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La chica perfecta I: Iria

La chica perfecta I: Iria

Cuando me ocurrió esto, yo tenía 15 años.

Nunca había tenido novia, y eso que me gustaban mucho las chicas.

En especial una. Ni siquiera había hablado alguna vez con ella, sólo la veía cuando salía de la academia.

Ella salía a las cinco, y yo entraba a la misma hora, así que sólo la veía unos segundos tres días a la semana. Me parecía demasiado poco, pero un buen día un amigo me alegró la vida.

Me contó que la conocía de verla en una discoteca, que era muy simpática y que se llamaba Iria.

Cómo no, él también estaba prendado con ella. No me extraña: nunca había visto un culo como el suyo, y el resto de su cuerpo también era sobresaliente.

Un día que tenía examen en la academia, descubrí con alegría que la profe no había venido, así que subí al piso donde estaba mi clase para coger unos libros que me había olvidado.

Y cuál fue mi sorpresa cuando vi a Iria en la estrecha (y ya lo creo que estrecha) clase donde se hacen los exámenes, escribiendo algo. No le di demasiada importancia, tan solo le di una pasada visual y empecé a bajar las escaleras.

Pero cuando sólo había bajado un par de escalones, mi cerebro reaccionó cuando vio una imagen que me quedó grabada.

Seguramente sería una equivocación pero, por si acaso, me coloqué en una posición en la que no se me viera y contemplé a Iria.

Y mira que me alegré cuando comprobé que mi cerebro no se había equivocado: Iria, desde luego, estaba escribiendo… con una mano (¡he descubierto la pólvora!).

¿Y a que no adivinan dónde estaba la otra mano? Sí, han acertado, dentro de su ceñido pantalón y, probablemente, dentro también de sus bragas.

La movía de arriba abajo, pero no se debía de estar masturbando, pues no notaba ningún gesto delatador en su bonita cara. Seguramente, tan solo se estaría acariciando.

Ya llevaba un buen rato observando y, como hacía tiempo que estaba todo encañonado, decidí marcharme.

Pero cuando le di la última mirada, observé un cambio en el movimiento de su mano. Lo veía tan bien desde mi posición que era evidente que ahora sí que se estaba haciendo un dedo en toda regla. Y lo afirmé definitivamente cuando me fijé en los leves gestos de placer que veía en su cara.

Sentí que la polla me iba a estallar y, en medio de la emoción, se ve que me volví loco y fui a su lado. No advirtió mi presencia(demasiado ocupada en su masturbación), así que empecé a hablar:

– Hola, Iria. ¿Qué tal?

En una minúscula fracción de tiempo, dejó de masturbarse, sacó la mano del pantalón y se puso roja. Respiró y me dijo:

– ¿Te… te conozco?

– No, pero espera que me presento: me llamo Dani, tengo 15 años, soy amigo de Miguel y soy virgen.

En ese instante volví a la realidad. En principio no era tan grave lo que estaba haciendo, tan solo estaba presentándome.

Pero casi me muero de la vergüenza al darme cuenta de que le había dicho que era virgen, sin venir para nada a cuento. Sorprendentemente, Iria se relajó y me habló ya con más soltura:

– Así que amigo de Miguel. Ya veo, por eso sabes mi nombre. Te llamas Dani, tienes 15 años y… y…

Esta vez el que se puso rojo fui yo, pues Iria advirtió mi comentario. Como era de esperar, y ante lo incómodo de la situación, se levantó y ya iba a cruzar la puerta cuando le dije:

– Iria, por favor, no te vayas – se dio la vuelta y nos miramos a los ojos – Ya sé que todo el mundo está por ti, no te tengo que recordar que estás muy buena, pero creo que siento algo especial por tu persona, y no lo quiero echar a perder.

Se quedó callada unos instantes. Cuando vi que cerraba la puerta, comprendí que mis verbas habían dado resultado.

