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Pisa el acelerador XVIII

Ya me siento recuperado de las naturales consecuencias, de la paliza que disfruté (nunca mejor dicho) para grabar la película.

Durante estos días no he parado de gozar con su visionado.

Cada vez que la veía, me pellizcaba los pezones (todavía sensibles, después de la sesión que padecieron).

Me palmeaba las nalgas (igualmente sensibles) y volvía a sentir el placer de la dominación.

El soporte donde están grabados los 55 minutos lo guardo en un arcón especial, que tengo hace dos años.

Aparentemente no tiene cerradura, pero si esta no se desactiva correctamente suelta un corrosivo ácido que destruiría el soporte.

Es de manufactura israelí y hasta ahora no se me había ocurrido que guardar de forma que prefería que fuera destruido en vez de robado.

He estado todo el fin de semana, masturbándome incansablemente.

Me siento triste, una perra sin AMO. Sin unas botas que lamer. Sin un ser superior al que obedecer.

El domingo a la noche repetí lo que ya empieza a ser un ritual. Eran muchos los pretendientes a acompañarme al puticlub.

Elegí al que me pareció más apropiado. Un bello atleta de Dios que estudia en los Salesianos.

Lo escogí por su juventud, pero también por su nula experiencia sexual y la represión a la que le someten en el colegio de curas.

Me agradaba que creyera que pecaba, que condenaba su alma inmortal.

Por el camino le pedí que me contará sus inquietudes, que se sincerará.

Me quedé asombrado cuando me dijo que en sus 17 años sólo se había masturbado 5 veces y que hacía meses que no lo hacía.

Pensé que su corrida sería de escándalo y no me equivoqué.

En el tiempo que yo me corría una vez el se fue dos veces y muy abundantemente. Su pantalón quedó todo húmedo.

Nos limpiamos y aproveché para ver su miembro, muy moreno y cabezón. Sin estar en plena erección tenía un gran tamaño.

Se limpió con la toalla y se puso el slip que le di.

Yo guardé mi slip dentro de mi toalla y luego su toalla y slip en la bolsa. Después de dejarlo en su casa fui a la mía.

Cogí el slip lo olisqueé y lo lamí suavemente.

Esa leche joven me supo deliciosa, pero no insistí. No era para mí.

Lo metí en papel aluminio y luego en una bolsa junto con un diskette con fotos sacadas de internet y se lo mandé a A.

Un ciber-amo de Castilla que gusta de disfrutar con la leche que le ordeño. Tal vez algún día yo pueda disfrutar con la suya.

Luego me dedique a la toalla, esta la lamí sin reparos. Esa leche era toda mía.

Mientras me masturbaba me froté el esfínter con el semen de ese jovencito, que sin duda ahora se hallaba arrepentido de sus pecados.

Al día siguiente me volví a sentir incompleto. Mis actividades masturbatorias no me llenan.

La película me excita mucho, pero sé que no es real.

Mis violadores, actúan y aunque yo me siento dominado forma parte de mi mismo guión.

Necesito vivir una experiencia de sumisión real. No me llega con hacer posible mis fantasías.

Me pasé toda la semana pajeándome sin parar. Me siento una perra en celo.

Preciso de un buen AMO que me sepa educar en la ciega sumisión que tanto ansío.

El miércoles me he puesto un cock ring (anillo de pene) que ciñe mis huevos a mi polla.

Es una sensación extraña, levanta mi bolsa testicular y en vez de estar entre mis piernas, va más adelante.

Me los he puesto por indicación de A, un ciber-amo del que espero pase a ser AMO real y no sólo virtual.

Cuando me siento, cuando me muevo, en realidad en todo momento me hace sentir presentes mis cojones.

Esa sensación, me excita y me hace estar permanentemente empalmado.

Además como oprime mi polla, la sangre de retorno tiene dificultades en marcharse y la erección es más duradera.

Tal vez eso fue lo que me hizo volver al bar, a ese local en el que empezó mi metamorfosis.

Donde descubrí que no quería ser hetero, activo y dominante. Sino homo, pasivo y sumiso.

Hacía meses que no iba, pero allí todo seguía igual.

El dueño me saludó y se interesó por mi ausencia. Me disculpé hablando de negocios y de viajes.

Pedí mi cubata y me puse a leer un diario deportivo. El dueño volvió a sus sempiternos culebrones televisivos.

No había aún clientes, pero una hora después llegó X.

Estaba más guapo que nunca, se quitó la cazadora y llevaba una camiseta de lycra de manga corta que se ceñía a su maravilloso torso.

Su color azul claro hacía juego con el de sus ojos.

Le marcaba sus pectorales y abdominales y apretaba sus bíceps y tríceps resaltándolos.

Sus poderosos antebrazos quedaban al descubierto sus vellos claros y abundantes y sus gruesas venas eran una invitación a la lujuria.

