Capítulo 4
- La chica perfecta I: Iria
- La chica perfecta II: En el médico
- La chica perfecta III: El experto
- La chica perfecta IV: Revelación
- La chica perfecta V: En la playa con Lucía
La chica perfecta IV: Revelación
Antes de empezar, quiero decir que este relato y los anteriores sólo tienen en común a su protagonista, la bella Iria. Para descripciones suyas, dirigirse también a los anteriores relatos.
Cuando tenía 17 años, fui con mi clase a esquiar a tierras andorranas. Nos alojamos en un hotel que no estaba nada mal (¡bastante pasta nos costó!), decorado como si fuera una cabaña de invierno. La planta baja era ideal para hacer fiestas, y en las de arriba estaban los dormitorios. Tuve la mala suerte de tocarme dormir solo, pues éramos un número impar de chicos, así como de chicas. Y hablando de chicas: ella había venido.
Ya hacía casi un año que estaba obsesionado con Iria, y aún no me la podía quitar de la cabeza. Hablaba con los colegas sobre ello, pero sabía que nunca habría solución a mi problema: era una chica que jamás podría estar dentro de mis posibilidades. Sobre todo porque en todo el curso no había cruzado más que un par de palabras con ella. Estoy seguro de que ni siquiera se acordaba de mi nombre.
Había pasado el primer día de esquí, así que me encontraba muy cansado. Sin embargo, mis amigos montaron una fiesta en la planta baja. No había alcohol, pues los profesores rondaban por allí, pero nos lo pasábamos bien. Yo estaba tomando una coca-cola al tiempo que charlaba con los amiguetes cuando Iria, vestida con unos pantalones rosa ajustados y un ceñido top blanco (su ropa preferida pues, por mucho frío que hiciese, siempre procuraba llevar lo mismo), se acercó al grupo y empezó a entrar en la conversación, como si tal cosa.
Empecé a tener mal cuerpo; sólo me bastaba estar cerca de ella para que mi nerviosismo aumentara sobremanera. Así que, sin más, me di la vuelta y me marché en dirección a mi habitación. Mis amigos no se dieron cuenta, pero Iria sí.
— ¿Qué le pasa a vuestro amigo? Siempre que me ve, escapa.
Los colegas intercambiaron miradas, pero ninguno se decidió a hablar.
— ¿Tan tímido es?
A esta pregunta sí que respondieron.
— ¡Tímido! ¡Je! ¡Cómo se nota que no lo conoces, Iria! ¡Es el más atrevido de todos! — ¿Por qué, entonces, no quiere coincidir conmigo?
Nadie contestó.
— ¿Le he hecho algo malo?
César, mi mejor amigo, tragó saliva y contestó.
— Te quiere mucho, Iria. Eso es lo que pasa.
La adolescente se sorprendió y se quedó con los ojos abiertos. Otro gran amigo mío le dio la puntilla.
— Ya lleva casi un año locamente enamorado de ti. Ya sabes, el amor no correspondido.
Iria tomó un trago de coca-cola y habló.
— Gracias – pasó su mirada por mis dos amigos que habían contestado -. Muchas gracias, chicos.
Dicho esto, se fue.
Llegué a mi habitación y me tumbé en la cama. Después de unos instantes de reflexión, comencé a quitarme la ropa. Me puse mi inseparable pijama y me lavé los dientes. Acto seguido, me acosté. Sin embargo, me levanté a los pocos minutos, pues hacía mucho frío. Cogí una manta del armario y la coloqué. Por fin, me quedé dormido pensando, cómo no, en mi amada Iria.
Un ruido me despabiló. Miré el despertador: las tres de la madrugada. Todavía medio dormido, encendí la lamparita de al lado de la cama y miré hacia la puerta. Lo que vi me dejó absolutamente flipado.
— ¿Te importa? Es que no me gusta dormir sola.
