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Rosa III: Elena

Rosa III: Elena

Mientras me preparaba para salir, no dejaba de pensar.

Yo era una mujer liberal, siempre me había tenido por ello, pero mi matrimonio con Luis había resultado muy bien, y como consecuencia de ello, las aventuras amorosas habían desaparecido de mi vida hacía algunos años.

Con Luis, el sexo era fácil, aunque nunca habíamos traspasado los límites de lo convencional.

No me lo había pedido, y yo tampoco había dado nunca el primer paso en ese aspecto.

Pero ahora, las cosas habían cambiado de modo sustancial, había descubierto en mí algo desconocido hasta entonces, que me atraía fatalmente, que estaba dispuesta a explorar hasta donde fuera preciso.

Paula, ya me había avisado que ahora las cosas las vería distintas, de que donde antes no veía, ahora vería, pero no había querido ser más explícita, y yo había decidido dejarme llevar por ella sin dudar. La experiencia de las últimas 24 horas la avalaba.

Me encantan los trajes de chaqueta con la falda cortita, y elegí uno color teja de lino que me sentaba de maravilla, que combinaba a la perfección con la blusa de seda blanca que había preparado ya.

Y me había esmerado con la ropa interior, el conjunto negro de encaje era un regalo de Luis y ya se sabe que la ropa interior regalada por los hombres es siempre provocativa, deliciosamente provocativa.

Decidí ir caminando hasta la cafetería en la que había quedado con Paula, pues no estaba lejos de casa.

Las miradas de los hombres caían sobre mí sin disimulo, estaba muy acostumbrada a ello, pero, porqué me parecía que no solo eran las de los hombres?

También estaba acostumbrada a que las mujeres me repasaran con la mirada, pero de otra forma, no sabía explicarlo, pero algunas de las miradas me ponían nerviosa, me provocaban.

Sin darle demasiada importancia, continué con paso firme hacia la cafetería, y en 5 minutos había llegado, y saludaba al grupo de amigas con las que solíamos reunirnos para tomar el aperitivo.

Al saludarlas, me di cuenta que no solo parecía que el mundo me miraba de modo distinto, yo también lo miraba de modo distinto al mundo.

Nunca me había dado cuenta de lo adorables que eran mis amigas, y no me refiero solo a la forma de ser, sino a lo deseables que las encontraba.

Todas andaban mas o menos rondando los 30, y estaban para comérselas, guapas y sonrientes.

Me preguntaba si alguna de ellas habría probado las mieles de una mujer, y decidí poner en práctica los consejos de Paula. Iba a provocar un poco, a ver si alguien respondía.

Con disimulo, abrí un par de botones de la blusa, y me preocupé de que mi chaqueta se mantuviese abierta.

No tardé en darme cuenta de que Elena había acusado la acción, y casi solo miraba hacia mi pecho.

Cuando levantaba la cabeza, me miraba a los ojos con curiosidad, con mirada interrogante, y volvía a clavar su mirada en mi pecho, que empezaba a agitarse inquieto.

Elena cambió de posición de modo imperceptible, pero lo suficiente para que sus piernas abiertas ligeramente, me mostrasen el color del tanga que llevaba, y mientras yo miraba con deseo, ella, segura ya de lo que se venía preguntando hacía un rato, me invitaba a acompañarla al aseo un momento.

Salimos hacia allí, y noté una sonrisa cómplice de Paula, no se había perdido ni un gesto ni una mirada.

Al entrar al servicio, la única mujer que había dentro salía en ese momento, y Elena, cogiéndome de la mano, se apoyó en la puerta de modo que si alguien intentaba entrar, no nos pudiese sorprender.

Sin más preámbulo, me abrazó fuerte, apretando los pechos contra mí y me ofreció sus labios. Su boca era preciosa, y con los ojos semicerrados, la tomé.

De inmediato, nuestras lenguas se encontraron, y la descarga eléctrica, me recorrió de nuevo la espina dorsal.

Nuestros labios no dejaban de apresarse entre sí, y Elena, sin más, me dijo, “vamos!” y guiándome hacia fuera, me hizo salir de la cafetería por la puerta lateral, y me metió en su coche, mientras llamaba a Paula por teléfono para decirle que tenía que ir urgentemente a casa, que había surgido un problema y que la iba a acompañar yo, que nos disculpase frente al resto (imagino la sonrisa irónica de Paula al oírla).

Mientras conducía, su mano iba sobre mis piernas, explorando mis muslos, y me reprochaba el no haber nunca respondido a sus insinuaciones, insinuaciones que yo no había ni percibido, pero a la vez que me hacía los reproches, su mano me adoraba, me transmitía la pasión contenida, y yo estaba ya excitadísima, no veía el momento de encontrarme a solas con ella.

Aparcó el coche en el garaje de su casa, y se volvió hacia mí a besarme de nuevo, a acariciarme con sus labios que prometían dichas maravillosas en el momento inmediato.

Entramos en su casa y casi corriendo, fuimos a su dormitorio, dejando por el camino zapatos y chaquetas, temblando de excitación.

