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Educación real de una esclava II

Educación real de una esclava II

Me dirigí al salón, con mi perrita a los pies.

Me paré cerca del sofá y le dije:

-Puedes levantarte. Tienes un ambiente muy agradable en tu burdel.

Desnúdame y dobla mi ropa.

Se levantó y comenzó a quitarme la ropa.

Primero la chaqueta, que colocó cuidadosamente en el respaldo de una silla, luego la camisa y así sucesivamente hasta finalizar con los calzoncillos, que también dobló.

Mientras iba realizando estas labores la iba observando. Como ya he dicho, sin ser una belleza, su cuerpo ofrecía bastantes posibilidades para disfrutar de él y más pensando en los castigos que se le podían aplicar.

Su aspecto, entre el miedo y las angustias, que había pasado en la última hora y el paseo por la casa, era bastante lamentable.

Las finas y bonitas medias estaban completamente destrozadas en las dos rodillas, el pelo todo revuelto y el maquillaje, aunque en ningún momento había llorado, estaba totalmente corrido y el carmín de la boca, era una mancha rojiza alrededor de los labios. Me imagino que lo que faltaba estaba en mi polla.

Cuando acabó de desnudarme, me senté en el sofá, con las piernas muy abiertas, mientras ella, ella regresaba de dejar mis calzoncillos con el resto de la ropa.

– Tráeme un whisky con mucho hielo, me apetece después del café.

Se dio la vuelta y se dirigió a la cocina.

– ¡Vuelve aquí!. Se paro en seco y se volvió con la angustia reflejada en su rostro. Sabía, por mi tono, que había hecho algo mal, pero no sabía el que.

– ¿Tú que eres?.

– Tú esclava. –Dijo, casi en un susurro, mirando al suelo y añadió: – Tú perra.

– ¡No, tú eres un objeto!. Un objeto destinado única y exclusivamente a mi placer. Y como tal objeto, ¿Tú crees que puedes dirigirte a la cocina caminando como una vulgar ama de casa?. ¿Tú crees que así me vas a excitar, por muy desnuda que vayas?. Porque creo que eres consciente de que el cuerpo que tienes no es una gran cosa. Vamos, que solo con verte, no es que me pongas muy cachando. Así que ya puedes volver a irte y ¡mueve ese culo y esas tetas para tratar de ser más sexy, más excitante!. ¡Vamos!.

Se dio la vuelta y comenzó a moverse meneando el culo. Tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no soltar una carcajada, ante su ridículo intento por parecer sexy. Otro día le tengo que decir que se vista con completamente, con bragas, sostén, medias y liguero y pedirle que haga un striptess, puede ser desternillante.

Volvió con el whisky, intentando andar como las modelos en las pasarelas, se arrodilló delante de mí y me ofreció el vaso.

– El próximo día que venga, te voy a traer una bandeja especial, para que me traigas en ella las cosas que te pida.

– Bueno, comencemos con la inspección de este cuerpo. ¡Ponte de pie!. –Yo también me levante.

– En primer lugar, vamos a dejar claras algunas normas de obligado cumplimiento, en todo momento y lugar,

-le dije, mientras daba una vuelta alrededor de ella e iba tanteando y sopesando distintas partes de su cuerpo-.

Aunque como me has comentado en nuestros contactos por Internet, has leído muchas cosas de sadomasoquismo y sabes como debe comportarse una esclava.

En primer lugar, a partir de hoy, nunca más llevaras bragas ni sujetador, salvo que yo te indique lo contrario. Y eso quiere decir, ¡NUNCA!. Este yo, o no.

Las piernas siempre deben estar separadas, incluso cuando te sientes, es decir se acabó cruzar las piernas y en casos como este en que estas siendo inspeccionada, las piernas, bien separadas. –Automáticamente abrió las piernas y mi mano se deslizó entre ellas abarcando todo su sexo-.

– ¿Ves como ser obediente tiene grandes ventajas?. –Le dije, mientras acariciaba su coño, introducía algunos de mis dedos en su vagina, que estaba totalmente húmeda y me entretenía jugando con su clítoris.