Vestida con una camisa sin sujetador y unas braguitas, Iria se metió en mi cama. Mi cara debía ser todo un poema. La bella adolescente se colocó a un lado de la cama, dándome la espalda. En esos momentos noté que estaba completamente mudo, que el cuerpo me temblaba y que mi polla había alcanzado un estado de dureza impensable.
Durante un largo minuto permanecí quieto, sin mover un solo músculo. De repente, Iria se me acercó un poco, así que tuve que hacer gala de unos extraordinarios reflejos para que mi erectísima polla no rozara siquiera su cuerpo. Sorprendiéndome aún mas, Iria me cogió los brazos e hizo que la cogiera de la cintura, al tiempo que me decía:
— ¡Uf, qué frío hace! Será mejor que nos juntemos para darnos calor.
Parpadeé varias veces, comprendiendo que no era un sueño. Levanté un poco la mirada y comprobé que la manta se había caído: por eso tenía tanto frío. Sabía que no podía levantarme a poner de nuevo la manta; no con esa brutal empalmada.
Habían pasado ya unos cuantos minutos, y yo me caía de sueño. No iba a dormirme ni de coña, pero cerré un poco los ojos para descansar. En una de estas, sin quererlo, me quedé traspuesto. Cuando me desperté, vi a Iria acurrucada contra mi pecho y mirándome dulcemente. Suspiré aliviado cuando comprobé que, aunque seguía teniendo la polla igual de dura, no tocaba para nada a mi amada.
— ¿Sabes? Un pajarito me ha dicho que te gusto…
Me quedé helado como un témpano, así que sólo pude asentir levemente. Sin embargo, permanecí cuán piedra cuando Iria, de repente, bajó su mano hasta mi polla y la agarró durante un par de segundos.
— ¿No me digas que esto es por mi culpa? – soltó una risita y dejó de agarrarme la polla.
Seguro que se me puso la cara como un tomate, además de acelerárseme el corazón hasta su velocidad máxima. Pero, súbitamente, Iria se coló entre las sábanas y me bajó los pantalones con suma destreza. Aprovechando que me quedé paralizado, me los quitó de un tirón y los tiró lo más lejos que pudo. Por fin, me digné a hablar:
— Pe… pe… – tragué saliva -¿Pero qué estás haciendo?
Se volvió a acurrucar como si tal cosa y me habló.
— ¿Por qué no me dijiste antes que me querías?
Comprendí que sería inútil preguntarle de nuevo por qué me había quitado los pantalones.
— Tienes novio…
Se acercó un poco y me dio un ligero beso en los labios; luego, volvió a su posición inicial.
— Tonto… Estoy con él para no estar sola, nada más.
Me quedé unos instantes en blanco, así que ella siguió hablando.
— Tú también me gustas, jovencito. A veces, en clase, me mojo pensando cómo me haces el amor poco a poco… – los ojos se me abrieron como platos al escuchar sus excitantes palabras -. Sin darme un solo segundo de descanso…
Volvió a acercar sus labios a los míos, esta vez por más tiempo. Me besó dulcemente mientras quitaba las sábanas. Cuando terminamos ese gran beso, contempló mi polla en todo su esplendor.
— Apuesto a que cada vez que me ves se te pone así de poderosa, ¿me equivoco?
Asentí y ella bajó su mano para acariciármela. Un escalofrío de gusto me recorrió por todo el cuerpo, al tiempo que la agarraba fuertemente. Cuando empezó a masturbarme lentamente, dejé escapar un gemido de placer. Ella puso la palma de su mano en mi frente y me calmó:
— Shhh… Disfruta del momento…
Iria comenzó a mover mi miembro suavemente, con parsimonia. La sensación de gusto era increíble, parecía toda una experta. Otras en su lugar habrían ido a mil por hora y ya me habrían hecho venirme, pero Iria era especial… La rubita adolescente me bajaba todo lo que cubre mi aparato y dejaba al descubierto la cabeza, de la cual ya salían unos hilitos de líquido preseminal que ella desparramaba con sus deditos por todo el capullo. Al poco rato me lo soltó y me dijo que siguiera yo, pero que no eyaculase todavía. Se acostó a mi lado y pasó sus manos por mis huevos. Yo paré de masturbarme, pues ya estaba a punto de caramelo.
