Capítulo 4
- Mónica I: El Descubrimiento
- Mónica II: La Confirmación
- Mónica III: El Tanteo
- Mónica IV: La Respuesta
Mónica IV: La Respuesta
Al terminar de comer, Mònica aprovechó al pasar por delante del ventanal del comedor para demorarse un momento, simulando que miraba hacía fuera, mientras dejaba que la claridad transparentase sus piernas al contraluz. Estaba segura de que no se perdería detalle y esta maniobra de provocación la excitaba. Sergi se levantó y, educadamente, se ofreció para retirar la mesa, en tanto que ella se sentaba a esperarlo. Apareció con dos copas de coñac en la mano y se sentó a su lado.
Le alargó la copa y esperó que Mònica hubiera dado un buen trago. Después, la miró a los ojos y se acercó. Le pasaba la mano por el pelo, mientras ella no sabía si dejarle hacerlo en tanto que notaba como la mano de Sergi se deslizaba por su nuca y le acariciaba la mejilla. Decidió dejar que se acercara y cerró los ojos cuando le besó los labios. Era dulce y febril a la vez. Torció la cabeza hacia atrás mientras el contacto de sus labios devenía cada vez más intenso, más profunda. La estaba volviendo loca. Se dejó ir sintiendo la mano de Sergi acariciándole el cuello, firmemente, bajando lentamente hacia su pecho, libre bajo la camisa. Su contacto era seguro, a la vez que cálido. Le dibujo con la palma de la mano la curva exterior de su seno, con movimientos lentos y firmes, hasta abarcarle todo el pecho con la mano. Seguro que encontraba la tirantez del pezón, ahora tan duro. No se atrevía a abrir los ojos, a encontrarse con su mirada. Hasta que en un momento notó cómo sus dedos le desabrochaban un botón de la camisa, ávidos de introducirse en su escote para saborear su piel con la yema. No podía dejarlo continuar si no quería perder el poco control que le quedaba.
Le tomó la mano y la apartó suavemente. Sergi continuió besándola, acariciando con la punta de la lengua sus labios entreabiertos hasta probar su lengua, dándole vueltas, mientras ella se alarmaba cada vez más. Ahora era una mano en su falda, intentando levantársela para poder acariciar sus piernas. De nuevo se la retiró, pero en esta ocasión le costó un poco más vencer su resistencia.
Se apartó completamente, librándose de su abrazo. Él se la quedó mirando, directamente a los ojos. Ya no había calidez en ellos. Esbozó una sonrisa para calmarlo. No quería que se enfadase. – Es que no quiero ir tan rápido y, además, no estoy segura de que… –
No vio su mano. Sólo sintió un golpe muy fuerte en la mejilla. Se lo quedó mirando, sin poder creer que le había propinado una bofetada. Notaba la mejilla ardiendo, un ligero gusto salado en la boca y, sobretodo, un grado de excitación que no había experimentado jamás. Era una locura, pero no podía negárselo. – ¿Lo ves? – dijo Sergi, mientras sin dejar de mirarla a los ojos le tomaba un pezón, solamente un pezón, entre los dedos. Mònica ahogó un gemido diciéndole – No, por favor… – Él sonreía mirándola, pero ahora de un modo sardónico. La única respuesta que obtuvo fue un tirón muy fuerte con las dos manos que le abrió completamente la camisa, arrancándole todos los botones. – Por favor, no lo hagas… – Le puso la mano sobre el pecho y la empujo, estirándola sobre el sofá.
Se abalanzó sobre ella, tomándole un pecho en cada mano, fuertemente. Se los cogía sin miramientos, salvajemente. A pesar de la sorpresa y del miedo que sentía no pudo evitar abrir ligeramente las piernas, solamente un poco, pero suficientemente para que Sergi se diera cuenta quien, mirándola de nuevo de esa forma, se las terminó de separar, colocándose entre ellas. Notaba su dureza entre los muslos, sobre la falda y las braguitas. Esa sensación de sentirse dominada, la calor, el pánico, la vergüenza, la empezaron a hacer sentir húmeda. No podía luchar. Descubría que sería suya de una forma primaria, absoluta. Y se abandonó.
– Levántate. – Lo hizo, con la blusa rota, tapándose los senos con las manos, de pie ante él, que la miraba sentado en el sofá con cara de propietario. Sergi no hizo caso de su gesto de pudor y le levantó la falda con ambas manos, agarró la tira de sus braguitas y, de un solo movimiento, las deslizó por sus piernas hasta el suelo.
Continuaba mirándosela, recreándose en la vergüenza de ella mientras Mònica continuaba inmóvil. Una mano en su vientre, bajando lentamente. – Separa un poco las piernas.- Los dedos acariciándola despacio, enredándose en la sombra recortada de su pubis. Y no se detenía, con la yema de los dedos abriéndole los labios, buscando ese punto de placer rosado e irresistible, primero despacio, después cada vez más rápido, en movimientos circulares progresivamente desordenados. – Mírame a los ojos. – Con toda su vergüenza Mònica obedeció, en tanto que él le introducía con toda naturalidad un dedo, ahora dos. – Quiero sentirlos húmedos. Ahora. – ella abrió un poco la boca y dejó escapar, ahora si, un suspiro. – Y ahora te correrás ¿verdad? – mientras continuaba sonriendo. Y Mònica lo hizo. Se moría de ganas de tocarlo, de que la penetrara. No había imaginado que nadie la pudiera tratar así, ni que eso la hiciera sentir tan entregada.
Le ordenó que se sentara otra vez en el sofá, con las piernas separadas y los pies apoyados en la mesa. Se puso de pié. – Levántate la falda hasta la cintura.- Mònica no dudó en hacerlo. Sergi se escurrió entre sus piernas, con la cara entre sus muslos y ella se estremeció intuyendo lo que iba a hacer. Ni en sus noches más locas su marido se lo había hecho. Notaba su aliento en el clítoris, su mirada clavada en sus ojos. Sonreía. Y por fin, con la punta de la lengua la acarició suavemente. Enloquecía. Lentamente fue lamiéndola, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, haciéndole perder el control por momentos. Se estaba corriendo en su boca. La buscaba con los labios, la vencía con pequeños mordiscos, que le producían la sensación de estar recibiendo una corriente eléctrica. Se oía a sí misma gemir, jadear, gritar, agarrándole la cabeza y apresándola entre sus muslos. Perdía la noción del tiempo que llevaba corriéndose. Y entonces, sin previo aviso, la penetró con la lengua, haciéndole perder la capacidad de darse cuenta de lo que pasaba y desconectándola de la realidad. Sólo había espacio para su placer, para los labios que la sorbían, para los dientes que buscaban en su interior el punto de no retorno. Hasta que, sin poderlo evitar, algo estalló al unísono en su cabeza y en su estómago.
Entonces él paró. La miró, y Mónica pudo leer en el reflejo de sus propios ojos que sabía que haría cualquier cosa, lo que fuera necesario, para volver a sentir de nuevo, como fuere, el que le acababa de dar.
Quería devolvérselo, quería penetrara, quería más sexo, quería continuar, quería…
Ahora descansa, Volveré esta noche.
Mònica sabía que no debía contradecirlo. Y no lo hizo.