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Historia de un viaje que nunca tuvo lugar

Los kilómetros se deslizaban velozmente, el paisaje de la meseta presentaba las interminables, hipnóticas, hileras de los viñedos.

Aquí y allá, alguna pequeña torre de campanario sobre el horizonte, dejaba entrever la presencia de alguna aldea.

El cristal de la ventanilla le devolvía tenuemente su propia imagen.

Ella, sola en el departamento desde que la pareja de ancianos se despidiera amablemente en la estación anterior, saca otro cigarrillo y lo enciende nerviosamente.

Fuma casi con desesperación, las manos agitadas no encuentran reposo, cambiando entre la revista que reposa a su lado y el pequeño libro que, inútilmente ha llevado a los ojos, como si una agitación interior incontrolable la tuviera sumida en una extrema tensión.

Cambia el paisaje y va cayendo la noche lentamente, el departamento del vagón se llena de penumbras que parecen complacer el ánimo de la pasajera. El cristal le repite su propia mirada más claramente cada vez que se dirige a ella misma.

El gris oscuro de sus ojos se confunde con la luz del exterior y le trae evocaciones de solo cuatro días atrás.

Cuando se sentó frente al ordenador y abrió el correo la sorprendió el único mail que se encontraba en la bandeja de entrada. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de su amiga virtual y, después de los últimos mensajes, llegó a pensar que la conexión se había roto para siempre.

Se habían conocido a través de la Red, de una manera casual, y nunca supieron en qué momento traspasaron la frontera de la amistad para amarse fieramente y sin esperanza. La historia había desembocado en una relación dolorosa que a ambas las hacia sufrir, pero sobre todo a su amiga. Así que, al ver el correo, su corazón empezó a galopar, la mano derecha inmóvil sobre el ratón y la mirada fija en el remitente y el asunto del mensaje: Nora…………Te espero.

El mensaje era muy corto, apenas unas pocas palabras “Necesito verte, por favor, cariño. Ven, aunque sea un solo día. Te espero.” acompañada de una dirección de lo que parecía una cafetería en una ciudad muy lejana, una fecha y una hora de cinco días más adelante. Después de lo que había pasado Nora a causa de la traición de ese miserable malnacido, la urgencia, la angustia de ese mensaje la llenó de temor y de rabia.

La mirada del cristal parece interrogarla sobre el sentido de ese viaje. La inquietud, el desasosiego, el temor y, al mismo tiempo, un río de ilusión son las contradictorias respuestas.

Ella todavía se pregunta cuándo tomó la decisión de acudir a la llamada de Nora, sabiendo que esa llamada respondía a una necesidad sentida por las dos desde hacía tiempo.

Cuando empezó a forjarse el plan que justificara el viaje a los ojos de su íntima amiga, su amiga especial: Eli, y de su reciente pareja, Arturo. No puede precisar cuando decidió traicionar sus confianzas y sus amores, porque se trataba de una traición, los ojos grises oscuro del cristal se lo decían claramente.

Todavía con los billetes del tren en una mano y la pequeña maleta en la otra, no se decide a subir los tres peldaños del vagón. Sabe que si lo hace todo estará decidido, no habrá marcha atrás.

Un golpe en el corazón y casi de un salto se encarama al tren que acaba de iniciar la marcha. Su respiración es agitada, se pasa la mano por la frente, como queriendo ahuyentar algún fantasma interior. En el departamento una pareja de ancianos la distraen con su amable conversación durante las primeras horas de viaje, a pesar de que ella les responde con sonrisas llenas de angustia y de tristeza.

Después, las horas pasadas en soledad han vuelto a llenarla de dudas, de inseguridad y de inquietud.

El cenicero lleno de colillas de cigarrillos a medio consumir y el ambiente cargado de humo, hacen que se sienta mareada. Sale al pasillo por primera vez desde hace muchas horas.

-Me sienta bien estirar las piernas- piensa mientras se acoda sobre el asidero y contempla el paisaje sin verlo, por enésima vez. Sólo unos pocos kilómetros más y habrá llegado a su destino. -Brrrrrn, hace frío aquí… Veremos donde puedo pasar la noche- pensó, estremeciéndose, mientras encendía el último cigarrillo del paquete. – ¿Qué hace una andaluza de tierras cálidas en pueblos tan fríos? – El cristal le devuelve una media sonrisa envuelta en humo. -No te engañes, Ana, – dice en voz alta, -vienes en busca de un fantasma, quieres poner cara, voz y piel a una ilusión-

-Perdón. ¿Cómo dice? – la interroga un hombre que, sin advertirlo ella, compartía desde hacía un rato el pasillo y el humo de otro cigarrillo. Ella se sobresaltó casi violentamente. -Disculpe, la he asustado- le dice escudado en una amplia sonrisa. -No, no es nada, es que no me he dado cuenta de que estaba ahí-

El hombre, alto, delgado, moreno, de unos… es difícil precisarlo, desde luego más de 40, aunque su estilo no es de la gente de su edad. Viste muy informal, con el pelo muy largo suelto, cubierto de un chaquetón grueso y con infinitos bolsillos, pantalones gruesos y botas sucias.

La cara, surcada de algunas arrugas profundas, sin afeitar de al menos dos días, le daban a su expresión una tremenda dureza, solamente suavizada por la calidez de su sonrisa y por el detalle, algo incongruente, de las gafas que colgaban sobre su pecho, una de cuyas patillas estaba rota y reparada mediante una tira de esparadrapo. -Perdoné, creí que me hablaba a mi- le dijo él. -Es que estaba hablando sola, como una tonta- Respondió tímidamente la pasajera.