Una vez dentro, comenzó a desnudarme y me besaba con fruición cada trozo de cuerpo que descubría.

No llevaba pantys, pues el color natural de mi moreno era ya de por si súper atractivo, y al bajarme la falda, recorrió con sus labios mis muslos, haciéndome estremecer a su contacto.

Al quitarme el sujetador, sus besos se dirigieron hacia mi pecho, y mis pezones, todavía se endurecieron un poco más, me dolían de excitación…

Finalmente, cuando me vio desnuda, se quedó quieta delante de mí, invitándome a que la quitase su ropa, labor a la que me dediqué de mil amores.

La rodeé con mis brazos desde atrás, acariciando su pecho y frotándolo con fuerza.

Tomé el suéter con mis manos, y lentamente lo deslicé hacia arriba, besando su nuca mientras tanto y mordisqueando sus lóbulos.

Una vez quitada la prenda, me apreté contra ella, frotando mis pechos contra su espalda desnuda, e insistiendo en mis besos en la nuca, porque me había dado cuenta de que era algo que le producía un placer intenso.

Ya mis caderas habían comenzado a moverse anunciando momentos de intensa sensualidad.

Le bajé la falda y el tanga sin miramientos, y añadí al contacto de mi pecho contra su espalda, el frote de mi sexo contra sus nalgas.

Mis manos, no paraban de acariciar sus pezones, y mis labios se extasiaban en su nuca, ummmmmmmmm, era delicioso.

Elena se volvió hacia mí, y de la mano, me llevó hacia la cama, y suavemente, me tumbó en ella boca abajo.

De inmediato, se untó el pecho con aceite y comenzó un masaje en mi espalda.

No se como había podido vivir yo tantos años sin imaginar siquiera las delicias del pecho femenino, la suavidad de sus labios.

Cada vez que sus pechos recorrían mi espalda, un gemido salía de mis labios.

En una de las veces, siguió hacia abajo, y sin interrupción, noté su boca en mis nalgas, descendiendo hacia los muslos con suavidad.

Se detuvo en mi ano, y lo mojó con su lengua, comenzando un masaje alrededor del mismo mientras con sus manos apartaba las nalgas para favorecer el masaje.

Los escalofríos me recorrían sin cesar ante esa nueva sensación, y cuando la punta de la lengua empujaba con suavidad pero con firmeza mi esfínter, mi primer orgasmo llegó de inmediato, acompañado de abundante secreción de jugos, no recordaba haber mojado tanto nunca.

Eso, excitó aún más a Elena, que me volteó rápido, y se colocó encima de mi, besando mi boca y frotando nuestros pechos y nuestras vulvas.

Sus movimientos eran expertos, sensuales como no había visto nada anteriormente, y ahora ella me mordía el cuello sin piedad, seguro que dejándome marcas que en su momento debería explicar, pero que ahora no me importaban para nada, tal era el estado en que me encontraba.

Se dio la vuelta, y empezó a lamer mi sexo mientras me ofrecía el suyo latiendo muy próximo a mi boca.

Sin dudarlo, acepté el regalo, y dirigí mis labios a su clítoris, que se ofrecía grande y con color intenso.

Lo tomé entre mis labios y succionaba con ansia, acariciándolo en círculos con la punta de mi lengua.

Ella se retorcía de placer, pero no por ello dejaba de acariciarme con su lengua en mi sexo, llenando con ella mi vagina que se contraía en cada roce.

Yo empecé a imitarla, y cuando mi lengua penetró en su vagina, no pudo reprimir un grito de placer, y empezó a mover sus caderas sin control.

El orgasmo fue apoteósico, ella gritaba como loca, y eso me excitaba a mí todavía más si cabe, y hundía mi lengua en sus profundidades cada vez con más ímpetu, a la vez que notaba que mi orgasmo se acercaba por momentos, imparable.

La arañé sin darme ni cuenta, el placer que sentía se imponía a cualquier otro sentimiento, y me impelía a devolvérselo no parando en mis caricias, a pesar de que sus movimientos incontrolados lo hacía difícil, pero si un momento mi boca perdía contacto con su vulva, ella de inmediato los volvía a juntar, y el placer del reencuentro, compensaba el instante de separación.

Las dos gozamos hasta la extenuación, y poco a poco el ritmo de nuestras caricias fue disminuyendo hasta quedar una en brazos de la otra con los ojos llenos de lágrimas…

Elena me contaba lo que me había deseado, como sus insinuaciones eran sistemáticamente rechazadas, y cómo había llegado a perder la esperanza de un día tenerme en sus brazos y estar en los míos.

Yo la miraba con ternura, era preciosa!!!

Su cabello era negro azabache, le llegaba a la altura de los hombros, y enmarcaba una cara de belleza latina de ojos también negros y grandes, que le daban a su mirada un aire de ingenuidad que contrastaba con la malicia que su sonrisa pícara transmitía desde esa boca grande y sensual de labios carnosos tan de moda en los últimos años.

Debía de usar una talla de sujetador muy aproximada a la mía (yo uso una 95) y su pecho, de firmeza innegable y envidiable, tenía ese tamaño justo del pecho grande pero no excesivo, que permite lucirlo sin sujetador sin problemas.

