Celos ardientes II

Allí estábamos con mi hermana Zeni, en lo más alto del moderno edificio, en medio del murmullo quedó de ese restaurante maravilloso bebiendo nuestro aperitivo con ese aire un poco relajado y algo despreciativo con el resto del mundo en el que a veces parecemos vivir las mujeres de éxito.

Sin embargo, no era comodidad las palabras para describir mi estado de ánimo.

Ansiedad habría sido más acertado, ansiedad y expectativa.

Porque yo sola me había metido en esta especie de desafío erótico de un final tan incierto como peligroso.

Era así, porque todo lo habíamos elaborado Sergio y yo dejándonos llevar por un torbellino de pasión desatada precipitándonos en una fantasía que luego nos pareció imperativo hacer realidad.

Pero en este momento comenzaba a darme cuenta la distancia sideral que existe entre un deseo que tu elaboras y cuidas en medio de los ardorosos encuentros íntimos con un amante imaginativo como Sergio y la realidad de tener, ahí frente a mí, a quien anhelas incorporar a tus juegos de alcoba.

En medio de mis encendidos insomnios, abrasada por el deseo, en la íntima soledad de mi cuarto, el encuentro con mi hermana me parecía subyugante y tentador, imaginaba las frases que le diría para convencerla a participar con nosotros en nuestro amor prohibido y con ese pensamiento me encendía más yo misma y anhelaba concretar el encuentro con ella lo antes posible, segura de mi éxito.

Un contraste sin duda descomunal con lo que estaba sucediendo en ese restaurante donde Zeni lucía frente a mi con la misma naturalidad algo reservada de siempre, sin que me diera oportunidad alguna de siquiera acercarme a la mente de esta mujer hermosa.

Hermosa. Porque sea que nunca la había mirado con detenimiento o sea porque en mis fantasías comencé a encontrarla hermosa, la verdad era que Zeni desde que entramos al restaurante, parecía tocada por una transformación que la había convertido de mujer apagada y sencilla, en una hembra ahora casi provocativa en su manera de hablar, de reír, de mostrarse y de caminar.

Fue bajo esta manera de verla, que después de un corto silencio mío ella me dijo.

Vamos… Horte… cuéntame de Sergio.. ¿Aun ocupa el centro de tu vida?

Su pregunta me sorprendió.

No porque no pudiera responderla ya que podría hablar semanas de mi relación con Sergio, sino porque Zeni jamás había demostrado el menor interés por el asunto ya que para ella los asuntos de amor parecían ocupar francamente una preocupación secundaria.

Pero ahí, en ese imperceptible brillo de sus ojos, vi una naciente curiosidad que era la única rama de la cual podía colgarme para acercarme a ella con mi propuesta descabellada.

Y entonces sin poder contenerme me escuché hablar sin mayores preámbulos.

Le dije que ahora mi relación con Sergio había entrado a una etapa maravillosa. Esa etapa en la que entran los amantes maduros.

Los amantes que sienten que no tienen vuelta atrás, cuando los prejuicios y los tabúes quedan en el pasado, cuando entran desnudos y de la mano en un mundo paralelo al real en que todo es posible y en que ambos están dispuestos a romper con las negativas y llenan su vida de un sí permanente.

Los ojos de Zeni mostraban ahora una curiosidad casi desmedida y aunque no pronunciaba palabra, toda su actitud me daba a entender lo que lo único que deseaba era seguir escuchándome.

Alentada por esa curiosidad cómplice me aventuré a entrar en detalles de mis encuentros amorosos de los sábados con Sergio.

Le conté que todas las semanas nos encontrábamos a cenar en el mismo restaurante frente a la playa que ella también conoce.

Le conté como desde el día miércoles ya mi cuerpo comenzaba a experimentar los efectos de una ansiedad precursora del abrazo amoroso.

Le dije detalladamente cómo era que yo podía aliviar la espera tratando de calmar mi cuerpo con caricias audaces que nunca había contado a nadie y que nunca había visto descritas.

Le conté cómo era que el sábado en la mañana, en la intimidad de mi cuarto de baño, preparaba mi cuerpo para hacerlo lo más seductor y embriagante que pudiese y como seleccionaba amorosamente cada una de las prendas íntimas que vestiría, disfrutando de solo pensar en el momento en que Sergio habría de sacármelas.

Zeni de vez en cuando dirigía su mirada hacia alguna de las personas que estaban en nuestra cercanía como si temiera que alguien estuviese escuchando lo que yo le contaba, porque al parecer quería ser ella la única destinataria de tan íntima confesión.

Ahora yo estaba alentada a seguir proporcionándole a esa mujer casi encendida,
los mejores detalles de mi vida erótica, porque ahora realmente quería compartirlos con ella y porque el mismo hecho de narrárselos, me estaba encendiendo a mi de tal modo que ahora disfrutaba en forma íntima de cada cosa que le decía.

Entonces le conté cómo era que, a veces, en ese restaurante junto a la playa almorzábamos en un pequeño comedor reservado tan solo para nosotros y como era que al calor de la charla y del vino, nos encendíamos de tal modo que poniéndonos de pie nos entregábamos a caricias diabólicas y que en medio de esa vorágine pasional algunas veces Sergio me había sostenido afirmada en la pared, y deslizando mis calzones me había hecho el amor en esa posición, con tal intensidad que no nos importaba que pudieran sorprendernos, sino que muy por el contrario, esa situación peligrosa parecía encendernos más ya que algunos de mis mejores orgasmos creía yo haberlos encontrado en situaciones como esa.

