Capítulo 1
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos III
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos II
- Una pareja teniendo sexo ante mis ojos I
—Hoy no vamos a tener sexo, mi querido Gustavo—le dije.
—Ah, ¿sí? Entonces que sorpresa tienes para mí. Algo te tienes entre manos para haberme llamado.
—Sí, una sorpresa que te encantara.
—Adelante, entonces tápame los ojos con una venda.
De inmediato ubiqué el teléfono sobre el comedor y le pedí que observara las imágenes. Gustavo tomó mi smartphone y sonrió al reconocer a las tres chicas morenas. En aquellas tres imágenes, ninguna aparecía en ropa interior. Se presentaban como mujeres vestidas en su estilo elegante, pero a la vez discreto.
Con una sonrisita, tras unos tres minutos analizando las imágenes en silencio, Gustavo se decidió por una. Naturalmente, él ya había entendido que esas mujeres estaban relacionadas con su propia fantasía. Pensó que se trataba de alguna amiga mía que aún no le había presentado. No sospechaba para nada que yo pagaría por los servicios de aquella mujer.
—¡Esta! Esta que esta vestida de verde es la más bonita. Se adapta a mi fantasía.
—De acuerdo. Mañana te la presentaré. Nos veremos en el apartamento de Lina, a eso de las tres. Ya sabes, el nidito de amor al lado de tu apartamento.
—Okey.
—Ahora te voy a invitar a que veamos una buena película en mi habitación.
Al día siguiente en la tarde, yo le abrí encantada la puerta del apartamento de Lina. Laura no había llegado aún, porque yo la había citado a las 3:30 p.m. Así que estuve hablando con Gustavo sobre lo que le esperaba, confesándole mi secreto. Los ojos de él se abrieron, igual que su boca, en una clara expresión de asombro.
—Esta será la primera vez que voy a acostarme con una mujer de esta categoría—dijo.
—Una puta, una mujerzuela, una prostituta, ¿no? Eso debe ser lo que estás pensando.
—No. Honestamente no lo veo así. Tú misma me has dicho que se trata de una escort de clase alta. Estas mujeres no hacen eso por necesidad. Lo hacen por diversión.
Unos 45 minutos más tarde, Laura estaba mordiéndole con todo gusto el glande de Gustavo. Aquella sesión de sexo oral se detuvo cuando él tomó el rostro de ella por el mentón. Así, le dio a entender que se detuviera. Le dijo que en caso de que continuara, terminaría eyaculando en su boca.
—¿Quieres que me la trague?—preguntó ella—. Eso está incluido… en… el servicio.
—¡Oh! Eres de las que le gusta beberse el semen. ¿Lo dices en serio o solo por complacer a tus clientes?
—Lo digo en serio. Si quieres eyacular en mi boca no tengo ningún problema.
—Déjame pensarlo.
Gustavo aún permanecía de pie sobre el colchón, mientras Laura se encontraba sentada. Ella lo miraba con unos ojos juguetones y tiernos. Por su parte, él, masajeándose el pene, le sonreía, a la vez que estudiaba su actitud sumisa y consagrada al sexo. Para él estaba claro que estaba disfrutando del sexo con una mujer apasionada, dispuesta a todo. La química sexual los conectaba a ambos.
Una química tan fuerte, que a momentos yo me sentía ignorada. Parecía como si yo no estuviese ahí, contemplando cómo Gustavo saciaba sus fantasías. Durante un minuto, él y ella se estuvieron mirando a los ojos. Laura se tomó el capricho de usar su mano izquierda para acariciar su pierna derecha. La deslizaba desde la zona superior a su rodilla, hasta casi su entrepierna.
—Soy un hombre al que le encanta retardar el orgasmo—dijo—. Si eyaculo ahora mismo, tendríamos que entrar a un periodo de descanso.
—Lo entiendo.
—Sin embargo, esta habitación tenemos varios secretitos. Aparte de juguetes sexuales y lubricantes, también tenemos pastillas de erección. Pero no quiero usarlas todavía.