Mi cuasi permanente erección se convirtió en alucinante, tuve que disimuladamente colocar mi polla para arriba.

Los huevos la siguieron aprisionados por el correaje.

X llevaba un pantalón vaquero según la moda actual, nuevo, de color azul marino.

Pero en las nalgas y en la pernera, así como en la entrepierna un descolorido blanco que resulta muy sugerente.

Marcaba un gran paquete, había oído comentarios de que en su gimnasio le llamaban toro.

Decian que era por el tremendo rabo que lucía en las duchas.

Calzaba las playeras Etnies que se había comprado gracias al cambio que hicimos. Rozadas, ya por el uso.

Enormes y desatadas, con dos pares de cordones bicolores.

Vino hacía mí con una nívea sonrisa, arqueando esos labios bembones que tanto me atraían.

Tiene cara de angelote malo, su nariz es recia y le da ese aire de canalla que tanto me atrae.

Hola “—-“, cuanto tiempo. Mientras me pasaba el brazo amigablemente por el hombro

Sí, ya ves. Ocupado por ahí.

¿Sabes algo de K?. No lo vemos desde el día después a su cumpleaños.

No, (me quedé inquieto, K me había abandonado por dos veces durante unas 8 horas dejándome atado en mi apartamento y nunca supe que había hecho durante ese lapso).

No, repetí, yo lo vi por última vez (mentí) la tarde de su cumpleaños, iba a trabajar en mi finca.

Pero al enterarme que era su aniversario lo invité a algo en un mesón y me pidió que lo dejara en las afueras.

Pues vino al día siguiente sobre las seis de la tarde con un fajo enorme de billetes.

Diciendo que su vida iba a cambiar, que había encontrado una

zorra que pagaría todos sus vicios.

 

¿Y no dijo nada más sobre esa tía?(Yo sabía quien era esa putita y de quien era ese dinero)

No, estaba muy misterioso. Llevaba una bolsa enorme de un sex-shop. Nos enseño algunas cosas y eran de rollo sádico.

(Yo conocía perfectamente el contenido de esa bolsa). Debió

marcharse con la tipa esa, nadie lo ha vuelto a ver.

Yo llevo tiempo sin parar por aquí. ¿Su familia no denunció su desaparición?

¿Qué familia, hombre? Se quedarían tranquilos de no tener que ver con sus hazañas.

Últimamente vestía muy caro y gastaba muchas pelas.

¿Y tú?. Dije por cambiar de tema. ¿Cuándo peleas? Tengo ganas de un buen combate.

Pronto, gané un poco de peso y he subido de categoría, en un par de semanas habrá una velada.

Cojonudo ya te avisaré de cuantas entradas me reservas.

Claro, las que digas. Yo estoy ahorrando porque me quiero comprar una burra (moto).

Pero ahora ya vas a cumplir 18, podrías pensar en el coche.

¡Que va! Hay que chapar y examinarse, prefiero una moto.

Si la quieres nueva te va a costar bastante, tendrás que trabajar.

Menudo rollo. Con el combate ya saco algo y a ver si le doy una paliza a alguien que juegue muy mal a las cartas.

Puedes esperar sentado.

¿Qué, hay miedo?

No quiero desplumarte, sería como sacarle el caramelo a un niño.

Mira apuesto estas zapas, como la última vez. Si te gano me las compras por 200 euros y si pierdo te las vendo por 100.

Menudo trato. Si gano me las llevo casi por su precio nuevas y si palmo me cuestan el doble.

Cosas del start-system. Cuando las usa una estrella aumentan de valor.

Mira que eres cara dura.

Vamos a sentarnos.

Fui, era un trato abusivo, pero tal vez por eso acepte. Me gustaba que ese celestial niñato se aprovechara de mí.

Pedimos unas consumiciones (yo otro cubata y él un red bull).

Nada más sentarnos repartió las cartas y empezamos a jugar. Tardé poco en enterarme de cual iba a ser su juego.

Yo tenía las piernas bastante juntas y él con un descaro increíble apoyó sus suelas sobre mis rodillas y las separó.

Sentí las frías suelas sobre mis rótulas y su fuerza apartándome las piernas.

Debí haber protestado, pero no pude. La sensación de sentirme abierto de piernas por ese niñato me sobrepasó.

Él como si lo esperara, sonrió. Siguió empujando hasta que quedé exageradamente abierto.

Me mantuvo durante unos minutos en esa forzada postura y yo al consentírselo daba pie a lo que venía a continuación.

(Lo de dar pie es la mejor descripción de lo que me reservaba).

Lentamente, estiró su pierna derecha entre las mías y apoyo su zapa contra mi entrepierna.

No era un apoyo casual, nada de lo que hacía era fruto de casualidad.