Comenzó a estremecerse y su cuerpo se tensó, pero permaneció quieta esperando mi siguiente orden. Volví a tocar y sopesar su culo, que era duro y firme y prometía agradables momentos de placer, tanto en su penetración, como en la aplicación de diferentes castigos. Desde atrás volví a coger sus tetas y las sopesé, como si fueran melones y acabé jugando con sus pezones, que no eran una gran cosa, mediocres en todo, grosor y longitud, pero aprovechables.

Me dirigí hacia el sofá, me senté y le dije: -Date la vuelta.

Obedeció y se puso de espaldas a mí. –Arrodillaté. Ahora separa las piernas y apoya la cara y los codos en el suelo con las manos extendidas a los lados de la cara.

La postura la obligaba a dejar el culo a la altura de mi cara, pero no se irguió sobre las rodillas, por lo que este quedaba muy por debajo, casi a la altura del asiento del sofá.

Un fuerte azote en el carrillo derecho de su culo, le indicó que su intento de proteger su intimidad, había sido inútil.

– Acostúmbrate, porque esta es una postura de sumisión que tendrás que adoptar siempre que te llame a mi presencia. Es la postura propia de una perra, ofreciendo sus agujeros a su amo para lo que él quiera.

Levantó el culo, arqueó la espalda y abrió más las piernas, dejando su coño y su culo justo delante de mis ojos. Acaricié los carrillos de su culo con ambas manos y los separé con mis pulgares para tener una mejor visión del agujero de su culo que, claramente se apreciaba, era virgen.

Después deslice mis dedos hasta los labios de su sexo, los pincé y los separé, abriendo su sexo suavemente, para poco a poco aumentar la separación y el estiramiento de los labios externos hasta que, un leve estremecimiento de su cuerpo, me indicó donde comenzaba el dolor.

– ¿Hace mucho que no follas?.

– Si, hace años.

– ¿Años?.

– Si desde que murió mi marido. Tres años.

– ¿Y desde entonces no has usado esto?, -le dije, introduciendo un dedo en su vagina.

– Bueno, usarlo sí pero…

– ¿Pero qué?. Desde este momento, no quiero más dudas, ni más misterios. Tú no puedes guardarte para ti ningún secreto.

De cualquier tema sobre el que yo te pregunte, quiero saberlo todo y con detalles. Los únicos secretos que podrás tener, serán las cosas sobre las que yo no te pregunte y por tanto, cosas que no me interesan

– Ningún hombre, me ha penetrado desde que murió mi marido, pero me masturbo… casi todos los días y a veces me he metido cosas dentro.

Otro fuerte azote en el lado izquierdo de su culo, coincidió con mi pregunta. – ¿Qué cosas?.

-¡Ay!. No sé…

Dos fuertes azotes, más se anticiparon a mi matización a las tímidas explicaciones que comenzaba a dar. – ¿Pues si no lo sabes tú ya me dirás quién lo sabe?

– Me he metido zanahorias, calabacines, pepinos y alguna botella.

– Interesante. Un coño acogedor. En vista de que eso te gusta, ya jugaremos en alguna ocasión, con otros objetos.

Mientras manteníamos esta conversación mis dedos jugaban con sus labios estirándolos y retorciéndolos o introduciéndose en su vagina.

– ¿Y con tu marido, follabas mucho?.

– No, lo normal. Una vez a la semana aproximadamente.

– ¿Con eso tenías bastante?.

– No, muchas veces me quedaba con ganas. Además como ya te he dicho, cuanto más servicial era y más me desvivía por hacer realidad sus más mínimos detalles, mejor se portaba conmigo. Pensando que lo hacía por agradarle. Por más esfuerzos que hice, nunca se dio cuenta de que a mí lo que me gustaba era ser su sirvienta, su esclava. Y jamás me trató mal, ni siquiera en broma me dio un azote o una bofetada. Y hacer las cosas mal a ver si se enfadaba, tampoco me dio resultado.

– ¿Y cuando te quedabas con ganas que hacías?.

– Me masturbaba. – Dijo, casi en un susurro.

– ¿Nunca engañaste a tú marido?.

