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Con Miguel y Anabel I

Con Miguel y Anabel I

Cuando fuimos al encuentro tan esperado con nuestros amigos Miguel y Anabel llovía.

Pareciera que el tiempo se había asociado al acontecimiento, dada la creencia esa que tenemos los argentinos de que cuando llueve es especial para tener sexo, como si la situación climática ayudara para ello.

Íbamos a intercambiar parejas con nuestros amigos a los que conocíamos desde hace bastante tiempo vía internet y ahora por fin podíamos concretar nuestras anheladas fantasías.

Después de tomar algunas copas y bailar como para ir poniéndonos en clima, ya Piru lo hacía con Miguel y yo con Anabel, nos separamos cada uno por su lado.

La idea en principio era la de no estar junto los cuatro como para no inhibirnos. Después de esta primera unión lo podríamos hacer porque nos conoceríamos mejor.

Con Anabel nos fuimos rumbo a una de las habitaciones de la residencia y creo que Piru rumbeó con Miguel hacia algo así como la biblioteca o escritorio que tenían nuestros amigos. Supongo que no irían a leer.

La deseaba tanto a esta mujer que debo reconocer que no fui muy galán y gentil con ella y casi sin ningún juego amoroso previo me dispuse a cogerla.

Las fotos que había visto de Anabel en la revista me tenían perturbado y ahora teniéndola en carne y hueso junto a mí me había trastornado un poco.

Me había calentado muchas veces con esa conchita cubierta por todo ese vello que la naturaleza le dio. Había soñado con esas tetas que sin ser demasiado grandes, como me gustan a mí, eran tan perfectas, tan bien diseñadas y con unos pezones rozados que me provocaban erección de solo pensar en ellos. Y ahora la tenía a mi alcance. Parecía un sueño pero era la realidad.

La veía en mi mente acariciándose y metiéndose los dedos a través del vello luciendo sus medias negras y parecía que iba a explotar.

Estaba tan excitado, como dije, que la empecé a coger desde atrás salvajemente ya que es una de mis posiciones favoritas (a Piru le gusta mucho también) porque de esa manera su culo resulta golpeado por mi pubis y puedo acariciarle sus tetas con ambas manos.

Se estaba haciendo realidad mi fantasía y por ello estaba tan caliente.

No quería acabar pronto para que gozáramos los dos pero no sabía cuánto me iba a aguantar.

Anabel también estaba excitada.

Yo la agarraba fuertemente de las caderas y hacía que se moviera atrás y adelante, al tiempo que empujaba mi miembro dentro de ella en forma desmesurada.

Como noté que no podría aguantarme mucho más sin eyacular decidí cambiar de postura para hacer más duradera la unión.

Prefería sentir el pubis de Anabel (y su poblado vello) tocando el mío para conseguir de ese modo una mejor penetración.

Saqué mi verga de su lugar y ella, instintivamente, se dio vuelta y separó las piernas como una bailarina aguardando que la penetrara.

Me quedé admirando con deleite sus genitales, esos que tanto deseaba.

Estaban abiertos sus labios, húmedos, con una rojez impresionante, fruto de mis recientes embestidas.

Su clítoris, erecto, asomaba entre sus labios, colorado y deseando ser chupado, cosa que decidí hacer.

Me eché atrás de rodillas y bajé mi cabeza metiéndola entre sus piernas.

Saqué la lengua y la pasé lenta y minuciosamente por cada rincón de la entrepierna de Anabel, saboreé sus jugos y la penetré con mi lengua.

Ella se estremeció, gemía fuertemente y movía en forma constante sus piernas. Miraba cómo la chupaba y excitada se masajeaba sus tetas y pellizcaba sus pezones.

Al rato me separé del sexo de Anabel y miré mi verga que estaba presta a introducirse en esa concha ardiente y bañarla por dentro con mi carga de espeso almíbar amargo.

