Beatriz I

Soy una mujer argentina, para ustedes me llamo Beatriz, adicta al sexo, me cuesta pasar más de 48 hs. sin coger, necesito el orgasmo más que el agua.

Esto me pasa desde mi adolescencia, cuando descubrí el sexo.

A esa edad, colegio religioso mediante, el cuerpo era pecado, las monjas nos enseñaban eso. Pero nosotras en nuestra intimidad sabíamos que no era así.

Me gustaba tocarme la concha y las tetitas que apenas se insinuaban; cuando lo comentaba con mis compañeras me contaban que a ellas les pasaba igual.

A la edad de ir a reuniones con chicos encontré que me atraían demasiado. Bailar (a fines de la década del 50, tengo 54 años) era una experiencia excitante.

A veces el chico con quien bailaba se acercaba demasiado y sentía su bulto contra mi cuerpo.

¡Las veces que me fui al baño a meterme los dedos en la concha hasta sentir ese placer que luego supe que se llamaba orgasmo!. No me animaba a más por mi educación y mis prejuicios.

La hago corta: perdí mi virginidad en un auto, no me resultó nada sensacional, él se había puesto un forro y ni lo sentí acabar. Después hubo varios, algunos peores y otros mejores.

Pasó el tiempo y empecé a coger con mi novio de la facultad al que no le importó demasiado que ya no fuera virgen.

Con ese estuve muchos años casada y tuve hijos.

Cada tanto él lograba que yo tuviera un orgasmo, también era adicto al sexo, pero sólo pensaba en su placer.

Se la chupaba lo mejor que podía, practicamos todas las poses del kamasutra, siempre era igual: yo terminaba en el baño pajeándome como loca hasta gozar sola.

Al final me divorcié; al poco tiempo empecé a conocer el placer de verdad.

A las divorciadas todos se les tiran encima.

Tuve muchas proposiciones, pero era bastante boluda, pensaba en mis hijos, en la sociedad, en el pecado.

Hasta que apareció un colega que me ganó con su ternura, creo que me enamoré, ¡Qué boluda! y que a él le pasó igual, andaba muy necesitada del cariño que mi ex marido nunca me dio.

Él era tímido y yo boluda, lo conocía de antes y nunca se me había ocurrido una relación con él; me invitaba a cenar o a tomar un café y charlábamos de nuestras desventuras.

Él, llamémosle Leandro, seguía todos los pasos ortodoxos de los sesenta, yo todavía pensaba que la mujer no debe tomar ninguna iniciativa; primero me tocó la mano, luego me la tomó fuerte, más tarde besos prudentes en el auto, y, al fin besos de lengua muy apasionados y algunas caricias más audaces, todo con la ropa de por medio.

Así fue que una tarde lo fui a buscar a su consultorio, era tan antiguo que usaba guardapolvo, se lo quitó y me abrazó, empezamos a besarnos con toda la pasión posible, las caricias se hicieron más audaces, yo ni loca me iba a atrever a tocarle la pija, pero lo apretaba para sentirla bien parada contra mi vientre, se animó a quitarme el saco y tocarme las tetas por arriba de mi blusa, luego empezó a desprender botones y meter la mano dentro de mi corpiño, sabía que ya lo tenía.

Yo llevaba bastante tiempo sin coger, y mi concha estaba totalmente mojada, pero no me atrevía a acelerar las cosas, lo dejé hacer a su ritmo, me sacó la blusa y me desprendió el corpiño hasta quitarlo, pensé que se iba a desilusionar con mis tetas chicas, blandas y caídas de tanto amamantar, pero no, me las empezó a chupar como si fueran las mejores.

Buscó con paciencia los botones y cierres de mi pollera, encontró y abrió hasta que la prenda cayó al suelo, quedé con zapatos, panty y bombacha.

Aquí volvieron mis dudas, usaba medias especiales para sostener las carnes que pugnaban por caerse, estas medias hacían que mi culo, grande, apareciera más formado y apetecible de lo que en realidad era.

Temía que al sacármelas Leandro no me deseara más.

¡Qué poco sabía de los hombres!, un tipo maduro, enamorado y caliente, sólo quiere tocar carne y encontrar el agujero de su placer.

Así lo hizo Leandro, a su modo, me desvistió entera, me acarició suavemente, luego se desvistió él y me llevó a la camilla del consultorio.

Paso a paso me estimuló, me hizo acabar dos veces a mano, después metió su verga en mi concha que ya clamaba por esa barra de carne dura y masculina, una pija bastante normal en cuanto a dimensiones, pero yo la necesitaba con un hombre encima, me sentí llena de lo que quería, tuve dos orgasmos más, cosa desconocida para mí, acabar cuatro veces no me había pasado nunca con mi ex marido.

De mis relaciones sexuales con mi ex les voy a contar en otra oportunidad, no porque hayan sido muy placenteras, sino para prevenir a algunas mujeres y que no les suceda lo que me pasó a mí

Luego cogimos tres o cuatro veces más con Leandro, esta vez en telos, todo parecido a la primera vez.

En la última me animé a chuparle la pija, creo que no le gustó mucho porque no quiso acabarme en la boca, tampoco se atrevió a chuparme la concha.

Era muy bueno Leandro, pero yo necesitaba más.

Y lo iba a tener.

De cómo lo tuve se tratarán mis relatos siguientes.