Los meses de julio y agosto en Mallorca, se cuenta con total ausencia de lluvia, no obstante suelen producirse excepciones cada década o más. En mi anterior relato había contado experiencias por el interior de la isla y en el presente relataré vivencias en la ciudad de Palma.
Una mañana de agosto amaneció el cielo totalmente encapotado. A los oscuros nubarrones le siguió la tormenta de rayos, truenos y viento.
A las 8 horas se desató la lluvia de cierta intensidad, lo que nos limitó la habitual salida matutina a la playa. La sesión de mate en la cama, a guisa de desayuno y unos arrumacos de rigor. Se nos ocurrió que sería propicio, recuperar las cansadas células de la piel por efectos del sol. La solución estaría fundamentada en una abundante untada con crema dérmica. Acostados sobre los flancos, nos abocamos a la tarea, la primera sección fue mi espalda, zona renal, glúteos y piernas. Al girar hacia el pecho, la fricción fue mutua, cada cual se dedicó al pecho del otro.
Cuello, tetas, cintura, zona pelviana- agregando cierto matiz erótico en concha, pito y bolas- piernas y le corresponde a la espalda de mi esposa. Desde arriba hacia la zona de la cintura, no hubo notas que exagerar; pero en llegando a las nalgas, la situación entró en ambiente amoroso. Ni que decir que la franela estaba en marcha. Ahí fue donde se me encendió la lámpara de la picardía: Si exageraba la untada en su botoncito anal, podría ser aprovechada por mi erecto instrumento. Comenzado el trabajo, no hallé resistencia y con un dedo inicié una tierna sobada que se introdujo brevemente en su oscuro agujero. Le siguió un segundo dedo… y no hubo rechazo. En ese punto intuí que debía acercarle el enhiesto garrote, hasta la engrasada entrada. No fue difícil la introducción del capullo, lo que se produjo de manera incruenta en indolora para ambos. Esperando un supuesto rechazo, se produjo la gran sorpresa: Ella giró su cabeza buscando mis labios con los suyos, dándome perfecta cuenta que debía continuar con la acción iniciada. Empujé un poco más y mi zona pélvica chocó con sus nalgas, lo que me dio la precisión que había llegado al fondo. Crucé los brazos por su cintura, una mano en las tetas y a otra en su chocho, que estaba empapado en jugos. No hubo dificultades en encontrar su clítoris ya desarrollado en su máxima extensión.
Su culo empezó a girar como un molinete, debiendo poner yo la mejor atención para que no se produjera el desacople, que tanto gusto nos estaba proporcionando. La aceleración de los movimientos nos llevó al paroxismo que desembocó en lo que fuera la primer y sí que sensacional, acabada mutua vía anal. Se imponía un descanso y la siesta matutina, sirvió para el recupero de perdidas energías.
Días después el periplo programado era el Castell de Bellver, ubicado en una colina de 700 m de altura, que domina la vista de la Bahía de Palma. Zona densamente arbolada con pinos, algarrobos y otras especies arbóreas; con gran cantidad y variedad de aves de todos los tamaños y colores. Tordos, estorninos, gorriones, palomas monteras, aves rapaces y demás, que dada la profusión de insectos, no pasan hambre.
El Castillo es una construcción cilíndrica- tal vez el único castillo cilíndrico de Europa- de tres plantas y tres torres, a la que se suma la Torre del Homenaje, adosada por un puente fijo. Un patio con aljibe y galerías que conducen a las celdas, utilizadas por el Museo de Palma, para albergar todos aquellos elementos históricos, que se rescatan en especial cuando se acometen nuevas construcciones en la Ciudad y son hallados restos que se consideran con aquella denominación. Desde su amplia azotea no sólo se ven la Bahía y la Ciudad de Palma, sino que también se puede ver gran parte de la isla. En la época de la conquista se usó como Residencia Real, en los años de la Guerra Civil fue prisión. Todas sus dependencias son visitadas por turistas, salvo la Torre del Homenaje, por razones que voy a exponer. Desde su acceso sobre la azotea del Castillo, las escaleras que van hacia arriba, comunican hacía seis mazmorras- dos en cada piso- con rejas y de pequeño estar absolutamente vacío; su azotea no ofrece seguridades, dado que su baranda es de escasos 50 cm.
Del nivel de entrada hacia abajo es una lúgubre escalera que llega a un piso de madera, sobre el que puede verse una trampa también de madera; se levanta con una pesada anilla de hierro y otra pequeña escalera del mismo material, conduce a una estancia de 3 por 3 metros aproximadamente, con una mesa, una silla y una diminuta cama de todo de un rústico estilo frailero, y una cruz desnuda, lo que nos quisiera dar la idea, que allí habitaba el carcelero o el fraile del lugar. Nos da la pauta que no se trata de otra mazmorra, pues el cierre de la trampa es una artesanal traba de madera, que cierra sólo desde dentro.
