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Mi cuñada I

Mi cuñada I

La historia que relataré a continuación ocurrió en el verano del 96, uno de los más calurosos que se recuerdan.

Nos encontrábamos mi mujer y yo invitados en un chalet que habían alquilado la hermana de mi mujer y su marido cerca de la costa portuguesa del Algarve.

Esa mañana me había despertado con el aparato hinchado a más no poder, suponiendo que la cosa tenía que ver con los líquidos acumulados me dirigí al baño para mear.

En verano no uso pijama, duermo únicamente con slips, y así vestido, o mejor dicho, casi desnudo, entré en el cuarto de baño.

Abrí la puerta con tal ímpetu que no di tiempo a que mi cuñada, que acababa de salir de la ducha se tapara.

Es una mujer morena, por entonces rondaba los 30 años y tenía unas tetas increíbles: grandes, firmes y con el pezón rosa y pequeño, como a mi me gusta.

La marca del bikini en contraste con el intenso bronceado del resto del cuerpo junto a las gotas de agua que le corrían por el canalillo ejercieron de iman de forma que no pude apartar la vista de sus senos.

Ella no gritó, simplemente se tapó al tiempo que yo balbuceaba una torpe disculpa por no llamar a la puerta, ya que nos avisaron nada más llegar de que las puertas no tenían ningún tipo de pestillo.

Ella comentó que no pasaba nada y que todos los días en la playa se veían muchas chicas haciendo topless.

Salió del cuarto de baño no sin antes fijar la vista durante unos instantes en el bulto que intentaba asomarse por la parte superior de mis calzoncillos.

Me quedé solo con la calentura, por supuesto una larga meada no hizo que mi miembro se relajara lo más mínimo.

Cuando me marchaba observé que se había dejado la ropa interior sobre un taburete, eran unas braguitas de encaje color amarillo, no pude reprimir la tentación y me las llevé a la cara, las olfateé y lamí mientras comenzaba a masturbarme, el olor que desprendían era intenso pero muy agradable, seguramente que esa noche tuvo algún sueño que la hizo chorrear.

Cuando mi orgasmo estaba cerca se abrió de repente la puerta, solo me dió tiempo a girarme de espaldas para no avergonzarme más.

Ella se disculpó y dijo que creía que ya había salido y que venía a recoger su ropa interior y yo le indiqué que se esperara un momento que saldría en dos minutos.

Ella cerró la puerta y yo rápidamente deje sus bragas donde estaban, disimulé lavándome los dientes y salí.

La verdad es que yo nunca había deseado a mi cuñada sexualmente, aunque era imposible no fijarse en sus tetas, ya que solía vestir con tops y camisetas muy ceñidas, pero, diantre, era la hermana de mi mujer.

Sin embargo desde ese momento no pude pensar en otra cosa.

Entré en la habitación cachondo de verdad y directamente me metí en la cama de mi mujer (nuestra habitación era de dos camas).

Ella todavía dormía y lo hacía plácidamente.

A mi mujer al igual que a mi no le gustaba utilizar pijama y solo se ponía una camiseta.

Después de tantas horas durmiendo la camiseta había dejado al descubierto toda su raja y con lo caliente que yo iba no pude reprimir la tentación de desayunarme ese coño tan perfectamente depilado.

Mi mujer es rubia y tiene un cuerpo de medidas perfectas.

Despertó cuando introduje suavemente mi dedo meñique en su coño que en aquellos momentos parecía recien salido de la sauna, de lo húmedo que estaba.

Fue un despertar dulce para ella, ya que tras susurrar un buenos días me aferró el nabo y comenzó a recorrerlo con la punta de su lengua.

Mi excitación era ya muy grande y sabía que no iba a aguantar mucho tiempo aquello, así que decid

No pude aguantar más, descargué toda mi leche en su boca.

Ella la tragó con avidez pero no pudo impedir que parte le cayera por la barbilla.

La besé apasionadamente pero no podía parar de pensar en mi cuñada.

Nos pusimos los bañadores y salimos a desayunar a la terraza.

Mi cuñada y su marido ya habían terminado y nos urgieron a terminar rápido.

Desayunamos en un santiamén y tras cargar las tablas de surf en los respectivos coches nos fuimos a la playa que distaba unos 20 km. del chalet.

Debo confesar que no me gusta la playa y que voy por compromiso, sin embargo aquel día iba con ganas de ver a mi cuñada una vez más en bikini.

Las playas del Algarve son increíbles, yo no las conocía pero creo que nunca las olvidaré.

Yo iba en el coche de atrás siguiendo a Pedro, mi cuñado, que parecía conocerse muy bien el camino.

Tardamos por lo menos media hora en llegar a la playa, ya que aunque la distancia no era muy larga la carretera dejaba mucho que desear.

Aun así el viaje se hizo corto ya que el paisaje era bonito y la conversación con Julia, mi mujer, agradable.

La carretera terminaba en un pequeño ensanche en el que ya habían unos cuantos coches.

Aparcamos y Pedro propuso darnos un baño antes de descargar las tablas de surf. Todos aceptamos gustosos ya que ninguno de los dos tenemos aire acondicionado y la verdad es que hacía bastante calor.

Nos acercamos a la playa, era una cala preciosa de fina arena y con muy poca gente, unas 15 personas. Ocupamos una amplia zona con las toallas y nos despojamos de las camisetas.

Mis ojos buscaron rápidamente a Mª José, mi cuñada, y no quedaron defraudados, lucía un bikini de neopreno color fucsia.

El top era muy ceñido y le juntaba los pechos al estilo de un Wonderbra. La parte de abajo era unos pantaloncillos muy cortos que se le ceñían a la piel dejando marcado el monte de su feminidad.

Tuve que apartar la vista para que no tener que tumbarme boca abajo rápidamente, ya que mi bañador era uno de estos pantalones ajustados que son como los de ciclista pero más cortos.

Julia, mi mujer, llevaba como siempre un monobikini de talle muy alto que hacía destacar sus perfectas formas.

Al girarme para coger la crema protectora descubrí a Pedro con cara de bobo y la mirada fija en Julia, pero mi hice el disimulado.

Mª José empezó a comentar con su hermana el bonito tipo que tenía y lo bien que le quedaba el bronceado.

Comentó también que a ella le gustaría también quitarse la parte de arriba pero que tenía la piel demasiado sensible y que las veces que lo había intentado había acabado con la piel quemada.

Gracias a dios que Julia llevaba la crema de alta protección en la bolsa de la playa y no le costó mucho convencerla de que la usara.

Yo por supuesto también la animé aunque con un poco de miedo a ponerme en evidencia.

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