-No importa, ¿Va muy lejos? – Estaba claro que se aburría y no quería dejar pasar la oportunidad de una pequeña charla.

-Me quedo en la próxima estación- dijo Ana.

-Yo voy a Galicia, a echar una manita allí. – dijo él encogiéndose de hombros, convirtiendo con ese gesto, su propósito solidario como algo perfectamente natural, casi indiferente. Yona le sonrió.

La algo más de media hora que restaba de viaje, supuso para Ana una bocanada de aire nuevo, después de las horas pasadas en soledad enredada en la madeja de sus pensamientos.

El hombre era una auténtica cajita de sorpresas: culto y educado, con un fino sentido del humor, y un punto cínico que llevó a la chica a reírse francamente en más de una ocasión.

Le contó algunas cosas de su vida y de las movidas en las que andaba, resultando que compartían más cosas de las que parecía a simple vista: Ambos eran profesores de instituto y, sin saberlo, ambos habían estado en las manifestaciones de Barcelona y Sevilla y en el mismo grupo. En definitiva, un agradable encuentro que Ana lamentó que no se hubiera producido varias horas antes.

Cuando se bajó en la estación, él la acompañó, llevándole la maleta, hasta el mismo andén -Buena suerte Ana, feliz Año!!- De un salto trepó al vagón.

Con la mano derecha se peinó hacia atrás los largos cabellos, mientras alzaba el puño izquierdo y gritaba, mientras el tren adquiría velocidad: ¡Salud y República, camarada! -Definitivamente, este tío es un loco delicioso- pensó Ana saludando con la mano.

Un taxi la condujo hasta el centro de la ciudad, mientras ella contemplaba el paisaje de luces navideñas y a los escasos viandantes, que a esa hora circulaban por las calles de la helada ciudad. Un hotel y la frialdad de una habitación fueron el destino final de su viaje. Se dejó caer de espaldas sobre la cama y los pensamientos que la acompañaron casi todo el viaje, cayeron sobre ella como una catarata. -No puede ser, no puede ser… Estoy aquí…- El pensamiento de la doble traición que dejó atrás luchaba contra la ilusión del temido y amado encuentro que tendría lugar al día siguiente. Se desnudó lentamente y, ya entre las frías sábanas, su mente tejía mil historias diferentes para el día de mañana. Incluso pensó en la posibilidad de no acudir a la cita, de cambiar la fecha del viaje de vuelta y… – ¡No! eso no… no podría soportar haber llegado hasta aquí y renunciar cobardemente a verla. Además, es posible que ella no aparezca, no le he mandado ningún mensaje anunciando mi llegada. ¿Entonces a que viniste? – dudas y más dudas… una locura, definitivamente era una locura, una deliciosa locura, pensó mientras soñaba en todos los detalles del encuentro. Cerró los ojos y, su imaginación, la llevó a la mañana siguiente… a la tarde… a la noche… en compañía de la mujer que había venido a ver, a amar, mientras su mano recorría experta los rincones más íntimos de su piel que, en ese momento, era la de ella… ya no tenía dudas… ella vendrá… seguro… y nuestro primer…. Su cuerpo se estremeció dulcemente…. Nora….

La despertó el teléfono… -Señorita, son las 9,30. Buenos días- le dijo una voz femenina.

-Ah… Gracias, gracias. – respondió somnolienta.

Había sido una noche inquieta, como evidenciaban las hermosas ojeras azuladas que festoneaban sus ojos. – ¡Joder, que cara! – Se dijo a sí misma con un gesto de disgusto. -Entre lo canija que estás y esta cara… ¡Hostia! si te viera Eli…- La imagen del espejo nubló la expresión y dejó caer una lágrima por la mejilla hasta la comisura de sus labios. Ella bajó la cabeza y lloró silenciosamente, por su amiga Eli y sobre todo por ella misma. Después se obligó a sí misma a mirarse y se dijo: -Adelante… Si has llegado hasta aquí, es porque quieres ir hasta el final. No te engañes. –

Se duchó, se vistió rápidamente y saltó a la calle con decisión. La cafetería que Nora había señalado estaba bastante cerca del hotel, según le dijo la chica de recepción, así que decidió ir paseando lentamente hasta allí. Compró un periódico y unos minutos más tarde ya se encontraba sentada en el lugar saboreando una taza de café y con una buena hora y media por delante.

Decidió ponerse las gafas de sol, tal vez temerosa de que alguien notara su desasosiego, aunque el día desapacible y frío hacía que sus gafas desentonaran bastante en el ambiente general, pero ella no pareció darse cuenta o tal vez no le importara. El periódico apenas conseguía atraer su atención.

La lectura de las noticias y las columnas de opinión, que tantas veces suponían un enorme aliciente, en esa mañana no podían retener su mirada que erraba hacia la puerta cada vez que entraba o salía alguno de los clientes. -No, esa no puede ser… demasiado joven. – …. Ah. una pareja- volvía la vista hacia el periódico.

Dos cafés más tarde y ya cerca de la hora mágica de la cita con Nora, su inquietud y el efecto de la cafeína la empujó a ir al baño.

Al salir y caminar hasta su mesa se quedó parada con la mirada fija en la puerta.

En ese momento entraba una chica joven, morena con el pelo recogido en una cola, que al quitarse el abrigo dejó al descubierto un cuerpo embutido en unos vaqueros muy ceñidos y un jersey ajustado que hacía presumir la belleza de su dueña.