(Su talón pisaba mis huevos levantados por los correajes, notaba un poco de dolor, pero me empalmé aún más si cabe).

Su enorme suela, me excitaba muchísimo. Era preciosa tricolor y con un dibujo muy atrayente. Deseaba lamerla.

Apretó hasta el fondo y se acomodó varias veces. Descaradamente me miraba controlando mis reacciones.

Cuando vio un gesto en el que se mezclaba placer y dolor, empezó el movimiento.

Arriba y debajo, adelante y atrás, de izquierda a derecha. A veces se estiraba más y me rozaba con el talón, con fuerza.

Dejamos de jugar, este juego no era de cartas. Iba de deseos, él quería pelas y yo que me la pelara.

Un par de veces sujeté la zapa con mis manos y cerré las piernas para contener ese roce que subía mi libido.

Pero al cerrarlas notaba más presión. Y me abandonaba al placer.

No lo sentía como las otras veces, (las dos anteriores).

Ahora ya no tenía sentido disimular. No había nadie en el bar que pudiera ver que pasaba, y ante X no tenía sentido disimular.

Él sabía lo que pasaba, de hecho era él el que lo provocaba.

Mantenía en todo momento una sonrisa burlona, controladora.

Excepto por ratos, cuando ponía cara de concentración y de seguido acrecentaba el ritmo llevándome al límite.

Fijándose en mis gestos de placer me dijo:

La última vez que jugamos me di cuenta que tus sudores y agobios iban en relación con el movimiento de mi pierna.

Luego te vi con el pantalón húmedo y sucio. No me fue difícil

suponer lo que te pasó.

Me sentí alucinado, X sabía que por lo menos una vez me corrí con su zapa (en realidad habían sido dos veces).

Siguió moviendo su zapa, me miraba fijamente y adaptaba su ritmo a mis reacciones.

Eyaculé, retorcí mi rostro en un rictus de placer desmedido y me corrí, él no tuvo ninguna duda de lo que pasó.

Sonrió muy abiertamente, pero no paró, siguió apretando y rozando.

El semen siguió brotando de mi polla y extendiéndose por mi slip. Al poco volvía a estar totalmente erecto y esos vaivenes me volvían loco.

Me dijo.

¿Doble o nada?

¿Eh?

Que vamos doble o nada. Si yo gano, me pagas 400 por las zapas y si pierdo te las llevas gratis. Pero estoy seguro de no perder.

Callé, no se me ocurría que poder decirle. (Subió el pie y me lo apoyó en la barriga).

¿Qué, doble o nada?

Sí. (No supe añadir nada más). Volvió a bajar el pie.

Apoyó su zapa totalmente y la movió hasta que vio por mi rictus que estaba bien colocada. No pude contener un pequeño gemido.

Siguió moviendo esa zapa incansablemente, me miraba sonriendo, comprobaba por mis gestos y suspiros los efectos que sentía.

Se adaptaba a mis gemidos, alternaba pisotones lentos y profundos con rápidos y livianos.

Noté como otra vez estaba al borde del delirio y él debió verlo porque incrementó el ritmo de una forma bestial.

Yo era un libro abierto para él y le fue fácil leer cuando eyaculé.

No paró, sonreía triunfante. Su zapa me daba cada vez pisotones más profundos.

Conseguía exprimirme hasta la última gota y me sentía el slip y ya el pantalón vaquero totalmente húmedo.

Acabas de comprar mis zapas por 400 euros.

Sí. (Me moría de vergüenza, me cobraba por haberme masturbado).

¿Qué pasa? Deberías estar contento. Son unas zapas estupendas. Son tan chulas que te corres de gusto al verlas.

Hi. (No sabía que decir, había disfrutado muchísimo pero me avergonzaba reconocer lo que había pasado)

Me levanté y le di los cuatrocientos euros. Él sonrió y me dijo que iría a comprar unas zapas y me dejaría esas en la conserjería de mi edificio.

Luego antes de marcharse me dijo en tono irónico: ¡Ah! Y límpiate que te has manchado un poco.

Se marchó sonriendo mientras yo iba al servicio a intentar disimular esa sucia humedad.

El resultado no fue muy bueno y me marché a mi casa disimulando la mancha de mi entrepierna.

Esa misma noche recibí aviso del portero de que me acababan de dejar una bolsa. No quise bajar, ni que él subiera.

Le dije que la dejara en el ascensor y que yo lo llamaba, así iría directo al ático.

La recogí y comprobé que eran las etnies de X venían con una última y morbosa sorpresa, sus calcetines usados. Limpios pero aromáticos.

Este tío promete.

¿Querrá algo más conmigo?

¿Se atreverá a darme lo que tanto necesito?.

¿Qué opinará si se entera que público estos relatos?

Olí esos calcetos y me dispuse a pajearme hasta quedarme dormido.

Continúa la serie << Pisa el acelerador XVII

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