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El violento deseo de la tarde

Esas tardes en que yo se los entregaba en cada momento, en cada rincón, cuando aprendió a mamarlos con delicadeza, a veces, y con furia otras, en que me sentí amamantando a un animal joven, hambriento y mío y en que los dos nos dejábamos llevar por este juego diabólico que nos llenaba cada día de un deseo creciente.

Celos ardientes II

Ella aceptó todas las formas como yo acariciaba su mano de modo que a los pocos minutos yo abandoné todo intento de controlar mis acciones y simplemente dejé que mi temperamento fluyera natural, espontáneo y arrebatador y entonces se la acariciaba francamente en un juego que en la penumbra y el silencio nos fue llevando a caricias aun más explícitas.

Celos ardientes I

El solo hecho que lo hubiese planteado ocasionó en mi un estado evidente de excitación que no pude controlar, como si su pregunta obrara el milagro de traer a la realidad un encanto que hasta ahora habíamos mantenido en el secreto caliente de nuestro abrazo amoroso.

Sexualidad personal

Ahora sabía yo también lo que era sentirse rodar libremente por la hierba, dejar que las hojas tapizaran mi cuerpo desnudo, extenderme de las formas más grotescas para facilitar que el rocío empapara mi pelo, mojara mis pechos duros fríos por fuera y ardientes por dentro como ardía todo mi cuerpo conteniendo el fuego que se estaba generando en su caldera.

Endiablada

Pero cuando pienso en lo que hemos vivido con Marcela, encuentro que lo más excitante y cautivador, mas que lo que hacíamos era lo que nos adivinábamos, porque eso podía excitarnos hasta el éxtasis.

Soledades

Me dejé llevar por la alegría de las copas, me dejé arrebatar por la mirada picara de sus ojos celestes, me dejé arrebatar por sus palabras envolventes, sobre un tema que no recuerdo, porque solamente me interesaba escuchar el sonido de su voz y mirar sus labios semi abiertos y a veces húmedos.

Todo cambia al volver IV

Ahora yo disfrutaba plenamente mi relato, de modo que con placer casi morboso le conté el momento en que montada sobre Pipo había metido la cabeza de su miembro en mi haciéndolo avanzar hasta mis profundidades hirvientes mientras el se quejaba invadido   de ese placer tanto tiempo esperado.

Todo cambia al volver I

Su bulto estaba allí a cincuenta centímetros de mis ojos. la tela del slip parecía estar tensada al máximo, entonces con movimientos casi automáticos de mis manos, deslice la prenda para liberar el tesoro que la noche anterior había tenido entre mis nalgas.

Una tarde de primavera

El pasillo que conducía al único cuarto de baño de la casa, era en realidad una larga galería a un costado de la cual se encontraban los cuartos y por el lado opuesto un inmenso ventanal continuo formado por una infinidad de vidrios rectangulares que permitían que la galería fuese inundada por la luz.