Y ella claramente lo hacía, porque estaba moreno, sin marca de top en su piel morena y suave. Los pezones eran de tamaño mediano, de forma tirando a cuadrada y con aureola grande de color café. Aún estaban duros, como consecuencia de la excitación pasada, y provocaban de modo inconsciente por su belleza.

El cuerpo delataba ese gimnasio de años, bien formado y duro, con curvas suaves pero evidentes y sin rastro de grasa que comprometiera el resultado de cualquier examen visual.

El vello púbico estaba cuidadosamente rasurado, formando un triángulo perfecto que se escondería sin problemas ante cualquier tanga por minúsculo que fuese.

Ese vello, adornaba un monte sugerente, que daba paso a una vulva delicada de labios bien definidos y con delicioso olor a sexo.

El clítoris no era ahora apenas perceptible, en contraste con el tamaño de minutos antes, en el que mostraba su capuchón un tamaño más que respetable.

La marca que el moreno mostraba en esta parte de su cuerpo, dejaba claro por un lado el color moreno natural de su piel, y por otro el minúsculo tamaño del tanga con el que mi preciosa Elena tomaba el sol.

Las piernas largas y bien torneadas, cuidadas con mimo evidente, acababan en unos pies pequeños y deliciosos, sin durezas ni deformidades, que me hacían pensar la delicia que sería una caricia con ellos.

Adoraba la visión que tenía de Elena en este momento, nunca había percibido la sensualidad que transpiraba, aunque si que sabía que era una mujer cañón, pero era como si la mirase por primera vez.

Elena, amor mío, no te despreciaba, solo no me daba cuenta de nada, pero tengo que confesarte que si lo hubiese hecho, me hubiese escandalizado.

Pero Rosa, no me veías que te quería? Que te deseaba cada momento que estabas a mi lado…

Elena, hasta ayer no he tenido ojos para ninguna mujer, tuvo que pasar algo algo muy especial para que se me abriesen.

Pero entonces, soy tu primera experiencia?

No, la segunda, pero te aseguro que he sido feliz contigo, tendremos que repetir de vez en cuando (mientras decía eso, no podía evitar sonreírme del descaro con el que había afrontado esta etapa de mi vida)

Me reservarás un lugar preferente en tus citas?

Como respuesta, con la punta del pie, acaricié su vulva con suavidad. Ella, sonriendo, se acomodó con un pequeño ronroneo y cerró los ojos, concentrándose para sentir al máximo.

Mi dedo pulgar del pie exploraba entre sus labios, y por sus gemidos sabía si me alejaba o me acercaba a sus puntos más sensibles.

La yema se había acomodado ahora entre la unión de sus labios menores, y bien lubricada con sus jugos, presionaba rítmicamente su clítoris, que de nuevo se mostraba en todo su tamaño.

El otro pie, acariciaba de arriba abajo la entrada de la vagina, deslizando sin problemas entre sus bien lubricados labios.

Elena se estremecía con las caricias, y sus caderas se movían lentamente mientras se mordía los labios y sus rodillas subían y bajaban lenta y rítmicamente.

Su abdomen empezó a contraerse a la vez que la respiración se entrecortaba y sus gemidos subían de intensidad, parecía que lloraba de dolor, aunque sus labios inflamados y el color de su cara desmentían ese dolor e indicaban el placer que la invadía por momentos.

Se mantuvo así durante un buen rato, yo la miraba con ternura infinita, imaginando como se sentía, y cuando ella abrió los ojos y me miró con dulzura, acerqué mis labios a los suyos y la besé mansamente.

Mientras tanto, no podía dejar de mover mis piernas, de frotar mis muslos uno contra otro, en una espera deliciosa de lo que estaba segura seguiría.

Elena se acomodó a mi lado, y mientras con una mano abría mis labios vaginales, con la otra acariciaba el clítoris y masajeaba a su alrededor, mientras que con sus piernas aprisionaba uno de mis muslos y lo frotaba con suavidad.

Como antes le había pasado a ella, mi orgasmo empezó lento, recorriendo mi cuerpo desde mis muslos hacia arriba, inundando mi vientre y mi pecho de un placer inigualable, y alargándose lo indecible.

Las lágrimas asomaban a mis ojos humedeciéndolos pero ellos solo mostraban felicidad a pesar de las lágrimas haberlos inundado.

Mientras duró, solo gemía bajito, encontrando un placer adicional en tales gemidos, que se apagaron dulcemente junto a las contracciones que me recorrían.

Nos quedamos abrazadas sin hablar, y yo pensaba que hacía menos de 24 horas era una heterosexual absoluta, y en ese momento, me había acostado ya con dos de mis mejores amigas, había tenido un montón de orgasmos maravillosos, en cierto modo los mejores de mi vida, y lo que era peor, me sentía en los primeros balbuceos de mi bisexualidad, de la que esperaba montones de sensaciones nuevas por descubrir.

Todos estos pensamientos, me hacían sonreírme para mi…

Continuará…

Continúa la serie << Rosa II: Comienza una nueva vida

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