Ella deslizó la mirada por el local hasta que sus ojos atraparon la mirada incógnita tras las gafas de sol de Ana. Sonrió y a ninguna de las dos les cupo duda alguna de la identidad de la otra.

Transcurrió un minuto interminable hasta que alguna de ellas, sería imposible determinar cuál de las dos, se decidió a dar un paso hacia la otra.

La emoción se transmitía por todo el local y varias miradas enfocaron hacia ellas instintivamente. A un metro de distancia Nora alarga la mano hasta el hombro de Ana, que parece recibir una descarga. -Hola Ana- dice mientras deposita un beso en su mejilla. -Hola…- repite con la voz temblorosa la viajera.

Sentadas a la mesa, parece que ninguna de las dos puede empezar a hablar. Solamente el dialogo de las miradas es el vehículo de comunicación entre ellas y se dicen muchas cosas silenciosamente, mientras unas risitas nerviosas flotan entre ellas.

– ¿Que va a tomar? El camarero rompe la magia del momento y hace que ambas salgan de su ensoñación.

-Ah! Un café, por favor- dice Nora. – ¿Tú quieres algo? le pregunta a Ana.

-Un zumo, gracias- responde, mientras enciende nerviosa un cigarrillo.

-No sabía que fumaras. -, dice Nora y ríe nerviosamente.

-Si, fumo poco, pero llevo varios días que…-

-Ah, ya…- Otro silencio, que apenas dura un instante, apenas el tiempo de que Nora diga:

-No…. no me creo que estes aquí…- Mientras sus dedos rozan la mano de Ana y una lágrima recorre su sonrisa.

-Tenía que venir. Se que es una locura, pero necesitaba verte- Le dijo, mientras recorría con su mirada cada uno de los matices de su rostro, descubriéndolo por primera vez. – ¡Que guapa eres…!

El perfecto óvalo de su cara, la frente despejada, los pómulos deliciosamente esculpidos, unos ojos oscuros y bellísimos, la nariz firme y el dibujo sensual de sus labios estaban despertando en ella una atracción junto a un irrefrenable temor, temor de no estar a la altura de su belleza y, de alguna manera, defraudarla.

Ella sabía, siempre lo ha sabido, que en la corta distancia solamente sus ojos de un verde gris muy oscuro eran el recurso que nunca le fallaba para resultar atractiva, el resto de sus facciones, aun siendo guapa, no podía competir con la maravillosa mujer que tenía enfrente.

Las gafas de sol, que hasta ese momento eran el burladero ideal para guardar su inseguridad, se habían convertido en una barrera, así que se desprendió rápidamente de ellas, colocándolas sobre el pelo.

Rápidamente, casi con brusquedad, Ana deslizó la yema del pulgar sobre la lágrima de Nora, borrándola de su rostro.

-No hagas eso, no llores- Le dijo, fumando nerviosamente.

La amplia sonrisa de Nora despejó las nubes arremolinadas en la mente de Ana. No cabía duda, la primera impresión que había causado en ella estaba bien.

-Es que…. no me lo creo todavía. ¡Estás aquí, tía…! Dijo Nora, riendo nerviosamente. -He venido convencida de que era imposible que estuvieras, que era una ilusión, un sueño. Así que cuando te he visto ahí, de pie, me he quedado paralizada. ¡Joder, tía. que alegría! ¡Es que no me lo puedo creer!

-Yo tampoco sé muy bien como he venido. Pero es que lo necesitaba. Aunque no sabes la vergüenza que estoy pasando. –

-Que estes aquí es mi mejor regalo de Navidad…- Respondió, con una mirada cálida e intensa, que decía mucho más.

La magia, la tensión que embargaba a las dos chicas, recorría todo el local, haciendo que algunos clientes prestaran demasiada atención y ellas empezaran a sentirse incómodas. Nora sacó unos billetes que dejó sobre la mesa. -Ven, corre. Salgamos de aquí- Le dijo a Ana, evidentemente nerviosa.

En la calle, más que pasear, Nora llevó a su amiga a galope, durante varios minutos, hasta que se alejaron bastante del local. Resollando fatigosamente Ana le dijo: -Para, para. ¡Que no nos persigue nadie! Uffff.-

-Jajajaja, es que quería salir de allí a toda pastilla. ¡Demasiada gente mirando! ¿No te has dado cuenta? Ven, vamos al coche. –

Una fina lluvia hizo su aparición en ese momento, aumentando su intensidad hasta que se convirtió en un chaparrón de bastante intensidad, que obligó a las dos chicas a realizar un slalom, refugiándose en soportales y marquesinas, hasta llegar empapadas al coche. La situación y las emociones vividas hicieron que las dos acabaran riendo a carcajadas.

-Mira cómo te has puesto. – Reía Nora mientras el agua recorría su cara.

– ¡Pues mírate tú! Le respondía Ana, riéndose sin parar.

Lentamente las risas desaparecieron y sus miradas se engancharon una vez más. Nora acercó su mano al pelo de su amiga, al principio con un poco de timidez, después la atrajo hacia ella y, dulcemente, la besó en los labios.

Ese beso húmedo de lluvia limpió todas las dudas de ambas chicas. La fuerte lluvia que caía se convirtió en la cómplice que las ocultó a las miradas de la gente.

– ¿Dónde vamos? – Preguntó Ana, después de un rato de circular por las calles anegadas.