Dos, tres, cuatro, diez segundos de silencio que, fueron rotos por una tanda de azotes en su culo que la hicieron chillar, retorcerse y tratar de protegerse con las manos.

Un fuerte empujón, dio con su cara en el suelo, antes de que le diera tiempo a tratar de parar el golpe con las manos, que estaban consolando sus doloridos carrillos del culo.

– ¡Nunca más, trates de protegerte o de consolar la zona de tu cuerpo donde yo haya decidido castigarte!. ¡Vuelve a la posición en la que estabas y respóndeme!.

Rápidamente se colocó bien y entre balbuceos, comenzó a responderme, mientras yo la introducía varios dedos en su vagina, sin contemplación y lo más profundamente que pude.

– Una vez.

– ¿Solo una?.

– No varias…, muchas, pero con una sola persona.

Guardé silencio esperando a que continuara.

– Una de esas veces en las que la frecuencia pasó a una o dos veces al mes, estaba muy inquieta, muy nerviosa.

– ¡Es decir que estabas salida!

– Más o menos. Una mañana, en un centro comercial, conocí a un hombre por casualidad. Me hizo gracia lo que me dijo, me invitó a tomar un café y charlamos un rato. Me invitó a vernos al día siguiente, le dije que no, pero a la mañana siguiente a la misma hora, estaba otra vez en el mismo sitio donde nos vimos y allí estaba él, esperándome según me dijo.

– ¿Y te gustaba como te lo hacía?.

– Sí. Muchas veces me penetraba violentamente sin contemplaciones, me estrujaba las tetas y me golpeaba en el culo, sobre todo cuando me follaba por detrás y muchas veces, me decía obscenidades o me insultaba mientras follábamos.

– ¿Te dio por el culo?.

– No, por ahí soy virgen.

– Por poco tiempo. Sigue contándome.

– Siempre se la chupaba antes de que me follara y en un par de ocasiones me hizo que se la chupara en la calle. Una vez en el coche y otra en un parque.

– ¿Se corrió en tu boca?.

Cada vez la costaba más trabajo entrar en esas intimidades. Yo notaba como se debatía entre la vergüenza y la orden que le había dado.

Tímidamente dijo: -Sí. Y antes de que se lo preguntara continuó. -Y me lo trague todo y luego se la limpié con la boca.

– ¿Solo esas dos veces?.

– No… siempre que se corría en mi boca… y… después de follar, también se la chupaba.

– ¿Cuánto duraron esos polvos extramatrimoniales?

– Un año. Me dio miedo continuar. Cada vez tenía más poder sobre mí y me asusté. No quería que mi marido se enterara.

Continuaba jugando con su coño, que cada vez estaba más lubricado. Se había acoplado a la postura y estaba totalmente relajada, con las piernas muy abiertas y el culo completamente abierto.

Ya entraban tres dedos en su coño con absoluta tranquilidad y sus labios internos soportaban con toda tranquilidad que los separase varios centímetros, aunque cada vez, forzaba un poco más la abertura y de vez en cuando emitía un leve quejido.

La mantuve en esa postura bastante tiempo, mientras la preguntaba detalles, cada vez más íntimos y escabrosos, que me importaban un pimiento, pero que la hacían sentirse muy inquieta, incómoda y avergonzada. Llegó a contarme incluso su primer beso en la boca, siendo una niña de 12 años.

Pero una niña precoz, porque, según me contó, ese verano en que por primera vez la besaron en la boca, fue también la primera vez que la tocaron el coño y la primera vez que tuvo una polla en la mano.

Tras todo ese rato hablando de sus experiencias y con los toqueteos, estaba a punto de correrse.

– ¿Te gusta lo que te hago?.

– Sí

– Estás muy excitada, ¿verdad?.

– Sí.

– A punto de correrte. Pues vamos a enfriar esto un poco, antes de que te quemes, -le dije introduciéndole uno de los hielos de mi whisky, en su vagina. Dio un respingo y un chillido, cuando noto el hielo en su interior.

– ¡Vuelve a ponerte como estabas!.

Se coloco bien y le introduje otro hielo. -¿No te refresca?. Lo hago por tu bien, estabas muy caliente. Cogí otro hielo y se lo pasé por la entrada de su coño hasta el agujero del culo, que se contrajo.