—¿Necesitas una pausa?
—No, ya logré distanciarme un poco de la llegada de mi orgasmo. Creo que estamos hablando demasiado.
Así que Gustavo se acostó en la cama y le pidió a ella que se subiera sobre él. Contemplé con emoción el momento en que la vagina de Laura y el pene de él entraron en coito. Fue tan emocionante que cuando vi la vagina hundirse por completo, tragándose el pene, sentí un subidón de energía. Estaba súper excitada de ser testigo de aquel encuentro.
Laura comenzó a disfrutarse ese pene, como si estuviese cabalgando. El movimiento rítmico se sentía en toda la cama, lo que me obligó a colocarme de pie. Me quedé en un rincón de la habitación, con mis brazos cruzados, observando la escena. Todavía experimentaba grandes deseos de desnudarme y entrar en acción.
De manera inconsciente, miré por un segundo la cortina cerrada de la habitación. La cortina estaba siendo golpeada por el sol, otorgándole un bonito color naranja. Me tranquilicé al reconocer que nadie más que yo estaba contemplando aquel delicioso acto de amor. La sincronización que tenían ambos amantes era perfecta.
—¿Y los besos?—pregunté—. Todavía no he visto que se hayan besado de a mucho.
Tanto Laura como Gustavo me miraron a los ojos, sonriéndome de manera cómplice. Entonces, como si de ella dependiera el tener la iniciativa, Laura acercó su boca a la de él. Se estuvieron besando con total pasión. Se podía percibir que era un beso apasionado, donde los sentimientos de ambos se entrelazaban, dando vida a sensaciones únicas.
Viéndolos besarse de esa manera, tuve la tentación de acercar mi boca e integrarme al beso. En otras orgías con él y mis amigas era muy normal que eso ocurriera. Pero no podía involucrarme, me lo había prometido y tenía que ser fiel a mí misma. No intervendría para nada en ese momento de pasión carnal. Solo ella y Gustavo podían vivir ese momento.
Mi participación como espectadora vulneraba en cierto sentido la fantasía de Gustavo. Yo asumía que estaba en mi derecho de estar ahí. Había sido yo quien había contratado los servicios de Laura y podía permitirme ese gusto. Mi mayor satisfacción era ver el rostro feliz de ese hombre, que seguía besándose con esa mujer. Ambos disfrutaban del beso con sus ojos cerrados.
—Me encanta cuando me besan así—dijo Gustavo cuando el beso concluyó—. Sabes entregarte muy bien a un hombre.
—Querido, estás culeándome como un dios. Pocos hombres han logrado que fluya en mí tanta adrenalina.
—Recuerda que apenas estamos comenzando.
—Sí, apenas estamos comenzando.
Las nalgas de Laura cacheteaban las piernas de Gustavo. El sonido del cacheteo era excitante, rápido, frecuente, inagotable. Cada cacheteo era el certificado de una penetración profunda e intensa. Los dos mantenían un ritmo extraordinario. Así, aquel hombre le develaba a aquella mujer el gran talento que había alcanzado en el arte de amar.
Para deleitarme aún más con lo que ocurría, comencé a observar la escena desde distintos ángulos. De manera pausada, fui moviéndome en torno a la cama. Era gratificante ver el modo en que el pene de Gustavo se introducía en lo profundo de Laura. El pene había vuelto a humedecerse con líquido vaginal, por lo que volvía a estar cubierto con esa materia gelatinosa blanca y viscosa.
Paso a paso, sin apresurarme y tomándome varios segundos antes de cambiar de posición, fui estudiando esa escena. Seguía con mis brazos cruzados, evaluando cada detalle. Las nalgas grandes de Laura rebotaban y rebotaban contra las piernas. Los gemidos de satisfacción de ella (que también parecían gemidos de cansancio) armonizaban aún más la situación.
—Bájale un poco al ritmo, querida Laura—dijo Gustavo—. No quiero eyacular todavía.
—¿Seguro? Yo lo estoy disfrutando muchísimo. Si quieres venirte hazlo.