-Vamos a mi casa, a cambiarnos de ropa. –

– ¿A tu casa? Pero si yo tengo ropa en el hotel… además en tu casa…- Respondió Ana con un tono de preocupación.

-No te preocupes, no pasa nada. será solo un momento. Además, aprovecho y le digo a mi madre que nos vamos a comer juntas. – Ana la miraba con preocupación y duda. -Que no pasa nada, tonta. – La tranquilizó Nora. -Le diré que eres una compañera de la uni, que has venido a hacer un trabajo, o algo así, y que nos ha sorprendido el chaparrón. –

El resto del viaje lo realizaron en silencio, apenas roto por unas risitas nerviosas y tímidas caricias en las manos. Pequeños hilillos de vapor se desprendían de su ropa mojada.

– ¡Mamá! ¡¡Soy yo… no veas la que está cayendo!! ¡Mira cómo nos hemos puesto! – Saluda Nora mientras avanza por el pasillo de la casa.

– ¡Hola, hija! ¡¡Madre mía!! ¿Pero dónde has estado… – Se interrumpe al ver a Ana, que tímidamente aparece, sonriente y empapada en la puerta.

-Ah! Mira, esta es Ana, una compañera de la Uni, que ha venido a hacer no sé qué cosa. –

– ¡Encantada, hija! Pasa, pasa, que estarás aterida de frío. ¡Si es que estáis locas!!- Saluda la señora a Ana, con una enorme sonrisa que desmiente la dureza de sus palabras, mientras le estampa dos besos de bienvenida.

-Ven, Ana, vamos a cambiarnos, antes de que pillemos una pulmonía. – La llama Nora.

Cierra la puerta del cuarto y se vuelve hacia la chica cogiéndole la mano. -Mira mi corazón. – le dice llevando la mano a su pecho. -No sabes la de veces que he soñado con que estuvieras aquí, conmigo…-

La puerta se abre. -Tomad unas toallas. – Decía la madre de Nora mientras ellas se separan rápidamente. -Venga, dadme la ropa húmeda. –

Las chicas se desvisten rápidamente y se cubren con las cálidas toallas. La visión, apenas entrevista, de sus cuerpos semidesnudos y el frío de su piel, hacen que sus mejillas adquieran un rubor que el brillo de sus ojos delata.

Una vez a solas, se acercan una a la otra besándose con pasión mientras sus manos acarician sus cuerpos y las protectoras toallas caen el suelo. El contacto de la piel todavía húmeda y fría hacen que ellas se estremezcan, mientras sus lenguas se entrelazan y exploran todos los cálidos espacios de los besos de la otra.

Con un gran esfuerzo se separan. -Ven, mira. Ponte lo que te guste- Le dice Nora abriendo el armario de la ropa. -Ah! Toma…- le dice, con una sonrisa pícara, señalándole el cajón donde guarda las prendas íntimas. -Ummmm a ver… Esto te ira bien…- Añade balanceando en su mano una diminuta tanga de color negro, acompañando el gesto con un guiño.

Risas de las dos chicas, mientras Ana se coloca por delante la prenda y mueve las caderas.

-¿Estoy bien?- Rápidamente se despoja de su ropa mojada dejando al descubierto un pubis totalmente depilado. Nora deja asomar, levemente, la punta de la lengua entre sus labios mientras exclama:

-Oh. ¡Dios! – Se acerca a Ana y se funden en otro abrazo mientras su mano se desliza lentamente por su vientre hacia abajo, hasta acariciarla suavemente el pubis, y, la punta de un dedo, como un cazador furtivo, recorre toda la longitud de su sexo, que refleja otra cálida humedad. Sus pezones responden al estímulo sexual, las aureolas se contraen y responden con dulces escalofríos a las caricias de los dedos y los labios.

-Cariño… que ganas tengo de ti. – Musita levemente Ana, devolviendo todos los besos que recibe. Acaricia la espalda de su compañera, y, al mismo tiempo que siente la deseada invasión de su sexo, recorre con su mano las dulces colinas del pecho de Nora, jadeante, y su dedo invasor se desliza por el surco entre las nalgas de Nora, hasta llegar a esa otra intimidad. Mientras, la excitación de ambas llega el paroxismo de un orgasmo intenso, y, al mismo tiempo, prematuro, precipitado e insuficiente.

No necesitan palabras mientras se visten.

El diálogo de sus ojos es la más elocuente declaración de amor. Una de las chicas se viste una larga falda de cuero, abierta hasta medio muslo, que resalta poderosamente sus caderas, junto a una camisa corta y muy ceñida y una chaqueta también de cuero, a juego.

Remata su vestuario con unas altas botas negras y una gabardina muy larga del color del vino de su tierra. La otra chica se enfunda un pantalón de corte clásico, oscuro, que no es de su talla, pero que resulta atractivo a los ojos de su amiga, una camiseta y un jersey ajustado completan el atuendo, junto a la chaqueta que ella traía.

Frente al espejo del baño mientras tratan de ajustar unos retoques de maquillaje, los juegos, golpeándose con las caderas, y disputándose el lugar, provocan las risas francas y alegres de dos mujeres que han derribado las barreras de ese primer encuentro. Las caricias y los golpecitos en las nalgas, una de la otra, las muecas, los guiños y los besos dirigidos a la imagen del espejo refuerzan la complicidad entre ellas. Ya son dos amigas, dos amantes.