Se me acercó lentamente, mirándome a los ojos. Cuando estuvo a ínfimos centímetros de mi posición, llevó sus labios a mi cuello. Besándome, me susurró la oído:

– Dani… Quiero que me hagas el amor lentamente… Ahora mismo…

Me quedé sin palabras. Ella me seguía besando, ahora juntando nuestros labios.

Entrelazábamos nuestras lenguas, aunque yo seguía pensando en lo que vendría después.

Le hice dar unos pasos atrás y la apoyé en la puerta. Iria me seguía besando y yo, entre caricias, le puse los brazos hacia arriba y quedó inmovilizada.

Estar en esa situación con una rubia cachondísima hacía aumentar todavía más mi impresionante erección.

Aunque ya había separado mis brazos de los suyos, a ella le interesaba seguir teniéndolos hacia arriba. Así me permitía libertad de movimientos.

Aprovechando esa verticalidad de extremidades superiores, le saqué el top, y me sorprendí un poco cuando comprobé que sólo llevaba debajo un sostén.

La empecé a besar otra vez, demostrándole mi amor, y a acariciar sus senos, que se salían del sostén.

Al comprobar esto, le quité el sujetador y me recreé la vista con sus pechos.

Me encantaban, sin más: aunque no eran demasiado grandes, estaban firmes, erguidos y eran muy bonitos.

Tanto, que empecé a lamerlos, centrándome en los pezones, ya muy duros a causa de la excitación.

Mientras, ella había cerrado los ojos para sentir más placer y me susurraba mi nombre al oído, lo que me ponía tope cachondo.

Cuando ya di por lamidos sus sugerentes pechos, me centré en su abdomen, firme y terso, seguramente debido a largas horas en el gimnasio.

Metía mi lengua en su ombliguito, y lamía en círculos en torno a este agujerito.

Me centré en poco en la situación: me estaba dejando hacer lo que quisiera. Me levanté y, tras un beso de los de película, le susurré al oído:

– Iria, eres… la chica perfecta.

Me sonrió y me devolvió el beso.

– Y tú eres mi chico – me dedicó una pícara mirada que casi hace salirse mi polla del pantalón – Explora por ahí abajo, a ver que encuentras.

Mi polla ya no podía más, si no fuera por esa situación seguro que hasta me dolería.

Me cogió la cabeza y presionó levemente hacia abajo para que me volviese a poner de rodillas, lo cual acepté de buen grado.

Y allí estaba yo, delante de donde presumiblemente estaba su sexo, desabrochando los cierres de su pantalón ajustado. Cuando lo hice, se los quité, dejando a esa esplendorosa rubia llamada Iria en bragas.

Ya podía divisar lo que se escondía detrás de éstas.

Una sombra tenue me avisó que cuidaba bien su gruta del placer, sobre todo porque después descubriría que estaba perfectamente depilada, dejando únicamente los pelitos que no molestan, por encima del clítoris.

– ¿Encontraste algo, por allí abajo? – su sonrisa compaginaba perfectamente con su linda cara –

– Sí.

– ¿Me lo podrías enseñar?

En ese momento descubrí que Iria era una zorra. Y eso me excitó aún más.

La agarré por sus duras y estupendas nalgas, masajeándolas antes de empezar a bajarle sus lindas braguitas.

Cuando las tenía a la altura de sus rodillas, me detuve un instante para admirar su coñito: era mejor de lo que esperaba.

Tanto, que creo que me enamoré de él y de su bella dueña en un instante.

Tenía unas ganas tremendas de besarlo, cosa que iba a hacer cuando una suave mano detuvo mi ímpetu:

– Primero, enséñame lo que encontraste. Después ya tendrás tiempo de aventurarte en mi cueva…

Cumplí sus órdenes, pues me levanté y le entregué sus blancas braguitas.

– Están bien mojadas, ¿eh, Iria?

Otra vez su pícara sonrisa. ¡Me estaba volviendo loco!

– Ya veo que has encontrado el tesoro. Ten tu recompensa – me las devolvió – Venga, huélelas.

Umn, qué bien olían.