Recordando esas situaciones yo estaba francamente excitada y podría haber asegurado que era evidente que Zeni también lo estaba, aunque ella nada me dijera al respecto, pero yo como mujer sabía que ella seguramente estaba apretando sus rodillas bajo la mesa, seguramente rozando sus muslos tibios y seguramente también los latidos internos de su sexo habrían de estar trastornando todas sus sensaciones corporales. Si así no fuese, ella, con su carácter, habría sabido hacer que yo detuviese mi relato en cualquier momento. Pero no lo hizo.

Entonces, súbitamente, Zeni pidió la cuenta y me dijo que nos marcháramos.

Caminando tras ella por el pasillo que conducía al ascensor pude darme cuenta que, o bien esta mujer había cambiado drásticamente en los años recientes, o yo, sumergida en mi egocentrismo habitual no había reparado en la manera sensacional que esta hembra tenía de caminar.

Era algo casi imperceptible que pudiera quizás pasar inadvertido para un hombre pero no para otra mujer.

La verdad es que Zeni poseía un trasero casi perfecto, que ahora podía lucir ante mí de forma casi descarada en atención a su vestido ceñido.

Pero no era la forma de su anatomía lo más atractivo, sino el movimiento que ella le imprimía.

Era un movimiento natural, era un pequeño balanceo en que cada una de sus nalgas describía un movimiento independiente de sube y baja que sin duda ella habría de percibir como un roce endiablado bajo sus pequeños calzones apenas insinuados y que me hacían mantener la vista fija en ella deseando que el pasillo hacia el ascensor no terminase nunca.

Yo sentía mi trasero torpe y descomunal ante la gracia del suyo que me tenía subyugada.

Habíamos llegado a la hermosa avenida donde los edificios en altura dejaban entre sí pequeños y sombreados parques.

Zeni parecía estar muy segura del lugar hacia donde nos dirigíamos y yo simplemente me dejaba guiar.

Era una tarde calurosa y caminábamos lentamente y en silencio.

Ya no podía caminar tras ella porque habría sido evidente que la miraba promiscuamente y yo no quería romper groseramente el ambiente delicioso íntimo y caliente de nuestra conversación en el restaurante.

Nos detuvimos frente a un cine y decidimos entrar, no porque la película fuese atrayente, sino porque nos motivaba mas el aire acondicionado del local. Así acortaríamos la tarde.

La cinta ya se estaba proyectando y como siempre he tenido dificultad para adaptarme a la penumbra le pedí a Zeni que me tomara de la mano para guiarme a las acomodaciones.

Me extrañó que Zeni tuviese su mano tan fría, haciendo un contraste evidente con la calidez casi exagerada de la mía.

Lo que me sorprendió gratamente fue que Zeni no soltara mi mano cuando estuvimos sentadas y al parecer tratábamos de introducirnos en la trama de la película.

Ella aceptó todas las formas como yo acariciaba su mano de modo que a los pocos minutos yo abandoné todo intento de controlar mis acciones y simplemente dejé que mi temperamento fluyera natural, espontáneo y arrebatador y entonces se la acariciaba francamente en un juego que en la penumbra y el silencio nos fue llevando a caricias aun más explícitas.

Estábamos encontrando, en ese aparte construido por las dos, una forma de comunicación que jamás habíamos encontrado con palabras.

Su mano se posó con seguridad en mi rodilla y avanzó sin dificultad por mi muslo que lucía muy descubierto por lo precario de mi falda.

Sus caricias desencadenaban en mí unas sensaciones de magnitud y sentido desconocido. Era la primera vez que me acariciaba una mujer y esa mujer era mi hermana Zeni.

Yo estaba encendida, ardiendo, quemándome en una hoguera que yo misma había encendido.

Como de costumbre parecía estar siendo víctima de mi propio tratamiento pues ahora estaba rodando ya casi sin control por el tobogán de una pasión extraña, aquí en medio del cine, con esa sensación de peligrosidad que había experimentado otras veces y cuya narración parecía haber encendido a Zeni.

Fue entonces cuando mi mano, casi como para aliviarme, buscó sin disimulo uno de mis pechos y comencé a apretar mi pezón dilatado y ardiente casi hasta producirme dolor.

Extraña caricia con la cual quería calmar mi deseo encendido al máximo.

Pude ver que Zeni me estaba observando en forma disimulada y sin pudor alguno, aprovechando que no había nadie cerca, liberó uno de sus pechos para imitar lo que yo hacía.

El hecho que ambas estuviésemos quemándonos en la misma hoguera me descontroló..

Era un pecho sensacional, parecía blanco en la penumbra, mostrando ese pezón oscuro, casi desproporcionado, dilatado, insolente, apuntando ligeramente adelante y arriba, porque Zeni se sabia recostado un poco como sumergiéndose en la butaca.

Ella sostenía el pecho desde su base, como ofreciéndomelo ya no pude separar la visita de esa maravilla.

Ya era inevitable lo que nos estaba pasando.

Así me fui inclinando lentamente hacia ella, con mi boca anhelante, con mis labios buscadores con mi aliento caliente y cuando tuve esa maravilla entre mi lengua y mi paladar sentí en mi vientre una descarga que no me hizo gritar porque me contuve, mientras sentía su mano buscándome entre mis piernas y a través de la fina tela de mi prenda le pude entregar cada detalle de ese orgasmo monumental que suponía estábamos compartiendo.

Pero no era una suposición por cuanto Zeni, ahora con una voz confidente me decía.

Ha de ser así como sientes con Sergio, Verdad?

Ya no tendría ningún tipo de celos

Solamente faltaba hacerlo. Y yo sabía que habría de ser maravilloso.