Me acerqué a ella de rodillas y quiso tomar mi pija entre sus manos pero no la dejé por miedo a acabar afuera.

Se la coloqué en la entrada de su cuevita y la penetré de un golpe. Ella se sacudió al sentir como aquel ariete le entraba de sopetón y como se le hundía en lo más hondo.

El meneo entre los dos empezó muy pronto y rápidamente adquirimos una velocidad frenética.

Anabel, excitadísima, me clavaba las uñas en el culo mientras me ayudaba a empujar mi pija en su interior.

Estábamos por acabar los dos antes de lo deseado.

Levantó más sus piernas anunciándome su inminente orgasmo, mientras yo le introducía mi verga pletórica de sangre, la que se estrellaba una y otra vez en la sensibilizada concha.

Era tal la calentura que lo hacía con inusitada violencia y ella estaba en el remolino de un placer desmesurado.

De pronto, clavó sus uñas en mi espalda, lo que me produjo dolor y placer al mismo tiempo, me apretó el culo con sus pies, curvó la espalda, irguió sus tetas y doblando su cabeza hacía atrás emitió un chillido que rápidamente se convirtió en gemido, alargándolo durante todo el eterno tiempo que duró su orgasmo.

Yo seguía moviéndome para que ella se enloqueciera aún más con aquel final esplendoroso para el fantástico polvo que había empezado hacía ya unos cuantos minutos.

Tuve que hacer un enorme esfuerzo para no acabar en el momento en que la concha de Anabel se contraía y se dilataba como ordeñándome la verga.

Un ruido casi musical salía del interior de ella con cada fricción lenta y profunda por los jugos que resbalaban hacia el exterior.

No pude aguantarme más y acabé furiosamente.

Fue una de las cogidas más maravillosas que tuve últimamente y pienso, sin temor a equivocarme, que se debió a las ganas que le tenía a esta deliciosa mujer.

Después de un rato se me volvió a parar y le acerqué mi pija a sus labios y desencajado por la calentura que me embargaba en ese momento se la introduje y empecé a moverme.

Tomé su cabeza con mis manos, la sostuve firmemente y me puse a cogerla por la boca.

Esa idea me excitaba sobremanera. Anabel tenía unos labios especiales, carnosos y ello me ponía a mil por hora.

Ella no se opuso y facilitó el acceso cada vez más profundamente distendiendo los músculos de la mandíbula lo más que podía.

Noté como que le venían unas arcadas y estuve por suspender todo pero ante un gesto de ella como indicándome que nada pasaba continué.

Mi pija estaba casi toda dentro de su boca.

Seguí con mis movimientos desde afuera hacia adentro y supongo que a ella no le disgustaba la idea porque te tenía sujeto con ambas manos por detrás como para que no me apartara.

De pronto soltó una de sus manos y dirigiéndola hacia su concha comenzó a acariciarse y supuse que se le venía un orgasmo porque lo hacía aceleradamente.

Mi verga se puso más dura presagiando la eyaculación que no podía contener y me derramé dentro de su boca.

Cuando intenté sacarla Anabel me lo impidió sujetándome las piernas y el culo. Se notaba que estaba también teniendo un orgasmo y lo estaba disfrutando plenamente. Cuando por fin la retiré se acurrucó entre mis piernas abrazándose a ellas. Así permanecimos algunos momentos hasta que le di un profundo beso en la boca.

Nos vestimos y salimos al encuentro de Piru y Miguel.

Luego nos fuimos a cenar y divertirnos un rato.

Por la noche en el departamento tuve sexo con mi mujer y no obstante lo bien que la pasé tengo que confesar y así también se lo dije a ella, que estuve pensando mucho en Anabel.

Los días que nos quedan los pensamos disfrutar a pleno y estoy seguro de que será así.

Anabel es muy fogosa al igual que Piru y tanto Miguel como yo gozaremos mucho del intercambio.

Continúa la serie Con Miguel y Anabel II >>

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