– Huelen a sexo – ¡otra vez esa sonrisa – A mi sexo…

Apoyó sus manos sobre mi cabeza y, con la misma suavidad que antes, volvió a dejar mi cara enfrente de su húmedo sexo.

Iba por fin a besarlo cuando, una vez más, detuvo mis labios.

Si no fuera porque era nada menos que Iria, me habría cabreado.

La rubita de Iria me cogió el dedo corazón y me dijo:

– Mira, éste es el explorador. La cueva ya sabes donde está…

Si ya me había bajado un poquito la erección, esto que me dijo me la volvió a endurecer.

Además, Iria también me dijo que debería prepararse, que la cueva estaría muy mojada.

Así que me chupó el dedo como si chupara otra cosa (no hace falta que lo diga, ¿verdad?).

Y ahí estaba yo, delante del coño de una rubia que estaba buenísima, y con el dedo preparado para darle placer.

Empecé haciendo circulitos en torno a su chochete, para después empezar con la penetración.

Al sentir su sexo la punta de mi dedo, se abrió levemente, permitiendo a mi “explorador” adentrarse sin problemas en su cueva.

Cuando entró al máximo, se volvió a cerrar la cueva, emitiendo Iria un gemido placentero.

Me excitaba un montón saber cómo se sentirían las mujeres al ser penetradas.

Impuse un ritmo suave, cosa que me agradeció. Sentía mi dedo muy húmedo, inundado de flujos vaginales.

En ese instante comprendí que me encantaban los coños, muy en especial ése. Sabía que, si fuera posible, me lo estaría comiendo toda la vida.

De repente, se me ocurrió una idea a la altura de la excitada Iria.

Saqué mi dedo de su chocho, a lo cual me respondió con una mirada de incomprensión, y me coloqué a su altura.

Le puse mi dedo índice en la comisura de los labios y dije:

– En toda expedición tiene que haber una exploradora, ¿verdad, Iria?

La joven me obsequió con otra de sus sonrisas y se metió mi dedo en la boca, succionándolo como la otra vez.

Me volvió a arrodillar como antes y me dispuse a masturbarla de nuevo.

Su coñito se volvió a abrir, dejando paso a mis lujuriosos dedos.

Impuse un ritmo más acelerado que el anterior e Iria se empezó a retorcer de placer, jadeando como una perra en celo. Saber el placer que le estaba provocando hizo que casi me corriera en ese instante.

Pero lo mejor estaba por llegar: tras la incesante e implacable masturbación a la que la había sometido, Iria se corrió en toda regla, salpicándome levemente la cara y casi desplomándose sobre mí.

De todas formas seguí masturbándola, esta vez más intensamente, pues quería esa tarde darle el mayor placer de su vida.

– ¡Ahhhhh, qué gusto me das, cabrón!

Se sentó estrepitosamente, ni siquiera se podía mantener firme. La seguí masturbando frenéticamente, estaba totalmente extasiada.

Le estaba provocando tanto, tanto placer que incluso me suplicó que parase.

Como no le hacía caso, intentó repeler mis dedos poniéndose de espaldas, y luego comprendió que me había otorgado una gran ventaja: ahora tenía enfrente su ano, además de su húmedo chochito.

Le metí un dedo por cada agujero, y soltó un gran gemido. Esta vez no me pedía parar, precisamente:

– ¡Ahhhhh, joder, qué gusto, qué gusto! Te amo, Dani. Hazme tuya.

Estuve un largo minuto masturbándola intensamente, y se volvió a correr otra vez. Al acabar su placentero orgasmo, me dijo, jadeando:

– ¡Venga, Dani, fóllame! ¡Fóllame, por favor!

¿Cómo me iba a negar? Me saqué la polla del calzoncillo y, sin miramientos, se la metí con fuerza por el coño.

– ¡Ahhhh!

Eso sí que fue un gemido, y el gusto era tal que era probable que yo soltara otro. Iria me imponía un ritmo suave, y era evidente que la estaba gozando de verdad.

Aunque no tenía experiencia, creo estaba follando bastante bien, con lentitud.