– ¡Relájate!, -le ordene- y cuando se tranquilizo, le introduje el hielo en el culo.

Dos hielos más, entraron en su culo y el resto en su vagina. La sensación debía ser intensa, pero ya no se movió y aguanto, hasta que consideré que los hielos ya se habían derretido.

-¡Levántate!.

Obedeció y se quedó de espaldas a mí. Al notar que el agua comenzaba a caer de sus agujeros, instintivamente cerró las piernas, pero un nuevo azote la recordó la orden.

– ¡Eh!, ¿qué pasa que ya no te acuerdas de lo que te ha dicho?.

– Si amo, -respondió, abriendo las piernas.

Bueno ahora vamos a arreglar ese coño, tiene tantos pelos que parece un felpudo, solo le falta poner bienvenido. Despeja esa mesa, pon una toalla y trae agua caliente.

Mientras hacía lo que le ordene, saqué de mi maletín los útiles necesarios para afeitarla. Al poco tiempo estaba a mi lado y con la mirada en el suelo me dijo:

– Ya está todo listo, amo.

– Vamos allá. Túmbate en la mesa, con las piernas muy abiertas. Como si estuvieras en el ginecólogo.

Con unas tijeras de manicura, le recorté los pelos y luego le humedecí la zona con una brocha de afeitar. Extendí jabón en la brocha y comencé a frotar todos los pelos hasta el mismo culo.

Cuando todo los pelos estuvieron enjabonados comencé a jugar con la brocha en la entrada de su coño, separé los labios y froté su clítoris con la brocha. Entre el jabón y los suaves pelos de la brocha, la sensación debía ser bastante placentera.

– Mientras yo no te diga lo contrario, quiero que todo tu cuerpo este permanente y perfectamente depilado siempre. De las cejas para abajo, no quiero volver a ver un pelo.

Los frotes de la brocha, comenzaron a dar resultado y su respiración se hizo más agitada.

– Si en el futuro veo un pelo, la próxima vez la depilación de esta zona, será con cera y la siguiente será con unas pinzas pelo a pelo. De todas formas, la depilación con cera puede que sea necesaria, si con la cuchilla, no queda bien. Hay algunos coños, que se quedan muy irritados con la cuchilla y es mejor hacerlo con cera.

Otra vez su excitación estaba subiendo con el suave masaje de la brocha, le dejé disfrutar un rato más y cuando más relajada estaba disfrutando de las caricias, le dije:

– Bueno vamos a comenzar.

Saque la navaja y le fui quitando la capa de jabón y con ella los pelos de la parte superior de su pubis. Poco a poco todos los pelos iban desapareciendo. La dejé sin un pelo del ombligo al agujero del culo.

Tras limpiarla y secarla, le di una crema y contemple el resultado. Como siempre que veo un coño recién depilado, la palabra que vino a mi mente fue apetecible, pero no pensaba darle esa satisfacción, no la iba a follar, estaba muy excitada y tenía que aprender, que el placer, la excitación, también pueden hacer sufrir.

– Ahora empiezas, exteriormente, a parecerte a una esclava, pero todavía te queda mucho por aprender. ¡Bájate y recoge todo!.

Rápidamente obedeció y al momento estaba a mi lado.

– Creo que ahora lo mejor será que pagues los castigos que te has ganado desde que nos conocimos, para que no se te vayan acumulando. ¿Estas preparada?.

Se estremeció, pero con voz segura dijo: – Sí, amo.

– Ven aquí, -le dije-, colocándola con los brazos apoyados en el respaldo del sofá, con las piernas muy abiertas y a casi un metro de distancia, lo que la obligaba a inclinar la cabeza y a sacar el culo, que dejó perfectamente expuesto a mi voluntad.

Saqué de mi maletín una paleta de madera plana, de las que se usan para dar la vuelta a la comida en las sartenes y me golpeé con ella en la mano. El ruido seco y fuerte la hizo cerrar los ojos, pero ningún otro músculo de su cuerpo se movió.

– ¿Cuántos castigos llevas acumulados?

– No me acuerdo.