Después, en la comida, se cuentan infinitas cosas que apenas llenan la necesidad de conocerse. Intuyen, sin decirlo, que el tiempo es escaso. Tratan de meter toda una vida en las pocas horas que saben que podrán pasar juntas. Necesitan saciarse una de la otra y sus manos apenas pueden permanecer ociosas, ávidas de acariciar.

Toda la tarde se llena de esos momentos íntimos, cómplices, incluso imprudentes, en los que el resto de las personas que se encuentran en la calle son, a sus ojos, solamente sombras fugaces.

– ¿Nos vamos al hotel? – Pregunta Ana al filo del anochecer.

-Tengo una idea mejor. – Responde con un guiño Nora. -Vamos a casa de unas amigas. Ellas se han ido de vacaciones y el piso está vacío. Y se dónde está la llave…-

-Pero mis cosas están en el hotel, tengo que ir a buscarlas…-

-Después las recogemos. ¡Venga, date prisa! Esta cerca. – Le dice mientras la coge de la mano y casi la arrastra.

– ¡Espera! Es importante, tengo que ir allí. Necesito coger una cosa. –

Nada que hacer, Nora continúa arrastrando de Ana. -Después, después. – Insiste.

El piso, funcional, todavía conserva las señales de la precipitada huida de sus ocupantes. Un libro por allí, apuntes, bolis y dos cervezas a medio consumir en la mesa, escasos alimentos en la nevera, varias botellas de licor, colillas en los ceniceros, las camas sin hacer e incluso unas braguitas delatoras junto a una mesilla. Todas las señales delatan el oficio de estudiantes de sus residentes habituales.

– ¡Vaya porquería! – Dice Nora. -Tengo que hablar seriamente con estas niñas…- Continuó riéndose.

-Esto está como cuando yo estudiaba… jajaja ¡Estoy en mi ambiente! jajajaja Ummmmm Estoy en casaaaaa!- Respondió Ana.

-Ven, tomemos una copa. ¿Qué quieres? –

Sentadas en el sofá, con un combinado bien fuerte en la mano y la música de Mecano sonando suavemente, ambas chicas disfrutan por fin de su mutua compañía en intimidad plena. No hay prisas. Se miran, se acarician, se hablan y se besan mientras Ana Torroja canta:

“Y lo que piensen los demás está de más.

Quien detiene palomas al vuelo,

volando a ras del suelo.

Mujer contra mujer.”

-Gracias por estar aquí, Ana. – Dijo Nora mirando fijamente a Ana, y la besó nuevamente en la boca. Fue un beso dulce, sincero, lleno de ternura, de amor. Fue un beso esperado, cálidamente recibido con los labios entreabiertos. Pausadamente fueron sucediéndose los besos y las primeras caricias a lo largo de varios minutos. Las dos mujeres parecían querer prolongar el momento, mucho más allá de la urgencia de la mañana. Los labios dieron paso a la cara, los ojos, el pelo, la barbilla, las orejas… Fuerte estremecimiento cuando la lengua de su amante recorría el lóbulo de las orejas.

Una pequeña pausa que produce una añoranza dolorosa. -Espera…- La dice, deteniendo un nuevo avance de sus labios abiertos. Brillan sus ojos y los dientes despuntan levemente en su boca entreabierta.

Recorre el contorno de su cara con las yemas de sus dedos y desciende la mano para desabrochar los primeros botones de la camisa. Ella también ayuda a su amiga a despojarse del jersey y de la camiseta, dejándola con los pechos al descubierto.

Siente como los suyos están siendo liberados de su prisión y deliciosamente acariciados. Las caricias y los besos, el contacto entre los pezones de las dos al abrazarse producían auténticas descargas eléctricas entre ellas. No había prisa ni lugar para la brusquedad. Ambas estaban deslizándose por una pendiente suave de pasión.

La mano de una de ellas se desliza curiosa por debajo de falda de la otra, acaricia sus piernas suavemente, de dentro a afuera, de arriba abajo, aproximándose progresivamente a la calidez que protegen las braguitas.

La otra responde soltando el cierre del pantalón de su compañera y recorriendo el borde superior de la pequeña tanga, amagando constantemente la introducción de la mano debajo de ella. Los labios de las dos mujeres se apoderan del cuello de la otra, de su pecho, mordisqueando los pezones con los labios y dándoles infinitas vueltas con las lenguas.

Cuando la mano de Ana se decide a avanzar hacia el sexo de su amante, esta le facilita la aventura abriendo las piernas ofreciéndose complaciente.

Al sentir que toda la mano de ella se apoya en su sexo, sobre las braguitas, y siente como los largos dedos alcanzan y acarician, uffff ¡Qué caricia!, en un movimiento suave de la palma que roza el clítoris, mientras siente la lengua que recorre su pecho hasta su cuello y su boca, tuvo el primer orgasmo que fue estremeciendo su cuerpo, aumentando en intensidad a medida que ella aumentaba sus caricias.

Las ropas fueron rápidamente despedidas hacia los rincones y los cuerpos acalorados se entrelazaron de mil formas inverosímiles por el sofá. Ana conocía ampliamente el juego sexual con una mujer, pero Nora estaba descubriéndolo en ese momento. Todos los sueños, tantas veces imaginados en la soledad de su cama, se quedaban en pequeños jirones de niebla ante el alud de sensaciones que su amiga provocaba en ella.

