Olga y yo llevábamos un tiempo experimentando cosas nuevas para no caer en la monotonía sexual.

No es que nos fuera mal, ni el sexo «convencional» fuera malo.

Todo lo contrario. Pero a mí siempre me ha gustado experimentar, y poco a poco Olga fue compartiendo mis gustos.

Así es como un día nos animamos a buscar un intercambio de pareja.

Entramos en varias webs, vimos juntos las parejas y fuimos seleccionando las que, a primera vista, podían gustarnos más.

Tras unos cuantos e-mails, concretamos una cita con una de ellas. Nos gustó que ellos, al igual que nosotros, quisieran tomárselo con calma: conocernos primero, tomar unas comas, salir por ahí, y si había feeling, pasar a mayores.

Se llamaban Iván y Melanie. Rondaban los 40 años, y no tenían hijos. Ella era de origen inglés, pero llevaba muchísimos años viviendo en España. De estatura normal, con pelo rubio largo y liso.

Tenía unos pechos que, sin ser enormes, eran bastante grandes, y era un poco ancha de caderas. Iván era alto, más que yo, moreno y delgado. Los dos eran muy agradables, y enseguida conectamos con ellos.

Quedamos unas cuantas veces, primero simplemente para ir a tomar algo; luego, cuando cogimos confianza, quedábamos para cenar en casa de ellos o en la nuestra. La verdad es que nosotros casi nos habíamos olvidado del intercambio, y estábamos encantados con nuestros nuevos amigos.

Habíamos ido a cenar a su casa, y después del postre pasamos todos a la salita. Charlábamos de cualquier cosa, hasta que Mel dijo:

– Bueno, creo que ya es hora, ¿no?

– ¿De qué? – preguntó Olga.

– De divertirnos – respondió Mel. Su cara y el tono de su voz no dejaban lugar a dudas. Yo me puse bastante nervioso, y noté cómo Olga, a mi lado, enrojecía levemente a causa de la vergüenza.

– Es para lo que quedamos, ¿no? – preguntó Mel. Era la que llevaba la voz cantante. Iván se limitaba a esperar, callado.

– Sí, sí – dijimos los dos, aunque no muy convencidos.

– Bueno, pues tú te vienes conmigo – y cogiéndome de la mano, me levantó del sofá y me dirigió al dormitorio. Me giré para mirar a Olga, y vi que ahora estaba completamente roja y muy nerviosa.

Mel cerró la puerta a sus espaldas, así que no pude ver lo que pasaba con Iván y Olga. Me sentó en la cama y sacó algo del cajón de la mesita de noche.

– Toma, póntelo.

Lo miré y vi que era un antifaz para taparse los ojos.

– ¿Lo vamos a hacer con esto?

– Tú póntelo.

Obedecí. Cuando tuve los ojos tapados, empecé a notar movimiento en la habitación, pero no pasaba nada. Hasta que, en unos minutos, Mel soltó la cinta del antifaz.

Lo único que quería era que yo me tapara los ojos para que no viera cómo se cambiaba. La verdad es que tuvo el efecto deseado: me quedé con la boca abierta. Se había puesto unos zapatos de tacón de aguja negros, altísimos.

Seguía siendo más baja que yo, pero por muy poco. Los había acompañado con unas medias negras de liguero, un tanga también negro minúsculo, y un corsé negro. También se había maquillado.

Se acercó a mí y empezó a desnudarme. Yo seguía estando bastante nervioso, aunque excitado, y me dejaba hacer. Se notaba que sabía muy bien lo que hacía y lo que quería.

Cuando me tuvo desnudo del todo, me volvió a sentar en la cama. Se giró y, poniendo el culo en pompa, lo pegó a mi cara. Yo empecé a lamer su coño y su ano, pero al poco tiempo se apartó.

Me besó en la boca, saboreando sus propios jugos, y de un empujón me tumbó en la cama. Empezó a masajearme la polla y los testículos. Al cabo de un rato se metió mi polla en la boca, y empezó a chupar y a lamer con si le fuera la vida en ello.

Con una mano seguía sobándome los huevos, hasta que, sin previo aviso, me metió un dedo en el culo.

Creí que me moría del gusto. Empezó a mover el dedo mientras seguía chupando, con una eficacia tal que pronto noté que me iba a correr. Le dije que parase, pero no me hizo caso.

– ¿Es que quieres que me corra ya? –le pregunté. Obviamente sí, porque siguió, cada vez más deprisa, hasta que no me pude contener y me vacié en su boca. Ella todavía siguió chupando un ratito más, y poco a poco fue retirando su dedo de mi culo y se levantó. Yo pensé que iría al baño a escupir.

– ¿Dónde tienes los clínex? –pregunté. Entonces ella abrió la boca y me la enseñó: se lo había tragado todo. Al ver esto, mi pene se puso en estado de semi-erección. Sin dejar que me levantara, se quitó el corsé, el tanga y los zapatos, y fue subiendo hacia mí. Me puso sus tetas en la boca y empecé a lamerlas, agarrándolas con mis manos, masajeándolas y mordiendo los pezones. Ella empezó a gemir de gusto. Agarró mi polla y me estuvo masturbando hasta que se puso dura otra vez, mientras yo seguía con mi faena. Entonces se la metió en el coño. Estaba tan húmedo que resbalaba y se salía continuamente.

