Capítulo 2

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Con Miguel y Anabel II

Seguíamos de vacaciones en España y por supuesto que con nuestros amigos Miguel y Anabel.

La cita esta vez era en el departamento que gentilmente nos habían arrendado para nuestra estadía en ese bello país.

Miguel nos había anticipado que llegaría primero dado que Anabel tenía un compromiso y se nos uniría un par de horas más tarde.

A la hora indicada él estaba ahí, listo para darle placer a Piru.

Cuando se bajó el cierre de su pantalón y sacó a relucir su enorme verga, mi mujer me hizo un chiste no obstante ya conocerla de antemano y me pidió que trajera un anestésico.

La verdad que yo también quedé impresionado, porque nunca se la había visto en vivo y en directo como en ese momento. Piru me había contado maravillas de Miguel pero uno siempre supone que a veces ellas exageran un poco para ponernos un poquito celosos y realmente no había mentido nada.

Cuando Piru se la tocó un poco su verga se le paró como un muñeco con resorte y no se bajó hasta dos horas después.

Generalmente mi mujer se guarda la leche para el final porque sabe que si nosotros acabamos rápido bajamos el rendimiento o en algunos casos morimos allí mismo y se acabó la joda.

Pero con Miguel y sobre todo con su pija se entusiasmó tanto (bah, mejor dicho, ya venía entusiasmada de la otra tarde) que se la puso en la boca, se la pasó por la cara, por las tetas, en el medio del pecho y lo masturbaba y lo hizo acabar.

Le salió un lechazo que baño su cara casi por completo pero mantuvo la erección quedando su verga tan dura como antes de acabar. Todo un ídolo Miguel.

Piru se lubricó toda, concha, ano, todo…y se lo montó.

Cada vez que se sentaba sobre esa pija sus ojos se abrían y exhalaba tales gemidos que me excitaban sobremanera.

Miguel le entraba tan a fondo que cada cuatro bombeos ella tenía un orgasmo.

Siguió y siguió hasta que su vagina se irritó tanto que no soportaba el ardor.

Entonces nuestro amigo arremetió por el culo. Hasta a mí me dolía de solo ver esa verga enorme entrándole por el culito a mi mujer.

Yo pensaba que después de esto, mi pija le iba a parecer un dedo a Piru.

Cuando todo acabó y después de masturbarme dado lo caliente que estaba por verlos a los dos, nos tomamos un par de copas, ya relajados, esperando que llegara Anabel.

Cuando arribó casí me caigo de espaldas. Estaba deslumbrante, más linda que nunca y muy sexy. No pude contener mi erección al verla.

Cuando nos desvestimos se quedó en una micro bikini y no podía dejar de mirarle ese culo tan perfecto, tipo corazón al revés, que comenzaba bajo una cintura pequeña y terminaba donde unas piernas fuertes y torneadas.

Su maravilloso vello púbico se deslizaba a través de su tanga y eso me ponía muy nervioso.

Verle ese tupido vello cubriéndole la concha es algo que me atrae de tal manera que no se pueden imaginar.

Y pensar que muchas mujeres se depilan totalmente. Son gustos pero pienso que la mayoría de los hombres nos gusta llegar a la cuevita atravesando esa mata de pelos.

Es algo imperdible y con Anabel no se imaginan o mejor sí, ya que todos los que pueden apreciar sus fotos en la red se darán cuenta que no miento para nada. Ese tajo que tiene bajo la pelambre es espectacular.

Piru al verme la erección se sonrió y con la chispa que la caracteriza me preguntó si pensaba cogerme a esa mujer que ya me estaba preparando.

Anabel es muy amable y me acariciaba la verga como si fuera la de Miguel, aunque ya conté que tenemos pequeñas diferencias (¿pequeñas?).

Se arrodilló y me la acarició con las dos manos. Mientras lo hacía una sonrisa se le dibujaba en la boca y pronto se la introdujo y comenzó a chuparla.

Yo trataba de aguantarme porque no quería acabar tan rápidamente pero veía como temblaba su cuerpo y dejaba de chupármela y respiraba agitadamente como si tuviera orgasmos que me estaba excitando cada vez más.

Mientras tanto Miguel se estaba ocupando nuevamente de Piru.

Traté de sacarla a Anabel de la fellatio ya que me moría de ganas de metérsela entre las piernas y acariciarle ese poderoso culo, pero ella estaba como pegada.

Forcé la situación y por fin ella salió.

Me acosté en el piso y ella sin más saltó sobre mí, apoyó su concha en mi vientre y se deslizó frotándose con fuerza hacia mi verga. Se la enterró con fuerza y comenzó a zarandearse.

Se movía como una bailarina árabe sentada sobre mi pija, ondulando sus caderas con los brazos en alto y su cabeza hacia atrás.

La vista la tenía como perdida. Eso me calentaba más,

Después de cogerme por un buen rato se levantó y se puso en cuatro.

¡Se imaginan el panorama!

Tenía la concha toda peluda, dos labios gruesos y carnosos (como si se hubiera puesto colágeno) y la vulva que salía como un coliflor. Arriba un orificio anal pequeño y rosado, protegido por dos glúteos duros y delineados.

Me puse de rodillas y la acomodé en su ano. Sabía que Miguel ya había trabajado esa parte, así que no me tomé el trabajo de estirarlo.

Con un impulso le metí la cabeza, pero su culo aun estaba algo estrecho y me detuve. Ella entonces dio vuelta su cabeza y me pidió que continuara.

Miré a mi alrededor y vi a Piru ensartada por la verga de Miguel, gimiendo como una leona, sudando calentura, y mi verga se endureció aun más.

Arremetí contra ella sin miramientos, entró mi cabeza y con varias bombeadas todo mi miembro en ese trasero hermoso.

La tomé de la cintura y me moví profusamente, sentía que mis huevos se revolvían de placer, su espalda arqueada y sus pechos bamboleantes me subían el calor.

Estaba apabullado, quería durar todo el día dentro de ella. Es que soy de un solo polvo, pero sé contener.

Cada vez que ella tenía un orgasmo apretaba los cantos y presionaba mi verga entre ellos.

En esa contracción, a sus glúteos se les formaba un pocito encantador. Me costaba, frente a esa circunstancia, retener el orgasmo y encima Anabel aceleraba el ritmo.

Su excitación era creciente, traté de seguir su ritmo y empujé con más fuerza. Mi ingle golpeaba sobre sus glúteos fuerte, más fuerte, hasta que en un impulso excesivo caímos los dos extenuados.

Sin demoras puse sus piernas entre mis caderas y enterré mi pija, aun semi dura, en su gruta de mujer.

Besé su carnosa boca, tragué su lengua ondulante, acaricié sus pechos con sus pezones erizados y entre tantas sensaciones acabé furiosamente derramando toda mi leche contenida en el interior de su concha. Fue maravilloso.

Expulsé un polvo histórico, de más de un minuto, extenuante y la llevé a ella muy alto, casi al paroxismo.

Piru y Miguel seguían trenzados cerca nuestro y acabaron también entre gritos y gemidos.

Nos relajamos, nos duchamos y salimos luego a comer en una de esas pintorescas tascas que tiene Madrid y luego fuimos a bailar.

Lo que siguió después bien vale contarlo en un próximo relato.

Continúa la serie