Cuando Ana recorre con su lengua y sus besos todo el contorno de su cuerpo, acercándose a su sexo, Nora no podía imaginar tal cúmulo de sensaciones cuando su amante atrapó su clítoris entre sus labios y deslizaba la lengua a todo lo largo de su hendidura, acariciaba su dulce perla, separaba sus labios con la lengua y la introducía profundamente mientras la punta de su nariz estimulaba su clítoris. Ella levantaba las piernas, ayudándola en sus caricias y sujetaba fuertemente su cabeza con las manos.

Los orgasmos estallaban uno tras otro, mientras la lengua de Ana incansable aumentaba su sensibilidad hasta casi resultar dolorosa. Con el último estremecimiento de Nora, Ana se dejó caer sobre ella besando su boca que, por primera vez, sintió el sabor de los jugos de su propio sexo.

– ¿Ves que dulce eres? –

-Te quiero, mi amor. Nunca dejaré de quererte…- Respondió ella.

Ana abre sus piernas permitiendo que el muslo de Nora acaricie su vagina. Inicia un pequeño y placentero movimiento de vaivén que es rápidamente secundado por Nora que atrapa sus nalgas con las manos y las aprieta sobre ella. El roce del sexo y el contacto de sus pechos la van excitando cada vez más.

Los gemidos de ella aumentan en intensidad a medida que el vaivén de su cadera crece. Casi a punto se incorpora y se sitúa a caballo sobre la cara de su amiga, ésta abre la boca para recibir en ella el entreabierto y húmedo sexo de Ana.

Es la primera vez que lame el sexo de una mujer, su sabor le recuerda al suyo, pero es distinto, su calidez la excita extraordinariamente, recorre con la lengua todos los pliegues de su vagina, mientras Ana aumenta la presión sobre su cara, el clítoris de su amiga aumentado enormemente de tamaño es acariciado por la lengua de Nora lo que provoca un aumento espectacular de los gemidos de Ana.

Suavemente introduce dos dedos en su vagina. El orgasmo de Ana es un estallido que la sorprende. Su vagina produce innumerables contracciones que Nora percibe en sus dedos y las piernas se cierran fuertemente.

Ana atrapa la cabeza de Nora y la aprieta fuertemente sobre su pubis al mismo tiempo que su cuerpo se sacude en violentas contracciones que la hacen perder el equilibrio y caer violentamente sobre la alfombra. Aún allí, Ana lleva su mano a su vagina e introduce los dedos dentro de ella. Encogida en posición fetal todavía se estremece levemente.

Sentadas frente a frente, con los brazos abrazando sus rodillas, las dos chicas se miran fijamente en silencio. Por entre los pies Nora puede ver claramente el sexo de su amiga que está dejando una mancha de humedad sobre la tapicería.

El pubis completamente depilado, los labios mayores de una piel ligeramente más oscura que el resto están entreabiertos en una sonrisa invitadora, el clítoris asoma desafiante y toda la piel se nota ligeramente enrojecida.

Le parece el sexo más bello que haya visto nunca. En ese momento toma la decisión de depilarse el suyo definitivamente. El montoncito de pelos que ella deja siempre sobre el suyo le parecen, en ese momento, de una vulgaridad insoportable. Y así se lo dice a Ana.

– ¿Tú ves? Te decía que tenía que ir al hotel a recoger unas cosas. – Le responde Ana sonriendo.

-Tengo varias cosas que son necesarias en este momento. –

Nora le coge las manos y le dice: -Ahora vamos a cenar por ahí. Yo invito. Y después recogemos tus cosas y volvemos aquí. La noche no ha hecho más que comenzar y me tienes que enseñar muchas cosas. Siempre he soñado con este momento, tú lo sabes, y ahora estoy segura de mi sexualidad. Soy lesbiana, y siempre seré tu amante, amor mío. –

Nora se levanta a coger su ropa mientras Ana la mira con un punto de tristeza.

La cena se llena de risas y de cómplices roces de rodilla por debajo la mesa, el vino rojo y fuerte de la tierra pone un brillo especial en los ojos de las amantes.

Algo más tarde, recorren el territorio “húmedo” de la ciudad, bailan y se divierten, Nora saluda a varias personas conocidas y, ya de madrugada, achispadas por las copas, la música y la excitación interior deciden ir al hotel para recoger el equipaje de Ana.

Después de varios frenazos y dos o tres virajes que por pura chiripa no las hacen estamparse contra una cabina telefónica, una señal de tráfico y una farola, consiguen desembarcar sin daños en el piso de las amigas de Nora. Algunos vecinos insomnes todavía recuerdan el escándalo, las risas y los tropezones de las dos chicas.

-¡Chisssss! ¡¡¡Calla que nos van a echar de aquiiii!!! ¡¡¡Y quita ese dedo de ahí so guarra!!! jjajaja-

-Ummmm ¿No me dejas? – Responde melosa su amiga, al tiempo que se resbala y da con sus huesos en el piso del ascensor. -Jajajajajajajaja-

-Levanta ya! jajajaja

-Espera, espera, que desde aquí se ve muy bien…- Responde mirando por debajo de la falda.

-Huy! ¡¡Si no lleva bragas!! Grita ella. -Se te ve el chuminoooo!! Jajajaja

Definitivamente ambas están algo más que ebrias.

Una vez en el interior del piso caen derrengadas en el sofá mientras continúan los juegos y las cosquillas. Una pone un poco de música mientras la otra anuncia que va al baño.

-Voy contigo!!-

-Nada de eso! Que tú lo que quieres es mirar… jajajajaj-

-Pues claro! No me lo perdería por nada… ¡Nunca he visto un coño pelón hacer pipí! jajajaja-

Ana hace una mueca de rechazo, le levanta el dedo corazón y sale corriendo. No tiene tiempo de cerrar la puerta cuando Nora se cuela dentro del baño y se sienta en el suelo.

