Palabras del autor: Esta historia originalmente la publiqué para un canal de YouTube, donde relato historias similares. Quise hacer una versión erótica para esta página, y con la venia de ustedes, los lectores, que siempre me motivaron a escribir a pesar de los contratiempos, les traigo esta versión que espero les haga pasar un grato momento. Saludos.
Esta historia se remonta a mi niñez, las películas y novelas me condujeron a enamorarme perdidamente de la chica de mis sueños: Emma.
Aquella chica fue de las primeras que conocí, vivíamos en el mismo vecindario y era muchos lo llaman el primer amor.
Conforme fuimos creciendo noté en ella características especiales que llamaron mi atención, su calidez al sonreír y las maneras amables con a los que trataba a los animales sumado a su particular belleza hizo que busque acercarme de manera sentimental.
Recuerdo perfectamente el día que me di cuenta de que Emma no era como los demás. Estábamos en una excursión con el colegio, caminando por un sendero lleno de cipreses. Ella, como siempre, iba al frente, mirando con atención cada detalle del paisaje. Su sonrisa cálida iluminaba el entorno, y cada vez que veía un animal, por pequeño que fuera, se detenía a observarlo con ternura.
En un momento, encontramos un pequeño gorrión que parecía haberse caído de su nido. Mientras todos seguían su camino, Emma se agachó sin dudarlo. Con cuidado, tomó al pajarito en sus manos, lo miró con una mezcla de preocupación y ternura.
—No podemos dejarlo aquí —dijo con un rostro de preocupación.
El resto del grupo insistió en que no había nada que hacer, y si nos quedábamos más tiempo perderíamos el bus que partía a la ciudad. Incluso el tutor mencionó el hecho de dejar a la naturaleza seguir su curso. Pero yo me quedé con ella. Su determinación hizo que la viese como un faro en una tormenta. Decidimos buscar el árbol del que había caído. Y durante ese momento, mientras Emma hablaba del deber que teníamos de cuidar a los más vulnerables, no podía dejar de admirar su pasión y la dulzura con la que trataba al pequeño animal. Cuando finalmente encontramos el nido y lo devolvimos. Emma me miró y sonrió de una forma que nunca olvidaré.
Desde ese día, algo cambió dentro de mí.
Su manera de ser, su calidez y ese brillo particular en sus ojos despertaron un interés en mí que iba mucho más allá de la admiración. Supe que quería estar cerca de ella, aprender de su sensibilidad y, quizás, compartir algo más que una amistad.
Al inicio todo iba de maravillas, se mostraba bastante receptiva cuando la acompañaba a su casa, incluso le ayudaba a cargar su mochila, le prestaba mis apuntes, y ocasionalmente leía poemas para dedicárselo algún día. No había día que no piense en ella y eso me traía una felicidad en mi interior.
La confianza creció entre nosotros, me comentaba sus problemas familiares, sus sueños de ser una gran profesional en el futuro y su fascinación por cuidar de los animales: era por así decirlo, su mejor amigo y ahora que lo pienso eso me condenó.
Su amor por los animales la llevó a ayudar en un albergue de perros, y yo como su mejor amigo, le seguí en su noble causa. Ahí conocimos a Dante, un perro que siempre se mostraba hambriento, era bastante amigable. Y aunque no pertenecía a ese lugar, siempre aparecía para la hora de la comida, nadie conocía a su dueño, pero si sabíamos que existía por la correa roja en su cuello.
Particularmente me cayó bien el animal, ya que cuando él estaba presente Emma siempre estaba contenta de verlo. El tiempo pasó, muchos perros salían y llegaban al albergue, pero Dante era especial, nunca lo vi pelearse ni ser agresivo con los que le rodeaban, siempre respetando que le llegase la comida a su táper para empezar a comer y como todas las veces movía la cola en señal de alegría cuando Emma se acercaba, y ella le correspondía. Los tres pasábamos largas horas hablando y riendo. Parecíamos una familia perfecta.
El tiempo siguió pasando y llegó el momento de decidir el futuro, Emma siempre fue una estudiante aplicada y aunque tenía una beca para aplicar a buenas universidades en otros estados, decidió quedarse y aplicar a la universidad local, nunca les dijo a sus padres el motivo, pero yo intuí, que se trataba para seguir cerca del albergue. Quise hacer lo mismo, pero mis padres eran más estrictos con mi educación e inevitablemente tenía que partir en un mes. Con el tiempo en contra traté de pasar más tiempo con ella.
