Echaba de menos el contacto físico con su compañero y esta oportunidad era perfecta

Aquella tarde hacía calor incluso dentro de la oficina, aunque aún estábamos en pleno invierno.

Eran cerca de las siete de la tarde y apuraba mis últimos minutos de jornada laboral, terminando algunas cosillas que tenía pendientes y preparando tareas para la mañana siguiente.

A esas horas ya sólo quedábamos tres o cuatro personas, entre ellas J., mi inseparable amigo, confidente y compañero de los chats más calientes que había disfrutado en mi vida.

Desde aquel memorable polvazo en el parking, después de meses practicando cibersexo por chat en el trabajo, no habíamos vuelto a tener contacto físico, y sinceramente, lo echaba de menos.

Estaba segura de que él sentía lo mismo, por las continuas referencias a lo bien que lo habíamos pasado, y las ganas que teníamos de repetir.

Sin embargo, no habíamos tenido ninguna otra oportunidad de hacer nuestras fantasías realidad… hasta esa tarde.

A las siete en punto se marchó la administrativa de la oficina, y pocos minutos después otro compañero de mi departamento. Le siguieron dos personas más y así, hacia las siete y media, J. y yo estábamos solos en la oficina. Le miré por encima del monitor y le vi muy concentrado, con los ojos fijos en su PC y siguiendo con los pies el ritmo de la música que escuchaba con auriculares.

Era el momento perfecto.

Me levanté y me dirigí a su mesa, tan segura de lo que hacía como si llevara días planeándolo.

Me puse a su lado, inclinándome sobre la mesa y apoyando los codos en ella. J. se quitó los auriculares y me hizo un gesto «Que?».

«Nada» le dije «sólo quería ver qué hacías, te queda mucho?».

«Ya he terminado, estaba jugando un poco» J. continuó la partida mientras yo seguía los movimientos del juego con atención.

De repente, J. apartó una de sus manos del teclado y empezó a acariciarme el culo.

«Sabes que me pones nervioso con esa postura? Buff… vaya manera de marcar culito…»

Me acariciaba sin parar, prestándole cada vez menos atención al juego, recorriendo con sus dedos las curvas bien marcadas por un tanga y un pantalón ajustado.

Empezaba a notar cómo se me aceleraba el corazón y mi cosita se humedecía.

Separé las piernas ligeramente para darle más libertad de movimientos.

Poco a poco sus dedos avanzaban, dejando el culito atrás y acariciándome entre las piernas hasta casi tocar el pubis.

Me estaba excitando muchísimo, no sólo por la postura, sino por el hecho de estar haciendo eso en nuestro propio lugar de trabajo. J. respiraba con ansiedad y pronto abandonó el juego completamente.

Aún sentado en su silla, una de esas con rueditas típicas de oficina, se puso detrás de mí y siguió acariciándome, entre las piernas, la cara interior de los muslos, el culo…

Yo empezaba a gemir y él se excitaba por momentos. «Te gusta?» «Mmm… Siii…» «Pues espera». J. pasó sus manos por delante de mi cintura, para desabrochar el botón y la cremallera del pantalón.

Después los bajó poco a poco, rozando suavemente mi piel con sus dedos, y dejando al descubierto mi culito con un tanga gris. «Uff… que culito que tienes… me pones a 100!»

Tras bajar el pantalón, J. siguió acariciándome, mientras también me bajaba el tanga.

Separó mis piernas con delicadeza un poco más, y fue entonces cuando, agachándose un poco, lamió suavemente mis labios, provocándome un escalofrío de placer. Separé las piernas todo lo que pude sabiendo que iba a disfrutar de uno de los mejores franceses de mi vida.

J. empezó a lamerme despacio, poco a poco, penetrándome a veces con la lengua y jugueteando con los labios.

A veces parecía que daba besitos tiernos, otras lamía con tanto frenesí que yo no podía dejar de gemir de puro placer.

Durante unos minutos siguió allí, entre mis piernas, llegando a provocarme un orgasmo y dejándome muy, muy mojadita.

Cuando ya no podía más, me di la vuelta y me senté encima de él, en la silla, mirándole de frente.

Empezamos a besarnos o más bien a comernos a besos, excitados, como locos, casi salvajes.

Le quité la camiseta de un tirón y le lamí el cuello, mientras que él apretaba fuertemente mis caderas contra las suyas, donde su excitación se mostraba cada vez más evidente.

Yo me moría de ganas de que me penetrara, estaba excitadísima, y le desabroché el pantalón. J. me ayudó a quitárselo del todo y se quedó en slips debajo de mí.

Yo misma metí la mano y saqué su pene con una erección brutal, a punto de reventar. «Fóllame, métemela entera, anda» «Mmmm ya?

Quieres que te la meta hasta el fondo, que te haga gemir de placer, que no pare de follarte hasta que te corras, hasta que me supliques que pare?» «Mmm! Siii!» J. entonces se bajó un poco el slip y yo me coloqué encima de él con cuidado.

Estaba tan húmeda que entró casi del tirón, y fue como un orgasmo instantáneo. Los dos no podíamos parar de gemir, mientras empezábamos a movernos encima de la silla.

Apoyando mis pies en el suelo, saltaba encima de J. mientras lo miraba con los ojos más lascivos que podía poner.

El ritmo aumentaba rápidamente, era tal el placer que queríamos más, más deprisa, más profundo.

Pero de repente J. me hizo parar y me susurró «No te gustaría probar otra postura?

Tu favorita, por ejemplo?» Ya sabía a qué se refería, se lo había comentado muchas veces.

No había nada que me diera más morbo que hacerlo encima de una mesa.

Así que me incorporé y me senté encima de la mesa del propio J., apartando el teclado y el ratón. Le miré sonriente mientras se levantaba de la silla y se acercaba a mí.

J. me colocó sentada justo al borde de la mesa, y yo me incliné hacia atrás. Me separó bien las piernas y me penetró, primero con dulzura, poco a poco, rozando apenas los labios con la punta.

Aquello me excitaba aún más, gemía suspiraba y me entraban ganas casi de gritar.

Luego fue entrando más, gradualmente, metiéndola y sacándola poco a poco, temblando de placer.

Así, hasta que entró del todo, penetrando hasta el fondo, con un gemido, para luego sacarla de nuevo y empezar con un ritmo desenfrenado.

No podía más. No dejaba de gemir, ya casi gritando sin control.

Me incorporé y le cogí de las caderas, apretándolo contra mí, siguiendo con el mismo ritmo salvaje hasta que se corrió, temblando, gimiendo, dentro de mí.

Volví a tumbarme hacía atrás, y esta vez J. se dejó caer sobre mí, exhausto.

Estuvimos unos minutos en esta postura, recuperando el aliento y saboreando las sensaciones placenteras después de un polvo tan increíble.

«Bueno… mejor que nadie nos pille así!»

Después de limpiarnos un poco en el baño y vestirnos, recogimos las cosas, cerramos la oficina y bajamos en el ascensor.

J. me miraba con una sonrisa sátira

– Mira que eres -dijo- yo ahí jugando tranquilamente, vienes y me follas!

– Claro… -contesté-. Aún me sorprende que no hayas mostrado resistencia.

– Bueno, tranquila, ya lo haré… la próxima vez.

– Pues ya sabes… cuando quieras!