-Venga, ¡¡¡a mear!!  jajaja No, no no… levanta el culo que yo lo vea. –

Para acentuar aún más el morbo de la situación, Ana abre su vagina con las manos mientras descarga su vejiga. Nora mira en silencio con los ojos brillantes como el dorado líquido sale de las entrañas de amiga y la sonrosada piel de su vagina abierta. Las dos saben que, a partir de ese momento, ya no hay límites. Todas las inhibiciones que podrían construir barreras entre ellas han sido arrastradas por la catarata de agua del inodoro.

La calefacción del piso está bastante alta. No obstante Nora la sube aún más. La música suave las acaricia y las invita a despojarse de la ropa.

-Ven, vamos a la cama. – dice Ana agarrando a Nora con una mano y su pequeña maleta con la otra. -Déjate llevar- Añade. -Túmbate de espaldas y ábreme bien las piernas- Le dice acompañando sus palabras con un beso intenso en sus labios.

Ana saca de la maleta una maquinilla de afeitar y un bote de espuma. Humedece todo el pubis de Nora y aplica una capa de espuma muy suavemente.

Los flujos de Nora empiezan a aflorar al exterior, lo que provoca que su amiga se aplique a recogerlos con su lengua. Ana va alternando pequeñas pasadas de cuchilla con caricias con un dedo sobre el clítoris, besos y pequeños lametones.

Nora se retuerce de placer cuando la lengua de su amiga deja paso al dedo y a la frialdad de la espuma. El rasurado acaba cuando Ana mete su cara en el sexo de Nora y ésta se corre entre gritos de placer.

Ana, recostada su lado, acaricia el pubis recién despojado del pelambre lo que supone sensaciones nuevas para Nora. Ella misma se acaricia suavemente. -Que suave! Me gusta mucho. Ahora tu…- dice con voz ronca y echándose encima. Ana acaricia su espalda mientras recibe sus besos, amasa con fuerza las nalgas de Nora e inicia un rozamiento de vagina contra vagina que hace aumentar la temperatura sexual.

Nora acaricia con pasión los pequeños pechos de Ana, que deja caer su cabeza hacia atrás, abandonándose al placer. Coge las manos de su amiga y hace que ella misma abra su sexo para ella.

-Sube las rodillas. – Le pide para facilitar su acceso a la sonrosada cueva. Nora apoya las caderas de Ana sobre sus piernas y desde esa posición tiene el mejor acceso para sus besos y su lengua.

La boca se llena del sexo. Más que acariciar, devora, más que chupar, aspira. Su lengua penetra profundamente en la intimidad de Ana que se derrite de placer. -Más fuerte, mi amor, más fuerte. Sigue, sigue. – Le suplica mientras con sus manos abre su sexo más ampliamente.

Nora nunca había estado antes con una mujer, pero su instinto se convirtió en su mejor guía. Su lengua continuaba penetrando y recorriendo todo el sexo de su amiga.

Varios lametones que llegaron hasta el ano de Ana provocaron la inmediata reacción de ella. Nora se percata y su lengua recorre los bordes del esfínter que responde al estímulo y se abre levemente invitándola a entrar en esa cavidad que anuncia otra dimensión de la sexualidad.

Un rápido meter y sacar de la lengua de Nora hace que Ana culmine en un orgasmo que se manifiesta en gemidos roncos y en contracciones de su esfínter sobre la punta de su lengua.

-Ohhh mi amor!! ¡¡Mi amor!!- Gime roncamente Ana, transportada a un éxtasis que hacía tiempo que no sentía.

-Te quiero, te quiero. – Le responde Nora, abrazándola fuertemente y sintiendo los últimos estremecimientos del tremendo orgasmo de su amante.

Sólo se permiten breve período de pausa, si pausa se le puede llamar a la inundación de caricias, besos y palabras de amor susurradas, que se dedican una a la otra.

La piel sudorosa responde con un alto grado de sensibilidad a la menor caricia, de tal manera que rápidamente las envuelve la pasión de nuevo. Con un gesto rápido, Ana alcanza de su maleta otro de los secretos allí guardados.

-Mira lo que tengo aquí…- Le dice, mostrándole un consolador de apreciables dimensiones, completamente liso y de color plateado, y un tubo pequeño de lubricante.

Nora lo toma en sus manos y lo acaricia suavemente. -Nunca había tenido uno de éstos. –

-Pues ahora verás…- Responde Ana, recostándola de espaldas sobre la cama. Un pequeño giro en la base del dildo y un levísimo zumbido se deja oír en la habitación. Ana desliza muy despacio el juguete por los labios de Nora, lo desciende por su cuello, se entretiene un buen rato sobre los pechos, acariciando los pezones que responden vigorosamente al estímulo.

El aliento de Ana sobre la cara de Nora, los besos sobre sus labios y las dulces palabras que pronuncia, la están poniendo al borde mismo del abismo del placer, hasta el punto de que nada más sentir sobre su sexo la mano de su amiga y la vibración del aparato, estalló en el primer orgasmo de una serie interminable.

Ana no le da respiro y acentúa la presión del dildo sobre ella que más que gemir, grita; apunta hacia el interior de la vagina y lo introduce lentamente aplicándole un leve movimiento rotatorio. El movimiento se hace más frenético durante varios minutos, a medida que los orgasmos de Nora se suceden, ésta se retuerce, se abraza con fuerza a su amante y agarra con pasión la mano que maneja el aparato como queriendo introducirla también dentro de ella.

