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Hans II

Hans II

Al día siguiente me levanté, me duché y busqué en el armario algo llamativo. Me puse una faldita muy corta, de vuelo, y una camiseta de tela ibicenca negra, con un gran escote que marcaba un montón mis tetas. Me miré al espejo y consideré muy atrevido ir así por la calle por lo que, al salir de casa, cogí un taxi hasta la dirección que me indicó Hans. Era un edificio de oficinas. Llegué al piso, llamé y me abrió una señora que me hizo pasar.

– Un momento, que ahora aviso al señor Hans – me dijo.

Al momento me llamó y me indicó una puerta. Entré. Era un despacho tras la mesa del cual estaba Hans. Más allá había otra mesa redonda, supongo que para reuniones.

– Bien – me dijo aproximándose a mi – No está mal el vestuario. Metió la mano por el escote, me sacó una teta y chupando el pezón me dijo:

– Es delicioso, pero te debo algo… Ponte a cuatro patas.

Así lo hice. Levantó mi falda. dejó mi culo al descubierto y de un armario sacó un látigo negro, trenzado.

– Te he de castigar, ¿ verdad?.

– Sí, mi Amo – conteste.

Puso el látigo en mi raja y lo restregó varias veces antes de levantarlo y repartir un azote en cada nalga.

– Esto es por lo de ayer y ahora lo volverá a repetir para que recuerdes que me debes obediencia, ¿te parece bien?.

– Sí, mi Amo – repetí.

De nuevo pasó el látigo por mi raja y lo descargó en mis nalgas. Era la primera vez que recibía un castigo. Lo había visto en películas pero pensé que sería más doloroso. El efecto que yo había experimentado no era ese concretamente, al contrario. Mi coño cosquilleaba cuando mi Amo me azotaba. Cuando acabó me puse de pie, me llevó a la mesa redonda y firmé los papeles del contrato como agente comercial de la empresa.

– Está bien – dijo – Ahora vete a esta otra dirección y espérame allí que te vendré a recoger. -Donde vas ya saben lo que han de hacer-.

Salí, cogí otro taxi y di la dirección. Era un salón de belleza muy lujoso. Entré, dije que venía de parte del señor Hans y me hicieron pasar a un cuarto donde había varios aparatos y una camilla.

– Se puede desnudar – me dijeron – que pronto la atenderán. Poco me costó ya que con sólo falda y blusa no tardé nada. Me sentó en la camilla y al poco entró una señora diciéndome que tenían ordenes del señor Hans para con mi cuerpo. Afeitarme el coño, depilado totalmente, crema y masaje para fortalecer mis tetas, rayos UVA y limpieza de cutis. Acepté y empezaron la sesión. Una vez todo efectuado, me pusieron una bata y me llevaron a la peluquería, me peinaron y maquillaron, pintándome las uñas del manos y pies, y me pasaron de nuevo a la primera cabina diciéndome que esperase. Al rato se abrió la puerta y entró Hans. Me tendió en la cabina y exploró el entorno de mi coño.

– Así lo quiero siempre – dijo – Te darán un producto para que constantemente tu coño sea tan suave como el de una muñeca. Si algún día no es así recibirás el consiguiente castigo. ¿entendido?

-Sí, Amo.

– Bien, pruébate esto.

Me dio una blusa blanca, con gran escote en pico, transparente y con dos botones en el radio, También se abría en pico por abajo. Me quedaba un poco ancha pero no estaba mal y además hacía juego con mi falda.

– De momento ponte esto, luego iremos de compras – siguió Hans – Ahora vamos a comer.

Salimos y fuimos a un restaurante en el que servían un menú para gente de oficinas o algo así, pues estaba bastante lleno. Lo cruzamos un par de veces para encontrar mesa. Los hombres se me comían, me miraban sin disimulo. Al fin encontramos una mesa y nos sentamos.

– Hemos dado vueltas para exhibirte – me dijo – Ese será uno de tus cometidos y ahora, cuando venga el camarero, échate para adelante lo que puedas para que vea tus tetas, sonríele y a poco que se acerque rózale la polla, con disimulo pásale el brazo por la bragueta.

El camarero que nos tocó no estaba mal. Era un chaval joven que se puso como un tomate al preguntarle yo por un plato en concreto y mirarle con descaro, al mismo tiempo que, echando mi cuerpo hacia delante, dejaba el hueco para que mis tetas aparecieran íntegras. Se le notaba nervioso y aún más cuando trajo un plato y con la excusa de coger plan, alargué mi mano y mi brazo rozó con su bulto. Estuvo a punto de tirar el plato. Hans disfrutaba.

– Eso es – dijo – Mira la que tienes liada,

Las mesas de alrededor, llenas de ejecutivos que se giraban para ver el espectáculo. Al llegar al postre, pedí al camarero que me aconsejase.

– Algo fresco – le dije – ¡Es que tengo un calor!.

Mientras él esperaba mi decisión, desabroché los dos botones de la blusa y empecé a abrirla y cerrarla, echándome aire. El bulto del chaval iba en aumento y sus ojos no se apartaban de mis tetas.

– Bueno, ya está bien nena, elige algo que este señor se nos derrite aquí – le dijo Hans.

Eso azoró aún más al muchacho. Pedí un helado y cerré de nuevo la blusa. Pagamos y al salir, Hans me hizo pasar delante. Cruzamos casi todo el restaurante y al llegar al final, me levantó la falda por detrás y dio un cachete en el culo, dejando ver a todos que no llevaba bragas.

– Te has portado bien, pero quiero más de ti – me dijo – Vamos a comprar ropa.

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