El extraño
Era de noche, estaba viendo una película de amor, el vino y se sentó detrás de mí, comenzó a acariciar mi cuello y mi espalda, pensé que era una noche de amor, para amar, apagué la luz y me recosté, él comenzó a besar mis pezones aquello me producía una sensación de cosquilleo y bienestar, pero se prolongó bastante, me moví un poco hacia un lado como para indicarle que continuara con otra cosa con algo más excitante, menos monótono, el entendió que quería dormir, se quedo tendido boca arriba al costado mío, me puse boca abajo y desde allí observaba como subía y bajaba su pecho al compás de su respiración, luego noté que fue haciéndose más profunda.
De pronto recordé aquello que me dijo hace unos días, que no soportaría ver que me estoy masturbando, metí mis dedos y de pronto estaba moviéndome muy despacito y acariciando mi clítoris, esperando a que él reaccionara, sentí que me estaba excitando y mi vagina comenzó a lubricar pero él seguía dormido hasta se sentía un leve ronquido, seguí haciéndolo pero ya con un poco de más movimiento y más fuerza, el solo se dio vuelta, esto me desilusiono y para colmo estaba demasiado excitada sabía que no podría dormir así.
Me levanté de mi cama, fui a la cocina, abrí la heladera, tomé una botellita de agua mineral y me acerqué a la ventana, se sentía un exquisito aroma a tierra mojada y estallo la lluvia, aquello calmaba mis ánimos tan exaltados, sentí la necesidad de salir a tomar aire fresco, cuando abrí la puerta todo ese aroma me inundó y me sentía extasiada.
De pronto alguien saltó la tapia era un hombre desnudo, se acercó a mí muy lentamente, su dedo me alzó el mentón y con el pulgar acaricio mis labios, comencé a jugar mordisqueando su dedo que se introdujo un poco más en mi boca, en tanto el delicioso miedo en el estómago, la sangre precipitada en los pezones tensos, ese vacío doloroso allá en medio de mis piernas, me tomo de la cintura y sus manos bajaron hasta mis nalgas me apretó con fuerza, entreabrió su boca y me besó, aquel beso era de alguien sediento, sentía que él si me deseaba, respiraba casi con dificultad de tan excitado que estaba y su boca me lo decía, sus labios me comían, su lengua me saboreaba, sus dientes me mordisqueaban y me producían una extraña sensación de excitación que hacía que yo fuera una persona sin razón en sus brazos me sentía volar, él me tomó con más fuerza y yo hice un paso hacia atrás obligándolo a que me forzara, quería obligarlo a admitir que me deseaba tanto como yo a él, su mano me atrajo con más rudeza, era lo que buscaba, quería ser invadida, lo estreché contra mí, magullándole los labios, él apretó su cuerpo al mío, nuestros dientes chocaron en el beso, era como una guerra en la cual los dos ganaríamos, todo su cuerpo me aplastaba, la potencia de su pecho musculoso pesaba contra mis senos.
Solo deseaba decirle que me tomara allí mismo pero ni siquiera podía hablar, él me recorría con su lengua y con sus manos parecía que no quería dejar centímetro de mi piel sin tocar, estaba sediento de mí y yo de él, aquel desconocido me hacía vibrar, no había parte de mi que no lo deseara y esos truenos eran la música de fondo para esta hermosa escena de amor de dos amantes que morían uno por el otro de excitación, fue entonces que susurré… Hazme el amor. Entra en mí. Abrí los ojos para mirarlo, él debía saber cuánto lo deseaba, a modo de respuesta él se zambulló en mí, continuaba adentrándose más y más, más y más hondo, más y más abriéndose lugar en mí, luego comenzó a moverse; mi cuerpo se estremecía al ritmo de sus impulsos, sus ojos delataron que había llegado su momento, su cuerpo se movía furioso y el mío se relajaba para recibirlo, él estalló; un gran gemido salió invadiéndome con su dulce aliento, luego llegó mi momento, feliz de morir, salté hacia el abismo al mar hirviente de mi orgasmo.