– ¡Diosssssssss…………!! Exclama en un último grito. El placer ha hecho que sus ojos acaben arrasados en lágrimas y enrojecidos. -Es…. es… increíble……., Ohhhh! Esto es… yo nunca había sentido… Diosss, cómo te quiero…- Dice abrazándose a Ana y llorando silenciosamente.

Solamente un instante para recuperar el pulso y Ana se coloca de manera que ambas puedan recibir y dar placer sobre el sexo de su compañera, componiendo ese mágico número ideal en el amor entre mujeres.

Nora se aplica a la tarea con verdadera dedicación y arranca los primeros gemidos de su amiga; ésta le acaricia las nalgas y el sexo con las yemas de los dedos estimulándola con tal delicadeza que, poco a poco, empieza a reaccionar con un movimiento de cadera que invita a Ana a acariciarla con lengua.

Con un poco de lubricante en los dedos Ana empieza a acariciar el ano de Nora. la punta de un dedo presiona levemente hacia el interior, como pidiendo tímidamente permiso. Con un leve empujón de su cadera, Nora invita a entrar al dedo truán que tanto placer le está proporcionando. Poco más tarde ese dedo, huésped bienvenido en el ano de la chica, deja sitio a un compañero. Ambos producen sensaciones desconocidas e inesperadas en ella que mueve su cadera con fuerza, a medida que el primer orgasmo anal de su vida aumenta en intensidad.

-Sigue… sigue así…- Suplica ella pidiendo más placer. Ana toma el dildo y, bien lubricado, lo sitúa en la entrada del ano de Nora. Todavía no la penetra, solamente lo acaricia y espera a que la ligera vibración haga su trabajo. Sabe que Nora no tardará en pedirle que lo introduzca.

-Ahora, mételo ahora…- Le pide Nora cuando los primeros espasmos de su enésimo orgasmo hacen su aparición. Lentamente lo introduce y Nora siente como su orgasmo aumenta en intensidad balanceándose entre el placer y el pequeño dolor. El suave movimiento de adentro y afuera que le imprime Ana llevan a su amiga hasta lugares de sensación nunca imaginados. Un orgasmo estalla detrás de otro. Ana introduce dos dedos en la vagina de Nora, lo que la hace sentir el contacto del aparato vibrador en el interior de su sexo, a través de la delgada pared que los separa. La sensación es indescriptible y Nora se abandona completamente, incapaz de controlar tanto placer.

La noche se hizo cómplice de las amantes hasta el amanecer en que se rindieron al sueño abrazadas. El tiempo, aquel tirano implacable, transcurrió pausado hasta las primeras horas de la tarde en que un tímido rayo de sol se deslizó por las rendijas de la persiana.

Al despertar, las dos chicas quisieron reanudar su encuentro de la noche. Nuevamente encontraron el placer del amor entre ellas, pero algo nuevo, triste y desesperado, se había instalado allí con el nuevo día. Ambas eran conscientes del desgranar de los minutos en la inexorable cuenta atrás de su separación definitiva.

Hablaron sólo un momento, a lo largo de las pocas horas que les quedaban, de su amor imborrable, del próximo encuentro. Hicieron planes imposibles, porque ambas sabían que su destino era un enemigo imposible de vencer.

Caminaron y caminaron, como queriendo prolongar con sus pasos el momento de una despedida que ninguna de ellas deseaba, pero que ambas necesitaban. ¿De qué profunda oscuridad emergía el dolor? ¿Cuánto de su alma quedaría atrapada para siempre en el alma de su amiga? Nada en sus vidas sería igual. Ningún amor podría ser sin medirse con el amor de ese día. Ningún placer. Ninguna tristeza.

Caminaban por la calle gastando el tiempo de la despedida. Era una triste despedida, en efecto. Frases cortas, monosílabos, apuntes de cortesía y ni una sola referencia más a ellas dos. A veces el balanceo de sus pasos las lleva a rozarse, y, cada vez, las dos chicas sienten la certeza de lo perdido, la sensación de vacío, la inmensa y desesperada angustia. Caminaban en silencio, pues todo estaba dicho entre las dos. Seguir hablando significaba pronunciar palabras que ninguna quería decir.

Todo había resultado una trampa ancha y vieja como el tiempo, ese tiempo que discurre como un rio que nada respeta y que confirma la auténtica condición del ser humano.

Cada vez que un gesto de Ana removía alguno de los recuerdos recientes, ella se llenaba de una tristeza inmensa, desesperada.

Tras haberla llevado hasta un terreno donde los límites se diluían y nada, salvo la soledad compartida, la pasión y la ternura, tiene sentido, ella se alejaba definitivamente.

Es pronto para evaluar cuanto ganaba y cuánto perdía Nora en la piel tibia de la mujer que había viajado desde tan lejos a verla.

En cuanto a Ana, la ciudad que exhibía las torres de la catedral en el horizonte urbano, le arrebataba demasiadas cosas en tan poco tiempo, dejándola sólo con una dolorosa conciencia de sí misma.

Pronto sólo quedaría el vacío de la pérdida que solamente podría atenuar el orgullo y una buena dosis de disciplina. Pero, para ella, ni aquella mujer ni la ciudad de las torres podrían jamás borrársele de los sentidos y de la memoria.

No hubo besos. No había sitio para los besos en esa despedida.

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