El ciclo de vida en la naturaleza siempre está en constante cambio, el viento de otoño anunciaba que el batir de las hojas se haría cada vez más constante, éstas tomarían un color más pardo, similar al pelaje de Dante, me percaté de que el brillo de sus mejores tiempos se había ido junto con su andar vigoroso. Ahora caminaba más despacio y tenía una pequeña cojera en su pata trasera. Entendí que se trataba de la vejez, al final ellos suelen vivir menos que los humanos.
Pero Emma pensaba diferente, no soportaba la idea de que en algún momento él dejaría este mundo. Y no lo dejaba solo en ninguna circunstancia, esto llevó a que le siguiéramos hacia el lugar donde dormía, una pequeña casa en las afueras de la ciudad, en ese lugar conocimos a su dueño.
Se trataba de un hombre con un aspecto peligroso, tenía muchos tatuajes en el cuerpo y podía decir que no era mucho mayor que nosotros, pero sus malos hábitos le habían cobrado factura. Al vernos, se portó de manera agresiva, lanzando algunos insultos para que nos fuéramos y nos prohibió volvernos a acercar a su perro, pero Emma trató de razonar con él y llegaron al acuerdo de que, si le dábamos unos veinte dólares, nos dejarían estar más tiempo con Dante.
Desconfiado, me propuse a investigar a ese hombre, pregunté en muchos lugares aledaños y conseguí su nombre, revisé sus redes sociales, me di con la sorpresa de que estaban llenas de publicaciones e imágenes que denigran a las mujeres, me quedé asqueado y comprendí el motivo por el cual había descuidado a su mascota.
Pasó unos días y el pobre animal ya no podía pararse, y su condición se agravó, por lo que Emma se quedaba en aquel austero lugar más tiempo, por mi parte tenía que hacer unos trámites para entrar a la universidad por lo que no podía acompañarla y le aconsejé que debía tener cuidado con el hombre, ya que su presencia me daba una mala sensación.
—Él generalmente no está en la casa porque al parecer se dedica a recorrer las calles —respondió con una sonrisa.
Eso me dejó más sereno. Pero aun existía algo que no me dejaba tranquilo, y era como un bicho que me picaba por dentro, y es que estaba profundamente enamorado de Emma, habían pasado muchos años y seguía sintiendo lo mismo, me gustaba todo lo que tenía que ver con ella, y con el pasar del tiempo ese sentimiento se había acrecentado. Decidí que había llegado el momento de dejar de ser cobarde y por fin declararle mi amor.
Era un domingo cualquiera, pero algo en el aire me decía que no lo sería del todo. El día había empezado lento, con un café entre las manos y las primeras luces del amanecer colándose por las ventanas. Miré hacia afuera y las calles estaban tranquilas, como si el mundo hubiera decidido tomarse un descanso junto conmigo.
Encendí el ordenador y, sin un propósito claro, dejé que mi lista de reproducción empezara a sonar. Fue entonces cuando “DJ Quads – Missing Someone” comenzó a llenar la habitación. Las notas iniciales, suaves y melancólicas, parecían llevarme a un rincón escondido de mi memoria, un lugar que no había visitado en mucho tiempo.
De repente, lo sentí. Algo inexplicable, como si una chispa hubiera encendido mi interior. Seguidamente comprendí que era el momento.
—Hoy es el día —las palabras salieron de mi boca con una fuerza que llevaba determinación en su símil.
Lo que durante semanas había estado planeando, empezó a fluir. Había estado esperando este momento, esa conexión mágica con la inspiración, y ahí estaba, golpeando la puerta de mi alma como un visitante inesperado.
Tomé un bolígrafo y un cuaderno que llevaba meses acumulando polvo en la mesa. No sabía por dónde empezar, pero no importaba. Escribí exactamente lo que me había dicho Emma cuando le pregunté sobre su hombre ideal: “Si tengo que escoger a alguien con quien casarme, y pasar el resto de mi vida a su lado, definitivamente elegiría a alguien con tus cualidades”.
Esa frase era como la luz de seguridad que necesitaba para tomar una difícil decisión, como si siempre hubieran estado ahí, aguardando pacientemente a que la liberara. La música seguía sonando, marcando el ritmo de mis pensamientos, guiando cada línea como si fuera un metrónomo emocional.
Mientras escribía, me di cuenta de que la canción no solo era un fondo musical, era un espejo de mis emociones. Me llevó a recordar a esa persona que, siempre que la nombraba las pulsaciones en mi cuerpo se descontrolaban, definidamente ella había dejado una huella imborrable en mi vida. En mi mente el recuerdo de su sonrisa me producía una nostalgia constante, lejos de ser dolorosa, era cálida. Un recordatorio de que era parte de mi vida.