—No, para por favor, para.
—Está bien.
Las nalgas de Laura se hundieron suavemente en el pene de Gustavo. Las manos de Gustavo agarraron con fuerza las nalgas morenas de aquella mujer. La tensión que imprimía al agarre me develó la tensión que estaba realizando para contenerse. Si Laura hubiese seguido saltando sobre su miembro, lo habría obligado a eyacular.
Y con seguridad eso lo habría decepcionado. Gustavo logró contenerse, evitando eyacular. Su mayor deporte como amante siempre ha sido el esquivar su orgasmo. Eso me recuerda un poco al trabajo que realiza un buceador de apnea, mientras se sumerge en las aguas conteniendo la respiración. La satisfacción de él se encuentra en conquistar lo profundo del placer mientras retiene la eyaculación.
Esa tarde, evidentemente triunfó, como lo había hecho otras tantas veces con mis amigas y conmigo. Entonces le pidió a Laura que se bajara, que anulara el coito, pero que se recostara junto a él. Laura obedeció y mientras se acostaba usó su mano derecha para acomodarse el cabello, como también para limpiarse algunas gotas de sudor de su frente.
Me pareció muy curioso el modo en que se acostó en la cama. Igual que lo hago yo con él, Laura ubicó su mano derecha bajo su propio cabello. Su brazo quedó formando una especie de triangulo, con su codo apuntando hacia la cabeza de Gustavo, lo que a su vez dejaba a la vista su axila depilada. Los ojos de aquella mujer miraban con ternura y orgullo a su amante.
—¿No que no querías más?—preguntó—. ¿Por qué te estás frotando?
—Es mi manera de contenerme, de equilibrarme—contestó Gustavo, mirándola a los ojos—. Si no me estimulo corro el riesgo de venirme, aunque resulte irónico.
—Hay que ¡domarlo! por así decirlo, ¿no?
Los dos comenzaron a reírse. No pude reírme con la misma intensidad: solo pude sonreír. Ellos dos estaban mirándose con ternura, como enamorados. Y una vez más, aunque ellos sabían que seguía presente allí, yo me sentía ignorada. Así que me atreví a interrumpir el hechizado estado de sus ojos.
—¿Quieren que les traiga algo de tomar?
—Uhhh, me parece perfecto—respondió Gustavo, mirándome—. Creo que en la nevera hay cervezas.
—¿Quieres tú también cerveza, Laura?
—Sí, está bien. Muchas gracias.
Abandoné la habitación de inmediato. En la nevera de Lina, que siempre permanecía bien abastecida, encontré siete botellas de cerveza. Así que aparte de las de ellos, también decidí abrir una para mí. Dejé la mía sobre el mesón de la cocina y tomé las otras dos para llevarlas a la habitación.
Cuando llegué a la habitación, descubrí a los dos besándose con pasión. Ambos, con sus ojos cerrados, estaban disfrutando de un beso intenso, potente, emocionante. Los dos estaban tan entregados a ese beso que para nada habían percibido mi regreso. Se estuvieron besando así, mientras yo los veía, durante más de un minuto.
Observando el modo en que sus labios se comunicaban, percibiendo el ritmo de la respiración de los dos y degustando los sentimientos que los embargaban, me sentí orgullosa de lo que estaban viviendo. Laura, sin dejar de besarlo, agarró con suavidad el pene de aquel hombre y comenzó a frotarlo con calma, sustituyendo la actividad que él estaba haciendo hasta entonces.
Cuando el beso concluyó, fue como si ambos despertaran de un sueño. Se miraron a los ojos unos segundos y luego, sin sorpresa alguna, dirigieron sus miradas hacia mí. Los dos me sonrieron con gran ternura y complicidad, lo que me demostró que ambos eran conscientes de que los sorprendería al regresar.
—Chicos, aquí tienen sus cervezas, me regresó por la mía.
—Muchas gracias, amor—dijo Gustavo.
—Gracias Tatiana, eres muy amable—agregó Laura—. Bueno, demasiado amable.