– Tendremos que buscar otro agujero menos frustrante –dijo.

Se levantó e hizo lo mismo conmigo. Entonces se puso a cuatro patas en el borde de la cama, levantando el culo todo lo que puso. Pasó una mano entre sus piernas, y empezó a acariciarse el ano.

Se metió un dedo y empezó a moverlo hasta que su agujerito se dilató lo suficiente como para permitir la entrada de otro. Así, poco a poco se fue agrandando. Cuando consideró que estaba listo, se sacó los dedos y me dijo:

– Ahora tú.

Me acerqué e introduje la punta de mi polla con cuidado en su agujero.

Empecé a empujar despacio, por temor a hacerle daño. Poco a poco, su ano se fue agrandando, aceptando todo mi miembro, mientras ella gemía con una mezcla de dolor y placer.

Aumenté el ritmo, accediendo a sus ruegos, yendo cada vez más deprisa y pensando cuánto tiempo aguantaría sin correrme, porque estaba muy excitada. Mel gritaba cada vez más alto, hasta que al final explotó:

– ¡Córrete, cabrón! ¡Córrete en mi culo! ¡Reviéntame el ojete!

¿Qué podía hacer yo? Aceleré el bombeo hasta que al final me corrí en su ano. Ella, al notar mi semen caliente dentro de sí, empezó a temblar y, finalmente, se corrió también. Me retiré de dentro de ella y me eché en la cama, exhausto. Ella se tumbó también y me sonrió:

– ¿Te ha gustado?

– Mucho

– Me alegro. Vamos a ver qué hacen esos dos.

Nos levantamos y salimos del dormitorio. Al entrar en el salón vi a Iván sentado en el sofá, mientras Olga, totalmente desnuda y a cuatro patas sobre el suelo, le hacía una mamada de campeonato.

De natural celoso, debería de haberme cabreado viéndolos así, pero por algún extraño motivo me excitó bastante. Mi miembro se puso duro otra vez, y me acerqué a ellos por detrás con la intención de penetrar a Olga. Pero en cuanto ella notó mi glande sobre su coño, se negó.

– No, no quiero.

– ¿Por qué no?

– ¡Porque no!

Se cabreó y se sentó en un sillón.

– Olga, mujer, no seas así –intervino Mel –. Los vas a dejar a medias, y les va a doler mucho.

– ¡He dicho que no!

– Bueno, pues si no quieres tú, tendré que hacerlo yo.

Dicho esto, Mel ocupó el lugar de Olga. Se puso a comerle la polla a su marido y se abrió bien de piernas para permitir que yo entrara en ella.

Pensé que Olga se enfadaría, pero, para mi sorpresa, se quedó mirándonos fijamente, aunque con el ceño ligeramente fruncido. Estuvimos un buen rato follándonos a Mel, hasta que ella apartó bruscamente de nosotros, tanto que a me hizo daño en el miembro.

–He tenido una idea –anunció.

Se levantó y cogió a Olga de la mano. Ésta, aunque reticente, se dejó hacer. La puso de rodillas en el suelo, y ella se colocó detrás, también de rodillas. Entonces la abrazó y sujetó sus senos, levantándolos.

– Quiero que os corráis encima de ella.

– ¡No, no quiero! –protestó Olga. Sin embargo, Mel la tenía firmemente cogida y, de todas formas, y para mi sorpresa, no opuso mucha resistencia. Iván y yo nos levantamos y nos pusimos delante de Olga, y empezamos a masturbarnos hasta corrernos. Le dejamos toda la cara llena de semen, igual que los pechos. Noté que los pezones de Olga estaban muy duros, y por su expresión deduje que esta acción la había excitado mucho. Entonces Mel soltó sus senos, se dio la vuelta, poniéndose frente a ella, y se puso a lamer el semen de la cara y pechos de Olga. Ésta empezó a estremecerse del placer, pese a que me había afirmado mil y una veces que las chicas no le ponían. El culmen fue cuando Mel, tras limpiar todos los restos de semen del cuerpo de Olga, se acercó a su rostro y le dio un largo y húmedo beso con lengua. Olga no sólo no se opuso, sino que empezó a temblar y le devolvió el beso, hasta que se corrió de placer. Mel se retiró, satisfecha, y le dijo que sería mejor que se duchara.

Olga y yo fuimos juntos a la ducha, sin hablar entre nosotros. Cuando estuvimos limpios, nos pusimos la ropa, nos despedimos de Mel e Iván un poco cortados, y nos fuimos a casa. Ya en el coche, le pregunté a Olga.

– ¿Te ha gustado?

– No sé. Sí. ¿Y a ti?

– No sé. Sí.

Olga me miró. Sonreímos, y nos besamos.