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Mónica III: El Tanteo

Mónica III: El Tanteo

Se levantó muy temprano. Ya hacía rato que intentaba decidir qué se pondría esa mañana para ir a la playa. Estaba agitada como cuando era adolescente. Definitivamente, un bikini pequeño, sin exagerar, y un pareo envolviéndola. Se esforzaba en tener remordimientos por el hecho de ir con un hombre casado a la playa, buscando una excusa para dejarlo correr, pero no lo conseguía. Al fin y al cabo no había pasado ni tenía que pasar nada.

Cuando llegó al aparcamiento él ya la esperaba. Sólo un beso en la mejilla, todo muy correcto. Sergi se había ofrecido a llevarla a una pequeña cala, muy cerca, pera ahorrarse el gentío. Otra vez esa sensación de serenidad, de bienestar, mientras él la iba hablando de intrascendencias. Se le hizo corto el pequeño paseo hasta la playa.

Pero al llegar se dio cuenta de dónde estaba realmente. Había oído hablar de ello, pero nunca había ido a una playa nudista. Alarma. Sergi debió notarlo, ya que en el último tramo la cogió de la mano, de forma educada pero a la vez firme, como si temiera que se echara atrás.

¿Qué hacía? Sencillamente esperar, extendiendo la toalla. Se sentó, intentando aparentar tranquilidad, mientras no podía dejar de observar de qué forma tan despreocupada Sergi se quitaba la ropa y quedaba completamente desnudo ante ella.

– ¿No estarás cortada, no? – con esa voz… Ahora podía contemplarlo de arriba a abajo, escondida tras el cristal oscuro de las gafas. Le gustaba su torso, sus piernas, y, sí, su pene, perfecto, como si la hipnotizara… Soltó un – ¡No, claro! – justo a tiempo, esperaba para que no se hubiera dado cuenta. Y ella que había escogido con tanto cuidado qué ponerse.

No le quedaba otro remedio. Acabó el cigarrillo y se levantó. La sangre volvía a latir en sus mejillas. Se desnudaría ahora, ante él. Se dio la vuelta y, aparentando toda la calma del mundo, desabrochó el cierre del sujetador y lo dejó caer. Al guardarlo en la bolsa notó la excitación temblando en sus manos. Sin darse la vuelta, llevó sus manos a las caderas y, de un tirón, se bajó las braguitas y las dejó en su mano. Desnuda, empezó a darse la vuelta. Los latidos de su corazón se habían trasladado a su vientre y temió que pudieran oírse. Vuelta completamente ante él, le miró. Podía leer el deseo en sus ojos mientras la repasaba entera, sin disimulos. – Eres preciosa, Mònica, pero eso ya lo descubrí ayer.- Y otra vez aquella sonrisa… Esa franqueza hablando de su cuerpo, su voz… Sentía de nuevo una extraña humedad en su vientre. La situación era salvajemente excitante. Se limitó a sonreír, como una colegiala, ruborizada, y se dirigió al agua a refrescarse.

Nadó hasta una roca cercana y se dejó caer, dejando que las gotas de agua se deslizasen por su cuerpo. El sol calentaba cada centímetro de su cara, de sus senos, ahora tan duros, los brazos, el vientre, el pubis todavía húmedo, como sediento de sexo, los muslos, las rodillas, los tobillos. Era la situación más excitante de su vida. Con un desconocido, los dos desnudos. Unas salpicaduras la devolvieron a la realidad – Venga, gandula, ven al agua… – Se vio a sí misma lanzándose, como en una película.

Estuvieron nadando y jugando un buen rato. Mònica le notaba cada vez más cerca y, en ocasiones, de forma casual, su piel entraba en contacto con la suya. Estaba perdiendo el control. Cada vez estaba más caliente, hasta que notó su pene, sólo un momento, deslizándose en la parte exterior de su muslo. Quedó paralizada, pero siguió jugando. No era posible que Sergi no hubiera notado el rubor en sus mejillas, pero eso ya había dejado de importarle. Como no le importó advertir los sucesivos roces de su miembro, cada vez más duro, jugando y salpicándose, hasta que, en un momento, él le tomó los brazos desde detrás y sintió su pene completamente erecto entre sus nalgas. Fue demasiado para ella y, en un último momento de lucidez, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y, apartándose, nadó hacia la arena otra vez.

Sergi la siguió, lentamente, hasta reunirse con ella echándose en la toalla. Mònica no sabía donde mirar, pero al oírlo hablar, como si no hubiera pasado nada, se sosegó.

– Se hace tarde ¿no? – se atrevió a decir. Él le sonrió y, sin dejar de mirarla a los ojos, le dijo animadamente: – Te invito a comer, Mònica. Te o debo por la mañana que me estás regalando.- En realidad, Mònica no podía saber si se refería al episodio de antes, en el agua, o no, pero su tono era tan franco que no vio motivo para negarse. Le encantaba que no hubiera insistido en seguir jugando. Pero, a la vez, la intranquilizaba que alguien los viera. No por ella, claro, pero recordó, de repente, que él estaba casado. – De acuerdo, Sergi, pero podemos comprar algo por el camino y comérnoslo en mi casa, ¿te parece?.- Automáticamente se arrepintió de haberlo invitado. No dejaba de ser un desconocido pero… ¡ estaba tan confundida!

La dejó en su casa mientas iba a comprar algo y a ducharse en su casa. -Si vuelves a salir a la terraza espera que haya llegado, ¿vale?- con aquel tono divertidamente malicioso. Volvió a sentirse avergonzada, pero tuvo ánimo para espetarle – Va, pasa, tonto.

Se sentía realmente nerviosa. Se ducho rápidamente para no caer en la tentación de masturbarse mientras le esperaba. Se quitó de la cabeza la idea de abrir la puerta envuelta en la toalla del día anterior en la terraza. Se sentía tan enfebrecida… Se plantó ante el armario intentando decidir que se ponía. Una camisa blanca, amplia, sin sujetador, una falda también blanca, larga hasta los pies pero muy transparente. La compró para llevarla con una combinación debajo, pero no hoy. Estuvo tentada no ponerse braguitas, pero no se fiaba de que en su estado Sergi no lo notara. Se le escapó una risa nerviosa. No quería pensar en el que estaba pasando. Hoy era libre, sin niños y sin el cafre de su ex. Ya merecía unas vacaciones como esas, después de tantos meses de sufrimiento.

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Se levantó a abrir.

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