Al regresar de nuevo a la habitación, me senté en una de las esquinas de la parte frontal de la cama. Laura no había dejado de masajear el pene de Gustavo. Continuó realizándole esa paja suave y tranquila, consciente de que no debía violentar el momento de calma. En ese punto, ya ella y él sabían muy bien a lo que jugaban y cuáles eran las reglas de juego.
—¿Cómo te ha parecido el acostarte con Gustavo?—le pregunté.
—Ha sido una experiencia única—contestó—. La próxima vez seré yo quien le pague para que me dé sexo de este nivel.
—¿Se comporta como un experto?
—Algo más que eso—dijo antes de girar su rostro hacía Gustavo—. ¿Dónde aprendiste a tener sexo de esta calidad?
—Tengo algunas maestras que me han enseñado.
Fue entonces cuando yo decidí confesarle quién era Gustavo para mí y para mis amigas. Le dije que lo habíamos entrenado para que se desenvolviera como un rey en el sexo. Qué habíamos sido nosotras y otras amantes más las que asumimos la tarea de enseñarle a ser todo un hombre en la cama.
Gustavo tomó la palabra después, argumentando que era un hombre con mucha suerte. Qué era cierto todo lo que yo decía y qué sin nosotras jamás hubiese alcanzado dicho nivel. Llegó a comparar su experiencia y destreza como un curso de artes marciales, en el que se había capacitado para entender el sexo como un deporte.
Luego, de manera muy discreta, le fui insinuando a él que tocáramos el tema sobre su fantasía. Fui muy selectiva con mis palabras, así que comencé diciendo: “Gustavo siempre ha deseado tener relaciones sexuales con una mujer como tú. Es decir, una mujer así de morena”. Y sin pena alguna, reconociendo a donde quería llegar, él decidió dar un preciso resumen de su fantasía.
—Lo que ocurre es que hasta ahora no había tenido la suerte de estar con una morena como tú. Con las mujeres que me he acostado hasta ahora, algunas son trigueñas y otras blancas. Pero no con un tipo de piel como el tuyo: así, como si fueras una Kim Kardashian.
—Oh, entiendo—dijo Laura—. ¿Desde hace cuánto tienes esa fantasía? ¿Desde que empezaron a entrenarte o desde mucho antes?
Aquella pregunta me resultó muy curiosa. Fue como si las mismas fuerzas del destino se sincronizaran para conseguir que el corazón de Gustavo se desnudara con mayor facilidad. Intuí, por la sonrisa que apareció en su rostro, que él estaba dispuesto a hablar a fondo del tema, tal como lo había hecho en otras ocasiones conmigo.
—Bueno, en ese sentido—me atreví a comentar con cierta duda—, Gustavo…
Entonces él tomó la palabra y sin dudarlo comenzó a explayarse. Le confesó a Laura que era una fantasía juvenil a la que le había dado el nombre de Victoria. Qué esa Victoria lo había acompañado en diversos viajes alrededor del mundo. Qué los dos habían visitado cientos de playas de aguas azules en sus noches antes de quedarse dormido.
También le comentó que contaba con la complicidad de esa Victoria para disfrutar de tríos sexuales, en los que él era atendido como un rey. “Esa morena siempre se ha portado en mi mente como una mujer dispuesta a complacerme en todo” dijo. Incluso, se atrevió a describirle con gran detalle, lo que vivió junto a dicha mujer en un viaje a la gran ciudad de París.
—Qué encantador todo lo que dices, querido Gustavo—dijo Laura—. Aunque creo que Victoria es una mujer bastante sumisa y entregada a ti.
—Tú como mujer, ¿te atreverías a ser igual de complaciente si fuésemos pareja?—preguntó Gustavo.
—Creo que sí. Con un hombre tan bueno en la cama como tú, por supuesto que sí. Yo soy muy liberal con esto del sexo. Pienso que a un hombre o una mujer no hay que limitarla con su sexualidad. Aunque tal vez no pueda respetarte al mismo nivel. Creo que yo también desearía acostarme con otros hombres.