Fresco y oscuro lugar, con luz que se filtra a través de unos ventiletes verticales agujereados en las gruesas paredes y casi a nivel del foso circundante. La cama no tiene colchón ni ropas para cubrirla, no obstante se nos ocurrió que sería una buena ocasión para el disfrute sexual. Del dicho pasamos enseguida al hecho y en pocos segundos estábamos en cueros. Las remeras, los shorts y hasta las gorras, fueron puestos a guisa de colchón. Debimos esforzarnos en caricias y franelas del más subido de los tonos, a fin de lograr una lubricación adecuada para la penetración. Comencé mi franeleo por su pecho, tetas cuyos pezones se erigieron de inmediato, culo, y dediqué especial atención a sus labios vaginales y al abrirse estos, a su clítoris. Humedecida que estuviera su cachufleta, arrimé a su entrada lo que ya era un hierro candente, una verga más enervada que en los días anteriores, costándome poco esfuerzo llegar hasta lo que siempre he creído que es el fondo del asunto (iluso de mí). La relajación propia de estar de vacaciones; a sabiendas que nadie nos puede molestar – un lugar cerrado por dentro, con pocas posibilidades de acercamiento de intrusos-, un ambiente fresco y semioscuro, permitió que nuestro juego amoroso alcanzara ribetes de sensación. Subidas y bajadas de su pelvis; sacada y metida de mi miembro, chupadas de pezones, besos de lengua y mutuo acuerdo para el remate final: ¡Acabada a grandes gritos! Breve descanso y un nuevo intento amatorio. De haberlo presumido, no lo hubiéramos intentado. Dada la proximidad del polvo anterior y de nuestra edades, no tan juveniles; a pesar de ser Maratonistas (del amor) veteranos categoría más de 60años, llegar a una feliz acabada, (la mía, pues ella acabó dos veces) nos costó una traspirada de marca mayor; el sudor corría más que la leche y los jugos. La chota me quedó dolorida y a mi mujer, la cachucha ardiendo a fuego vivo. Ahora sí que nos costó un «güevo» subir los pocos escalones hasta llegar a la salida de la Torre. Las piernas flaqueaban y las rodillas se negaban a flexionar.
El aire marino nos recompuso, retomamos el descenso y en autobús llegamos casi hasta la puerta de nuestros aposentos, para entregarnos a la higiene diaria, la «fabricación» de la temprana cena, para poder salir a discurrir algunas calles céntricas de Palma, tomar una cerveza para reponer energías y dormir unas ocho horas, con el fin de volver a las andadas, al día siguiente.
La visita al Palacio de la Almudaina, nos provocó ganas de follar. Las adornadas habitaciones reales y los orlados baldaquines que cubrían las amplias camas, cubiertas con antiguos y valiosos cubrecamas; presintiendo el fru-fru de sus sábanas y la sensación de levedad de su colchón, nuestras miradas pedían revolcones en ese preciso instante… mas ello no era posible, teniendo a la vista la cantidad de turistas que por allí merodeaban. Finalizada esa visita, nada más que cruzar nos enfrascamos en el Museo Catedralicio y la propia mística del lugar, apaciguó los deseos carnales.
El regreso a la Argentina puede durar de algo más de 30 horas, hasta 48 o más horas. Si las combinaciones aéreas son coordinadas eficientemente o si hay que salir de la isla en barco y luego trasbordar al tren hasta Madrid, queda ese margen a veces impredecible.
Entre esperas en estaciones y/o aeropuertos, suele acometernos el deseo, que no siempre puede ser satisfecho. Mi mente elucubraba el mismo proyecto del que habíamos gozado en el viaje de ida (polvazo en el asiento del avión, sin mirones a la vista) y el recuerdo de esa sensación, puso al «mango» mis testículos y mi chota.
Mi mente casi no era capaz de frenar tales deseos; recorriendo las instalaciones de la Estación de Valencia, donde esperábamos el tren proveniente de Barcelona, que nos depositaría en Madrid, encontré que en los baños no había personal de limpieza ni de vigilancia. Hora de poco tránsito y tráfico, era casi natural toparse con poca gente. No fue difícil escabullirse en el baño de damas, con previo acuerdo a una amatoria sesión de emergencia. Pantalones en los tobillos, me siento en el inodoro; afuera sus pantalones y sus bragas, breve untada de crema dérmica de tener graso y tierna sentada sobre mi rábano. Unos besos, varios bombazos hacia arriba y hacia abajo, espero que termine ahogando su grito con un beso de boca muy abierta y mi acabada es mucho más fácil de solucionar; suelto el deseo y el chorro de leche en el interior de su cleca, higienizándonos volvemos al salón principal a la espera de la combinación de viaje.
No se da la facilidad del avión, pues el pasaje es completo y además del que nos echamos en la estación de trenes de Valencia, nos permitirá llegar a Argentina, sin urgencias de acoplamiento amoroso, sabiendo además, que allí nos espera nuestro mullido y amplio tálamo nupcial.
Un argentino nacido en Mallorca.