Su estrecho chochito me provocaba un gran placer, tanto que no pude resistirme más y la empecé a cabalgar intensamente.

La seguí penetrando un rato más hasta que se corrió, agarrándose a la puerta para no caerse. Iba a seguir follándomela cuando Iria, casi suplicando, me dijo:

– Dani, por favor, saca tu miembro de mi coño. Ya sabes que disfrutaría como una cerda si te corrieses dentro de mí, pero me puedo quedar preñada. Compréndelo, cariño.

Con resignación, la saqué. Se me puso flácida, pues había estado a punto de correrme. La espectacular rubia que estaba a mi lado me dio un suave beso en los labios y me susurró:

– Amor mío, si haces que me corra en tu boca, te hago una mamada. ¿Qué dices?

Me brillaron los ojos y, rápidamente, le abrí las piernas, dejando su depilado chochito enfrente de mi ansiosa boca. Iria me volvió a deleitar con una de sus maliciosas sonrisas y procedí, nuevamente, a darle placer.

Mi lengua se abrió paso por el interior de sus muslos, para luego llegar a su húmeda cuevita.

Empecé a lamer ansiosamente, desde su ano hasta su clítoris. Iria restregaba sus dedos por mi pelo, con una cara de placer maravillosa.

Lamer, lamer. Ésa era la única palabra que azotaba mi mente.

Su coñete estaba tan húmedo que comprendí que se lo debería estar pasando como una guarra. Su clítoris se endureció, así que aproveché para lamerlo y que toda la excitación de su espectacular cuerpo se concentrara en un gran orgasmo. Según me contó, sintió hasta escalofríos.

Mientras se corría gimiendo como una gatita en celo, su cuerpo se convulsionaba en espasmos de placer, que se agotaron en un par de minutos, tiempo que le duró su largo y espectacular orgasmo. “El mejor de su vida”, me dijo.

Pero como yo estaba excitadísimo, le metí un dedo por el culo y di varias lamidas a su tierno chochito.

Iria se volvió a estremecer y me llenó la cara de calientes flujos vaginales debido a su segundo gran orgasmo.

En resumen, durante unos minutos fue la adolescente más feliz de la Tierra.

Cuando se recuperó, me hizo sentarme y me abrió las piernas.

Al ver que tenía la polla un poco flácida, sacó su sugerente lengua y la pasó suavemente desde mis huevos hasta la punta de mi pene, lo que hizo que tuviese al instante una erección descomunal.

Hizo ademán de tragársela entera, pero rectificaba y se alejaba.

En una de éstas, abrió la boca y se tragó, pero sin rozarla, mi caliente polla. Pero otra vez se volvió a echar atrás. La miré con cara de incredulidad y me sonrió:

– ¿Quieres que me la meta en la boca, cariño?

Me volví a excitar y asentí con la cabeza. Posé mi mano dulcemente sobre su cabellera y dirigí su boca hacia mi instrumento. Y se la tragó.

Primero se dedicó a los huevos, sobándolos con su lengua.

Luego, recorrió toda la extensión de mi polla, succionándome el glande.

Me estaba haciendo una mamada tan bestial que se podría decir que me estaba follando con la boca.

Después de esa tarde tan maravillosa con una rubia de infarto, todo terminó de manera excelente.

Sentí como me venía el orgasmo desde los huevos, recorriendo mi polla y soltando grandes chorros de leche.

Iria sólo pudo tragar un poco, pues fue todo tan rápido que mi corrida la pilló desprevenida.

Le inundé la cara, el pelo e incluso las tetas.

Al acabar esa sensacional corrida, me vestí y me encaminé hacia la puerta.

Sólo me había despedido de Iria dándole un beso en la mejilla, pues no sabía qué decir.

Antes de empezar a bajar las escaleras, eché una última mirada hacia atrás y vi a Iria lamiendose las tetas llenas de esperma y masajeándose el chocho.

Fue la última vez que la vi…

Continúa la serie La chica perfecta II: En el médico >>

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