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Beatriz se introduce involuntariamente en la prostitución

Beatriz se introduce involuntariamente en la prostitución

Beatriz había salido de marcha con sus amigas, como tantos otros jueves a la noche fueron al “As de Corazones”.

Había ocasiones en que se llegaban a reunir hasta una docena de amigas, todas casadas o separadas, pero aquel día tan sólo coincidieron cuatro, y al final de la noche se quedó a solas con Silvia, que no parecía muy animada a continuar la velada.

Como no tenía ganas de volver a casa, le dijo a Silvia que aún se quedaría un rato más.

La verdad es que Beatriz había echado el ojo a un chico con el que solían coincidir y que le gustaba desde tiempo atrás, pero cuando vio que desaparecía con otra chica, se dio cuenta de que la noche había terminado para ella.

Iba a marcharse ya cuando alguien que no conocía le invitó a una copa.

Como no tenía ganas de irse, decidió aceptar.

Era un hombre maduro, y se notaba que no era habitual en el local, pero parecía amable y agradable.

Le dijo que estaba de paso en la ciudad y Beatriz se prestó a acompañarle un rato.

Beatriz era una mujer atractiva y estaba acostumbrada a que le intentaran seducir, así que no se sorprendió de que aquel hombre lo intentara.

En realidad, ya se había fijado en él, siempre llamaban la atención las caras nuevas y a ella le había gustado aquel desde el principio. Iba bien vestido, con muy buena pinta, y tenía muchísimo estilo en todo lo que hacía y decía.

Además estaba sola, nadie le espiaba, y se dejó hacer.

Acabaron la noche en su hotel.

Aunque estaba casada, no era la primera vez que tenía una aventura, pero sí era la primera vez que se iba a la cama con alguien nada más conocerlo.

La situación se había planteado con toda naturalidad y ella no puso el menor inconveniente, antes bien, lo pasó de maravilla.

Cuando se iban a despedir, mientras se vestía, se encontró con unos cuantos billetes sobre el bolso.

No pudo evitar expresar su sorpresa, a lo que aquel hombre respondió si le parecía poco.

Le había tomado por una prostituta.

Nunca supo por qué en aquel momento no deshizo el equívoco.

Quizás fue la sorpresa, o una emoción extraña que aún ahora es incapaz de describir.

Le pidió el número de teléfono, “para cuando vuelva” y ella no dudó en dárselo.

Podría haberse negado, o darle un número equivocado, pero le dio su verdadero número, consciente de lo que estaba haciendo.

Al cabo de tres semanas recibió su llamada. Antes de contestar ya sabía que era él.

Volvieron a encontrarse en su hotel y Beatriz volvió a ser la prostituta de lujo que él esperaba encontrar.

En adelante, cuando volvía por la ciudad, no menos de una vez al mes, siempre le llamaba.

Beatriz experimentaba una emoción especial al comprobar la línea tan tenue que separa a una mujer aparentemente normal d una puta cualquiera.

Empezó a pensar si sería cierto eso de que toda mujer lleva dentro de sí a una prostituta.

Ella cobraba, y muy bien por cierto, por acostarse con aquel hombre.

Y el hecho de cobrar, le provocaba un sentimiento especial, algo parecido a la satisfacción, que se mezclaba con la emoción y el puro placer intelectual de saber que alguien la tomaba por lo que no era, o quizás sí era, al menos para aquel hombre, y durante unas pocas horas.

En cierta ocasión le dijo que tenía algún buen amigo, ejecutivos como él, que estarían encantados de conocerla.

Empezó a recibir llamadas y comenzó a quedar con desconocidos que esperaban de ella servicios que ya empezaba a prestar con naturalidad y, sobre todo, con mucho gusto.

En pocos meses, sin habérselo planteado, se vio convertida en una prostituta de lujo.

Para entonces ya había introducido algunos cambios en su vestuario, nunca nada llamativo, detalles elegantes, que a ella le parecían sofisticados y, sobre todo, carísimos, pero que ahora podía permitirse.

Empezó a cuidar su ropa interior, con la que sí se permitía cierta provocación, aunque seguía prefiriendo la lencería más delicada y tradicional.

En la cama se volvió más desinhibida y nunca tuvo necesidad de practicar gimnasias amatorias demasiado complicadas.

Los caprichos que tenía que satisfacer estaban lejos de ser excentricidades y a menudo le proporcionaba más diversión a ella que al propio cliente.

Su atractivo, además de su físico, estaba en que ella seguía siendo una mujer normal, un ama de casa que no tenía la menor apariencia prostituta y eso parecía encender aún más el deseo de sus clientes.

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