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Mónica II: La Confirmación

Mónica II: La Confirmación

Con el recuerdo de lo que había pasado en la terraza fue oscureciéndose la tarde.

Mónica dormitó un rato más y, cuando el calor ya se le pegaba a la piel, se despertó. Tenía la noche por delante y intentó tranquilizarse. Se duchó lentamente, reprimiéndose las ganas de acariciarse… Era curioso. No había sido nunca una persona de sexualidad compulsiva, pero el episodio que había protagonizado hacía un rato parecía haberle descubierto un mundo nuevo de sensaciones.

Tal vez por eso sentía el deseo quemándole la piel. La sensación de ir desnuda por casa la excitaba, subiéndosele a la cabeza unas ganas incontrolables de provocar. Salió al balcón, al amparo de la oscuridad, para experimentar otra vez la sensación del aire lamiéndole el cuerpo. No se divisaba a nadie al otro lado.

Al fin y al cabo no la conocía nadie, pensó, decidiendo vestirse y salir a dar una vuelta, poniéndose unas braguitas blancas, mínimas, con sólo un hilo por la parte trasera. Encima, un vestido de tiras, corto, pero sin exagerar, solo unos dedos por encima de sus rodillas, con una falda de vuelo amplio. El pelo, un poco rizado después de la ducha. Unas sandalias de verano le daban un aire juvenil y sexy. Puso las llaves en el bolso y, antes de salir, no le iría mal una copa de licor para darse ánimos. Una botella de vodka parecía llamarla desde el mueble bar. Era más fuerte de lo que pensaba quemándole la garganta mientas torcía el gesto.

Más acalorada que de costumbre paseaba por la avenida, con la falda al vuelo, disfrutando de la sensación de saber que nadie la esperaría cuando volviera. Al pasar ante un bar la atrajo el ambiente tranquilo y oscuro. Parecía fresco y sosegado, el lugar ideal para sentarse. Lo hizo en una mesa del rincón y pidió una copa. Otro vodka. Esta vez lo saboreó lentamente, mientras soltaba su imaginación hacía lugares demasiado oscuros para reconocerlos sin el ánimo que le daba el alcohol. Y, de repente, lo vio entrar. Su vecino de terraza, con una mujer y dos niños. Parecían haber acabado de cenar y se disponían a tomar el último café y un helado para los niños. El corazón le latía de nervios y de vergüenza. Él parecía haberla reconocido y la miraba de reojo a cada ocasión. Al sentarse, a cierta distancia de su mesa, se colocó frente a ella, mientras la mujer y los niños le daban la espalda.

La bebida, el calor, el ambiente y la excitación la mareaban. Era su ocasión para volverlo a hacer. Pidió otra copa y reposó su espalda en el respaldo de la butaca que ocupaba. Sobre la mesa, redonda y de una sola pata, muy delgado, un foco iluminaba sus piernas y dejaba a la penumbra el resto de su cuerpo. Él no podía verle la cara desde donde se encontraba. El bar estaba casi vacío y nadie más le prestaba atención.

Un nuevo trago de vodka y cruzó las piernas, dejando que la falda subiese unos centímetros más de lo que era correcto. Mónica sí veía los ojos del hombre clavados en la piel de sus muslos. De nuevo se descontrolaba, y su sentido común y su ansia luchaban, la cabeza contra el estómago. Otro tragó la hizo decidir. Lentamente fue abriendo las piernas, con la falda arremangada, muy arremangada, dejando al descubierto el principio de sus braguitas. La excitación la enloquecía viendo la mirada de él, ansiosa, entre sus piernas, intentando descubrir cada centímetro de su piel. No podía más. Flexionó ligeramente los pies a fin de levantar un poco las rodillas y darle una mejor perspectiva. Una fuerza extraña empujaba sus manos hacía su vientre, para acariciarse. De golpe se levantó, para no terminar haciéndolo y se dirigió al baño. Entró en un lavabo y allí, de pie, se despojó de sus braguitas, masturbándose furiosamente, en silencio, recordando su mirada.

Tras correrse se puso nuevamente el tanga y se refrescó un poco. La avergonzaba enfrentarse a la mirada del desconocido al salir, pero se dirigió otra vez a su mesa sin atreverse a mirarlo. Una vez sentada, se dio cuenta de que se habían ido, sintiéndose aliviada y frustrada a la vez. Se estaba acostumbrando a la sensación de trasgresión que representada lo que estaba haciendo.

Acabó su bebida y pidió la cuenta. Entonces lo vio entrar otra vez, ahora solo, caminando seguro y sonriente directamente hacia ella.

Quedó paralizada mientras le veía acercarse. Llevaba el pelo muy corto, los brazos saliendo de su camisa, la piel muy morena, unos tejanos, mocasines, el paso firme. Lo encontraba realmente atractivo.

La miró directamente a los ojos:

Perdona, pero creo que eres mi vecina- Mónica asintió, sin poder reaccionar – Es que esta tarde te he visto, cuando salías a la terraza, y quería disculparme si te he molestado. No era mi intención espiarte, pero es que tú… En fin, me llamo Sergi.

Su voz era cálida y profunda y ella no sabía que contestar. No podía aparentar estar ofendida, ni simular que no sabía que le hablaba. Se sentía extrañamente insegura después de verlo.

No pasa nada. Ha sido culpa mía, Tendría que ser menos distraída….

Otra vez aquella voz: -por mí no lo hagas – con una sonrisa tranquilizadora, mientras se sentaba a su lado. Mónica no pudo evitar sonreír también.

Mientras hablaban, con otra copa en la mano, Mónica le observaba. Tenía una mirada clara a pesar de la oscuridad de sus ojos. Le agradaba que aquel hombre estuviera atento a ella, después de su travesura. Debía encontrarla atractiva. Esta idea empezó a calentarle la sangre de nuevo, pero evitó provocarle mientras Sergi le explicaba que estaba de vacaciones con su familia y que ahora había salido solo, a dar una vuelta.

Se encontraba tan bien con él que no tomó ninguna precaución al explicarle que se llamaba Mónica y que estaría sola durante unos días en el apartamento. Que no tenía amigos en el pueblo y que se distraía yendo a la playa por la mañana y que pasaba las tardes leyendo. – Sí, ya te he visto esta tarde durmiendo en el balcón – Mónica intentó no arrebolarse, pero no estaba segura de haberlo conseguido.

No vio inconveniente en que la acompañara a casa en su coche. Al fin y al cabo era muy correcto. Tanto que, cuando le contó que al día siguiente estaría solo y que podrían ir a la playa juntos, accedió sin pensárselo.

Entraron en el aparcamiento con el coche – Qué coche tan bonito tienes, Sergi… Es tan cómodo… Él la miró a los ojos – Lo que es cómodo es estar contigo, Mónica.

No le importó cuando se le acercó y puso sus labios sobre los suyos. Era tan dulces – Hasta mañana, princesa…

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