Cuando el tema terminó, miré el cuaderno. La página estaba llena, pero no solo de palabras. Estaban llena de esperanzas. De mis recuerdos, mis anhelos, y de un pedazo de mi alma que había estado esperando pacientemente este domingo para manifestarse.
Apagué la música y me quedé en silencio, dejando que la paz me envolviera. Ese día entendí que la inspiración no siempre llega cuando uno la busca, pero cuando lo hace, transforma lo ordinario en algo extraordinario. No esperé mucho tiempo y salí a su encuentro.
En el camino mis pensamientos se llenaron de imágenes con un futuro juntos y con ella convirtiéndose en la madre de mis hijos, era la mujer perfecta, nunca habíamos peleado y había una comunicación perfecta entre ambos. Nos teníamos mucha confianza y siempre me contaba sus problemas.
No había dudas, todo sería como un trámite tradicional, y lo normal sería que me aceptase.
Con un ramo de rosas en las manos y el corazón latiendo como un tambor desbocado, caminé hacia la casa donde estaba Dante. El sol de la tarde iluminaba el camino de tierra que conducía a esa casa alejada de la ciudad, y cada paso que daba parecía resonar en mi mente con una mezcla de nervios y emoción. Sabía que ella estaría ahí, como siempre, dándole de comer o limpiando el pelaje de aquel enorme perro que últimamente necesitaba la ayuda de las personas, y solo las de mejor corazón estaban dispuestas a prestar esa asistencia.
Ella adoraba a Dante. Había algo en la forma en que sus manos se movían con ternura sobre el pelaje del animal que me hacía pensar que también podría ser capaz de cuidar un corazón herido como el mío. Hoy, por fin, iba a decírselo.
Cuando llegué, no encontré el característico sonido de su risa. Había imaginado una escena, a Emma en el patio de pie, con Dante a sus pies. El perro estaría tranquilo, disfrutando del sol mientras ella hablaba con él como si pudiera entender cada palabra. Por un momento, me quedaría observándola, intentando grabar esa escena en mi memoria.
Pero solo estaba Dante comiendo tranquilamente unas croquetas con leche. La luz estaba apagada en esa casa anticuada, pero antes de irme quise preguntar por el paradero de Emma.
Tomé aire y di un paso al frente. Las flores silvestres parecían más pesadas ahora, como si llevaran un misterio indescriptible.
—Hola —dije cuando toqué la puerta, con la voz un poco más temblorosa de lo que hubiera querido.
La madera desgastada empezó a chirriar, y se abrió despacio. Decidí entrar ya que no recibí respuesta alguna, imaginaba a ese tipo drogado en estado desfalleciente y sin nociones del mundo, tirado en un viejo sofá a la espera de lo que el destino le traiga consigo.
Al entrar, me extrañó que no respondiera al sonido de mis pasos. Evidentemente mis conjeturas parecían ser ciertas. Había música tenue, un ritmo lento y sensual que no solía escuchar en otros espacios. Dejé las rosas sobre una mesa que solo tenía tres patas, y su equilibrio para no caerse al suelo parecía ser sacada de una clase de centro de gravedad de la asignatura de física. Avancé hacia la habitación de donde provenía la música. Escuché pequeños susurros, tal vez sería una cutre televisora que estaba prendida junto con la radio, pensé.
Al llegar descubrí que la puerta estaba cerrada, pero no del todo.
Algo me detuvo por un instante antes de empujarla. Ese segundo de duda fue el último momento en que mi corazón estaba intacto. Al abrirla, la realidad cayó sobre mí como una tormenta.
Allí estaba Emma, entre sábanas arrugadas, con aquel hombre que reconocí inmediatamente. Sus tatuajes se exponían a mi vista, podía identificar los rostros de leones, tigres y dragones que envolvían toda la piel de tronco superior.
Tenía una mirada astuta, y cuando tocaba los senos de Emma parecía regodearse mientras sacaba la lengua con aires de lascivia. Enseguida levantó la cabeza y me vio, por un instante su sonrisa se volvió torcida, y se inclinó para besarla, como un cazador al acecho. Sus cuerpos se movían en una danza que sólo debería pertenecer a dos personas unidas por amor.
En las esquinas de la habitación el moho había ganado terreno, por lo cual la humedad impregnaba el ambiente, pero no solo de eso estaba impregnada, existía deseo; olor a sudor, y el sonido de sus respiraciones eran pruebas irrefutables de la terrible pesadilla que se mostraba frente a mí
Mi cerebro estaba en shock, no podía creer lo que estaba pasando, por un momento creí que se trataba de una cámara escondida, llevada de la mano por la crueldad y la burla hacia mi persona. Esta peculiar respuesta de mi mente ante tamaña imagen hizo que empuñase con fuerza las manos, dispuesto a golpear a todo aquel que tuviese de frente.
