marca en su cuerpo, significara que el Diablo la ha seducido y a cambio de esta, en su hora final su alma le pertenecerá».