— ¿Crees que estoy cachonda?
Sonreí, pues ya me había acostumbrado a este tipo de situaciones.
— Estás buenísima, Iria.
Soltó una risita y me acarició la polla.
— Gracias, pero… ¿qué es lo que más te gusta de mí?
Me atreví a acariciarle un muslo, a lo que respondió con una sonrisa.
— Todo.
Posó su mano sobre la mía.
— Venga, mójate un poco – repitió la pregunta -. ¿Qué es lo que más te gusta de mí?
No sabía qué contestar, así que me quedé tan cual. Iria, adoptando una expresión de niña enfadada, se levantó y se puso al pie de la cama.
— Mírame bien y después contesta, ¿vale?
Se paseó como una modelo por toda la habitación, y en una de estas la verdad es que casi me corro: ¡la chica de mis sueños estaba posando para mí en braguitas y camisa! Aparte de esto, con sólo recordar que me había hecho una paja hacía que me pareciese que estaba en el paraíso.
Realmente, Iria era fantástica: sus pechos se mostraban tentadores tras la camisa, y sus suaves braguitas ocultaban unas nalgas redondas y paraditas que cualquier hombre se volvería loco por tocar.
— ¿Aún no te has decidido? – me miró y comprobó que estaba embobado con su belleza -. A lo mejor necesitas verme más de cerca…
Ante mi asombro, Iria cruzó los brazos y se quitó la camisa. Se llevó las manos al pelo para colocárselo un poco y me extasié con la vista de sus sugerentes senos. La bella adolescente se sentó encima de mi estómago, quedando sus nalgas a pocos centímetros de mi erecta polla.
— ¿Te gustan mis pechos?
Contesté con un «sí» entrecortado, a la vez que Iria me cogía las manos y las apoyaba en sus senos.
— Siéntelos, mi amor…
Empecé a sobárselos y a comprobar lo suaves que eran. Al ver que no iba mas allá, Iria me alentó.
— ¿Te gustaría jugar con mis pezones? Son todo tuyos…
Levantándome un poco, me llevé uno de sus pezones a la boca. Noté cómo se iba endureciendo al contacto con mi húmeda lengua, y además aprovechaba para pellizcarle el otro. Iria suspiraba intensamente debido a mis expertas acciones. A los pocos minutos, la rubita se desplomó sobre mí y me besó con ganas.
— Dime lo que quiero oír…
Le acaricié levemente los senos y contesté:
— Me encantan tus tetas…
Dicho esto, me besó con ganas renovadas.
— Ahora quiero oír lo que me quieres decir…
La miré extrañado; Iria sonrió y me acarició la polla.
— Venga, campeón…
La sujeté de las nalgas y contesté con un susurro:
— Quiero que me hagas una mamada y te bebas todo mi esperma caliente.
Iria sonrió ampliamente y bajó para encontrarse cara a cara con mi empinado instrumento. Cogió mi polla de la base y me susurró:
— No creo que aguantes mucho…
Dicho esto, se la metió enterita en la boca. A pesar de su juventud, Iria sabía darle infinito placer a los hombres. Por lo menos a mí… La verdad es que me estaba haciendo una mamada sensacional. Casi sin poderlo remediar me corrí entre jadeos y solté una cantidad exultante de esperma. Iria lo tragó casi todo, y lo que se escapó de su boca se depositó en su linda cara, dándole un aspecto muy erótico.
— ¿Te ha gustado?
Suspiré y me relajé.
— Eres fantástica…
Se quitó las braguitas y acercó su depilado coño a mi boca. La visión de su conejito me produjo una nueva erección.