—Sí —abrió la boca Emma —me gusta esta sensación.
—¿Así? —respondió el malandro al que parecía no importarle mi presencia—. Te gusta que te lo haga fuerte, zorra.
—Si.
—Siempre supe que buscabas una buena verga —comentó mientras me miraba—. No como la de tu amiguito, ese que parece que le gusta jugar con las barbies de plástico.
—No digas eso —respondió Emma mientras cerraba los ojos.
El tipo tenía la mano enredada en su cabello, y ella, completamente entregada, no parecía tener idea de mi presencia.
—Claro que sí, ¿acaso olvidaste su nombre? —dijo mientras sonreía—. No me dijiste que lo conoces desde que era niños.
—Si sé, pero me da pena mencionarlo.
—¿Por qué te da pena?
—Porque sé que él me quiere —dijo abriendo por un momento los ojos—. Y no me gustaría hacerle daño.
Tenía pensado abalanzarme dispuesto a desenfundar mi rabia, pero la conversación hizo que me quedase de pie, en el mismo lugar, escuchando la confesión de Emma. Yo mismo no sabía por qué no me había desmayado.
—Así, jajajaja —empezó a reírse, como si lo que hubiera dicho Emma hubiese sido la cosa más graciosa—. Ahora quiero que digas mi nombre.
—No, solo quiero correrme.
—Vamos, putita —dijo deteniendo su movimiento—. SI no dices mi nombre no continuaré.
—No.
Esta vez, después de escuchar la negativa, el agarro del cuello, haciendo el gesto de ahorcarla. Pude ver que no estaba usando preservativo.
—¿Seguirás negándote? —respondió.
—Esta bien, suéltame —dijo tosiendo—. Pero tienes que continuar.
—¿Continuar?
—¡Sigue follándome! —respondió Emma, casi gritando.
—Bien, así me gusta. ¡Dime mi nombre!
—Te llamas Chad.
—Eso.
—Chad, Chad, …
—Ahora dime cómo si me quieres.
—No solo te quiero, te amo. Sí, te amo.
Viéndola revolcarse con esas últimas palabras, el corazón se me hizo un nudo. No había nada que hacer, di media vuelta, mientras me retiraba con unos pasos lentos, no porque no podía hacerlo más rápido, si no a causa de que mis piernas me pesaban, parecían tener un peso adicional en los tobillos.
—¿Qué demonios es esto? —escuché la voz de Emma, parecía sorprendida.
Las lágrimas surcaron mis mejillas, las sentí tan calientes, que me temí que se tratara de un líquido más viscoso. ¿Estaría llorando sangre?
—¿Cómo es que estás aquí? ¿viste todo?
No me giré a responder sus dudas, solo seguí avanzando, en mi mente podía imaginar su rostro, primero aturdida, tal vez luego aterrorizada. Seguramente intentaría cubrirse con las sábanas, pero su culpabilidad ya estaría desnuda ante mí. Y él, sin siquiera molestarse en ocultarse del todo, se levantaría con una actitud desafiante, como si el daño hecho no tuviera consecuencias.
—Esto no es lo que parece —balbuceó Emma.
Fue lo último que escuché antes de salir por la puerta, las lágrimas seguían asomándose por mis ojos. Para mí sus palabras carecían de sentido frente a lo evidente. Cada rincón de esa habitación gritaba la verdad: la cama deshecha, la ropa tirada en el suelo, el olor de una intimidad que nunca me perteneció.
Dejé en la mesa el ramo de rosas, ni siquiera reparé en traerla conmigo. Sentí como si mi corazón estuviera hecho de algún cristal y que de manera imprevista hubiese caído al suelo, el vidrio estalló contra el suelo, esparciendo el vino tinto de su interior como si fuera sangre derramada. ¿Esto es lo que valgo para ti? logré decir, con la voz quebrada.
No esperé respuesta. Ese mismo día partí hacia otra ciudad, para continuar con mis estudios, seguramente en la universidad con nuevos compañeros y un ambiente nuevo, las cosas mejorarían. Pero en este instante, sentado en el tren, mi mente se encontraba en un estado de inercia, como si en un acto de defensa se pusiera en blanco, y por consiguiente yo actuaba de manera robotizada.
No había arrepentimiento ni miedo. Simplemente me di la vuelta y salí de allí, dejando atrás las rosas, el corazón roto, y un amor que murió en ese instante.
Continuará…
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Lapilli.