– ¿Cómo que no te acuerdas?, ¿que pretendes, que lo controle yo?. Bueno, por ser la primera vez, nos limitaremos a aplicarte un castigo único, pero amplio. Comencemos.

Sin decir nada más descargue el primer golpe en su carrillo derecho. Fuerte, pero no excesivo. Se encogió levemente y dejó escapar un pequeño “ah”. Seguí golpeando, alternativamente los dos carrillos de su culo.

Cuando cada lado había recibido, cinco paletadas, los dos carrillos ya estaban bastante colorados, pare, los acaricie y luego mi mano abarcó todo su sexo acariciándolo tiernamente, y jugando con su clítoris. Seguía estando bastante húmeda, lo que me gustó, cuando creí que los golpes recibidos ya no eran la sensación más fuerte que percibía paré y sin previo aviso, comencé una segunda tanda de azotes, esta vez más fuerte.

Se retorcía y comenzó a chillar, pero mantenía la postura, apretando las manos sobre el borde del sofá. Tras otra tanda igual de golpes, volví a las caricias, que agradeció, no solo físicamente, sino también de palabra.

– Eso está bien, pero no debes agradecer las caricias, lo que debes agradecer, son los castigos. Con cada golpe que recibes, estas más cerca de tu objetivo, ser una buena esclava. Ahora, vas a contar los golpes y después de cada uno, me dirás “Gracias, amo”.

Mientras tanto seguía acariciando su dolorido culo y su sexo.

– ¿Te duele?

– Sí, amo. Pero si tu consideras que soy merecedora de más castigo sigue, estoy dispuesta.

– Muy bien, vamos allá. Recuerda que debes contar.

En esta ocasión el golpe que cayo sobre su culo, fue realmente fuerte.

– ¡Ayyyyyy!. Uno, gracias amo.

– ¡Ah!. Dos, gracias, amo.

Aguantó mejor de lo que yo esperaba los siguientes diez golpes, cinco en cada lado, lo que hacen un total de treinta azotes, quince en cada culo. Por esa vez era suficiente. Su culo estaba totalmente rojo y con claras marcas de los bordes de la paleta.

– Incorpórate y date la vuelta. Recuerda que no puedes tocarte.

Se dio la vuelta, mantuvo las piernas abiertas y las manos a lo largo de su cuerpo.

– Por hoy, tu culo no va recibir más castigo, ahora nos vamos a centrar en tus tetas.

Nada más oír cual sería la siguiente parte de su cuerpo que iba a ser castigada, encogió los hombros, tratando de ocultar sus tetas, aunque no cambió de postura.

– Veamos como responden al estímulo estos pezoncitos, -dije- al tiempo que se los pellizcaba y estiraba.

Como había sospechado al verlos, no daban mucho juego, pequeños y cortos, me costaba trabajo cogerlos con la punta de mis dedos, pero a medida que se fueron poniendo duros y crecieron la situación mejoró un poco.

Cuando ya se había acomodado a la presión y el estiramiento, se los retorcí con bastante fuerza, al tiempo que pegaba un considerable estirón. Chilló, se echó hacia delante y trató de proteger los pechos sacando los hombros. Pero fue su única resistencia. Eso y dos gruesas lágrimas que comenzaban a salir de sus ojos.

La solté y cogiendola por la nuca, la obligue a doblarse por la cintura inclinando la cabeza. En esta postura sus tetas colgaban libres. Colocándome delante de ella, sopese las dos tetas y las solté, viéndolas colgar.

Mantuvo la postura, mirando al suelo, sin mover ni un músculo, solo se oían sus sollozos. Ahora ya estaba llorando abiertamente. Sin mediar palabra abofeteé sus dos tetas. Las primeras veces suave y las siguientes más fuerte. No dijo, nada, aguanto el castigo sin moverse, por lo que le dije:

– Bien, aguantas bien, me gusta, pero te recuerdo que debes dar las gracias, por tu formación y preparación.

Entre sollozos, dijo: -Gracias, amo.

Volví a coger la paleta y de abajo arriba, descargue dos golpes uno en el centro de cada teta, cogiendo de lleno los pezones. Tras cada golpe dio las gracias, y esperó el siguiente. Pero ya no hubo más.