— Ahora te toca a ti…
Apliqué mi lengua sobre los labios menores de su rajita y empecé a lamer rítmicamente. Iria aprovechaba para balancearse, pues la muy zorrita quería acercar aún más su coño a mi lengua. La adolescente estaba en la gloria, se estaba volviendo loca de gusto.
— ¡Ohhh, sí, cariño, sigue! ¡Qué lengua tienes, qué… qué maravilla!
Al rato, Iria se corrió intensamente. Se volvió a tumbar sobre mi pecho y, de nuevo, me besó con ganas.
— Te quiero…
Le devolví las palabras y nos besamos con aún más pasión. Descansamos un poco, y luego Iria volvió a la carga. Se contoneó como una gatita y abrió al máximo sus piernas. Con una mano abrió su rajita, se chupó un dedo de la otra y se lo metió con parsimonia. Ya introducido, la mano que antes estaba abriendo su chorreante coñito se disponía ahora a masajear su clítoris. Esa visión tan sublime hizo que me empezara a masturbar casi sin quererlo.
— Apuesto a que te gustaría follarme…
Asentí con la cabeza, e Iria cambió de posición. Se puso a cuatro patas y empezó a frotarse el coño.
— Sí, te gustaría metérmela hasta el fondo…
Yo no resistí más: con gran destreza, me acerqué a ella y se la metí. En ese momento no pensaba ni en el condón ni nada por el estilo: sólo deseaba tirármela una y otra vez. Y así fue, para mi alegría. Estuve un rato largo follándomela hasta que se corrió. Después, lo hicimos en la posición típica del misionero, y se volvió a correr. Ella me dijo que me quería hacer disfrutar al máximo, así que se puso arriba y me cabalgó. Esta vez no pude aguantarme más, así que me corrí dentro de ella. Casi llegamos al orgasmo mutuo, pues al sentir mi leche en sus entrañas también se corrió. Y eso no fue todo: nos levantamos y la apoyé contra la pared, casi empujándola, y me la follé con ganas.
Extenuados, nos duchamos juntos. Se me ocurrió la maquiavélica idea de masturbarla con el chorro de la ducha, y así lo hice.
— ¡Sí, sí, me corro, me corro! – todos sus músculos se tensaron y apareció el orgasmo más maravilloso de toda su vida – ¡Ummmfff, ahhh, yaaaggg!
No era de extrañar: el chorro de una ducha tibia en su coño y una lengua en su clítoris era demasiado.
Los días siguientes fueron sensacionales: esquiábamos juntos, comíamos juntos… Incluso cuando íbamos una vez en el teleférico y se paró (realmente, se paraba muchas veces) me dijo que si quería que me hiciese una mamada. Yo le dije que claro que sí, y ella me bajó los pantalones y empezó a chupármela. El teleférico se puso de nuevo en marcha, pero Iria no paró hasta hacerme correr. Me vine en su boca y le ofrecí un pañuelo para que se limpiase.
— Eres la chica perfecta, ¿lo sabías?
Se paró de nuevo el funicular. Ella sonrió y se quitó los pantalones.
— Lo sé, pero también tengo mis necesidades.
Le bajé sus braguitas y le comí el coño hasta que se retorció de placer. Y, como el aparato seguía parado, aprovechamos para follar. Al sentirnos observados por los integrantes de los otros teleféricos, nos dio un morbo impresionante y nos volvimos a correr.
— ¡Fóllame! Así, así… métemela hasta el fondo, por favor…
Al llegar al hotel, como era nuestra última noche, Iria se desnudó y se puso a cuatro patas de espaldas a mi. Se metió un dedito por el culo y me susurró:
— Tengo un regalo para ti…
Me quedé estupefacto.
— Te dejo que me lo hagas por el culo.
Ella mismo se lo preparó, ensalivándoselo y metiéndose un par de dedos. Se la metí de un tirón y estuvimos así un largo rato. Al correrme dentro de ella, por primera vez gritamos los dos al unísono.
Después de este viaje, no volvimos a hacer el amor.