Cogiéndola por la barbilla, la obligue a levantar la cabeza y por primera vez, la besé en los labios. Una sonrisa nerviosa se dibujo en su cara mientras sus ojos continuaban llorando. Seguí besando sus labios y poco a poco los fui abriendo con mi lengua, hasta notar la suya, con la que comencé a juguetear, al tiempo que mis manos recorría todo su cuerpo acariciando, dedicando especial atención a sus tetas y coño, que yo creo que estaba, incluso, más mojado que antes.

– ¿Todo bien?, -le dije-.

– Sí, amo. Gracias.

– Muy bien, se me ha hecho un poco tarde, pero todavía tengo el tiempo suficiente para darte tu premio.

Le di la vuelta, la hice doblarse sobre el sofá, apoyando la cabeza en el asiento y dejando su culo completamente abierto delante de mí. Saqué de mi estuche, una crema lubricante, se la di en la entrada de su culo, luego introduje, primero un dedo, luego dos y al final tres, lubricándolo bien por dentro y de paso dilatándolo un poco. Lubrique mi polla, la coloque en la entrada y suavemente comencé a empujar.

La primera presión la arrancó un leve quejido que se convirtió en un grito cuando sin previo aviso y de un fuerte empujón se la metí entera. Unos segundos de parada y rápidamente comencé a follarme ese culo, que como me sospeche, nada más verlo, me iba a dar unos intensos momentos de placer. Le vi que se mordía la mano para no seguir chillando y como las lagrimas seguían rodando por sus mejillas.

Poco a poco me fui excitando. Estuve casi media hora bombeando dentro de su culo, hasta que vi, en ella, los primeros síntomas de algo parecido al placer. La dejé disfrutar un rato y luego comencé a estirar la dolorida piel de los carrillos de su culo, lo que la hizo lanzar un chillido.

A esas alturas, ya estaba casia punto de correrme, por lo que aceleré el ritmo y la profundidad de mis embestidas, para acabar en un estallido dentro de su culo, al tiempo que mis manos golpeaban los dos carrillos de su culo.

– ¡Pufff!, como me imaginaba tu culito me va a proporcionar gratos momentos de placer. ¿Te ha gustado mi regalo?. Como tu comportamiento en esta primera sesión ha sido aceptable, te he librado de un problema y un defecto, la virginidad de tu culo. –Dije- soltando una carcajada.

Ella se había incorporado y con las piernas, más separadas que antes se puso de frente a mi, sin levantar la cabeza y dijo:

– Sí, amo. Gracias.

Para que veas que soy bueno contigo y aunque todavía no debería, porque no te lo has ganado, te dejo saborear mi semen. ¡Límpiamela!.

Se arrodilló, la cogió entre sus manos y se la introdujo entera en su boca, comenzando a chuparla. La dejé unos minutos y cuando consideré que ya estaba limpia, le ordené:

-¡Tráeme la ropa!.

Sin que se lo ordenara comenzó a vestirme, colocándome toda la ropa, con el mayor esmero del que fue capaz.

Cuando termino, volví a coger mi maletín y sacando un juego de bolas chinas, le dije:

– Ven aquí. Abre las piernas. -Era prácticamente imposible que las abriera más, vino hacía mí como si estuviera toda escocida.

Separé los labios de su coño y le introduje las dos bolas, dejando fuera el cordón que las unía.

– Esto es otro regalo que te hago, no te las quites, bajo ningún concepto, hasta que yo vuelva, que probablemente será mañana. ¡Ah!. Y te queda completamente prohibido masturbarte. Aunque con lo excitada que estás y las bolas, probablemente te correrás, en cuanto empieces a moverte. Si es así puedes correrte, pero ni se te ocurra provocártelo tú.

Me di media vuelta, recogí mi maletín y me dirigí hacia la puerta. NO fue capaz de moverse. Se quedó allí de pie, en medio del salón con las piernas muy abiertas, como si se hubiese meado y con el cordoncito blanco colgando, como si fuera un tampax.

Antes de cerrar la puerta, me volví y le dije:

– Y ponte algo de crema en el culo. Por dentro y por fuera.

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